Inicio: ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y acción de
gracias a Jesús Eucaristía.
Canto
inicial: “Cristianos, venid; cristianos, llegad”.
Oración inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).
Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
el Huerto de los Olivos Jesús pidió a sus discípulos que lo acompañaran con la
oración: “Quedaos aquí y velad conmigo” (Mt
26, 38), pero ellos, rendidos por el cansancio, pero sobre todo por la
indiferencia, el desinterés y el desamor hacia Jesús, lo dejaron solo y, en vez
de orar, se durmieron. Esto motivó su amargo reproche: “¿No habéis podido velar
una hora Conmigo?” (Mt 26, 40). Hoy también
necesita Jesús discípulos que lo amen, lo adoren y lo acompañen en el sagrario;
pero hoy también nos dirige Jesús a nosotros el mismo reproche, porque nosotros,
cristianos del siglo XXI, discípulos suyos, elegidos con amor de predilección de
entre cientos de miles de hombres para acompañarlo en las amargas horas del
Getsemaní, no somos capaces de acudir al sagrario o al oratorio, en donde Jesús
se encuentra en la Eucaristía, para acompañarlo en su soledad, para orar por la
conversión de los hombres pecadores, para hacernos partícipes de su Pasión
redentora. Escuchemos la voz de Jesús que nos dice al corazón: “¿No habéis
podido velar una hora Conmigo?”.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; es
el Cordero de Dios que lava los pecados del alma con su Sangre derramada en el
Huerto y en la cruz. Siendo Él el Cordero Inocente, asumió sobre sí nuestros
pecados; fue la visión de la espantosa malicia del pecado del hombre lo que le
produjo una angustia de muerte: “Mi alma está triste hasta la muerte” y lo que
lo llevó a sudar sangre. Jesús sudó sangre en el Huerto, como consecuencia de la
angustia mortal que le provocó ver nuestros pecados, que con su horrible
fealdad ofendían la Divina Majestad. Los mismos pecados que los hombres
cometemos –aborto, eutanasia, crímenes de todo tipo, avaricia, lujuria,
idolatría, pereza, gula- y que nos provocan placer de concupiscencia, en Jesús
se traducen en una angustia y una tristeza mortal, que lo lleva a agonizar y si
no le provocan la muerte –tal es el horror del pecado a los ojos de Dios- es
porque el Padre ha dispuesto que debe aún sufrir más, hasta la muerte de cruz. Jesús
Eucaristía nos llama, como cristianos, desde el sagrario, para que lo
acompañemos con la oración, para que ofrezcamos nuestras vidas y lo que somos y
tenemos, para reparar y expiar por nuestros pecados y los del mundo entero.
Jesús nos llama, desde la Eucaristía, para que consolemos su Sagrado Corazón
Eucarístico, estrujado de dolor y angustia ante el mal que anida en el corazón
del hombre. ¿Por qué no respondemos a su llamado de Amor?
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
el Huerto de los Olivos, además de la tristeza mortal por nuestros pecados, Jesús
sufrió en su Cuerpo y en su Alma los dolores, enfermedades y muertes de todos
los hombres, porque en su Pasión no solo lavó nuestros pecados, sino que
también destruyó la muerte y santificó el dolor y la enfermedad, pero para
hacerlo, sufrió verdaderamente cada dolor por nosotros experimentado, y sufrió
también nuestra propia muerte; sufrió las agonías, dolores, penas, abandonos de
todos y cada uno de los hombres, para así destruir la muerte, santificar el
dolor y concedernos su vida eterna. Pero la Pasión de Jesús continúa en el
signo de los tiempos, y es por eso que necesita que nosotros, los bautizados, que
formamos su Cuerpo Místico, oremos junto a Él, que estás Presente en el
misterio de la Eucaristía, para pedir por los pecadores pero también ofreciendo
sacrificios por ellos; Jesús quiere que nos unamos espiritualmente a Él en su Pasión,
para que unidos a Él por la adoración eucarística y ofreciéndonos en Él como víctimas,
seamos corredentores de nuestros hermanos. Pero los cristianos en vez de acudir
ante su Presencia sacramental, para unirnos a Él con nuestras vidas y ofrecerle
nuestras tribulaciones, lo dejamos solo en el sagrario, para ocuparnos de
nuestros propios asuntos y si vamos ante Él, es sólo para pedir, pero nunca
para ofrecernos como víctimas junto a Él.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En la Pasión, Jesús sufrió la humillación de ser pospuesto a
un bandido, Barrabás, porque la multitud eligió a un asaltante de caminos,
antes que a Él, el Cordero Inmaculado, el Cordero Inocente; cuando Pilatos dio
a elegir a la multitud a quién había que liberar, si Jesús o Barrabás, la
multitud enfurecida pidió la libertad de Barrabás y vociferó contra Jesús,
pidiendo su muerte; la multitud prefirió a un ladrón y condenó a Jesús como a
un delincuente, siendo él el Cordero Inocente, que jamás cometió pecado alguno
y no podía hacerlo, porque era Dios Hijo en Persona. La misma escena del
Evangelio, en la que la multitud huye de la Presencia de Jesús y prefiere a los
enemigos del alma, se repite en nuestros días, porque hoy también, niños,
jóvenes, adultos, ancianos, infligen a Jesús Eucaristía la misma humillación,
porque posponen a Jesús Eucaristía por los ídolos del mundo –el deporte, la
diversión, la televisión, internet, el descanso, los negocios-: cualquier ídolo
es preferible, antes que venir a adorar a Jesús en la Eucaristía.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En el Huerto de Getsemaní Jesús rezaba y sudaba sangre, y
sufría una tristeza mortal, al asumir sobre sí los pecados y las muertes de
todos los hombres, para lavar los pecados con su Sangre y destruir la muerte
con su propia muerte. Pero mientras Jesús oraba y sudaba sangre, ofreciendo su
vida al Padre por nuestra salvación, sus discípulos, faltos de amor hacia Él,
dormían. Paradójicamente, mientras ellos, los discípulos amados por Jesús,
elegidos por Él por Amor, para que lo acompañaran en su misión de redimir al
mundo, dormían, sus enemigos, instigados por el demonio, movidos por el odio y
el amor al dinero, no sólo no dormían, sino que actuaban con velocidad,
agilidad y astucia, para apresar a Jesús y condenarlo a muerte. Los discípulos
de Jesús duermen; los discípulos de Satanás se muestran despiertos y activos. Los
discípulos llamados por el Amor Encarnado, Jesús, duermen, porque no se
muestran interesados por el Amor, ya que prefieren su propia comodidad y
pereza; los discípulos llamados por el odio personificado, Satanás, no duermen,
sino que, movidos por el odio y el amor al dinero, se mueven con agilidad
sobrehumana. También hoy sucede lo mismo: Jesús, el Dios del Sagrario, el Dios
de la Eucaristía, nos llama con su Amor desde su Presencia Eucarística, para
que lo acompañes en su Pasión, pero al igual que ayer, nosotros, elegidos por
el Amor para amar, adorar y orar a Jesús Eucaristía, preferimos dormir. Y también
hoy como ayer, mientras nosotros dormimos, los enemigos de Jesús y de la
Iglesia, guiados por el Príncipe de las tinieblas, se muestran astutos, veloces
y sagaces para consumar sus planes de perdición eterna para las almas. Ellos,
llamados por el odio personificado, Satanás, están despiertos y se muestran
ágiles, veloces y astutos; nosotros, llamados por el Amor Encarnado, Cristo
Jesús en la Eucaristía, dormimos. ¿Qué esperamos para despertar?
Un
Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres
Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las
indulgencias del Santo Rosario.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
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