Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la profanación eucarística
ocurrida en Río Tercero, Córdoba,
Argentina, el pasado día 20 de junio de 2018. La información relativa al
lamentable hecho se puede encontrar en los siguientes enlaces:
Como siempre lo hacemos, además de la
reparación, pediremos por la conversión de quienes cometieron tan repudiable
sacrilegio, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres
queridos y la del mundo entero.
Canto
inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por
los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).
Primer
misterio del Santo Rosario.
Meditación
Existe
una relación entre la comida festiva judía, como la Pascua, y la Última Cena,
la Pascua cristiana: en la Pascua judía, el jefe de familia, sentado a la mesa,
tomaba un trozo de pan, lo elevaba en alto y en nombre de todos pronunciaba la
bendición, recordando los beneficios del Señor y dando gracias a su Nombre;
luego, partía el pan y lo distribuía a los comensales[1]. Tiempo
después, tomaba el cáliz de vino y, teniéndolo en alto, daba gracias y luego
bebía un sorbo. Todos respondían con un “amén”, tanto a la bendición del pan
como del vino. Esta acción representaba ingresar en la corriente de bendición
de Dios y realizar una comunión de vida entre Dios y los comensales y entre los
comensales entre sí. Representaba por lo tanto la unión entre ellos mismos entre
ellos y Dios, Dador de todo don y presente en la fraternidad de la mesa. Sin embargo,
la Pascua judía era solo una figura de la Pascua real y verdadera, la Pascua
cristiana, la Pascua de Cristo: todo lo que estaba representado y figurado en
la Pascua judía, es realidad en la Santa Misa, la Pascua cristiana, la comida
festiva y sobrenatural cristiana.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación
En
la Santa Misa, el sacerdote ministerial toma el pan, pronuncia las palabras de
la consagración sobre él, lo eleva y da gracias y luego hace lo mismo con el
vino estableciendo así, por la consagración y la Presencia real, verdadera y
substancial de Dios sobre el altar eucarístico, la unión y la comunión de vida
y amor de los que participan a la Santa Misa con Dios y, en Dios, entre ellos
mismos. Esta comunión de vida y amor se da de modo similar a la Pascua judía,
solo que mientras en esta todo era figura y representación, en la Pascua
cristiana, la Santa Misa, todo es la realidad figurada en la Pascua judía. A diferencia
de la Pascua judía, en la que la acción de gracias era meramente enunciada, en
la Santa Misa esta acción de gracias no es meramente pronunciada, sino acción
de gracias hecha realidad por la entrega real del Cuerpo real de Cristo en el
altar de la cruz y en la cruz del altar. La Sagrada Eucaristía es la Presencia
real no de la bondad de Dios, tal como era representada y figurada en la pascua
judía, sino que es la Presencia del Dios Amor y Bondad infinitas en Persona, en
la Hostia consagrada.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación
El
Evangelio nos relata cómo Jesús se sienta a la mesa con los pecadores y el
sentido es el de revelar que los tiempos de la salvación mesiánica ya han
llegado y que Dios, Presente en Persona en Jesús, que es el Unigénito
encarnado, llama a todos a “comer” y “beber” a la mesa del Reino (cfr. Lc 22, 30; Is 55, 1-3)[2]. La
Última Cena está en estrecha relación con estas comidas de Jesús con los
pecadores pues en ella se da el cumplimiento del sentido último del
comportamiento de Jesús de “sentarse a la mesa con los pecadores”. En efecto,
en la Última Cena se cumple lo que Jesús anticipaba al comer con los pecadores:
Dios llama a sus hijos a comer y a beber, pero no ya alimentos terrenos, sino
su propio Cuerpo y su propia Sangre, que han pasado ya por el misterio de
muerte y resurrección y por lo tanto son su Cuerpo y su Sangre glorificados,
llenos del Espíritu Santo. Por eso mismo, los pecadores que participan de la
Última Cena y “comen y beben” en esta mesa escatológica, se llenan del Espíritu
Santo -aunque el requisito es, obviamente, que el alma comulgue en gracia, es
decir, que haya recibido antes el perdón sacramental de los pecados. Cada vez
que participamos de la Santa Misa y recibimos el Cuerpo y la Sangre de Jesús en
la Eucaristía, asumimos el papel de los pecadores del Evangelio con los cuales
el Señor se sentaba a comer, aunque a diferencia de ellos, lo hacemos habiendo
sido redimidos por la Sangre del Salvador.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación
En el Evangelio, Jesús no solo come con los pecadores antes
de la resurrección, sino que cena también con ellos luego de resucitar. Son tres
o cuatro las comidas del Señor con los apóstoles, luego de resucitar (cfr. Lc 24, 13-35; Mc 14, 16; Jn 21, 9-14)[3]. Jesús
come con ellos no solo para convencerlos de la realidad de la resurrección –Jesús
les muestra las llagas y luego pide de comer- y por lo tanto así reforzar la
débil fe de los apóstoles, sino también para mostrar cómo Él, después de
resucitado, se hace presente entre los suyos y continúa estando presente entre
ellos mediante el signo pascual de la comida[4]. Así
como Jesús después de resucitar se hace presente y come con los apóstoles, así
también Jesús resucitado se hace Presente en la Santa Misa -actualización y
representación sacramental, tanto de la Última Cena, como del Santo Sacrificio de
la Cruz-, por lo que el asistir a la Santa Misa, para nosotros, que vivimos a
más de veinte siglos del hecho de la Resurrección, es el equivalente a comer
con Jesús resucitado, como lo hacían los apóstoles con el Señor, solo que a
nosotros Jesús no nos pide de comer, sino que se nos da como alimento, con su
Cuerpo resucitado y glorioso, en la Eucaristía.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación
Jesús se sienta a la mesa también con los discípulos de
Emaús; en el episodio, se significa que Jesús está presente en medio de su
Iglesia, aun cuando los discípulos de Emaús no sepan reconocerlo y se significa
también que esta presencia de Jesús resucitado se hace más patente -en el
sentido de visibilidad- al partir el pan, porque es el momento en el que los
discípulos de Emaús lo reconocen[5]. Entonces,
que Jesús camine con los discípulos de Emaús aunque estos no lo reconozcan,
simboliza la Presencia del Señor resucitado en su iglesia, aun cuando muchos
piensen que Jesús está ausente; el hecho de que sea reconocido al momento de
partir el pan, significa que la Iglesia no lo ve en forma corpórea, pero sí lo “ve”
en su Presencia real, verdadera y substancial, en la Eucaristía. Por último, los
discípulos de Emaús cenaron con Jesús y lo reconocieron al partir el pan y en
ese momento Jesús desapareció; nosotros no lo vemos con los ojos del cuerpo,
como lo hicieron los discípulos de Emaús, pero sí lo vemos con los ojos del
alma iluminados por la luz de la fe, en la Sagrada Eucaristía, y no solo lo
vemos, sino que nos alimentamos de Él por la comunión eucarística.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por
los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a
Nuestra Señora de los ángeles”.
[1] Cfr. Carlo Rocchetta, I
Sacramenti della fede, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna7 1998,
96ss.
[2] Cfr. Rocchetta, ibidem.
[3] Cfr. Rocchetta, ibidem.
[4] Cfr. Rocchetta, ibidem.
[5] Cfr. Rocchetta, ibidem.
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