Inicio:
ofrecemos esta Hora
Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en acción de gracias por el don
inestimable de la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio
del Calvario.
Canto
inicial: “Tantum ergo, Sacramentum”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).
Meditación.
Muchos
hombres se pasan la vida buscando honores, gloria y poderes terrenos y no se
dan cuenta que tienen, al alcance de la mano, en la gracia, honores, gloria y
poderes dados por el mismo Dios, que no los tiene ni el hombre más poderoso de
la tierra. En efecto, el cristiano, por la gracia, es convertido en monarca de
un reino celestial, convirtiéndose en un ser poderosísimo[1],
porque participa de la vida misma de Dios. Estar en gracia no es indistinto: es
participar de la vida de Dios Uno y Trino, Aquel que es Omnipotencia, Sabiduría
y Amor infinitos y eternos.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Afirma
un autor: “Al cristiano se le entregan todas las cosas en sus manos y por eso
mismo es lícito decir que el cristiano es poderosísimo –y esto sin tener en
cuenta ni sus posesiones materiales ni su condición social-; aún más, es
omnipotentísimo y esto según lo que dice el Apóstol en la Escritura, cuando
dice: “Todas las cosas puedo en Aquel que me conforta” (cfr. Fil 4). Y San Bernardo dice: “Omnipotente
soy. Y si es poco la autoridad del Apóstol, baste la autoridad de Cristo, que
dice: “Al que cree, nada le es imposible”[2].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
El
señorío del alma sobre el universo también se encuentra en otro lado en las Escrituras
y es cuando el Apóstol escribe a los Romanos: “El que no perdonó a su propio Hijo,
sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dio también con Él todas
las cosas?” (cap. 8). Entonces, el alma que es fiel a Jesucristo tiene la
garantía del Hijo, entregado por nosotros por el Padre, de que en Cristo posee
el señorío por sobre todas las cosas. San Pablo, escribiendo a Timoteo, dice: “que
nos dé abundantemente a gozar de todas las cosas” (1 Tim 6). Y San Jerónimo dice: “Todo el mundo de riquezas es del que
cree”.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
En
la Sagrada Escritura se llama, misteriosamente, a los justos, “reyes”, como
cuando San Lucas dice: “Muchos profetas y reyes” habían deseado ver a Cristo y
esto es porque los que están en gracia son reyes y más que reyes, por el
principado dilatadísimo y universal que tienen de todas las cosas. Por esta razón
se honra a Dios al llamarlo “Rey de reyes y Señor de señores”, esto es, de los
justos, que son reyes y señores del mundo, porque en comparación, la grandeza
que tienen los imperios y reinos de hombres pecadores es igual a la nada[3].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Afirma
un autor: “Por la misma razón se llama a la gracia “reino”, porque es el título
con que son reyes los que la tienen. Es decir, el Reino de Dios en la tierra
consiste en la presencia de la gracia de Dios en las almas de los justos. El mismo
Salvador del mundo dijo que “buscásemos el Reino de Dios y su justicia y que
con ella se nos darán todas las demás cosas. La justicia del Reino de Dios es
la gracia, dice Gerson, porque ella da derecho y justicia para el reino y
monarquía de todas las cosas. El Demonio, Padre de la mentira, promete
falsamente todas las cosas con tal que le adoren: Cristo Dios, que es la infinita
Bondad en sí misma, da en la realidad el señorío sobre todas las cosas a quien
le adora y le sirve como justo, es decir, en gracia”[4].
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias,
con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de
su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Cantad a María, la Reina del Cielo”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 248.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 248.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 249.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 249.
Como hago para ver las otras horas santas con rosario meditado. Soy adoradora perpetua
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