Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la ofensa pública a Nuestro
Señor Jesucristo que supone la realización, también pública, de ritos
satánicos. Donde quiera que estos rituales satánicos se realicen, se impone la
reparación por parte del católico, porque estos rituales implican siempre,
indefectiblemente, una ofensa directa y diabólica contra Dios Uno y Trino, su
Mesías, Cristo Dios, y también contra la Madre de Dios. Mayores detalles acerca
de este lamentable hecho se encuentran en el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios
e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
La unión del hombre con el Cuerpo y la Sangre de Nuestro
Señor Jesucristo, por intermedio de la gracia, es tan inefable, que no hay
ejemplos que la puedan describir. Afirma un autor[1]
que la “carne de los que dignamente comulgan (…) adquiere prerrogativas de la
carne sacratísima de Nuestro Redentor. Así, por ejemplo, San Cirilo
Hierosolimitano[2]
dice que este Sacramento “santifica alma y cuerpo”.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Hablando de los efectos que tiene la comunión eucarística en
aquel que dignamente recibe al Señor, San Gregorio Niceno le llama “saludable
medicamento con que se curan las malas afecciones del cuerpo”[3]. San
Cirilo de Alejandría, a su vez, dice: “No sólo ahuyenta la muerte, sino también
todas las enfermedades, porque como en nosotros queda Cristo, apacigua la cruel
ley de nuestros miembros, esfuerza la piedad, apaga las perturbaciones del
ánimo, cura a los enfermos y a los lisiados reforma”[4].
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Haciendo relación al efecto que tiene la Sagrada Comunión en
el alma, San Crisóstomo, predicando contra la ira, dice que será su remedio “si
bebiéramos el Cáliz del Señor, que mata las sabandijas y serpientes que están
dentro de nosotros”[5].
Y si esto hace, es porque la Sagrada Eucaristía comunica las virtudes y dones
del Sagrado Corazón, que late vivo y glorioso en el Santísimo Sacramento del
altar.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
En otras palabras, no solo el alma es santificada por la
Comunión Eucarística, sino también el cuerpo del que comulga, sea alejando de
sí enfermedades y vicios, sea comunicando al cuerpo las virtudes de la Carne de
Cristo. Un autor sostiene que “es efecto de la unión de nuestra carne con la de
Cristo –por la Eucaristía, N. del R.-, conformar nuestro cuerpo con el suyo,
santificando nuestra carne y reformando en ella la propensión al pecado,
reduciéndola a la obediencia del espíritu. Y como la divinidad de Cristo da a
nuestra alma un vigor particular, así su humanidad santísima da a nuestro
cuerpo particular limpieza en los que dignamente la reciben”[6]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
siempre deseemos alimentarnos de la Eucaristía, que da una pureza celestial, la
pureza misma de Cristo a quien la consume dignamente!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Parte
de los efectos de la Sagrada Eucaristía sobre el alma y el cuerpo del que comulga
es el de concederles nuevas fuerzas para llevar adelante penitencias y ayunos
corporales y espirituales, además de disponer y condicionar el cuerpo con las
más nobles virtudes, incluida la castidad entre las primeras. Un Doctor de la
Iglesia afirma: “Porque si la justicia original, siendo espiritual, pertenecía
también al cuerpo, de manera que por la comida del árbol de la vida fuera el
cuerpo exento de la muerte, tedio y cansancio, pide también la buena razón que
a quien pura y castamente se junta a Cristo en este Sacramento, le dé una
alegría y prontitud singular, y vigor para los actos de virtudes y para
reprimir la contumacia de la carne”[7]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
siempre anhelemos unirnos al Cuerpo y la Sangre del Señor, por la Comunión
Eucarística, para ser santificados en cuerpo y alma!
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 223.
[2] Catech. Mystag., passim.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 223.
[4] Lib. 4 in Joan., cap, 17, passim.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 223.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 224.
[7] Salian., De amore Dei, lib. 11, cap. 11, passim.
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