martes, 29 de mayo de 2018

Hora Santa en reparación por ofensa contra Nuestra Señora de Guadalupe en México 180518



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la ofensa perpetrada contra la Virgen de Guadalupe y llevada a cabo por el Partido Comunista mexicano, el partido Morena de izquierda, la Comunidad Cristiana de México, la Iglesia Pentecostal y la Confraternidad Nacional de Iglesias Evangélicas. La información relativa a tan penoso hecho se encuentra en la siguiente dirección electrónica: 
https://facebook.com/guillermo.sanchezmorales

Como siempre lo hacemos, pediremos por la conversión de quienes cometieron esta ofensa, por nuestra conversión y la de los seres queridos y por todo el mundo.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         Dice San Ambrosio: “¿Qué más noble que la Madre de Dios? ¿Qué más espléndido que aquella a quien ha elegido el Esplendor? ¿Qué más casto que la que ha engendrado el cuerpo sin mancha corporal? ¿Y qué decir de sus otras virtudes?”[1]. San Ambrosio enumera solo algunas de las virtudes de María Santísima: no hay nadie más noble que la Madre de Dios, porque en Ella se encarna Aquel que es el Rey de cielos y tierra por Quien todo lo que es noble y bueno lo es porque participa de su nobleza y bondad divinas; no hay nadie más espléndido que la Virgen, porque Ella ha sido creada y elegida, por su Pureza Inmaculada, por Aquel que es el Esplendor en sí mismo y la ha revestido y ornado con una magnificencia semejante a Sí, puesto que no podía nacer, el Verbo de Dios, en otro seno que no fuera el seno magnífico de María Santísima; no hay nadie más casto que la Virgen, engendrada Ella sin mancha de pecado y que engendra a su vez a Aquel que es la Santidad Increada, Cristo Jesús, Dios eterno y bendito por los siglos. Y de todas sus otras virtudes, innumerables como las estrellas del cielo, incontables, como los granos de arena tiene el mar, todas resplandecen en la Purísima Madre de Dios.

         Silencio.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Segundo Misterio.

         Meditación

         Continúa San Ambrosio: “Ella era virgen, no solo de cuerpo, sino de espíritu. A Ella nunca el pecado ha conseguido alterar su pureza: humilde de corazón, reflexiva en sus resoluciones, prudente, discreta en palabras, ávida de lectura; no ponía su esperanza en las riquezas, sino en la oración de los pobres; aplicada al trabajo, tomaba por juez de su alma no lo humano, sino a Dios; no hirió nunca, afable con todos, llena de respeto por los ancianos, sin envidia con los de su edad, humilde, razonable, amaba la virtud”[2]. Según San Ambrosio, la Virgen era virgen de cuerpo y alma por haber sido concebida sin la mancha del pecado original; era purísima porque el pecado, que infecta con su malicia a todo ser humano desde Adán y Eva, no llegó sin embargo a alterar nunca su pureza y es así como la Virgen fue pura de cuerpo, porque lo engendrado en Ella no vino del hombre sino de Dios Espíritu Santo; fue pura de alma, porque en Ella no tuvo cabida ni una sola impureza espiritual, como así tampoco hubo en Ella duda alguna acerca de la condición divina de su Hijo, ni hubo falta de fe, ni duda, ni cisma, ni herejía y por eso su Alma resplandeció siempre con la Pureza inmaculada de la gracia de Dios, sin apartarse de la Virgen ni por un segundo. De su plenitud de gracia, por lo demás, se derramaba hacia el exterior la super-abundancia de su vida espiritual, en forma de virtudes de todo tipo, principalmente la humildad.

Silencio.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Tercer Misterio.

         Meditación

         Más adelante sigue San Ambrosio: “¿Cuándo ofendió a sus padres, aunque no fuese más que en su actitud? ¿Cuándo se la vio en desacuerdo con sus parientes? ¿Cuándo rechazó al humilde, se burló del débil, evitó al miserable?”[3]. La Virgen es, en palabras de San Ambrosio, ejemplo perfectísimo de amor al prójimo, comenzando con los más cercanos, los parientes y padres y luego extendiéndose hasta los más humildes, débiles y miserables: no sólo fue un dechado de caridad y virtudes de todo tipo para con sus progenitores, sino que nunca rechazó a quien acudiera a Ella por auxilio, aun cuando estos fueron los más débiles y miserables del mundo. Por esto último, la Virgen es fuente de esperanza para nosotros, que en estos débiles y miserables estamos prefigurados nosotros, los pecadores de todos los tiempos, que acudimos a Nuestra Madre celestial buscando refugio en su Inmaculado Corazón, puesto que allí no nos alcanzará la cólera del Padre; en la Virgen buscamos nosotros, los miserables pecadores, el Arca de la Nueva Alianza, que nos evite naufragar y ahogarnos en las tempestades de las pasiones, los vicios y los pecados de todo tipo; en la Virgen buscamos nosotros, pecadores, el Auxilio celestial que en todo momento necesitamos para no caer en el pecado de la impureza del cuerpo y del alma, esto es, para evitar la tentación de la ausencia de castidad y la contaminación con la herejía y el cisma de la verdadera Fe, la Fe de la Santa Madre Iglesia, proclamada en el Credo dominical. En la Virgen depositamos nuestra esperanza de mantenernos siempre puros de cuerpo y alma, porque podemos refugiarnos en su Inmaculado Corazón y desde allí imitarla.

         Silencio.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Cuarto Misterio.

         Meditación

Continúa San Ambrosio acerca de la Santísima Virgen María: “Iba únicamente a las reuniones en las que, por caridad, no tuviese que avergonzarse ni sufrir en su modestia. Ninguna dureza en su mirada, ninguna falta de medida en sus palabras, ninguna imprudencia en sus actos; ninguna contrariedad en el gesto, ni insolencia en la voz: su actitud exterior era la imagen misma de su Alma Purísima, la manifestación de su rectitud”[4]. Esto significa que el ejemplar comportamiento externo de la Virgen no se debía a que simplemente amaba la virtud, sino a un hecho inmensamente más profundo: se debía a que la Virgen estaba continuamente en Presencia de Dios, es decir, su Alma Purísima, unida a su Cuerpo Pulcrísimo, estaba siempre en Presencia de Dios; la Virgen vivía en la tierra en un tal estado de gracia continuo, que era el equivalente a estar en el Cielo, contemplando cara a cara a la Trinidad. La modestia, humildad, sencillez, caridad, afabilidad, amabilidad, sabiduría, prudencia, y todas las miles de virtudes con que la Santísima Virgen vivía día a día, no eran sino una pequeña expresión terrena de la celestial inhabitación de la Trinidad en su Alma y Cuerpo, convertidos en templo de la Santísima Trinidad y su Corazón en Altar purísimo en donde Jesucristo, su Hijo, el Hijo de Dios Padre, era adorado continuamente, día y noche, en el Amor de Dios Espíritu Santo. Así la Virgen nos enseña que no solo debemos tener un comportamiento que sea cristiano, sino ante todo, que nuestra alma debe estar siempre en gracia para que, imitándola a Ella, también seamos por la gracia, inhabitados por la Santísima Trinidad y nuestros corazones sean otros tantos altares vivientes en donde se adore, día y noche, a Jesús Eucaristía, el Dios de los corazones. Así dice San Ambrosio: “Nuestra alma debe (…) dar su luz al exterior, semejante a la lámpara que vierte desde el interior su claridad”[5].

Silencio.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Quinto Misterio.

         Meditación

Prosigue San Ambrosio, siempre sobre la Virgen: “Aunque Madre del Señor, aspiraba, sin embargo, a aprender los preceptos del Señor; Ella, que había dado a luz a Dios, deseaba, sin embargo, conocer a Dios. Es el modelo de la virginidad. La vida de María debe ser, en efecto, un ejemplo para todos (…) ¡Qué de virtudes resplandecen en una sola Virgen! Asilo de la pureza, estandarte de la fe, modelo de la devoción, doncella en la casa, ayuda del sacerdocio, Madre en el templo”[6]. Además de ser modelo perfectísimo de vida cristiana, la Virgen Santísima es el ejemplo inigualable de los efectos en el alma de la inhabitación de la gracia: la gracia ilumina la inteligencia, haciéndola conocer los preceptos de Dios, el primero de todos, el temor de Dios –“El temor de Dios es el principio de la Sabiduría”-; luego, la gracia hace desear la pureza, la castidad, pero no como virtud aislada o por el deseo de la virtud en sí misma, sino como expresión humana de la participación del ser humano a la pureza inmaculada del Ser divino trinitario. Por eso la Virgen es modelo de pureza y virginidad, porque no deseó otra cosa que no fuera Dios y todo lo que deseó que no fuera Dios, lo deseó para Dios, por Dios y en Dios. la Virgen participó en grado inigualable a ángeles y santos de la pureza del Ser divino trinitario y esta pureza se reflejó humanamente en su castidad y es aquí en donde radica el valor del ejemplo de la Virgen para quien quiera consagrar su castidad a Dios.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
        
        




[1] Cfr. De Virginibus, dedicado por San Ambrosio en el 377 a su hermana Marcelina, religiosa en Roma.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.

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