Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor y
reparación a la Santísima Madre de Dios, cuya imagen y nombre fueron
horriblemente ultrajados, de forma pública, por una secta satánica en las
inmediaciones de la Catedral de San José, en Oklahoma, EE. UU., a principios
del mes de diciembre de 2015. La profanación consistió en derramar sangre fresca
–presumiblemente de animales- sobre una imagen de la Inmaculada Concepción, al
tiempo que otros miembros de la secta recitaban en voz alta “letanías” que
ofendían a la Madre de Dios. La información del hecho se encuentra en las
siguientes direcciones electrónicas: https://www.youtube.com/watch?v=pq2gonkO0nw;
http://observatorioantisectas.blogspot.com.ar/2015/12/satanistas-profanan-imagen-de-la-virgen.html
Por medio de esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, queremos
reparar por este ultraje cometido contra la Madre de Dios, como así mismo
rezamos pidiendo la conversión de quienes idearon y llevaron a cabo tamaña
ofensa a María Santísima.
Canto
inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por
los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo
Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los
pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
María Santísima es la Mujer del Génesis, la que “aplasta la
cabeza de la serpiente” con su talón (cfr. Gn
3, 15), al ser hecha partícipe de la omnipotencia divina por su condición de
ser Madre de Dios. María aplasta a la Serpiente porque Ella y la Serpiente son
enemigas: nada hay en común entre su descendencia y la descendencia de la Serpiente;
nada hay en común entre la luz y las tinieblas, entre Dios y Satán; entre la
Sabiduría y la Mentira; entre la humildad del Hombre-Dios y su Madre y la
soberbia diabólica del ángel caído y esa es la razón de la enemistad entre los
hijos de Dios, los hijos de la Virgen, y los hijos de las tinieblas, los hombres
perversos, pervertidos y pervertidores, que cubrieron de oscuridad sus almas al
decidirse adorar impíamente al Demonio. En nuestros tiempos parecen crecer y
multiplicarse, cada vez más, los sacrílegos adoradores del Ángel caído, los
cuales, contaminados con el letal soplo de la rebelión angélica contra Dios por
parte de Lucifer, no cesan en su blasfema tarea de profanar y mancillar el
Santo Nombre de Dios y de su Madre, por todos los medios posibles. Sin embargo,
aun cuando arrecien los ataques de las fuerzas de las tinieblas y cuando todo
haga pensar que el Mal ha triunfado sobre la humanidad, la Virgen, la Mujer del
Génesis, la Madre de Dios, participando del poder divino de su Hijo Dios,
aplastará la cabeza del Dragón, dejándolo vencido para siempre y entonces
resplandecerá la Luz Eterna, Jesucristo, en las almas de los redimidos y será
entonces el triunfo del Inmaculado Corazón de María. ¡Oh Virgen, santa y Pura,
te suplicamos por nuestros hermanos que, enceguecidos por la rebelión contra
Dios, osan profanar tus imágenes y tu nombre, para que intercediendo ante tu Hijo,
consigas para ellos la gracia de la conversión perfecta del corazón!
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
María Santísima es la Mujer que, siendo Virgen Purísima,
recibe del Ángel el Feliz Anuncio de que será la Madre de Dios: “Alégrate,
Llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc
1, 26, 38ss). Al dar su “Sí” a la Divina Voluntad, convirtiéndose así en Madre
de Dios, la Virgen es la Causa de la Alegría de los hombres, porque por la
Encarnación, Ella porta en su seno virginal a Dios Encarnado, que es Alegría
infinita, para luego darlo al mundo, para que con la entrega de su vida en la
cruz, destruya al pecado, causa y origen de todos los males y de todas las
tristezas del hombre; María es Causa de la Alegría para los redimidos, porque
Ella concibe virginalmente y da a luz milagrosamente al Verbo de Dios
Encarnado, la Gracia Increada, que con su Encarnación, Pasión, Muerte en Cruz y
Resurrección, quita el pecado del mundo, lavándolo con su Sangre derramada en
el Santo Sacrificio de la Cruz y donando a los hombres la gracia santificante
que los hace partícipes de la vida divina. María, la Madre del Cordero, da a
luz al Cordero de Dios, que al altísimo precio de su Sangre vertida en el Santo
Sacrificio del Calvario, renovado de modo incruento y sacramental cada vez en
la Santa Misa, redime a los hombres de buena voluntad, amantes de Dios y de su
Amor, y los conduce al cielo, revestidos con la túnica blanca y pura de la
gloria de Dios. María Santísima es la Causa de nuestra alegría porque por Ella,
por su “Sí” dado al Ángel, que le comunicaba la Voluntad de Dios, se derramó
sobre nosotros la Luz Eterna, Cristo Dios, iluminándonos a quienes habitábamos
en “tinieblas y en sombras de muerte” (cfr. Lc
1, 28). Al dar su “Sí” a la Divina Voluntad, la Virgen, al igual que un
diamante terreno, que atrapa la luz y la encierra en su interior para recién luego
irradiarla al exterior, así María Santísima, inhabitada por el Espíritu Santo,
encerró en su seno virginal a la Luz Eterna de Dios, Jesucristo, por nueve
meses, y luego lo dio a luz milagrosamente, irradiando sobre el mundo envuelto
en las tinieblas vivientes, a su Divino Niño, que con la luz de su gloria disipó
las tinieblas e iluminó y vivificó al mundo con la vida misma de Dios Trino.
María Santísima es por lo tanto la Madre de Dios, pero es también Virgen,
porque su virginidad quedó intacta antes, durante y después del parto, ya que
su Hijo, Luz de Luz, atravesó su seno virginal del mismo modo a como un rayo de
luz atraviesa un cristal, dejándolo intacto. ¡Madre de Dios, Virgen María
Santísima, intercede ante tu Hijo Dios, para que se apiade de aquellos de
nuestros hermanos, inmersos en las más oscuras y densas tinieblas, para que
reciban un rayo de luz divina que disipe las sombras vivientes que los acechan
y así conviertan sus corazones a Cristo, Divino Sol de justicia!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
María Santísima es la Mujer que, al pie de la cruz y luego
de acompañar a su Hijo, el Redentor del mundo, a lo largo del Via Crucis, recibe del Hombre-Dios el
encargo de ser Madre de todos los hombres: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26). A partir de ese momento, la
Virgen nos concibe por el Amor de Dios que inhabita en su Inmaculado Corazón,
comenzando en ese instante a amarnos como Madre celestial con el mismo amor con
el que amó a su Hijo, el Divino Amor. La Virgen es nuestra amorosa Madre del
cielo, que sólo quiere estrecharnos contra su Corazón Purísimo, para
transmitirnos el Fuego del Amor a Dios que arde en él, para que de ese modo,
nos convirtamos de las cosas bajas y terrenas, al Sol Ardiente de Amor que es
su Hijo Jesús. Desde que recibió el encargo de parte de Jesús, de ser nuestra
Madre celestial, la Virgen no deja de recorrer, día y noche, toda la tierra en
busca de sus hijos, principalmente aquellos que viven inmersos en las tinieblas
del error y del pecado;; aquellos que
están bajo el influjo de las siniestras sombras vivientes de muerte, los
ángeles caídos y que por esto viven en rebelión contra Dios; la Virgen nos
busca a todos, pero especialmente a los que más alejados están de Dios, que
como Sol divino que es, a todos quiere alumbrar con los rayos de su gracia
santificante. Así como la Virgen se le apareció al Beato Juan Diego y
tranquilizó sus angustias, diciéndole que “era nada lo que lo preocupaba”,
porque Ella, que “era su Madre, estaba ahí y lo tenía entre sus brazos”, así
también hoy la misma Virgen, la Madre de Dios y Nuestra Madre, sale al
encuentro de la vida de sus hijos que más alejados se encuentran de Dios, para
concederles la oportunidad de que vuelvan a Él, concediéndoles la gracia de la
conversión. ¡Oh María Santísima, que al pie de la cruz nos adoptaste como hijos
de la luz; te suplicamos que no cejes en tu empeño de atraer a todos los
hombres, sobre todo a los más alejados de Dios, a los pies de la cruz de Jesús,
para que sobre todos caiga la Preciosísima Sangre del Redentor, santificando
sus corazones y convirtiéndolos al Amor de Dios!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
María Santísima es la Mujer del Apocalipsis que aparece en
los cielos “revestida de sol” (cfr. Ap
12, 1), como “una señal” del triunfo del Cordero sobre los enemigos del hombre,
el pecado, del demonio y la muerte, porque el sol que la reviste es símbolo de
la gracia santificante y por medio de esta el pecado que anida en el hombre se
destruye, el demonio se aleja del alma y la muerte se retira vencida, para dar
paso a la vida gloriosa de la resurrección. La Virgen, como la “Mujer revestida
de sol”, es también símbolo y representación del alma en gracia, el alma que
vive la vida nueva de los hijos de Dios, y lo es porque la Virgen es concebida
sin mancha de pecado original y Llena del Espíritu Santo, es decir, es
concebida no solo sin pecado, sino en estado de plenitud de gracia, al ser
inhabitada por el Espíritu Santo desde el primer instante de su Concepción
Inmaculada. Y así como la Virgen, Llena de gracia, es luego Asunta en cuerpo y
alma a los cielos en el momento en el que debía morir, porque la plenitud de
gracia de su alma se derramó sobre su cuerpo, glorificándolo, así también los
hijos de María, los hijos de la Virgen, estamos llamados a vivir en estado de
gracia todos y cada uno de los días asignados para vivir en esta tierra, para
que al momento de la muerte, seamos llevados al cielo y, en la resurrección
final, nuestros cuerpos sean colmados de la gloria del alma y así, glorificados
en cuerpo y alma, seamos asuntos al cielo para que, junto con Nuestra Madre celestial
alabemos, glorifiquemos y adoremos al Cordero de Dios, Cristo Jesús, que
derramó su Sangre Preciosísima por nuestra salvación. ¡Oh María Santísima, Tú
que eres la Mujer revestida de sol, Llena de gracia y Asunta al cielo en cuerpo
y alma, te pedimos por todos nuestros hermanos, pero sobre todo por aquellos que
te ofenden en tu Inmaculada Concepción, en tu Asunción, en tu condición de
Madre de Dios, para que te apiades de estos pobres hijos tuyos y obtengas, del
Sagrado Corazón de Jesús, la gracia de la conversión del corazón, para que
cesen en sus ofensas hacia ti y hacia Jesús y junto con nosotros, alabemos y
adoremos al Único Dios que merece ser adorado, Cristo Jesús!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
María Santísima es la Mujer Corredentora, porque participó
de la Pasión de su Hijo, al hacerse partícipe de sus dolores, sufriéndolos en
su espíritu, y al ofrecer a su Hijo estando Ella de pie al lado de la cruz, a Dios Padre, como Víctima Santa y
Pura, Inmolada en el ara de la cruz para la salvación de los hombres. La Virgen
es Corredentora por dos motivos: porque ofreció al Altísimo el sacrificio de su
Alma Purísima, destrozada por el dolor de ver a su Hijo cargar la cruz y luego
morir en medio de terribles dolores provocados por la crucifixión y lo es
también porque no solo nunca jamás dudó de la Voluntad, del Amor y de la
Sabiduría del Padre que la había elegido para ser la Madre de Dios, sino
porque, en todo momento, se sometió amorosamente a la Divina Voluntad, que
quería que su Hijo -el Hijo de su Amor, el Hijo de su Corazón, Cristo Jesús-,
muriera inmolado en la cruz, en medio de atroces dolores, para que los hombres
fueran salvados. Unida con todo su querer a la Voluntad de Dios, la Virgen
ofreció a su Hijo al Padre en sacrificio perfecto, aun cuando este ofrecimiento
le costaba literalmente la vida, porque significaba la muerte de su Hijo, Aquel
que era para Ella su vida, su alegría, su amor, todo su contento y la razón de
su ser y de su vivir. ¡Oh María, tú que ofreciste a tu Hijo al Padre, para que
muriera por nuestra salvación, mira a tus hijos más alejados de Dios e
infúndeles la gracia del amor a Cristo, su Iglesia, sus sacramentos y sus
Mandamientos!
Meditación
final.
Dice
San Luis María Grignon de Montfort que por la Virgen fue que vino al mundo el
Verbo de Dios hecho carne, en su Primera Venida, y que será también por la
Virgen que vendrá en la Segunda Venida en gloria, porque Ella preparará los
corazones de los hombres para que estén prontos para recibirlo. María Santísima
preparará los corazones de los Apóstoles de los Últimos Tiempos, así como
preparó al frío y oscuro Portal de Belén acondicionándolo para que fuera digna
morada del Niño Dios, y una señal de la presencia de la Virgen en un alma será la
gracia del deseo de amar a Cristo y la salvación eterna que por Cristo y la
Iglesia sobreviene a los hombres. En
esa alma, ya ha comenzado la Segunda Venida de Cristo, ya ha comenzado a
triunfar el Inmaculado Corazón de María.
Un
Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres
Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las
indulgencias del Santo Rosario.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro
y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Los cielos, la tierra”.
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