Blasfemia en el Met. Rihanna, cantante rayana en lo obsceno, vestida como papisa.
Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por el blasfemo desfile de
modas llevado a cabo en el Museo Metropolitano –“Met”- de Nueva York el 07 de
mayo de 2018. En el mismo, se usó de modo impúdico, sensual y obsceno,
paramentos correspondientes a cargos dignatarios de la Iglesia, como por
ejemplo, “la tiara de Pío IX, zapatos de San Juan Pablo II y la casulla de Pío
XI”. La noticia acerca de tan lamentable suceso se puede encontrar en el
siguiente enlace:
Canto inicial: “Postrado a vuestros
pies humildemente”.
Oración
inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Blasfemia en el Met. Rihanna, cantante rayana en lo obsceno, vestida como papisa.
Enunciación
del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
La
luz de la fe, que muestra la gloria y la dulzura de la gracia, ablanda el
corazón del pecador y lo sacude profundamente revelándole los males y castigos
que le esperan si permanece al margen de la gracia[1].
El temor natural, por grande que sea, no nos prepara para la recepción de la
gracia; en cambio, el temor sobrenatural a la cólera de Dios y sus
consecuencias supone la fe sobrenatural y es despertado por el Espíritu Santo, haciéndonos
sentir vivamente cuánto nos perjudicamos al perderlo y cuántos son los
espantosos castigos con que Dios castigará su desprecio. Este temor
sobrenatural de Dios, que nos hace temer su castigo eterno y nos hace desear el
no ofenderlo, es un don del Espíritu Santo que penetra en el alma como afilada
espada y que corta los lazos que nos atan a los objetos amados pecaminosamente.
Esta espada se mantiene suspendida sobre nuestra cabeza hasta que nos hayamos
refugiado bajo el manto de la gracia y ocultado en el seno de Dios. Si
permanecemos sordos a esta advertencia, es porque voluntariamente y
temerariamente deseamos rechazar la divina gracia, olvidando la terrible
sentencia que Dios dictará un día contra los que menospreciaron ese don: “¡Apartaos
de Mí, malditos, obradores de iniquidad, al fuego eterno, preparado para el
Diablo y sus ángeles!” (cfr. Lc 23,
25-27). Dios es Amor misericordioso, pero si rechazamos el don del Espíritu
Santo del temor de Dios, que nos hace desear la gracia, inevitablemente
viviremos y también moriremos sin la gracia, haciéndonos merecedores de la
sentencia del Terrible Juez.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Es
verdad que Dios es Amor Misericordioso, pero también es verdad que, si el
pecador persiste en su maldad, la paciencia de Dios y también su misericordia
se terminan, para dar paso a su Justicia. En efecto, Dios no sería Dios si
fuera injusto, y es injusto que no dé al pecador lo que pecador desea: el
pecador, rechazando el don del temor de Dios, no quiere refugiarse bajo los
rayos de su Divina Misericordia y temerariamente elige enfrentar a Dios,
diciéndole: “¡No quiero tu Misericordia!”. Lo que sucede es que, quien se niega
a la Misericordia Divina, recibe la Justicia Divina. Por eso Dios dice al
pecador: “Verteré mi cólera en la medida de mi misericordia” (Ecli 16, 12-13). En la misma medida con
que Dios intentaba atraer al pecador con el Amor de su Sagrado Corazón, en la
misma medida ahora lo rechazará, con toda la fuerza de su Ser, como un amante
despechado no quiere saber ya nada con quien amó hasta la locura, pero lo
rechazó una y otra vez, hasta el cansancio. Es decir, cuanto mayor ha sido y se
ha mostrado la Divina Misericordia, haciéndonos hijos suyos por la gracia,
tanto más terriblemente se dejará sentir la severidad de su Justicia Divina
cuando descargue ésta sobre aquellos que despreciaron la gracia[2] y
persistieron en su malicia. ¡Ay de aquel
que desaproveche el tiempo de la Misericordia y, haciendo burla del temor de
Dios, rechace la gracia de la conversión y se atreva a despreciar y desafiar al
Dios Tres veces Santo!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Por
su Amor, Dios promete, por medio de la gracia, inundarnos y colmarnos de
bendiciones, al punto de inundar nuestra alma, por así decirlo, en la Bondad
divina. Un ejemplo puede darnos una idea: así como una esponja, que no desea
otra cosa que estar empapada en el agua, si es arrojada al mar ve satisfecho su
deseo y aún al infinito, porque toda el agua del mar es para ella, aun cuando
su capacidad de absorber tanta agua sea limitada, así Dios desea sumergirnos en
ese Océano de Misericordia que es su Sagrado Corazón y es para ello que nos
atrae continuamente desde la cruz, como Él lo dijo: “Cuando Yo sea levantado en
alto, atraeré a todos hacia Mí” y todo esto, por el solo hecho de unirnos a sí,
a su Sagrado Corazón trinitario, para inundarnos de amor y delicias. Pero dice
también la Escritura que “saciará sobre los pecadores su cólera” (Ez 6, 12),
porque nada hay tan sensible como un amor despreciado y rechazado una y otra
vez y no solo, sino también, ultrajado. Cuanto más tierno y dulce haya sido el
amor, tanto más fuerte, amarga y terrible será la cólera divina, desatada sin
medida –como sin medida era el Amor con el que quería amarlo- contra el pecador
que rechace su Amor; tanto más dura y severa será la ira de Dios, cuanto más
haya sido el desprecio y rechazo del pecador para con su Misericordia. Y así es
como lo dice la Escritura: “En la medida en que el Señor se regocija antes en
hacernos el bien y en acrecentarlo, se gozará en perderos y en aniquilaros” (Deut 18, 63). Dios, Fuego de Amor
Divino, es también Fuego de cólera infinita. Si es benéfico y amable cuando nos
da su gracia, es terrible y cruel cuando hiere, consume, desgarra y tortura a
los que se endurecieron contra sus bendiciones, y su cólera dura lo que la
eternidad. ¡Ay de aquel que, haciendo
mofa de la santidad del Dios Tres veces Santo, con soberbia demoníaca desprecia
y rechaza el temor de Dios, burlándose de su Amor! ¡Cuánto lo lamentará, cuando
ya sea tarde, porque tendrá toda una eternidad para lamentarse!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Cuando un hijo ofende a su padre, el pecado que comete es
mucho más horrible y merece un castigo incomparablemente más grande que cuando
la misma ofensa es cometida por un servidor o esclavo con relación a su dueño. De
la misma manera, así el pecado que cometemos contra nuestro Padre Dios, en
cuanto hijos adoptivos de Dios, habiendo sido adoptados por Él por su gracia,
es incomparablemente más grave y lo ofende muchísimo más que aquél que sólo es
una creatura, porque no fue adoptado por Dios. Como hijos de Dios que somos, no
podemos pretender recibir el mismo castigo y la misma reprimenda que alguien
que no es hijo suyo. Después de haber sido llamados a la gracia, nuestra pena
debe ser muy distinta, equivalente a la dignidad y a la majestuosa altura a la
que la gracia nos eleva[3]. La
dignidad que da la gracia al alma, al adoptarla como hija adoptiva de Dios, es
profundísima e inefable; es algo tan grandioso, que el alma supera a los ángeles
en dignidad, pues a ellos no les fue concedida la participación en la filiación
divina, como sí sucedió con nosotros, en el momento del bautismo. Pero a esta
dignidad tan alta, al ser rechazada, le equivale una pena y un dolor
equivalentes y es por eso que, para el pecador impenitente, esto es, para aquel
que se burla de la Divina Misericordia hasta el último instante de su vida y
entra así, con una sonrisa burlona y malvada en la vida eterna, Dios construye
un nuevo infierno, atroz y espantoso, con nuevas torturas, nuevas aflicciones y
un nuevo fuego cruel, atroz e insoportable. Y así como despliega su poder para
hacernos partícipes de su naturaleza y felicidad, usa de ese mismo poder para abrumar
al pecador, mediante un milagro no menor, de males inimaginables en el Infierno
eterno[4]. Lo
humilla y lo tortura y lo mantiene sobrenaturalmente en esos males, porque eso
es lo que quiso el pecador impenitente y eso es lo que Dios, por su Justicia
Divina, le concede. ¡Ay de los que se
burlan de Dios y mueren en su burla sin haberse arrepentido!
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elección).
Meditación
Podríamos resistirnos a creer que Dios pueda castigar
nuestros pecados de un modo tan atroz, pensando en que su Misericordia es
infinita, inagotable e inefable. Sí, lo es, pero también su Justicia es
infinita, inagotable e inefable, y no puede, en virtud de esta su Justicia
Divina –que junto a la Misericordia Divina constituyen la esencia de su
divinidad-, no puede dejar de dar al pecador impenitente aquello que el pecador
impenitente libremente eligió, es decir, ausencia de Misericordia, para recibir
todo el peso de la Ira y de la Justicia divina. Para que nos demos una idea de
cómo es Dios cuando se desprecia su gracia, sólo debemos postrarnos de rodillas
y con la frente en el suelo, para adorar a Dios Hijo crucificado y así luego
contemplarlo en su crucifixión. Para darnos una idea de cómo es Dios cuando su
gracia se desprecia, contemplemos al Hijo de Dios en su sacrificio en cruz y
contemplemos sus llagas y su Sangre, sus golpes y sus heridas, sufridas por
nuestro amor y para pagar por nuestros pecados y ganarnos la gracia. Si el Hijo
de Dios debió soportar lo que ningún hombre jamás haya sufrido ni sufrirá en la
tierra, ¿no obrará así con nosotros, si mostramos impenitencia y suprema
malicia, como es el rechazar obstinadamente la gracia? “Si así se procede con
el leño verde, ¿qué no se hará con el seco?” (Lc 23, 31). ¡Ay de los que se
burlan de Dios y de su Iglesia, llamando bien al mal y mal al bien! ¡Más les
valdría no haber nacido!
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y
te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Stabat Mater Dolorosa”.
[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la Gracia divina, Ediciones Desclée de Brower, Buenos Aires 1945, 236.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem.
[3] Cfr. Scheeben, ibidem, 238.
[4] Cfr. Scheeben, ibidem.
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