Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por el ultraje cometido
contra la sagrada imagen de Nuestra Señora de Fátima en Nueva York. La
información acerca del lamentable suceso vandálico se puede obtener en el
siguiente enlace: https://www.actuall.com/persecucion/destrozan-la-imagen-la-virgen-fatima-nueva-york/; https://www.youtube.com/watch?v=bcMeYZZcKU8
Tal como lo hacemos siempre, pediremos
por la conversión de los autores de este acto sacrílego, y también pediremos
por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos y la del mundo entero.
Centraremos las meditaciones en las apariciones de la Virgen en Fátima y en las
apariciones del Ángel que la precedieron.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por
los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Inicio del rezo del Santo Rosario.
Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
En
su primera aparición, el Ángel de Portugal, el Ángel de la Paz, arrodillado en
tierra e inclinando la frente hasta el suelo, les enseñó la siguiente oración,
diciéndoles luego que los Corazones de Jesús y María estaban atentos a sus
oraciones: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por
los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”. A nosotros, no se nos
aparece el Ángel de Portugal, pero junto con nuestro Ángel de la Guarda, y
junto con el Ángel Custodio de nuestra Patria Argentina, podemos y debemos,
arrodillados frente al sagrario y también con la frente en el suelo, dirigir
esta oración al Dios del sagrario, Jesús Eucaristía: “Dios mío, Jesús
Eucaristía, yo creo en tu Presencia Eucarística; te adoro en tu Presencia
Eucarística; te amo en tu Presencia Eucarística, y te pido perdón por los que
no creen que Tú estás en Cuerpo y Alma en la Eucaristía; por los que no te
adoran en la Eucaristía; por los que no esperan que vayas a ellos por la
Eucaristía; por los que no te aman en tu Presencia Eucarística”.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
la segunda aparición, el Ángel, encontrándolos a los niños jugando, los insta a
ofrecer constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo en reparación por
los pecados con los que Él es ofendido, por la conversión de los pecadores, y a
aceptar sumisamente los sufrimientos que Dios les envíe: “¿Qué estáis haciendo?
¡Rezad! ¡Rezad mucho! (…) ¡Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al
Altísimo! (…) Aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os
envíe”. A nosotros, no se nos aparece un ángel, pero escuchamos lo anunciado a
los Pastorcitos como dirigido a nosotros mismos, y puesto que tenemos la dicha
inmensa, indescriptible, de tener al Dios Altísimo y Tres veces Santo, Jesús
Eucaristía, delante de nuestros ojos, nos postramos en adoración ante su
Presencia Eucarística y le ofrecemos, desde lo más profundo de nuestros
corazones, todo el amor del que seamos capaces, para reparar por los que no lo
aman; nos postramos ante el Dios Altísimo, Jesús Eucaristía, suplicándole por la
conversión de los pecadores, por nuestra conversión y la del mundo entero.
También le pedimos a la Virgen de la Eucaristía que interceda por nosotros,
para que recibamos la gracia inmerecida de participar, en cuerpo y alma, de la
Pasión de su Hijo Jesús, para estar crucificados con Él, para padecer sus
dolores y participar de sus lágrimas, de sus penas, de sus tormentos, sin
desear otra cosa que sólo “dolor con Cristo dolorido, lágrimas, llantos y pena
interna”[1]
por nuestros pecados, para que así, uniéndonos a la Víctima, Jesús crucificado,
seamos en Él y por Él causa de salvación de nuestros hermanos.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
la tercera aparición, el Ángel se presentó ante los Pastorcitos portando en sus
manos “un Cáliz, sobre el cual estaba suspendida una Hostia, de la cual caían
gotas de sangre al Cáliz”, y “dejando el Cáliz y la Hostia suspensos en el
aire, se postró en tierra y repitió tres veces esta oración: “Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el
Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con que El mismo es ofendido. Y por los méritos
infinitos de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María te pido la
conversión de los pobres pecadores”. Luego se levantó y les dio la Comunión y a
beber del Cáliz, diciéndoles al mismo tiempo: “Tomad el Cuerpo y bebed la
Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad
sus crímenes y consolad a vuestro Dios”. A nosotros no se nos aparece un ángel
con la Eucaristía y el Cáliz con la Sangre de Jesús, pero sin embargo, no
podemos considerarnos menos afortunados que los Pastorcitos, porque en cada
Santa Misa, el sacerdote ministerial, por las palabras de la consagración, hace
bajar del cielo al Cordero de Dios, para que entregue su Cuerpo en la
Eucaristía y derrame su Sangre en el Cáliz del altar, y es así como recibimos
la Comunión Eucarística de sus manos humanas, al igual que los Pastorcitos la
recibieron de manos del Ángel. Entonces, también al igual que los Pastorcitos,
que para comulgar hicieron antes un acto de adoración y de amor a Jesús
Eucaristía, imitando al Ángel que se postró delante del Cáliz con la Eucaristía
sangrante, también nosotros, antes de comulgar, imitemos a los Pastorcitos y
hagamos un acto de amor y adoración ante Jesús Sacramentado, postrándonos ante
su Presencia Eucarística y adoremos a la Santísima Trinidad, ofreciendo la
Hostia consagrada en reparación por los ultrajes a los Sacratísimos Corazones
de Jesús y María recibidos diariamente por los hombres ingratos, para así
consolar a nuestro Dios amantísimo, Uno y Trino.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Llevados
de la mano de la Madre de Dios, el 13 de Julio de 1917, los Pastorcitos
tuvieron la experiencia mística del Infierno. No fue que la Virgen les habló
acerca del Infierno, sino que, en cierto sentido, los llevó allí, según se
desprende de la vivacidad de la experiencia que vivieron los niños. Según Sor
Lucía, la experiencia mística del Infierno fue así: “Nuestra Señora nos mostró
un grande mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra. Sumergido en el
fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas que fluctuaban
transparentes y negras y bronceadas, con forma humana que fluctuaban en el
incendio, llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con
nubes de humo que caían hacia todos lados, sin equilibrio ni peso, entre gritos
de dolor y gemidos de desesperación que horrorizaba y hacía estremecer de
pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de
animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros (…) Nuestra
Señora nos dijo con bondad y tristeza: “Visteis el Infierno a donde van las
almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el
mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”. ¡Cuántas almas se condenan en el
Infierno a causa de la falta de oración de aquellos a quienes Dios ha elegido
con amor de predilección, los bautizados en la Iglesia Católica! A ellos, como
a los Apóstoles en el Huerto, Jesús los llama junto a Sí, para que oren, por
ellos y por sus hermanos, los hombres, pero la inmensa mayoría de los
católicos, al igual que los Apóstoles en el Huerto, han caído en el sopor del
sueño y de la indiferencia, causados por el desamor al Hombre-Dios Jesucristo.
A diferencia de los enemigos de la Iglesia, que se muestran vigiles y febriles
en su intento de demoler la Iglesia Católica, los bautizados parecen dormir, en
un sueño de consecuencias trágicas, porque cuando despierten, verán a su
Iglesia rodeada y atrapada por sus enemigos, como le sucedió a los Apóstoles,
que al despertar de su sueño, vieron a Jesús rodeado y atrapado por sus
enemigos. A causa de este sopor que invade a una inmensa muchedumbre de
católicos, muchas almas se condenan, porque los llamados a rezar por ellos, en
vez de adorar a Jesús Eucaristía, se dejan atrapar por los placeres mundanos.
¡Nuestra Señora de la Eucaristía, no permitas que durmamos, dejando solo a tu
Hijo Jesús en el sagrario, y concédenos que, encendidos en el Amor de tu Hijo,
no decaigamos nunca en la Adoración Eucarística, pidiendo por la conversión de
los pecadores, para que ninguno se condene en el mar de fuego del Infierno!
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
todas sus apariciones a los Pastorcitos, la Virgen mantuvo siempre el mismo
pedido: rezar el Rosario, pidiendo por la conversión de los pecadores y en
reparación por los ultrajes y sacrilegios con los cuales son ofendidos los
Sacratísimos Corazones de Jesús y María. El Rosario es la oración que más
agrada a la Virgen, por diversos motivos: la saludamos con el mismo saludo del
Ángel Gabriel en la Anunciación, recordándole así el momento más hermoso de su
vida, cuando se convirtió en Madre de Dios por la Encarnación del Hijo de Dios;
al rezar el Rosario, nos encomendamos a Ella como Madre Nuestra amantísima, le
demostramos nuestro amor filial y nuestra confianza en Ella como Omnipotencia
Suplicante, al pedirle que “ruegue por nosotros, ahora y en la hora de nuestra
muerte”; además, meditamos en los misterios de la vida de su Hijo Jesús, para
configurarnos a Él e imitarlo en nuestras vidas; honramos a Dios Padre con el Padrenuestro,
glorificamos a la Trinidad con el Gloria y, con las diez Ave Marías, al tiempo
que la honramos a Ella, le abrimos nuestros corazones, para que Ella los modele
y los configure a imagen y semejanza de los Sacratísimos Corazones de Jesús y
María, convirtiéndolos en sus copias vivientes. Por último, el Santo Rosario le
agrada a la Virgen porque por medio de esta oración, Ella le arrebata almas al
Demonio, les concede la gracia de la conversión y las acerca a su Hijo Jesús,
ganándolas para el Cielo y evitándoles el Infierno.
Oración
final:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no
creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos
méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os
pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final:
“El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
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