Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en adoración y en acción de gracias al Niño Dios, nacido en Belén para nuestra salvación.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto
inicial: “Noche de paz, noche de amor”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elegir).
Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
María,
encinta de Jesús, y José, no encuentran lugar en las ricas posadas de Belén:
todas están llenas de música, de gente despreocupada por la Llegada del Mesías;
las ricas posadas de Belén están iluminadas, son anchas, espaciosas, pero no
hay lugar para el Niño Dios, que pronto ha de nacer. Representan a las almas
mundanas, frívolas, que no esperan a Dios, que no creen en Dios, que no quieren
recibir a Dios en sus corazones. Son almas llenas de mundanidad, de ruido, de
música, de festejos mundanos, pero sin Dios y su Amor en el corazón. San José,
de parte de Dios, toca a las puertas de las posadas de Belén, pero ninguna se
abre para recibir a la Virgen, que trae al Niño Dios. ¡Virgen Santísima, Madre
de Dios, que no caiga yo en las distracciones y placeres del mundo, que no
dejan nacer a Dios en el alma!
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Luego
de intentar, en vano, obtener alojamiento en las posadas ricas de Belén,
luminosas, espaciosas, llenas de gente, de música y de ruidos, San José y la
Virgen se dirigen a las afueras del poblado, en donde encuentran un pobre
portal, un refugio de animales, un mísero y oscuro establo, al que nadie presta
atención y en el que nadie quiere estar. Sin embargo, a pesar de ser indigno
del Niño Dios que ha de nacer, la Virgen Santísima indica a San José que Ella
elige este lugar, dándose de inmediato a la tarea de limpiar el establo y de
acondicionarlo para dar a luz a su Hijo Dios. Mientras tanto, San José va en
busca de leña, para hacer una pequeña fogata y así atenuar en algo el intenso
frío de la noche. El Portal de Belén, pobre, oscuro, frío, refugio de animales,
indigno de la Presencia del Hijo de Dios, representa al corazón del hombre que,
siendo pecador, se reconoce indigno de estar ante la Presencia de Dios. Pero así
como la Virgen prepara al Portal, limpiándolo e iluminándolo con la luz del
fuego que enciende San José, así también es la Virgen la que, por medio de la
gracia, prepara nuestros corazones, indignos de toda indignidad, para recibir
al Niño Jesús, que nace para Navidad, encendiendo en nuestros corazones la luz
de la fe y de la gracia. ¡Virgen Santísima, Madre de Dios, toma mi pobre
corazón, oscuro, frío e indigno de recibir a Jesús; límpialo tú, con la gracia
de Jesús y enciende en él la llama del Divino Amor!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Antes del Nacimiento de Jesús, el Portal de Belén era un
refugio de animales –un buey y un asno-; era un lugar oscuro, sin ningún tipo
de iluminación; era un lugar frío, sin resguardo alguno ante las bajas
temperaturas; era un lugar despreciado por los hombres, porque sólo servía a
los animales. Sin embargo, es el lugar elegido por María para dar a luz a su
Hijo Jesús. Representa a nuestros corazones cuando están sin Dios, cuando están
en pecado: son oscuros, porque les falta la luz de la gracia; son fríos, porque
les falta el calor del Divino Amor; están dominados por las pasiones,
representados por los animales, seres irracionales, porque les falta la gracia que,
con la razón, domina a las pasiones. Luego del Nacimiento milagroso de Jesús,
el Portal de Belén cambia completamente, por la Presencia del Hijo de Dios en
él: está inundado de luz y de calor; el Amor de Dios está en él, porque la
Virgen estrecha contra su Corazón Inmaculado al Niño Dios, amándolo con el Amor
de Dios y hasta los animales contemplan a Dios Niño. Es el corazón en el que,
por la gracia, ha nacido el Niño Dios y es iluminado por Él, que es la Gracia
Increada; en ese corazón, inhabita el Amor de Dios, el Espíritu Santo; en ese
corazón, las pasiones irracionales están bajo el completo dominio de la gracia
y de la razón; en ese corazón, se glorifica al Hijo de Dios Encarnado. ¡Virgen
Santísima, que mi corazón sea como el Portal de Belén, para recibir al Niño
Dios que nace para Navidad!
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Luego del Nacimiento, los pastores, hombres sencillos y
humildes, reciben el anuncio del ángel: les ha nacido un Salvador y la señal
para reconocerlo es un Niño recostado en un pesebre. Dejando sus tareas, acuden
al Portal de Belén, para postrarse ante Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios,
para adorarlo y para darle todo el amor del que son capaces. Los pastores, ignorantes
de las ciencias humanas y pobres de bienes materiales, son sin embargo, sencillos
y humildes de corazón, y eso es lo que les permite escuchar el anuncio de los
ángeles. La soberbia del corazón, por el contrario, impide escuchar el anuncio
del cielo; la soberbia impide reconocer, en un Niño indefenso y recién nacido,
al Dios Omnipotente, al Creador del universo visible e invisible; la soberbia
impide glorificar a Dios, adorarlo y amarlo como Él se merece. ¡Virgen
Santísima, intercede ante tu Hijo Dios, para que desparezca la soberbia de
nuestros corazones y seamos así capaces de contemplar, amar y adorar a Dios
hecho Niño para nuestra salvación!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación
Los Reyes Magos, guiados
por la Estrella de Belén, se postran en adoración ante el Rey de reyes, el Niño
Jesús, y le presentan sus dones: oro, incienso y mirra. Al igual que ellos,
nosotros también somos guiados por una estrella hasta donde se encuentra Jesús:
esa estrella es la Estrella de la mañana, la Virgen Santísima, que anuncia en
el corazón la Llegada del Sol de justicia, Cristo Jesús, que viene a nuestro
encuentro como un niño recién nacido, indefenso, necesitado de amor. Y al igual
que los Reyes Magos, también nosotros nos postramos en adoración ante el Niño
Jesús, el Niño Dios, el Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, y le
presentamos, humildemente, nuestros dones: el oro de la adoración, porque lo
reconocemos como Dios; el incienso de la oración, porque lo reconocemos como el
Sacerdote Mediador ante Dios y los hombres; la mirra de la mortificación y el
sacrificio, porque en ese Niño Dios reconocemos al Cordero de Dios, que nace en
Belén para donarse como Eucaristía, entregando su Cuerpo como Pan de Vida eterna; que nace en Belén para inmolarse en el Santo Sacrificio de la Cruz, y a cuyo sacrificio
queremos unirnos, en cuerpo y alma, para la salvación de los hombres.
Un
Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres
Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las
indulgencias del Santo Rosario.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Los cielos, la tierra”.
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