Inicio: ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por la profanación de una
iglesia católica en Bélgica, en la que los musulmanes celebraron el fin del
Ramadán dentro de la iglesia. La información pertinente a tan lamentable hecho sacrílego se puede encontrar en el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por
los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cual es Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
La Encarnación del Hombre-Dios es un misterio sobrenatural y
en cuanto tal, se encuentra por fuera del alcance de la razón natural[1]. No
porque sea irracional, sino porque es sobrenatural, es decir, sobrepasa la
capacidad de raciocinio por lo que para llegar a él, la razón natural necesita
del auxilio de la gracia santificante. Es en este misterio de la Encarnación
del Logos del Padre en el que la totalidad del plan divino de salvación
encuentra su vértice, su punto de convergencia y la posibilidad de comprensión.
En otras palabras, si no se contempla el misterio de la Encarnación a la luz de
la gracia y de la fe, no se puede comprender y no se entiende el plan divino de
salvación. Jesucristo no es un “gran hombre”, uno de esos que cada tanto
aparecen en la humanidad, no es tampoco un hombre santo, ni siquiera el más
santo entre los santos, en el cual la gracia santificante cumple su obra
uniendo al hombre Jesús en modo perfecto con Dios. Nada de eso: Jesucristo es
el Hombre-Dios, es la Segunda Persona de la Trinidad unida a una naturaleza
humana no de forma substancial ni accidental, sino personal, de manera tal que
la naturaleza humana de Jesús de Nazareth es la naturaleza humana del Verbo de
Dios Encarnado[2].
Si no se parte desde estas consideraciones, se rebaja y reduce el misterio
sublime, sobrenatural y absoluto de la Encarnación del Verbo al mísero
horizonte de la capacidad de la razón humana[3] y
así, se rebaja el misterio de la Iglesia Católica y el misterio de la
prolongación de la Encarnación del Verbo en el seno virginal de la Iglesia, el
altar eucarístico, en la Eucaristía.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El misterio de la Encarnación –y el misterio
indisolublemente conexo de la Eucaristía como prolongación de la Encarnación-
es tan majestuosamente alto y tan sublimemente sobrenatural, que es imposible
para la razón deducirlo por sí misma y nunca podría acceder a él si no nos
hubiera sido revelado por el Verbo Encarnado en Persona, Jesús de Nazareth. Es decir,
es imposible para la razón el deducir, con rigor lógico, la existencia
necesaria de la Encarnación partiendo de la reflexión acerca del estado concreto
del hombre y del universo[4]. No
puede la razón deducir, ni que Dios es Trino, ni mucho menos, que Dios Hijo, se
ha encarnado en el seno virgen de María. Tampoco puede deducir que ese Hijo de
Dios encarnado, al cumplir su misterio pascual de muerte y resurrección, al
mismo tiempo que asciende con su Cuerpo glorioso a los cielos, cumple con su
promesa de quedarse con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” -con
el mismo Cuerpo glorioso con el que ascendió a los cielos- en el sagrario, en
la Eucaristía. Nada de esto podría conocer la razón natural, si no fuera
revelado por el Hijo de Dios encarnado, Cristo Jesús. La Encarnación del Verbo
de Dios trasciende de tal manera el orden racional y natural que no hay en él
ni una motivación suficiente para su actuación, ni una imagen proporcionada
para su esencia y por este motivo es un misterio en el sentido más estricto de
la palabra, y un misterio sobrenatural absoluto[5]. ¡Oh Dios, que al meditar en tu santa
Encarnación y en la prolongación de tu Encarnación, la Sagrada Eucaristía, no
rebajemos nunca tan grandioso misterio a los estrechos límites de nuestra razón
humana!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
No
es intrascendente afirmar que el Verbo se encarnó y que por lo tanto Jesús de Nazareth
no es un hombre más ni una persona humana, porque es el Hombre-Dios y la
Persona Segunda de la Trinidad: al estar la humanidad de Cristo unida en forma
personal –hipostática- a la Segunda Persona de la Trinidad, recibe de ésta la
plenitud de santidad, de gracia, de ciencia, de visión beatífica[6],
nada de lo cual podría recibir si Jesús fuera una persona humana y no divina. Por
esto mismo, el nombre de Cristo es el Ungido por excelencia, ya que este nombre
expresa de modo vivo el misterio del Hombre-Dios, porque Cristo es ungido, en
el momento en el que su Humanidad es creada, por la divinidad de la Persona
Segunda de la Trinidad y por el Espíritu Santo que procede del Padre y del
Hijo. En otras palabras, Cristo es el Ungido por excelencia porque su unción no
es otra cosa que la plenitud total de la divinidad del Verbo, unido
personalmente a la humanidad que vive en ella corporalmente. La unción de
Cristo no es con el aceite perfumado creatural con el que se ungían los
sacerdotes, profetas y reyes, sino con el bálsamo perfumado de la divinidad,
que con su fuerza vivificante y con su perfume exquisito de santidad la penetra
de manera tal que Cristo puede ejercer sobre los hombres esa misma fuerza
vivificante divina y colmarlos de los sagrados perfumes de la santidad divina[7].
¿Y de qué manera Cristo, Verbo Divino, comunica de su divinidad a los hombres? Por
medio de la Comunión Eucarística. Quien se une a Cristo Jesús por la Eucaristía
–por la Comunión y por la Adoración- recibe de Él la divinidad de la cual su
humanidad santísima está colmada.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Los Padres de la Iglesia afirman que Cristo es el Ungido y
con esto quieren significar que Cristo, en el momento de la Encarnación en el
seno virgen de María, cuando su humanidad fue creada e inmediatamente unida a
la Persona del Verbo de Dios, fue ungida por el Espíritu Santo, porque el
Espíritu Santo procede del Verbo y del Padre. Fue entonces el Espíritu Santo el
que descendió sobre la humanidad de Cristo y, como efusión o perfume del
ungüento que es Cristo mismo, unge y aromatiza con su suave fragancia la
humanidad de Cristo Jesús[8].
Aunque propiamente la fuente de la unción es Dios Padre, porque sólo Él
comunica al Hijo la dignidad y la naturaleza divina, por la cual es ungida la
humanidad asumida en la Persona divina del Verbo. Como esta unción plenifica a
la humanidad de Cristo con la plenitud de la divinidad, la eleva a la más alta
dignidad que pueda imaginarse y la coloca –a esta humanidad de Cristo- en el
trono mismo de Dios; allí, sostenida por la Persona divina, se convierte por lo
tanto en digna de adoración como Dios mismo. Y es esta mismísima humanidad de
Cristo, unida a la Persona del Verbo y colocada en el trono de Dios y que
recibe la adoración de ángeles y santos, la que se encuentra oculta bajo las
especies eucarísticas, por lo que la adoración eucarística hecha en la tierra,
delante de la custodia o del sagrario, es el equivalente, para nosotros los
mortales, a la adoración que en el cielo le tributan al Cordero los
bienaventurados ángeles y santos.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Es en esto en lo que consiste el misterio de Cristo: en que
la unción divina, derramándose desde la surgente primitiva de la divinidad
sobre la humanidad, sumerge a la creatura –la humanidad- en Dios y lo
convierte, no en un hombre divinizado, sino en el verdadero Hombre-Dios. El
misterio de Cristo por excelencia, entonces –y el misterio de la Eucaristía- no
consiste en que es ungido únicamente por efusión del Espíritu Santo en la
gracia divinizadora, sino por la unión personal con el principio del Espíritu
Santo[9]. La
unción divina pertenece a la esencia de Cristo Jesús, por lo cual “Cristo” y “Hombre-Dios”
significan una misma y sola cosa: ambos nombres expresan el misterio
incomprensible, sublime, majestuoso, escondido en la Persona de Jesús: Jesús es
el Salvador por su constitución teándrica, esto es, por ser el Hombre-Dios, el
Hombre cuya humanidad está unida personalmente a la Persona del Hijo de Dios y
que salva a los hombres en virtud de esta unión. La esencia mística de la
Persona se encuentra en el nombre “Cristo” –Ungido-, el cual, en cuanto tal,
está llamado a ejercer su función redentora. Al momento de ser ungida su
humanidad en el seno de la Virgen, Cristo recibió la plenitud de la divinidad y
desde Él se propaga esta plenitud de la divinidad a todos aquellos que, por la
unión con Cristo Eucaristía, se convierten así en otros tantos “Cristos” y “un
solo Cristo con Él”[10]. Entonces,
cuanto más el alma adore a Cristo Eucaristía y se una a Él por la comunión
sacramental, tanto más será el alma divinizada con la plenitud de la divinidad
que inhabita en Cristo Jesús, el Cordero de Dios.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por
los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cual es Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Cantemos al
Amor de los amores”.
[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, en Francesco
Saverio Pancheri, Il mistero di
Cristo, Edizioni Messaggero Padova, Padua 1984, 41.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Cfr. ibidem.
[8] Cfr. ibidem.
[9] Cfr. ibidem.
[10] Cfr. ibidem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario