Inicio: iniciamos esta
Hora Santa y rezo del Rosario meditado en reparación y desagravio por los
ultrajes cometidos contra el Inmaculado Corazón de María. En la localidad de
Escaba, al sur de la provincia de Tucumán, Argentina, se produjo un horrible
sacrilegio contra la Madre de Dios, en su advocación de Nuestra Señora de
Luján: dos individuos desconocidos, en horas de la madrugada, incendiaron una
imagen de Nuestra Señora de Luján. Ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del
Santo Rosario meditado en reparación por este horrible delito, al tiempo que
pedimos por la conversión de los autores intelectuales y materiales.
Canto
inicial: “Cristianos,
venid, cristianos, llegad”.
Oración
inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias,
con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de
su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Enunciación
del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).
Meditación
Porque estaba destinada desde la eternidad a ser la Madre de
Dios, María Santísima fue concebida con un doble privilegio: como Inmaculada
Concepción, es decir, como libre de toda mancha del pecado original –y por eso
es llamada también “La Purísima”- y como inhabitada por el Espíritu Santo y por
eso es llamada “La llena de gracia”. Por esto mismo, María Santísima es la
creatura más excelsa jamás creada, luego de la Humanidad sacratísima de su Hijo
Jesús, quien la supera en santidad solo por ser la humanidad del Verbo de Dios,
unida personalmente a la Segunda Persona de la Trinidad. Porque la Virgen debía
alojar en su seno virginal, durante nueve meses, al Verbo de Dios encarnado, no
podía Ella poseer ni la más pequeñísima sombra de malicia, y por eso es la
Inmaculada Concepción. Pero además, el Verbo necesitaba ser llevado, del seno
del eterno Padre, al seno de la Virgen Madre porque en su encarnación no habría
de intervenir obra alguna, al ser la Redención obra exclusiva de la augustísima
Trinidad y por esa razón, fue concebida inhabitada por el Espíritu Santo, de
manera que el Verbo de Dios, al encarnarse por el Amor de Dios, el Espíritu
Santo, fuera recibido por este mismo Espíritu Santo, para ser amado en la
tierra, en el seno purísimo de María, con el mismo y único Amor Divino con el
que era amado por el Padre desde la eternidad. ¡Oh Santísima y Beatísima Trinidad, Dios Uno y Trino, Dios que eres
Trinidad perfectísima de Divinas Personas en unidad de naturaleza, te damos
gracias por el don inefable que hiciste a la Iglesia y a nosotros, pobres y
miserables pecadores, al concedernos como Madre de Dios y Madre Nuestra a la
siempre bienaventurada Virgen María!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).
Meditación
Puesto
que se da el nombre de “madre” a toda mujer que da a luz a una persona, María
Santísima es llamada “Madre de Dios” porque el fruto de su alumbramiento
virginal fue la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios
encarnado, la Palabra de Dios humanada. Y
puesto que su concepción milagrosa por obra del Espíritu Santo y su alumbramiento
prodigioso en Belén, Casa de Pan, no menoscabó su integridad ni antes, ni
durante, ni después del parto virginal, la Madre de Dios es Madre y Virgen al
mismo tiempo, un prodigio único y sublime concedido por la Trinidad, que jamás
había sido visto antes y que no se verá nunca más por todas las eternidades. La
maternidad de María Santísima es singular y particular porque es de origen
celestial porque todo en Ella fue obra del Espíritu Santo: la Encarnación del
Verbo y su Nacimiento prodigioso, de manera tal que el seno purísimo de María
continuó siendo tan puro como antes de la Encarnación; continuó siendo puro en
el momento en el que alumbraba milagrosamente al Verbo –“como un rayo de sol atraviesa
un cristal”, dicen los Padres de la Iglesia- y continúa siendo puro por toda la
eternidad, porque jamás en Ella hubo otro amor esponsal que no fuera el Amor
del Divino Esposo, el Espíritu Santo de Dios. Al ser la Virgen pensada por la
Trinidad para ser la Madre de Dios Hijo, no podía, sin menoscabar su dignidad
de Madre de Dios, estar contaminada ni siquiera con la más ligerísima mancha,
no ya de pecado, sino de imperfección, por lo que María Santísima no estuvo
jamás sometida a la concupiscencia de ninguna clase, sino ni siquiera tuvo la
más ligerísima imperfección, siendo la Madre Purísima y Perfectísima que Dios
Hijo necesitaba, según su dignidad divina, para su Encarnación.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).
Meditación
La
concepción, gestación y nacimiento del Verbo del Padre en el seno purísimo de
la Virgen Madre puede ser comparado a la acción del rayo del sol sobre el
diamante. A diferencia de las piedras comunes del camino, que son oscuras
porque solo reflejan pero no atrapan en sí mismas la luz –es lo que explica
que, cuando no reciben luz, sean opacas y oscuras-, el diamante es una piedra
luminosa porque se caracteriza por atrapar en su interior a la luz, cuando la
recibe desde afuera: una vez que la luz ilumina al diamante, éste la atrapa en
su interior, en el sentido de no provocar su rechazo, como en el caso de las
piedras comunes. Y solo después de haber atrapado a la luz, el diamante libera
a la luz, reflejándola desde su interior hacia el exterior y es esto lo que
explica el hecho de que el diamante sea una piedra luminosa, que resplandece
con la luz que brota de su interior. De modo análogo, la Santísima Virgen –a quien
podemos llamar, con respeto y veneración “el Diamante de los cielos”- se comporta
como un diamante con respecto a esa luz celestial que es su Hijo Jesús: más que
un rayo de luz, Jesús es el Sol de justicia en sí mismo; proveniente del Padre
desde la eternidad, este Divino Sol es conducido por Dios Espíritu Santo desde
el seno del eterno Padre al seno de la Virgen Madre. Allí, tal como lo hace el
diamante con la luz, que lo atrapa en su interior, la Virgen Madre recibe a
este Sol celestial que es Jesús, en su seno virginal, lo conserva en su
interior por nueve meses para darle nutrientes y una vestimenta humana al Verbo
de Dios y luego, al cabo de once meses de gestación, lo da a luz, desde su
interior hacia el exterior –tal como sucede entre la luz y el diamante
terrenos-, convirtiéndose así la Virgen en Portal de eternidad, por la cual
viene a nuestro mundo la Luz Eterna que proviene de la Luz Eterna, Jesucristo,
el Niño Dios, nacido en Belén, Casa de Pan. Y tal como hace el rayo de sol, que
al atravesar el cristal lo deja intacto antes, durante y después de
atravesarlo, así el “Sol divino que alumbra a todo hombre que viene a este
mundo”, Cristo Jesús, deja intacta la virginidad de su Madre antes, durante y
después del parto virginal en Belén.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).
Meditación
Con
el alumbramiento virginal del Sol de justicia, Cristo Jesús, a través del seno
virginal de María Santísima, se da cumplimiento a la profecía de la Escritura,
de que habría de “visitarnos el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los
que viven en tinieblas y en sombras de muerte”, es decir, para iluminar a las
almas de los hombres, entenebrecidas por el pecado, oscurecidas por el error y
la ignorancia acerca del Dios Verdadero y dominadas por las tinieblas vivientes,
los ángeles caídos. Es a través de María Santísima, Diamante resplandeciente de
los cielos eternos y Portal celestial por el cual nos viene la luz eterna y
divina que es el Verbo de Dios encarnado, que los hombres somos iluminados por
esta “luz que viene de lo alto”, Luz celestial, divina, eterna; Luz que
contiene la Vida misma de la Trinidad; Luz que derrota con su claridad diáfana
y transparente a las más densas tinieblas en las que los hombres vivimos desde
el pecado de Adán y Eva, las tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia,
de la muerte terrena y eterna y las tinieblas siniestras vivientes, los ángeles
apóstatas y rebeldes. Quien se deja iluminar por la luz que brota del seno
virgen de María, “no vive ya en tinieblas”, sino que “tiene en sí la vida
eterna”, la vida de Dios Uno y Trino, porque la luz que nace de María Santísima
es la Luz de Dios, es Dios, que es Luz y Luz Viviente, que da la vida divina a
todo aquel que ilumina. Quien es iluminado por la Luz celestial que surge
milagrosamente del seno de la Virgen y Madre de Dios, ya no camina más en
tinieblas, sino que tiene en sí mismo la Luz que resplandece en los cielos
eternos, Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).
Meditación
María
Santísima, Virgen y Madre de Dios, es Madre y figura de la Iglesia, que
anticipa y representa a la verdadera y única Iglesia de Jesucristo, la Santa Iglesia
Católica. Esto significa que todos los misterios que se encuentran en María, se
reproducen en la Iglesia. Como la Virgen, la Iglesia, nacida del Costado
traspasado del Señor, es Santa y Pura; como la Virgen, que concibió y dio a luz
milagrosamente por obra del Espíritu Santo sin intervención humana alguna en la
concepción del Verbo de Dios encarnado, así la Iglesia concibe y da a luz,
prolongando en la Encarnación del Verbo, por obra del Espíritu Santo, al Hijo
de Dios humanado que así prolonga su Encarnación, por obra del Espíritu Santo y
luego de las palabras de la consagración, en la Sagrada Eucaristía. Como la
Virgen, que dio a luz en Belén, Casa de pan, a su Hijo Jesús, Dios Hijo en
Persona, oculto en una naturaleza humana, así la Iglesia da a luz por las
palabras de la consagración sobre el altar eucarístico, Nuevo Belén, al Hijo de
Dios, Jesucristo, que así prolonga su Encarnación en el Santísimo Sacramento del
altar, la Eucaristía. Por último, así como por María Virgen vino a nosotros los
hombres el Hijo de Dios, oculto en una naturaleza humana, así por la Santa
Madre Iglesia viene a nosotros ese mismo Hijo de Dios, oculto en las
apariencias de pan y vino. Que la Inmaculada Concepción, Virgen y Madre de
Dios, la Inmaculada Concepción, interceda ante Nuestro Señor para que, con el
alma en gracia y llena del Amor de Dios, recibamos en la Eucaristía a su Hijo
Jesús, lo entronicemos en nuestros corazones y allí lo adoremos, en el tiempo y
en la eternidad.
Oración final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final:
“Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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