(Homilía en ocasión de la Santa Misa de acción de gracias por un nuevo aniversario del Oratorio de Adoración Eucarística perteneciente a la Parroquia)
Para una comunidad parroquial, el hecho de poseer un
Oratorio de Adoración Eucarística es una gracia literalmente inapreciable,
porque por mucho esfuerzo que hagamos para entender el alcance de esta gracia,
nunca vamos a poder alcanzar a dimensionar, ni en esta vida, ni en la otra, lo
que significa tener la Presencia de Jesús Sacramentado, expuesto para su
adoración, todos los días del año.
Como decimos, es una gracia incomparable, inimaginable, y
como todas las cosas de Dios, es algo demasiado grande para nuestra pequeñez
humana. Es muy pequeño nuestro entendimiento, para que podamos entender cómo es
posible que el Dios de los cielos, al que adoran ángeles y santos en la
eternidad, se encuentra aquí y ahora, en medio nuestro, en nuestro tiempo; es
muy pequeño nuestro corazón, para amar al Dios del Amor, y es por eso que las
palabras de Santa Teresa de Ávila se hacen realidad: “El Amor no es amado”. Jesús, en la
Eucaristía, es el Dios Amor –porque “Dios es Amor”, dice San Juan Evangelista (1 Jn 4, 8)-, el
Dios que es el rostro de la misericordia del Padre, el Dios que es la Misericordia
Encarnada, y está en la Eucaristía, con su Sagrado Corazón Eucarístico latiendo
con la fuerza y el ritmo del Amor de Dios, el Espíritu Santo, suspirando de
amor por todos y cada uno de nosotros, con el solo deseo de donarnos la inmensidad de su Amor, pero nosotros no tenemos ni tiempo, ni
ganas, ni amor suficiente para devolver amor al Amor, como dice el dicho:
“Amor con amor se paga”.
Jesús está en la Eucaristía no en el recuerdo, no en la
imaginación de los fieles; su Presencia no depende de la fe de nadie, porque Él
está ahí y estará hasta el fin de los tiempos, aún si nadie en el mundo tuviera
fe, aún si nadie en el mundo creyera en su Presencia; sólo bastaría la consagración
del pan y del vino de un débil y pobre sacerdote de campo, para que Jesús se
haga Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, como
sucede en cada Santa Misa.
Jesús está en la Eucaristía para ofrecernos el Amor de su
Sagrado Corazón Eucarístico y no quiere otra cosa de nosotros sino que le demos
nuestro amor. Cuando se le apareció a Santa Margarita María de Alacquoque,
Jesús le pidió su corazón, lo introdujo en el suyo, y lo sacó convertido en un
corazón de fuego, porque era el mismo corazón de Santa Margarita, que había
sido sumergido en el Fuego del Divino Amor que arde sin consumir al Sagrado
Corazón de Jesús. Lo mismo quiere hacer Jesús con cada uno de nosotros: quiere
que le demos la pequeñez de nuestro corazón, con todo lo que está allí
contenido, para sumergirlo en el Fuego del Divino Amor, que arde en su Corazón,
para no solo purificar y santificar nuestros corazones y nuestros amores, sino
para convertirlos en copias e imágenes vivientes de su Sagrado Corazón. También
quiere hacernos partícipes de las tristezas y amarguras que experimentó en su
Pasión, pero eso solo lo hace con quienes más ama.
El oratorio debería estar abarrotado de fieles, pero no lo
está, porque faltan adoradores, mientras que sobran los que hacen fila para
asistir a espectáculos deportivos y de toda clase, o para recibir dinero de un
cajero automático, o para vivar a ídolos musicales. Faltan adoradores, sobran
quienes aman al mundo.
¿Y qué debemos hacer cuando venimos a adorar? Por supuesto que
Jesús es Dios omnipotente y, como tal, puede concedernos absolutamente todo lo
que le pidamos, siempre que sea conveniente para nuestra salvación. Pero si
venimos solamente a pedir, entonces nuestra relación y nuestro trato con Jesús
Sacramentado no pasa de ser una relación y un trato interesados, como si
dijéramos: “Antes que tu Amor, quiere que me des lo que te pido”. Buscaríamos a
Jesús en la Eucaristía por mezquindad, por intereses egoístas y amaríamos a
Jesús de modo mezquino y egoísta, porque lo amaríamos no por lo que Es, Dios de
infinita majestad y Amor, sino por lo que da, que es lo que le pedimos. Amaríamos “los
consuelos de Dios, y no al Dios de los consuelos”, como dice Santa Teresa de
Ávila. Amaríamos a Jesús no con amor de amistad, como Él nos ama: "Ya no os llamo siervos, sino amigos" (Jn 15, 15), sino con amor interesado, mezquinos. No debemos entonces acudir a la adoración eucarística para pedir –o al menos, no
debe ser esa la intención primaria, si es que de veras queremos amar a Jesús
Eucaristía-, sino que debemos acudir a la adoración eucarística para dar
gracias, para ofrecer oraciones y sacrificios por vivos y difuntos, por la
conversión de los pecadores, muchos de los cuales, como dice la Virgen en
Fátima, se condenan en el lago de fuego porque “no hay nadie que rece por ellos”;
deberíamos venir a la adoración eucarística para unirnos a la Pasión del
Redentor, para participar de su Pasión en cuerpo y alma, ofreciendo lo que somos y tenemos para que Él disponga de nuestras
vidas como le plazca; finalmente, deberíamos acudir a la adoración eucarística sin otro objetivo que el de simplemente amar, adorar y reparar; para adorar y amar con todo nuestro ser al Dios Amor en la Hostia
consagrada. Y sin embargo, faltan adoradores, porque como dice Santa Teresa, “el
Amor no es amado”.
Para medir nuestro grado de amor a Jesús Eucaristía, y para que
caigamos en la cuenta de cuán cierta es la frase de Santa Teresa de Ávila: “El Amor no es amado”, debemos
preguntarnos: ¿qué pasaría si en vez de Jesús Eucaristía, estuviera un
dispensador de dólares, que regalara miles de dólares por segundo a quienes se
pongan delante suyo? ¿Qué pasaría si en vez de Jesús Eucaristía, estuviera
Messi, o Tévez, o Cristiano Ronaldo, o cualquier deportista o político, o
personalidad de la cultura, del cine, del teatro, o algún gran personaje del
mundo? ¿Qué pasaría si estuviera alguien que prometiera dar soluciones a todos
los problemas, económicos, morales, espirituales, afectivos, de cada uno? ¿No
acudirían los cristianos –niños, jóvenes, adultos- en masa, para recibir las
migajas que pudieran darles?
Sí, los cristianos acudirían en masa, dejando solo a Jesús
en el sagrario, tal como lo hacen en nuestros días, porque “el Amor no es amado”.
Tener un Oratorio de Adoración Eucarística es una gracia
enorme, inabarcable para nuestra pequeñez humana, pero la Virgen, Nuestra
Señora de la Eucaristía, viene en ayuda de nuestra pequeñez, porque Ella, la
Madre del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, la Madre del Amor Hermoso, como
Medianera de todas las gracias, puede concedernos las gracias que iluminen
nuestras pobres mentes y corazones, para que apreciemos el Amor del Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús y no lo dejemos de lado por los modernos ídolos
con los que el mundo nos tienta. Que la Virgen, Nuestra Señora de la
Eucaristía, nos ayude a discernir, para que no solo no caigamos en la tentación de
adorar a los ídolos del mundo, el becerro de oro que adoró idolátricamente el
Pueblo Elegido, sino que adoremos al Único y Verdadero Dios que merece ser
adorado, Jesús, el Cordero de Dios, el Dios del Sagrario, el Dios de la
Eucaristía.
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