Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por el vandalismo
cometido por feministas y ambientalistas contra una imagen de la Madre de Dios,
María Santísima, en Brasil. Más información del lamentable hecho en el
siguiente enlace:
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento
del altar”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
A diferencia de lo que sucede con los alimentos naturales,
que se convierten en aquello que los ha ingerido, con la Eucaristía no sucede
lo mismo, porque es “propiedad de este divino manjar no convertirse en quien lo
come, porque el Cuerpo de Cristo no se había de convertir en el cuerpo
corruptible y vicioso del que fue poco antes pecador”[1]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
siempre elijamos al manjar de los manjares, la Eucaristía, antes que los bienes
de la tierra!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Por
el contrario, al comulgar la Eucaristía, es “este manjar divino quien convierte
en sí a quien le come, esto es, convierte en Cristo al que comulga”[2]. Y
como la naturaleza con el calor natural cuece el manjar y le digiere ante que
le una a sí perfectamente, así Cristo nos purifica y acrisola para unirnos a Sí
perfectísimamente. ¡Que siempre deseemos
alimentarnos con la Sagrada Hostia, Nuestra Señora de la Eucaristía, para
unirnos a Cristo en su Cuerpo y Sangre!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
La
forma en que Cristo nos asimila es la siguiente: “en primer lugar, Cristo
consume los deseos desordenados de bienes y riquezas de la tierra; luego,
consume la ambición de honras mundanas; por último, consume el apetito rebelde
de la carne. De esta manera, no sólo purifica nuestro espíritu y alma, sino
también el cuerpo, volviéndolo casto y conformándolo al suyo, que es lo que se
dice en este Sacramento, que es “vino que engendra vírgenes”[3]. Entonces,
cuanto más nos unamos a la Eucaristía con fe, con piedad y con amor, tanto más
similares a Cristo seremos y tanto más participaremos de su castidad, de su
piedad y de su amor.
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Forma parte también del misterio de la comunión y es fruto
de este divino sacramento el deberse a los que dignamente comulgan la
resurrección de sus cuerpos, con los cuatro dotes de gloria, por la unión de su
carne con la de Cristo, como enseña San Ireneo, de manera que, aunque no
resucitaran otros, ellos resucitaran gloriosos[4].
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Entienden los doctores místicos y algunos, como el Padre
Saliano[5],
que en algunas personas purísimas llega a ser esta unión de Cristo por el
Sacramento real, inmediata y natural, por cuanto se les manifiesta el mismo
Cristo, de manera que perciban y experimenten su presencia, no tanto por alguna
visión o revelación, cuanto por unos abrazos dulcísimos, con que inefable y
suavísimamente junta a Sí al alma y ella lo siente y goza de su Presencia,
bondad y dones[6].
¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
siempre deseemos experimentar los divinos dones que nos concede la Comunión
Eucarística!
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e
intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Cantad a María la Reina del cielo”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 224.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 224.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 224.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 224-225.
[5] De amore Dei, lib. 11, cap. 12.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 225.
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