jueves, 21 de junio de 2018

Hora Santa en reparación por profanación de iglesia por parte de musulmanes Bélgica 070518



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por la profanación de una iglesia católica en Bélgica, en la que los musulmanes celebraron el fin del Ramadán dentro de la iglesia. La información pertinente a tan lamentable hecho sacrílego se puede encontrar en el siguiente enlace:

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cual es Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

         Meditación.

         La Encarnación del Hombre-Dios es un misterio sobrenatural y en cuanto tal, se encuentra por fuera del alcance de la razón natural[1]. No porque sea irracional, sino porque es sobrenatural, es decir, sobrepasa la capacidad de raciocinio por lo que para llegar a él, la razón natural necesita del auxilio de la gracia santificante. Es en este misterio de la Encarnación del Logos del Padre en el que la totalidad del plan divino de salvación encuentra su vértice, su punto de convergencia y la posibilidad de comprensión. En otras palabras, si no se contempla el misterio de la Encarnación a la luz de la gracia y de la fe, no se puede comprender y no se entiende el plan divino de salvación. Jesucristo no es un “gran hombre”, uno de esos que cada tanto aparecen en la humanidad, no es tampoco un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los santos, en el cual la gracia santificante cumple su obra uniendo al hombre Jesús en modo perfecto con Dios. Nada de eso: Jesucristo es el Hombre-Dios, es la Segunda Persona de la Trinidad unida a una naturaleza humana no de forma substancial ni accidental, sino personal, de manera tal que la naturaleza humana de Jesús de Nazareth es la naturaleza humana del Verbo de Dios Encarnado[2]. Si no se parte desde estas consideraciones, se rebaja y reduce el misterio sublime, sobrenatural y absoluto de la Encarnación del Verbo al mísero horizonte de la capacidad de la razón humana[3] y así, se rebaja el misterio de la Iglesia Católica y el misterio de la prolongación de la Encarnación del Verbo en el seno virginal de la Iglesia, el altar eucarístico, en la Eucaristía.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Segundo Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         El misterio de la Encarnación –y el misterio indisolublemente conexo de la Eucaristía como prolongación de la Encarnación- es tan majestuosamente alto y tan sublimemente sobrenatural, que es imposible para la razón deducirlo por sí misma y nunca podría acceder a él si no nos hubiera sido revelado por el Verbo Encarnado en Persona, Jesús de Nazareth. Es decir, es imposible para la razón el deducir, con rigor lógico, la existencia necesaria de la Encarnación partiendo de la reflexión acerca del estado concreto del hombre y del universo[4]. No puede la razón deducir, ni que Dios es Trino, ni mucho menos, que Dios Hijo, se ha encarnado en el seno virgen de María. Tampoco puede deducir que ese Hijo de Dios encarnado, al cumplir su misterio pascual de muerte y resurrección, al mismo tiempo que asciende con su Cuerpo glorioso a los cielos, cumple con su promesa de quedarse con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” -con el mismo Cuerpo glorioso con el que ascendió a los cielos- en el sagrario, en la Eucaristía. Nada de esto podría conocer la razón natural, si no fuera revelado por el Hijo de Dios encarnado, Cristo Jesús. La Encarnación del Verbo de Dios trasciende de tal manera el orden racional y natural que no hay en él ni una motivación suficiente para su actuación, ni una imagen proporcionada para su esencia y por este motivo es un misterio en el sentido más estricto de la palabra, y un misterio sobrenatural absoluto[5]. ¡Oh Dios, que al meditar en tu santa Encarnación y en la prolongación de tu Encarnación, la Sagrada Eucaristía, no rebajemos nunca tan grandioso misterio a los estrechos límites de nuestra razón humana!

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Tercer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

No es intrascendente afirmar que el Verbo se encarnó y que por lo tanto Jesús de Nazareth no es un hombre más ni una persona humana, porque es el Hombre-Dios y la Persona Segunda de la Trinidad: al estar la humanidad de Cristo unida en forma personal –hipostática- a la Segunda Persona de la Trinidad, recibe de ésta la plenitud de santidad, de gracia, de ciencia, de visión beatífica[6], nada de lo cual podría recibir si Jesús fuera una persona humana y no divina. Por esto mismo, el nombre de Cristo es el Ungido por excelencia, ya que este nombre expresa de modo vivo el misterio del Hombre-Dios, porque Cristo es ungido, en el momento en el que su Humanidad es creada, por la divinidad de la Persona Segunda de la Trinidad y por el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. En otras palabras, Cristo es el Ungido por excelencia porque su unción no es otra cosa que la plenitud total de la divinidad del Verbo, unido personalmente a la humanidad que vive en ella corporalmente. La unción de Cristo no es con el aceite perfumado creatural con el que se ungían los sacerdotes, profetas y reyes, sino con el bálsamo perfumado de la divinidad, que con su fuerza vivificante y con su perfume exquisito de santidad la penetra de manera tal que Cristo puede ejercer sobre los hombres esa misma fuerza vivificante divina y colmarlos de los sagrados perfumes de la santidad divina[7]. ¿Y de qué manera Cristo, Verbo Divino, comunica de su divinidad a los hombres? Por medio de la Comunión Eucarística. Quien se une a Cristo Jesús por la Eucaristía –por la Comunión y por la Adoración- recibe de Él la divinidad de la cual su humanidad santísima está colmada.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Cuarto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         Los Padres de la Iglesia afirman que Cristo es el Ungido y con esto quieren significar que Cristo, en el momento de la Encarnación en el seno virgen de María, cuando su humanidad fue creada e inmediatamente unida a la Persona del Verbo de Dios, fue ungida por el Espíritu Santo, porque el Espíritu Santo procede del Verbo y del Padre. Fue entonces el Espíritu Santo el que descendió sobre la humanidad de Cristo y, como efusión o perfume del ungüento que es Cristo mismo, unge y aromatiza con su suave fragancia la humanidad de Cristo Jesús[8]. Aunque propiamente la fuente de la unción es Dios Padre, porque sólo Él comunica al Hijo la dignidad y la naturaleza divina, por la cual es ungida la humanidad asumida en la Persona divina del Verbo. Como esta unción plenifica a la humanidad de Cristo con la plenitud de la divinidad, la eleva a la más alta dignidad que pueda imaginarse y la coloca –a esta humanidad de Cristo- en el trono mismo de Dios; allí, sostenida por la Persona divina, se convierte por lo tanto en digna de adoración como Dios mismo. Y es esta mismísima humanidad de Cristo, unida a la Persona del Verbo y colocada en el trono de Dios y que recibe la adoración de ángeles y santos, la que se encuentra oculta bajo las especies eucarísticas, por lo que la adoración eucarística hecha en la tierra, delante de la custodia o del sagrario, es el equivalente, para nosotros los mortales, a la adoración que en el cielo le tributan al Cordero los bienaventurados ángeles y santos.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         Es en esto en lo que consiste el misterio de Cristo: en que la unción divina, derramándose desde la surgente primitiva de la divinidad sobre la humanidad, sumerge a la creatura –la humanidad- en Dios y lo convierte, no en un hombre divinizado, sino en el verdadero Hombre-Dios. El misterio de Cristo por excelencia, entonces –y el misterio de la Eucaristía- no consiste en que es ungido únicamente por efusión del Espíritu Santo en la gracia divinizadora, sino por la unión personal con el principio del Espíritu Santo[9]. La unción divina pertenece a la esencia de Cristo Jesús, por lo cual “Cristo” y “Hombre-Dios” significan una misma y sola cosa: ambos nombres expresan el misterio incomprensible, sublime, majestuoso, escondido en la Persona de Jesús: Jesús es el Salvador por su constitución teándrica, esto es, por ser el Hombre-Dios, el Hombre cuya humanidad está unida personalmente a la Persona del Hijo de Dios y que salva a los hombres en virtud de esta unión. La esencia mística de la Persona se encuentra en el nombre “Cristo” –Ungido-, el cual, en cuanto tal, está llamado a ejercer su función redentora. Al momento de ser ungida su humanidad en el seno de la Virgen, Cristo recibió la plenitud de la divinidad y desde Él se propaga esta plenitud de la divinidad a todos aquellos que, por la unión con Cristo Eucaristía, se convierten así en otros tantos “Cristos” y “un solo Cristo con Él”[10]. Entonces, cuanto más el alma adore a Cristo Eucaristía y se una a Él por la comunión sacramental, tanto más será el alma divinizada con la plenitud de la divinidad que inhabita en Cristo Jesús, el Cordero de Dios.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cual es Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto final: “Cantemos al Amor de los amores”.

        
        



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, en Francesco Saverio Pancheri, Il mistero di Cristo, Edizioni Messaggero Padova, Padua 1984, 41.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
[7] Cfr. ibidem.
[8] Cfr. ibidem.
[9] Cfr. ibidem.
[10] Cfr. ibidem.

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