Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la destrucción
vandálica de una imagen de la Virgen en la localidad de Chivilcoy, Buenos
Aires, Argentina. Para mayores datos acerca de este lamentable hecho, consultar
el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Cristianos venid, cristianos
llegad, a adorar a Cristo que está en el altar”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).
Meditación.
El
alma que está en gracia –afirma un autor- posee un señorío sobre todas las
cosas que, si bien no es igual al del Hijo de Dios, sí es superior al señorío y
dignidad que se tiene por parte de la monarquía civil o natural. Los reyes y
señores de la tierra, aunque tienen el señorío civil sobre las cosas, no pueden
destruirlas a su antojo y, con todo, tienen la monarquía y principado sobre su
reino; de la misma manera, el que está en gracia, aunque no pueda destruir ni
consumir las cosas de otros, posee un señorío superior al aquel de los señores
de la tierra[1].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
El
señorío que tiene el alma en gracia posee mejores calidades que las que se
derivan del dominio civil y político: éste último se introdujo por ocasión del
pecado y la fundaron los hombres; el señorío que da la gracia lo introdujo Dios
y se reparó por la Sangre de Cristo, siendo antes concedido de Dios a Adán
cuando éste estaba en gracia. Si no hubiera habido pecado, los hombres vivirían
como ángeles con su dominio universal y común, sin los dominios que empezaron
después del pecado[2].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
En
el dominio civil, la raíz –la naturaleza humana- está corrompida y así los
frutos no salen sanos. La experiencia demuestra cuántos pecados se cometen en
la adquisición del dominio civil, en su posesión, en su disposición, en su
administración, con tantos cuidados, afanes, pesadumbres, pleitos, desasosiegos
y peligros. Como se introdujo con el pecado, ni le faltan pecados ni las penas
de los pecados. Por el contrario, el señorío de la gracia es puro, alegre,
seguro, santo, suave, quieto, fundado y concebido por Dios para sus hijos
queridos[3].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Otra
condición negativa del dominio civil o natural, en contraposición con el
dominio sobrenatural que da la gracia, es que el primero es estrecho y limitado
y no se puede comunicar a muchos enteramente, de modo que una cosa no puede
tener muchos dueños ni en su uso se puede igualmente servir a muchos. Por el
contrario, el dominio de la gracia, es dilatado y comunicable a muchos, de modo
que por muchos que estén en gracia, no se disminuye el dominio de cada uno,
sino más bien se acrecienta[4].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
El
dominio que da la gracia sabe a las cosas espirituales y divinas, que son
comunicables a muchos sin disminución y, siendo de cada uno, son de todos, sin
hacerse daño unos a otros, tal como sucede con la gloria, que por más
bienaventurados que entren en el cielo, no se disminuye en modo alguno[5]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que no
perdamos, a causa del pecado, el dominio sobre las cosas que nos da la gracia!
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 259.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 259.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 259.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 260.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 260.
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