miércoles, 21 de agosto de 2019

Hora Santa en reparación por los que niegan la existencia del Demonio y del Infierno 210819



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por quienes niegan verdades fundamentales de nuestra fe, como la existencia real y verdadera del demonio y el carácter eterno del Infierno.


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         El Verbo de Dios encarnado, Cristo Jesús, quiso unirse a nuestra humanidad, pero como nuestra humanidad está compuesta por cuerpo y espíritu, no se contentó con la unión de su Espíritu con el nuestro, sino que extendió la infinitud de su amor por nosotros hasta la unión de su Carne sacrosanta con la nuestra[1]. Y esto no sólo en la Encarnación, en la que el Verbo se unió a su propia Humanidad, sino que esta unión quiso hacerla extensiva a todos los hombres de todos los tiempos. ¡Oh inefable Amor de Dios, que quisiste unirte a nuestra humanidad para derramar en ella tu misericordia infinita!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

En la Encarnación, el Verbo de Dios unió su Persona divina –la Segunda de la Trinidad- a la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, quedando constituido como el Hombre-Dios, pero en su amor inefable e incomprensible por nosotros, pecadores, quiso unirse también a nuestras humanidades –almas y cuerpos- individuales, no solo a la suya, para que en todo fuéramos una sola cosa con Cristo[2] y una forma de concretar esta unión, es por la Comunión Eucarística. ¡Cuánta necedad muestran quienes prefieren pasajeros deleites terrenos, antes que la unión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, contenidos en la Eucaristía!

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

La unión del Hombre-Dios con el cuerpo y el alma de cada hombre se realiza por medio de la gracia: es decir, es mediante la gracia que “nuestro espíritu está unido con la Divinidad de Cristo y es también por la gracia que nuestro cuerpo está unido a su Sacrosanta Humanidad, quedando establecido por la gracia que con Cristo, con su Espíritu y su Cuerpo, somos un solo cuerpo y un solo espíritu, al ser nuestra carne una con la carne de Cristo”[3].

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

Con respecto a la unión de Cristo con nuestra humanidad, dijo así San Juan Crisóstomo: “No se contentó el Hijo de Dios con hacerse Hombre y ser azotado y crucificado, sino que nos juntó consigo como en una misma masa: nos hizo un mismo cuerpo, no solamente por fe, sino realmente”[4]. Éste es el efecto que tiene el amor de Cristo por las almas en gracia. Continúa el mismo santo: “Como quisiese mostrar su amor para con nosotros, se entró y como mezcló en nosotros y quiso que se entrase en nosotros su cuerpo para que nos hiciéramos una cosa, como el cuerpo está unido a la cabeza, porque esto es propio de los que aman vehementemente”[5].

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.   

Quinto Misterio.

Meditación

A su vez, hablando de la unión del Verbo con los hombres, San Cirilo Alejandrino dice: “Debe considerarse que Cristo está en nosotros, no sólo por el afecto de caridad, sino por participación natural; porque de la manera que una cera derretida, si la echan en otra tal, es necesario mezclarse una con otra, así también quien recibe la carne y sangre de Cristo, ésta se junta con Él de tal manera, que Cristo está en él y él se halla en Cristo”[6]. A su vez, San Cipriano y San León, refiriéndose a esta inefable unión, hablan de “tránsito de nuestra carne en la de Cristo”. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestros corazones se enciendan en el amor a la Eucaristía, mediante la cual nos unimos al Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo!

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 222.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 222.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 222.
[4] Homil. 83 in Matth., passim.
[5] Homil. 45 in Johan, passim.
[6] Lib. 4 in Joan., cap. 17, passim.

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