Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la ofensa perpetrada contra
la Virgen de Guadalupe y llevada a cabo por el Partido Comunista mexicano, el
partido Morena de izquierda, la Comunidad Cristiana de México, la Iglesia
Pentecostal y la Confraternidad Nacional de Iglesias Evangélicas. La información
relativa a tan penoso hecho se encuentra en la siguiente dirección electrónica:
https://facebook.com/guillermo.sanchezmorales
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Como siempre lo hacemos, pediremos
por la conversión de quienes cometieron esta ofensa, por nuestra conversión y
la de los seres queridos y por todo el mundo.
Canto
inicial:
“Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración
inicial:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no
creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Dice San Ambrosio: “¿Qué más noble que la Madre de Dios?
¿Qué más espléndido que aquella a quien ha elegido el Esplendor? ¿Qué más casto
que la que ha engendrado el cuerpo sin mancha corporal? ¿Y qué decir de sus
otras virtudes?”[1].
San Ambrosio enumera solo algunas de las virtudes de María Santísima: no hay
nadie más noble que la Madre de Dios, porque en Ella se encarna Aquel que es el
Rey de cielos y tierra por Quien todo lo que es noble y bueno lo es porque
participa de su nobleza y bondad divinas; no hay nadie más espléndido que la
Virgen, porque Ella ha sido creada y elegida, por su Pureza Inmaculada, por
Aquel que es el Esplendor en sí mismo y la ha revestido y ornado con una
magnificencia semejante a Sí, puesto que no podía nacer, el Verbo de Dios, en
otro seno que no fuera el seno magnífico de María Santísima; no hay nadie más
casto que la Virgen, engendrada Ella sin mancha de pecado y que engendra a su
vez a Aquel que es la Santidad Increada, Cristo Jesús, Dios eterno y bendito
por los siglos. Y de todas sus otras virtudes, innumerables como las estrellas
del cielo, incontables, como los granos de arena tiene el mar, todas
resplandecen en la Purísima Madre de Dios.
Silencio.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación
Continúa San Ambrosio: “Ella era virgen, no solo de cuerpo,
sino de espíritu. A Ella nunca el pecado ha conseguido alterar su pureza:
humilde de corazón, reflexiva en sus resoluciones, prudente, discreta en
palabras, ávida de lectura; no ponía su esperanza en las riquezas, sino en la
oración de los pobres; aplicada al trabajo, tomaba por juez de su alma no lo
humano, sino a Dios; no hirió nunca, afable con todos, llena de respeto por los
ancianos, sin envidia con los de su edad, humilde, razonable, amaba la virtud”[2]. Según
San Ambrosio, la Virgen era virgen de cuerpo y alma por haber sido concebida
sin la mancha del pecado original; era purísima porque el pecado, que infecta
con su malicia a todo ser humano desde Adán y Eva, no llegó sin embargo a
alterar nunca su pureza y es así como la Virgen fue pura de cuerpo, porque lo
engendrado en Ella no vino del hombre sino de Dios Espíritu Santo; fue pura de
alma, porque en Ella no tuvo cabida ni una sola impureza espiritual, como así
tampoco hubo en Ella duda alguna acerca de la condición divina de su Hijo, ni
hubo falta de fe, ni duda, ni cisma, ni herejía y por eso su Alma resplandeció
siempre con la Pureza inmaculada de la gracia de Dios, sin apartarse de la
Virgen ni por un segundo. De su plenitud de gracia, por lo demás, se derramaba
hacia el exterior la super-abundancia de su vida espiritual, en forma de
virtudes de todo tipo, principalmente la humildad.
Silencio.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación
Más adelante sigue San Ambrosio: “¿Cuándo ofendió a sus
padres, aunque no fuese más que en su actitud? ¿Cuándo se la vio en desacuerdo
con sus parientes? ¿Cuándo rechazó al humilde, se burló del débil, evitó al
miserable?”[3].
La Virgen es, en palabras de San Ambrosio, ejemplo perfectísimo de amor al
prójimo, comenzando con los más cercanos, los parientes y padres y luego
extendiéndose hasta los más humildes, débiles y miserables: no sólo fue un
dechado de caridad y virtudes de todo tipo para con sus progenitores, sino que
nunca rechazó a quien acudiera a Ella por auxilio, aun cuando estos fueron los
más débiles y miserables del mundo. Por esto último, la Virgen es fuente de
esperanza para nosotros, que en estos débiles y miserables estamos prefigurados
nosotros, los pecadores de todos los tiempos, que acudimos a Nuestra Madre
celestial buscando refugio en su Inmaculado Corazón, puesto que allí no nos
alcanzará la cólera del Padre; en la Virgen buscamos nosotros, los miserables
pecadores, el Arca de la Nueva Alianza, que nos evite naufragar y ahogarnos en
las tempestades de las pasiones, los vicios y los pecados de todo tipo; en la
Virgen buscamos nosotros, pecadores, el Auxilio celestial que en todo momento
necesitamos para no caer en el pecado de la impureza del cuerpo y del alma,
esto es, para evitar la tentación de la ausencia de castidad y la contaminación
con la herejía y el cisma de la verdadera Fe, la Fe de la Santa Madre Iglesia,
proclamada en el Credo dominical. En la Virgen depositamos nuestra esperanza de
mantenernos siempre puros de cuerpo y alma, porque podemos refugiarnos en su Inmaculado
Corazón y desde allí imitarla.
Silencio.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación
Continúa
San Ambrosio acerca de la Santísima Virgen María: “Iba únicamente a las
reuniones en las que, por caridad, no tuviese que avergonzarse ni sufrir en su
modestia. Ninguna dureza en su mirada, ninguna falta de medida en sus palabras,
ninguna imprudencia en sus actos; ninguna contrariedad en el gesto, ni
insolencia en la voz: su actitud exterior era la imagen misma de su Alma
Purísima, la manifestación de su rectitud”[4]. Esto
significa que el ejemplar comportamiento externo de la Virgen no se debía a que
simplemente amaba la virtud, sino a un hecho inmensamente más profundo: se
debía a que la Virgen estaba continuamente en Presencia de Dios, es decir, su
Alma Purísima, unida a su Cuerpo Pulcrísimo, estaba siempre en Presencia de
Dios; la Virgen vivía en la tierra en un tal estado de gracia continuo, que era
el equivalente a estar en el Cielo, contemplando cara a cara a la Trinidad. La modestia,
humildad, sencillez, caridad, afabilidad, amabilidad, sabiduría, prudencia, y
todas las miles de virtudes con que la Santísima Virgen vivía día a día, no
eran sino una pequeña expresión terrena de la celestial inhabitación de la
Trinidad en su Alma y Cuerpo, convertidos en templo de la Santísima Trinidad y
su Corazón en Altar purísimo en donde Jesucristo, su Hijo, el Hijo de Dios
Padre, era adorado continuamente, día y noche, en el Amor de Dios Espíritu Santo.
Así la Virgen nos enseña que no solo debemos tener un comportamiento que sea
cristiano, sino ante todo, que nuestra alma debe estar siempre en gracia para
que, imitándola a Ella, también seamos por la gracia, inhabitados por la Santísima
Trinidad y nuestros corazones sean otros tantos altares vivientes en donde se
adore, día y noche, a Jesús Eucaristía, el Dios de los corazones. Así dice San
Ambrosio: “Nuestra alma debe (…) dar su luz al exterior, semejante a la lámpara
que vierte desde el interior su claridad”[5].
Silencio.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación
Prosigue
San Ambrosio, siempre sobre la Virgen: “Aunque Madre del Señor, aspiraba, sin
embargo, a aprender los preceptos del Señor; Ella, que había dado a luz a Dios,
deseaba, sin embargo, conocer a Dios. Es el modelo de la virginidad. La vida de
María debe ser, en efecto, un ejemplo para todos (…) ¡Qué de virtudes
resplandecen en una sola Virgen! Asilo de la pureza, estandarte de la fe,
modelo de la devoción, doncella en la casa, ayuda del sacerdocio, Madre en el
templo”[6]. Además
de ser modelo perfectísimo de vida cristiana, la Virgen Santísima es el ejemplo
inigualable de los efectos en el alma de la inhabitación de la gracia: la
gracia ilumina la inteligencia, haciéndola conocer los preceptos de Dios, el
primero de todos, el temor de Dios –“El temor de Dios es el principio de la
Sabiduría”-; luego, la gracia hace desear la pureza, la castidad, pero no como
virtud aislada o por el deseo de la virtud en sí misma, sino como expresión
humana de la participación del ser humano a la pureza inmaculada del Ser divino
trinitario. Por eso la Virgen es modelo de pureza y virginidad, porque no deseó
otra cosa que no fuera Dios y todo lo que deseó que no fuera Dios, lo deseó
para Dios, por Dios y en Dios. la Virgen participó en grado inigualable a
ángeles y santos de la pureza del Ser divino trinitario y esta pureza se
reflejó humanamente en su castidad y es aquí en donde radica el valor del
ejemplo de la Virgen para quien quiera consagrar su castidad a Dios.
Oración
final: “Dios mío, yo
creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni
esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Un
día al cielo iré y la contemplaré”.
[1] Cfr. De Virginibus, dedicado por San Ambrosio en el 377 a su hermana
Marcelina, religiosa en Roma.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.
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