Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por quienes
niegan verdades fundamentales de nuestra fe, como la existencia real y verdadera
del demonio y el carácter eterno del Infierno.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
El Verbo de Dios encarnado, Cristo Jesús, quiso unirse a
nuestra humanidad, pero como nuestra humanidad está compuesta por cuerpo y
espíritu, no se contentó con la unión de su Espíritu con el nuestro, sino que
extendió la infinitud de su amor por nosotros hasta la unión de su Carne
sacrosanta con la nuestra[1]. Y
esto no sólo en la Encarnación, en la que el Verbo se unió a su propia
Humanidad, sino que esta unión quiso hacerla extensiva a todos los hombres de
todos los tiempos. ¡Oh inefable Amor de
Dios, que quisiste unirte a nuestra humanidad para derramar en ella tu
misericordia infinita!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
En
la Encarnación, el Verbo de Dios unió su Persona divina –la Segunda de la
Trinidad- a la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, quedando constituido
como el Hombre-Dios, pero en su amor inefable e incomprensible por nosotros,
pecadores, quiso unirse también a nuestras humanidades –almas y cuerpos-
individuales, no solo a la suya, para que en todo fuéramos una sola cosa con
Cristo[2] y
una forma de concretar esta unión, es por la Comunión Eucarística. ¡Cuánta necedad muestran quienes prefieren
pasajeros deleites terrenos, antes que la unión con el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, contenidos en la Eucaristía!
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
La
unión del Hombre-Dios con el cuerpo y el alma de cada hombre se realiza por
medio de la gracia: es decir, es mediante la gracia que “nuestro espíritu está
unido con la Divinidad de Cristo y es también por la gracia que nuestro cuerpo
está unido a su Sacrosanta Humanidad, quedando establecido por la gracia que
con Cristo, con su Espíritu y su Cuerpo, somos un solo cuerpo y un solo
espíritu, al ser nuestra carne una con la carne de Cristo”[3].
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Con
respecto a la unión de Cristo con nuestra humanidad, dijo así San Juan
Crisóstomo: “No se contentó el Hijo de Dios con hacerse Hombre y ser azotado y
crucificado, sino que nos juntó consigo como en una misma masa: nos hizo un
mismo cuerpo, no solamente por fe, sino realmente”[4]. Éste
es el efecto que tiene el amor de Cristo por las almas en gracia. Continúa el
mismo santo: “Como quisiese mostrar su amor para con nosotros, se entró y como
mezcló en nosotros y quiso que se entrase en nosotros su cuerpo para que nos
hiciéramos una cosa, como el cuerpo está unido a la cabeza, porque esto es
propio de los que aman vehementemente”[5].
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
A
su vez, hablando de la unión del Verbo con los hombres, San Cirilo Alejandrino
dice: “Debe considerarse que Cristo está en nosotros, no sólo por el afecto de
caridad, sino por participación natural; porque de la manera que una cera
derretida, si la echan en otra tal, es necesario mezclarse una con otra, así también
quien recibe la carne y sangre de Cristo, ésta se junta con Él de tal manera,
que Cristo está en él y él se halla en Cristo”[6]. A
su vez, San Cipriano y San León, refiriéndose a esta inefable unión, hablan de “tránsito
de nuestra carne en la de Cristo”. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, que nuestros corazones se enciendan en el amor a la
Eucaristía, mediante la cual nos unimos al Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo!
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 222.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 222.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 222.
[4] Homil. 83 in Matth., passim.
[5] Homil. 45 in Johan, passim.
[6] Lib. 4 in Joan., cap. 17, passim.
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