Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la quema
indiscriminada de cruces llevada a cabo por la secta comunista en China. La información relativa a tan lamentable suceso se puede
encontrar en el siguiente enlace:
La
nota en cuestión afirma lo siguiente: “Pekín (China) (AICA): En nombre de la
“sinización”, en pos de crear un cristianismo con “características chinas”, las
autoridades de gobierno están quemando cruces y sustituyéndolas con las
banderas rojas de China; en los edificios religiosos se exhiben eslóganes que
exaltan el Partido y los valores del socialismo, mientras se eliminan las
imágenes sacras, por considerarlas demasiado occidentales”.
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento
del altar”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).
Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En la Sagrada Escritura se
habla muy a menudo –con respeto y admiración- de los cedros del Líbano[1]. Por
ejemplo, en el Salmo 103, se dice que “Dios mismo ha plantado los cedros”; en
el Salmo 91, el justo –el que está en gracia delante de Dios y es agradable a
sus ojos- es comparado con el cedro que “ha sido plantado en la casa del Señor”[2]. Incluso
la Sagrada Escritura llega a hablar de “los cedros de Dios”, pero jamás habla
de estos árboles como si fueran una divinidad, porque eso sería paganismo, sino
que habla de estos grandiosos árboles en el sentido de que la grandeza y
majestuosidad del árbol reflejan y revelan un aspecto de la grandeza y majestad
de Dios. Ahora bien, resulta sorprendente que la Santa Madre Iglesia alabe a un
árbol que es más magnífico, más grandioso y más majestuoso que los “cedros de
Dios” y éste árbol no es otro que el Árbol de la Cruz y su grandeza y
majestuosidad y magnificencia se deben a que éste Árbol de la Cruz posee un
Fruto exquisito, que no lo poseen los cedros del Líbano y ése Fruto exquisito
es el Hijo de Dios encarnado. Dice así la Iglesia a este Árbol Santo: “Sólo tú
has sido exaltado por encima de todos los cedros; de ti estuvo suspendida la
vida del mundo; en ti triunfó Cristo; en venció la muerte a la muerte para
siempre”[3]. ¡Oh Árbol Santo de la Cruz, más majestuoso y
grandioso que los cedros del Líbano, danos siempre de tu Fruto exquisito,
Cristo Jesús!
Un Padre Nuestro, diez Ave
Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo
Rosario.
Meditación.
La Santa Madre Iglesia
considera entonces, a este Árbol de la Cruz, no solo como más grandioso,
magnífico y majestuoso que los “árboles de Dios”, los cedros de la Sagrada Escritura,
sino que le atribuye a este Árbol Santo una grandiosidad que supera no ya a los
árboles, sino a los astros. A esto se refiere la Iglesia cuando canta: “¡Oh
Cruz, más esplendorosa que todos los astros! ¡Más gloriosa que el mundo, amable
en extremo para los hombres, más santa que nadie! ¡Tú sola fuiste digna de
llevar el precio del mundo! ¡Madero amado, clavos amados! Llevas una carga
amada, madero…”[4].
La Cruz de Cristo, entonces, es un Árbol amado, porque Él lleva una “carga
amada”, el Hombre-Dios, que con su sacrificio en el madero de la Cruz salvó a
los hombres del Demonio, lavó los pecados de sus almas y venció a la Muerte
para siempre, dándoles su Vida eterna, la Vida que brotó de su Corazón
traspasado. Si para el mundo la Cruz es un patíbulo que levanta al criminal en
lo alto para quitarlo de en medio, para la Iglesia la Cruz es tres veces santa,
porque Tres veces Santo es el Hombre-Dios que de ella cuelga, y si es levantado
en alto, no es porque sea un criminal, sino que es el Cordero Inocente que con
su Sangre compra la vida de los hombres que cometen día a día el crimen del
pecado y si es elevado en lo alto, no es para ser quitado de este mundo, sino
para “atraer a todos hacia sí”, con la fuerza del Amor del Espíritu Santo que
brota de su Corazón traspasado.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo
Rosario.
Meditación.
Para el hombre de todos los
tiempos, el árbol, por su contenido de frutos, ha sido siempre un símbolo y una
prenda de vida, porque de sus frutos podía obtener alimento para sobrevivir,
además de ser lugar de refugio y de descanso, frente a las inclemencias del
tiempo. En el libro de Job se expresa esta admiración por el árbol que, aunque cortado,
puede reverdecer: “Cortado, reverdece y echa nuevos retoños” (cfr. Job 14, 7-12). Ahora bien, para la
Iglesia, como hemos visto, hay, por encima de todos los árboles, un árbol de la
vida, que es vital literalmente para el alma, porque al igual que los otros
árboles, este Árbol Santo da vida, sí, pero vida sobrenatural, porque es la
vida divina que brota del Corazón traspasado del Salvador. Como los otros
árboles, el Árbol Santo de la Cruz da refugio al alma, pero no para las
inclemencias del tiempo o las bestias, sino que es refugio segurísimo contra
las acechanzas y perversidades del Enemigo de las almas, el Ángel caído, el
Diablo o Satanás. Quien se refugia a la sombra de la Cruz, tiene protección
segurísima y su alma resistirá con toda fuerza y valor los embates del
Tentador. Entonces, de igual manera, así como un árbol terreno sirve al hombre
de alimento por sus frutos y de refugio seguro, así también, pero de un modo
inconmensurablemente más grandioso, el Árbol de la Cruz le sirve de alimento
espiritual, porque lo alimenta con su Fruto exquisito, el Sagrado Corazón de
Jesús y le sirve de refugio espiritual, porque lo protege contra las acechanzas
del Príncipe de las tinieblas. Éstas son las razones por las cuales la Santa
Madre Iglesia exalta, alaba, ensalza y se gloría en el Árbol Santo de la Cruz,
el Único Árbol de la Vida sobrenatural de Dios para el alma. ¡Oh Santo Árbol de la Cruz, haz que nos
alimentemos siempre de tu Fruto exquisito, el Corazón de Jesús y sé siempre,
para nosotros, refugio y protección para nuestras almas!
Un Padre Nuestro, diez Ave
Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo
Rosario.
Meditación.
Según los planes y la voluntad de Dios, el primer hombre,
Adán, y su esposa, Eva, debían alimentarse de los frutos de los árboles del
Paraíso, de manera de alcanzar así la vida eterna y divina[5]. Sin
embargo, el hombre –Adán y Eva-, en vez de obedecer la voluntad de Dios y
escuchando la voz de la Serpiente Antigua en lugar de la voz de Dios, “prefirió
comer del fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal” y así
su alma, en vez de vivir con la vida divina, murió a la vida de Dios, perdiendo
la gracia. A partir de entonces, el hombre se volvió esclavo de tres grandes
enemigos: el Demonio, el Pecado y la Muerte. Pero como dice la Santa Iglesia, Dios
dispuso que si el hombre encontró la muerte y el Demonio lo venció en un árbol,
el hombre encontrara también la vida divina y viera vencido al Demonio en otro
árbol, el Árbol Sacrosanto de la Cruz. En el Árbol Sacrosanto de la Cruz, el
hombre recibe la vida misma de Dios Uno y Trino y obtiene, por asociación y
participación a la victoria de Cristo, la más completa victoria sobre el
Enemigo de las almas. ¡Salve, oh Cruz
Sacrosanta, en donde encontramos la vida divina que alimenta nuestras almas y
en donde vencemos, con la victoria de Cristo, a la Serpiente Antigua, el
Acusador, de una vez y para siempre!
Un Padre Nuestro, diez Ave
Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo
Rosario.
Meditación.
Por el pecado de Adán y Eva, pecado que consistió en
desobedecer la voz de Dios y oír y obedecer a la voz de la Serpiente Antigua,
el hombre perdió el Paraíso y quedó sometido al imperio de la Muerte y del
Pecado; por la acción salvífica del Hombre-Dios, que dio su vida divina en la
Cruz, el hombre no solo se vio libre de la Muerte, porque recibió la vida de
Dios, sino que también se vio libre del Pecado, porque el Cordero de Dios le
quitó sus pecados, lavándolos con su Sangre Preciosísima, brotada a raudales de
sus heridas abiertas. Si por el pecado original los querubines le cerraron al
hombre las puertas del Paraíso y le quedó prohibido el acceso a la vida de Dios
y con Dios, ahora, con el Árbol de la Vida, el hombre tiene acceso a una vida
superior a la que tenía en el Paraíso, porque es la vida de hijo de Dios, al
haber sido adoptado como hijo por la gracia y si el paso al Paraíso le estaba antes
cerrado por los ángeles y querubines, ahora, en la cima del Monte Calvario, el
hombre tiene acceso a algo que es infinitamente más grandioso que el primer
Paraíso, porque por la Cruz, por el Sagrado Corazón de Jesús que cuelga de la
Cruz, el hombre tiene acceso, llevado por el Espíritu Santo, al seno mismo de
Dios Padre. ¡Oh Cruz Sacrosanta, te
adoramos y te exaltamos y te abrazamos con amor, porque de ti recibimos la
Sangre Preciosísima del Cordero de Dios, Sangre que no solo quita nuestros
pecados y nos da la vida divina, sino que nos introduce, por el Amor de Dios,
en el seno del Eterno Padre!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de
los Ángeles”.
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