La Santa Cruz de Jesús, derribada en la isla griega de Lesbos por parte de migrantes islamistas, en octubre de 2018.
Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por
el derribo de una Cruz, ocurrida en una isla de Grecia, el pasado 12 de Octubre
de 2018. El blasfemo acto de derribar la Cruz fue llevado a cabo por un grupo
de migrantes islamistas, puesto que consideraban que la Cruz era ofensiva para
ellos. La información acerca del lamentable suceso se encuentra en el siguiente
enlace:
Canto
inicial: “Postrado
a vuestros pies humildemente”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te
pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).
Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Santa Madre Iglesia saluda a la Santa Cruz con esta jubilosa exclamación: “¡Oh
Cruz gloriosa y digna de admiración y de veneración! Debemos gloriarnos en la
Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”. ¿Por qué la Iglesia celebra, exalta, adora
la Cruz? Mientras el mundo aborrece la Cruz y donde la ve, desea desterrarla,
desclavarla y arrojarla por el suelo, la Santa Madre Iglesia, por el contrario,
la ensalza, la venera y, todavía más, la adora. ¿Por qué? ¿Por qué este
contraste tan marcado, entre el mundo y la Iglesia? Porque el mundo mira la
Cruz sin fe; la mira con la sola razón humana y la razón humana está
contaminada y herida por el pecado original. Además, el mundo mira la Cruz con
la oscuridad que sobre él arroja el Príncipe de las tinieblas y por eso
detesta, odia la Cruz. Para el mundo sin Dios, la Cruz es símbolo de tortura,
de muerte, de humillación, pero para la Santa Madre Iglesia, que mira el mundo
con los ojos de la fe, la Cruz es la Fuente de la salvación de los hombres y el
signo victorioso con el que Dios derrota para siempre a los tres grandes
enemigos del hombre: el Demonio, la Muerte y el Pecado. Por esta razón,
mientras el mundo odia la Cruz, la Santa Madre Iglesia la venera, la ensalza y
la adora, porque en la Cruz está el Salvador del mundo, Cristo Jesús.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Para los católicos, la relación entre la Cruz y la gloria de
Dios es parte de nuestra fe y esto es así, porque para nosotros, quien cuelga
de la Cruz no es, ni un profeta, ni un revolucionario, ni un hombre santo, ni
siquiera el más santo entre los santos: para nosotros, los católicos, que
contemplamos la Cruz con los ojos de la Santa Madre Iglesia, quien cuelga de la
Cruz es el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo
de Dios hecho carne, Dios Hijo encarnado, que se hace hombre sin dejar de ser
Dios, para que los hombres, unidos a Él por la gracia, la fe y el amor, nos
hagamos Dios por participación. ¡Cuánta ignorancia demuestran quienes odian la
Cruz! ¡Cuánto mal se hacen a ellos mismos y a los demás, cuando combaten a la
Cruz! Porque en la Cruz está la salvación, en la Cruz está la gloria de los
hombres, en la Cruz está el Redentor, que sólo misericordia, amor y perdón
otorga a quienes a Él se acercan, con el corazón contrito y humillado, a los
pies de la Santa Cruz.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Para el mundo sin Dios y para el hombre sin el conocimiento
del verdadero Dios, la Cruz es ignominia, humillación, maldición, dolor,
muerte. Cuando el hombre contempla la Cruz sin la luz de la fe, sin la gracia
en su alma y con su sola razón contaminada por el pecado original, se origina
en él un sentimiento humano de rechazo a la Cruz, porque en la Cruz se sufre:
quien está crucificado, no está en un lecho de rosas, sino que está en el
madero ensangrentado de la Cruz. Pero a esta visión humana de la Cruz, se le
agrega la visión preternatural del Ángel caído, visión que le agrega, a la
visión del hombre pecador de rechazo de la Cruz, el sentimiento de odio hacia
la Cruz. En efecto, el hombre, por sí mismo, sin la gracia de Dios, experimenta
naturalmente un rechazo de la Cruz, porque la Cruz es dolor y el hombre rechaza
el dolor; pero cuando hay odio hacia la Cruz, este sentimiento ya excede las
pasiones del hombre, para ser propiedad del Ángel caído, que hace partícipe al
hombre pecador de su odio hacia la Cruz. El Demonio odia la Cruz porque en ella
fue vencido para siempre; el Demonio odia la Cruz, porque en el mismo momento
en que el Cordero fue crucificado, el Ángel caído fue precipitado para siempre
en lo más profundo del Infierno. El cristiano, por lo tanto, necesita del
auxilio de la gracia, para no caer en el error del naturalismo, de ver a la
Cruz como lugar de dolor sin sentido, y para rechazar también el odio
preternatural del Ángel caído, que ve en la Cruz el signo de la derrota del
Infierno. Solo la gracia de Dios puede evitar que caigamos en el naturalismo,
que nos lleva a rechazar la Cruz, y en el odio preternatural del Príncipe de
las tinieblas, que lleva al hombre a odiar la Cruz. Sólo la gracia puede hacernos
amar la Santa Cruz de Jesús.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Es la Santa Cruz la que hace que la religión católica se
convierta en la única religión que trae al mundo una luz nueva, una luz que no
viene del hombre ni del ángel, sino de Dios Trino mismo. De la Cruz brota la
Luz, porque el que cuelga del madero es Cristo Dios y Dios es Luz Increada en
sí mismo y fuente de toda luz creada y participada. Sin la Cruz, el mundo está
en tinieblas, porque es de la Cruz de donde se irradia al mundo la Luz de
Jesús, la Luz del Cordero del Apocalipsis, que es la Lámpara de la Jerusalén
celestial. Por esta razón, quien se acerca a la Cruz, es iluminado con esta luz
nueva, celestial, sobrenatural, la luz de Dios, que disipa y derrota a las
tinieblas del pecado y de la ignorancia que envuelven al hombre. Pero la Luz de
la Cruz, que es Cristo Jesús, disipa y derrota también las tinieblas y sombras
de muerte en las que vive el hombre, porque Él es el Dios Viviente, que con su
muerte en Cruz derrota a la muerte y concede al hombre su Vida divina. Por último,
la Luz de la Cruz derrota a un tercer tipo de tinieblas, las tinieblas
vivientes, los ángeles del Infierno, los ángeles caídos, rebeldes, apóstatas, los
espíritus malvados de los aires que se negaron a servir y a adorar a Dios
Trino. Y porque la Cruz los vence con su Luz gloriosa, es que los ángeles de
las tinieblas odian la Cruz y transmiten ese odio a los hombres malvados y
perversos. Que la Virgen de los Dolores, que está al pie de la Cruz, interceda
para que por la gracia de Dios no solo jamás rechacemos la Cruz, sino que
vivamos arrodillados ante la Cruz y abrazados a los pies crucificados y
sangrantes de Nuestro Señor Jesucristo, en la cima del Monte Calvario.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El mundo, caído en el pecado original, está bajo el gobierno
del Maligno, el cual solo desea la perdición del hombre, en cuanto éste es
imagen de Dios. Puesto que a Dios nada puede hacerle, la Serpiente Antigua
busca arrastrar hacia el abismo de la perdición al hombre, creado a imagen y
semejanza de Dios. Busca inyectarle en su corazón el veneno de su propio
corazón angélico pervertido: el veneno del ateísmo, del naturalismo, del
hedonismo, de la lujuria y de toda clase de pecados. Para lograr su objetivo,
el Demonio tienta al hombre, así como tentó a Nuestro Señor Jesucristo
llevándolo al pináculo del templo y prometiéndole dominar sobre las naciones,
con la tentación del poder, del dinero, de la fama mundana, que en el fondo
esconden la adoración luciferina. El Demonio tienta al hombre, ofreciéndole el
dominio del mundo si lo adora a él, la Serpiente Antigua. Pero Dios no nos deja
solos, no nos abandona nunca: mientras el Demonio ofrece el mundo, previa
adoración suya, Dios no nos lleva al pináculo del templo, sino a la cima del
Monte Calvario y, a cambio de que lo adoremos a Él, que está en la Cruz, y le
entreguemos nuestro corazón por medio de las manos de la Virgen, Dios nos
ofrece algo más grande que el mundo entero y es el Reino de los cielos. Todavía
más, nos ofrece, a cambio de que nos postremos en su adoración ante la Santa
Cruz, algo infinitamente más grandioso que el Reino de los cielos, y es su
propio Sagrado Corazón, contenido en la Sagrada Eucaristía. Postrémonos ante
Jesús crucificado en el Monte Calvario y entreguemos nuestro corazón a la
Santísima Virgen María, para que obtengamos a cambio algo infinitamente más
grandioso que el Reino de los cielos: el seno de Dios Padre.
Oración
final: “Dios mío, yo
creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni
esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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