Inicio:
ofrecemos esta Hora
Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por una burla blasfema cometida
contra la Presencia real de Nuestro Señor en la Eucaristía. El acto sacrílego –consistente
en una parodia de la comunión eucarística a cargo de un supuesto “cómico”
italiano llamado Beppe Grillo, en el que la Sagrada Eucaristía era reemplazada
por un insecto, un grillo, vivo- ocurrió en Italia y la información relativa al
lamentable episodio se puede encontrar en el siguiente sitio:
Canto inicial: “Sagrado Corazón,
Eterna Alianza”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado (Misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
La Eucaristía es “un misterio de luz”[1],
aunque no de una luz creatural, como la luz del sol o la luz de los cirios. Se
trata de una luz sobrenatural porque en la Eucaristía está contenido el Hijo de
Dios, cuya naturaleza divina es, en sí misma, luminosa. Jesús dice de sí mismo:
“Yo Soy la luz del mundo” y la luz que es Él mismo, la ha recibido del Padre
desde la eternidad. Esta verdad es la que la Iglesia manifiesta en el Credo
cuando dice: “Dios de Dios, Luz de Luz”. Jesús es el Hombre-Dios y en cuanto
Dios es luz, una luz divina, celestial, sobrenatural, que vivifica a quien
ilumina por cuanto es una luz viva, que procede del Ser divino trinitario. Así
como Jesús dijo de sí mismo que quien fuera iluminado por Él no viviría en
tinieblas, sino en la luz viviente de Dios –“Yo Soy la luz del mundo y el que
me sigue no andará en tinieblas”-, lo mismo se dice de la Sagrada Eucaristía,
que es Dios Hijo, Jesús, en Persona: quien adora la Eucaristía, no vive en
tinieblas, porque recibe la luz divina que vivifica el alma humana con la vida
misma del Ser divino trinitario.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús se presenta a sí mismo como “Luz del mundo” y se
muestra como tal, como Luz celestial, en la Transfiguración y en la
Resurrección[2].
En la Escritura, la luz es sinónimo de gloria divina, por lo que en el Monte
Tabor y en el Santo Sepulcro –también en la Epifanía- la luz que emite Jesús y
que resplandece a través de su Humanidad glorificada es la luz de la gloria que
brota de su Ser divino trinitario. Es decir, la luz de Jesús no es una luz que
le venga añadida de afuera, como algo que no le corresponde y que le es
concedido: es la luz que brota de su Acto de Ser divino trinitario y confirma
que Él no es un hombre más entre tantos; no es un hombre santo, ni siquiera el
más santo entre los santos, sino que esta luz celestial que brota de su Ser
trinitario y resplandece en la Epifanía, en el Tabor y en la Resurrección, es
su propia luz; es Él, que es luz divina, por cuanto su naturaleza divina es una
naturaleza luminosa. Ahora bien, no solo en Belén, en la Epifanía, y en el
Tabor y en el Sepulcro Jesús refulge y resplandece con su luz divina trinitaria.
También en la Eucaristía resplandece Jesús con su luz celestial y aunque esta
luz está oculta a los ojos del cuerpo –“en la Eucaristía la gloria de Cristo
está velada”[3]-,
es visible sin embargo a los ojos del alma iluminados con la luz de la fe. La
Eucaristía resplandece con la luz divina con un resplandor más intenso que
cientos de miles de millones de soles juntos y porque se trata de una luz viva,
que concede la Vida divina a quien lo ilumina, quien contempla la Eucaristía en
la Santa Misa y en la Adoración Eucarística recibe, junto con esta luz, la vida
de la Trinidad y con la vida Trinidad, el Amor, la Paz, la Sabiduría, la
Justica divinas y toda clase de dones, virtudes y gracias para su alma[4].
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Los discípulos de Emaús, antes del contacto con Jesús
resucitado, estaban abrumados por la oscuridad de sus almas. Pero cuando Jesús “les
explica las Escritura” en el camino y luego “parte para ellos el pan” en la
mesa eucarística, sus almas son iluminadas con la luz de la Palabra de Dios y así
“son sacadas de la oscuridad de la tristeza y la desesperación”, al tiempo que,
encendiendo sus corazones en el Divino Amor, enciende en ellos el deseo de
permanecer para siempre unidos a Jesús: “Quédate con nosotros, Señor” (cfr. Lc 24, 29)[5]. Ahora
bien, los discípulos de Emaús reciben la efusión del Espíritu Santo y de luz
divina en el momento en el que Jesús parte el Pan Eucarístico, ese Pan que es
su Corazón traspasado y del cual brotan la Sangre y el Agua que contienen al
Espíritu de Dios. La fracción del Pan Eucarístico, en la Santa Misa, se convierte
así en una prolongación y actualización de la efusión de Sangre y Agua ocurridas
en el Calvario, por la cual se derramó sobre el mundo la Divina Misericordia y
es fuente de luz divina para el adorador, así como lo fue para los discípulos
de Emaús.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Del
Sagrado Corazón de Jesús traspasado en la cruz brotaron Sangre y Agua,
portadoras del Amor de Dios, el Espíritu Santo, que al derramarse sobre los
corazones, los enciende en el Fuego del Divino Amor; del Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, brota el torrente inagotable de la divina gracia, que
colma las almas de la gracia santificante, divinizándolas al hacerlas
partícipes de la vida divina, siendo esto mismo lo que les sucedió a los
discípulos de Emaús. Los discípulos de Emaús recibieron la iluminación
celestial proveniente del Corazón Eucarístico de Jesús, que es el mismo Corazón
traspasado de Jesús en el sacrificio del Calvario. Los discípulos de Emaús
fueron iluminados por la luz del Espíritu Santo en el momento de la fracción
del pan eucarístico y, al amar y adorar la Eucaristía gracias a esta efusión
del Espíritu, sus vidas dieron un giro de completa conversión al Señor. A imitación
de los discípulos de Emaús, el adorador eucarístico debe resplandecer, no por
sus palabras, sino por su caridad, paciencia, humildad y misericordia, porque mucha
luz divina y mucho Amor recibe del Dios de la Eucaristía por lo que mucho amor
debe dar, según la afirmación del Señor: “Al que se le dio mucho, se le pedirá
mucho”. Al que es iluminado por la Eucaristía, se le pedirá mucho amor porque mucho
Amor divino recibe en la adoración. Un adorador que obre las obras de las
tinieblas, que son las obras del Demonio, traiciona al Corazón Eucarístico de
Jesús, así como Judas Iscariote traicionó el Amor de Cristo y, como el
Iscariote, se convierte en hijo de las tinieblas. En este sentido, los
discípulos de Emaús son modelos inigualables a imitar en la conversión, para
todo adorador eucarístico.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
la cima del Monte Calvario, la Virgen ofreció al Padre la Víctima Perfectísima
y Purísima, el fruto Santísimo de sus entrañas virginales, la Hostia Santa y
Pura, el Cuerpo de Jesús, y el Cáliz de la Nueva y Eterna Alianza, la Sangre
del Cordero de Dios, por la salvación del mundo y, con el Cordero, se ofreció a
sí misma, como víctima en la Víctima. La Virgen no ofreció a su Hijo sino en
toda conformidad con los designios del Padre, con amor ardiente a la voluntad
de Dios, aun cuando está Divina Voluntad le arrancaba a Aquél que era la Vida
de su Alma y el Amor de su Corazón, Cristo Jesús. Sin un solo reproche y en
total unión mística con los designios de Dios Uno y Trino, María Santísima
ofreció a su Hijo Jesús y con Él, a ella misma, convirtiéndose así en
Corredentora de los hombres, incluidos aquellos que persiguen a su Hijo y a su
Iglesia, la Iglesia Católica. Si bien no sufrió físicamente, sí sufrió mística
y espiritualmente, participando, con los dolores de su Inmaculado Corazón, de
los dolores inenarrables de Jesús. Al celebrar la Santa Misa, el sacerdote debe
imitar a María Virgen y no sólo ofrecer al Padre la Víctima Perfectísima,
Jesucristo, sino ofrecerse él mismo, en Jesús, al Padre. Y lo mismo debe hacer
todo sacerdote bautismal, es decir, todo bautizado en la Iglesia Católica, imitando
a la Virgen en su anonadamiento e inmolándose a sí mismo en la Víctima
Perfectísima, la Hostia Santa y Pura, Cristo Jesús, repitiendo junto a María y
Jesús en el Calvario: “Hágase tu voluntad, oh Padre, y no la mía”. Porque es a través
de la Virgen Santísima que viene a nuestro mundo, por la Encarnación y
Nacimiento en Belén, Casa de Pan, Jesucristo, la Luz del mundo, es que la
Virgen puede ser llamada “Portal de luz eterna” por cuyo medio el mundo, que
vive “en tinieblas y en sombras de muerte”, recibe la Luz divina, Jesucristo,
quien con su fulgor divino disipa y derrota a las tinieblas en las que los hombres
estamos inmersos, las tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia acerca
de Dios y su Mesías, y las tinieblas vivientes, los ángeles apóstatas, que
buscan nuestra eterna perdición. Todas estas tinieblas son vencidas, de una vez
y para siempre, por Cristo Jesús, Luz del mundo, que viene a nosotros por el Portal
de eternidad que es María Santísima. Pero también la Iglesia Santa es Portal de
eternidad, por cuanto a través de ella y a imitación de María Santísima, viene
al mundo envuelto en tinieblas Jesús Eucaristía, Luz de Luz y Dios de Dios, que
resplandece en el altar eucarístico con un fulgor más intenso que miles de
millones de soles juntos. Quien recibe a Jesús Eucaristía es iluminado con esta
luz divina de su Ser divino trinitario y por eso “no vive en tinieblas”, sino
en la luz de Dios Trino.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Juan Pablo II, Mane
nobiscum Domine, Carta Apostólica al Episcopado, al Clero y a los Fieles
para el Año de la Eucaristía, II, 11.
[2] Cfr. Mane nobiscum Domine, II, 11.
[3] Cfr. ibidem.
[4] “Cristo se convierte en misterio
de luz, gracias al cual se introduce al creyente en las profundidades de la
vida divina”; cfr. Mane nobiscum Domine,
II, 11.
[5] Cfr. Mane nobiscum Domine, II, 12.
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