Para entender la importancia y la trascendencia, para la
vida de la Iglesia, de la Eucaristía como “Corazón de la Iglesia”, antes de
entrar propiamente en el tema, podemos hacer la comparación de lo que sucede en
el hombre, con su propio corazón. En el hombre, el corazón cumple una doble
función: desde el punto de vista biológico y desde el punto de vista espiritual
y afectivo.
Desde el punto de vista biológico, el corazón es para el
hombre su centro vital, puesto que el corazón es el que bombea la sangre a todo
el organismo, la cual se distribuye por medio de las arterias, llevando
oxígenos y nutrientes. Si bien hay otros órganos que pueden llamarse “vitales”
–hígado, pulmón, riñones-, el corazón cumple una función tal que es, para el
hombre, el órgano vital por excelencia. Como es obvio, el hombre es incapaz de
vivir sin corazón; si el corazón falla de forma grave e irreversible, el cuerpo
queda de inmediato sin vida, palidece, pierde calor y movimiento rápidamente y,
de no mediar una acción médica tendiente a la recuperación de la función básica
del corazón, el bombeo de la sangre a un ritmo determinado, al no haber un
motor que sea capaz de bombear la sangre a los órganos, el hombre muere. La
muerte se produce irremediablemente –tanto el cuerpo entero en su totalidad,
como sus órganos, individualmente, mueren irremediablemente- si no hay función
cardíaca. La sangre, bombeada por el corazón, se distribuye permanentemente,
con cada latido cardíaco, llevando la vida a los órganos; interrumpir la
actividad cardíaca, equivale a interrumpir la vida del hombre. Es por esto que
decimos que el corazón es el centro vital del hombre, desde el punto de vista
biológico.
Ahora
bien, el corazón es centro vital también para las emociones, por cuanto, al ser
“blanco” de diversas substancias que se liberan en determinadas situaciones
–las catecolaminas-, su frecuencia, su ritmo y la cantidad, mayor o menor de
sangre que expulsa por latido y por minuto, se modifican, en el sentido de
acelerarse o de enlentecerse. Por ejemplo, es de experiencia cotidiana y al
alcance de cualquier, que cuando existe algún peligro inmediato o inminente, el
corazón late con más fuerza y con mayor ritmo, para bombear mayor cantidad de
oxígeno y de sangre, sea a su cerebro, para que pueda pensar mejor acerca de
las posibles respuestas frente al peligro, sea a sus extremidades, para que
pueda moverse más ágilmente para huir del peligro que lo acecha. Además, el corazón
refleja también la vida sensible y afectiva del hombre –derivación de la vida
espiritual-, porque late con más energía cuando el hombre está enamorado, por
ejemplo, o bien se enlentece cuando lo invade la tristeza. Por esto es que
decimos que, biológicamente, el corazón es el centro de la vida biológica; de
manera simbólica, es el centro de las emociones y también el centro de los
afectos sensibles, por cuanto es “blanco” del afecto –del verdadero afecto-,
surgido del amor espiritual. Es decir, el corazón, de una manera u otra, es, simbólicamente, el centro de la vida
emocional, afectiva y espiritual, al igual que es, realmente, el centro de la
vida biológica del cuerpo y, por lo tanto, de su bienestar. Es éste el sentido
de la palabra “corazón” para los hebreos: no se limita al solo plano biológico
o afectivo, sino que designa “lo interior”, algo mucho más amplio que los meros
sentimientos (2Sa 15, 13; Sal 21, 3)[2].
Para el hebreo, el corazón comprende, además de los sentimientos, los recuerdos,
los proyectos, las decisiones e incluso la capacidad de pensar y los
pensamientos. En Eclesiástico 17, 6, Dios da al hombre “un corazón para
pensar”; el salmista evoca “los pensamientos del corazón” de Dios mismo, es
decir, su plan de salvación (Sal 33,
11)[3].
En Proverbios, la expresión “dame tu corazón”, puede significar “préstame
atención” (Prov 23, 6), mientras que
el “corazón endurecido, significa un espíritu cerrado al bien, que obra el mal.
Entonces podemos decir, haciendo una analogía con las
funciones biológicas que, desde el punto de vista emocional, afectivo y espiritual,
el corazón es el símbolo de la vida y del amor: así como biológicamente el
corazón es sinónimo de vida y también de amor, porque los afectos se reflejan
en él, también podemos afirmar lo mismo, desde el punto de vista espiritual y
afectivo, lo cual se refleja en expresiones cotidianas, como “hombre sin
corazón” o, en el sentido opuesto, “hombre de gran corazón”. En otras palabras:
así como es, desde el punto de vista biológico,
el órgano que da vida y refleja el bienestar del cuerpo del hombre, así también
podemos decir que para el hombre el corazón es, espiritual y afectivamente y de
modo simbólico, el centro de su vida espiritual y el origen del amor: así,
decimos que un hombre “no tiene corazón” cuando ese hombre obra de forma
contraria a la vida, cuando sus obras son faltas de caridad, de compasión, de
misericordia; decimos que ese hombre “no tiene corazón”, porque espiritual y
afectivamente no tiene aquello que brota del corazón, el amor y la vida. Un
hombre “sin corazón”, espiritual y afectivamente hablando, es un hombre
despiadado, inmisericorde, que obra obras de muerte y no de vida y amor, que no
posee el efluvio de vida y amor que brota de su centro espiritual vital.
Es
a esto a lo que se refiere Jesús cuando dice que “es del corazón del hombre de
donde salen toda clase de obras malas” y que “es lo que lo hace impuro” (cfr. Mt 15, 15ss). Una expresión equivalente
es la de “hombre de corazón malo”.
Por
el contrario, con la expresión “hombre de gran corazón”, queremos significar a
una persona, hombre o mujer, cuyas obras reflejan aquello que simboliza el
corazón: amor y vida. Un hombre “de gran corazón” significa alguien que posee
un centro vital interior, espiritual, del cual brotan o fluyen obras de vida y
de amor. Con la expresión “gran corazón” no queremos significar a una persona
que tiene buenos afectos: queremos indicar a alguien que, en su interior, en su
alma, posee un centro que emana vida y amor –vida y amor no meramente sensible,
sino espiritual-, y es este centro interior, espiritual, fuente de vida
interior y de amor espiritual, al que llamamos simbólicamente con el nombre de
“corazón”. Un hombre de gran corazón será por lo tanto, aquel que posee un
centro espiritual interior de vida y amor, un centro (acto de ser) del cual
fluyen la vida y el amor, y este centro se simboliza con el corazón.
Entonces, resumiendo: biológicamente, el corazón es centro
de la vida y “blanco” del amor del hombre; espiritual y afectivamente, el
corazón es símbolo de vida y de amor.
De manera análoga, podemos decir que Dios tiene un “centro”
(su Acto de Ser divino) que es fuente de vida y de amor divinos; es decir,
también de Dios podemos decir que tiene un Corazón, que es único para el Padre
y el Hijo, de donde brota el Espíritu Santo, llamado “prenda”, “don”, “hálito”,
“aliento” de Amor[4].
Entonces, como dice un autor, “lo que es el corazón para el ser sensible, es en
Dios la infinita plenitud de amor y de vida” divinos, que brotan del Ser
trinitario[5].
¿Cómo
trasladamos estas consideraciones a la Eucaristía y a la Iglesia, para poder
afirmar que “la Eucaristía es el Corazón de la Iglesia?
Podemos hacer esta afirmación desde el momento en que
consideramos que la Eucaristía es Cristo y Cristo es el Hombre-Dios, y de su
Corazón -que es el Corazón del Logos- contenido en la Eucaristía, surge y brota
“la savia de vida y amor divinos, el Espíritu Santo”[6].
Es decir, porque Jesús es Dios Hijo, y porque Él está Presente en la Eucaristía
con su Sagrado Corazón, y como de su Sagrado Corazón brota la vida y el amor
divinos, el Espíritu Santo, la Eucaristía es el Corazón de la Iglesia, de donde
la Iglesia recibe, del Sagrado Corazón de Jesús, lo que de Él brota como de una
fuente inagotable: vida y amor divino. En la Eucaristía, el Sagrado Corazón
transmite la vida y el amor a su Cuerpo Místico, la Iglesia, mediante los
sacramentos de la Iglesia, que funcionan así como las arterias que distribuyen
la vida y el amor al Cuerpo Místico de la Iglesia, los bautizados[7].
Es decir, de manera análoga a como en el hombre el corazón
es el centro de la vida biológica o física, además de ser el símbolo de la vida
espiritual, emocional y afectiva –el amor-, en la Iglesia, que es el Cuerpo Místico
de Cristo, la Eucaristía, que es Cristo con su Sagrado Corazón, es la fuente de
la vida y del amor divinos, porque Él espira el Espíritu Santo en la comunión
Eucarística, y el Espíritu Santo es fuente de vida y de amor sobrenaturales,
divinos, celestiales.
Al igual que el corazón de un hombre, que le comunica a su
cuerpo vida, así también la sunción de la Eucaristía, del Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, comunica fuerza de vida divina[8],
además de alegría y gozo de vida divina[9], y
prepara para la visión beatífica[10].
Ahora bien, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús comunica
vida y amor, pero no una vida y un amor naturales, como la vida que tenemos y
el amor humano que conocemos y del que nosotros mismos somos capaces: el
Corazón Eucarístico de Jesús nos comunica una vida y un amor que son
sobrenaturales, porque nos comunica al Espíritu Santo, que es vida y amor
divinos. Y porque nos comunica al Espíritu Santo, por la comunión eucarística,
nos comunica también de su alegría, que no es la alegría humana, creatural,
terrena, que conocemos bien, sino una alegría distinta, sobrenatural,
celestial, de origen divino, la alegría misma del Espíritu de Dios. Y por estas
mismas razones, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús nos prepara, ya desde
la tierra, para vivir en la alegría de la eterna bienaventuranza.
Del
Corazón de Cristo se derrama sobre su Iglesia, su Esposa, el río de sangre
vivificador, como del costado de Adán salió Eva[11] y
ese río de Sangre vivificador es vivificador, porque contiene al Espíritu Santo.
El Sagrado Corazón de Jesús contiene al Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino,
Fuego que es vida y amor de Dios, y ésa es la razón por la cual el Sagrado
Corazón se le aparece a Santa Margarita envuelto en llamas. Ahora bien, esas
llamas, que son símbolo y figura del Amor de Dios que inhabita al Sagrado
Corazón, Jesús nos lo da, no en un sentido figurado, o como una mera expresión
de deseos, sino que nos lo comunica en la comunión eucarística, de manera tal
que el alma dispuesta por la gracia, por la fe y por el amor, al contacto con
esas llamas, se ve inflamada en el Fuego del Divino Amor, así como una tabla de
madera reseca combustiona al instante al contacto con las llamas abrasadoras de
un incendio, o como un hato de hierbas secas se convierte en llamas, al
contacto con la mera chispa de un fuego encendido.
Entonces,
si en el hombre el corazón transmite vida y es el centro del amor, mucho más lo
es, en la Iglesia, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que transmite la
vida y el Amor divinos, el Espíritu Santo. La vida divina y eterna, que nos
comunica el Sagrado Corazón Eucarístico, nos la comunica a modo de germen, y es
la que se desarrollará un día por completo, en la gloria[12].
Dice así Jesús a Sor Faustina: “Quiero decirte (…) que la vida eterna debe
iniciarse ya aquí en la tierra a través de la Santa Comunión. Cada Santa
Comunión te hace más capaz para la comunión con Dios por toda la eternidad”.
Para
completar la analogía entre el hombre y su corazón, con la Iglesia y la
Eucaristía, consideremos qué sería de la Iglesia sin la Eucaristía: una Iglesia
sin vida, sin amor, sin alma; un cadáver, un remedo de Iglesia, pero no la
Iglesia Católica, la Iglesia de Jesucristo. Así como un hombre al que se le ha
extirpado el corazón, está muerto, porque se ha convertido en cadáver al no
haber un corazón que pueda bombear la sangre a los tejidos, así la Iglesia
Católica, si no tuviera la Eucaristía, sería un cuerpo eclesial muerto, un
cadáver viviente, que diría hablar de Dios, pero que estaría carente del Divino
Amor. Sería como un “sepulcro viviente”, tal como la acusación de Jesús a los
fariseos, que han olvidado que la esencia de la religión es la misericordia.
Sin Eucaristía, sin la vida y el Amor divinos que brotan del Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, la Iglesia sería sólo un cuerpo sin vida, sin amor, sin
caridad, sin misericordia, sin compasión. Una Iglesia llena de fariseos, llena
de “sepulcros vivientes”.
Por
último, así como entre los amantes, el corazón es el efluvio de amor con el que
los amantes quedan unidos entre sí, espiritualmente, así, el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús, que nos comunica la efusión de su Sagrado Corazón, el
Amor de Dios, el Espíritu Santo, quiere unirnos y nos une a Él por el Amor, y
así se constituye en el Milagro del Amor inefable de Dios para con nosotros,
que por el Amor quiere unirse a nosotros del modo más íntimo que se pueda dar,
el espiritual[13].
La pregunta es: si el Sagrado Corazón nos da el Amor de Dios que en Él
inhabita, en cada comunión, ¿qué le damos nosotros a cambio, cuando comulgamos?
Meditación
2. “La fusión de los corazones: el Corazón Eucarístico de Jesús y el corazón
del hombre, renovado por la gracia”.
A
causa del pecado, el corazón del hombre se vuelve “duro” y “fuente de maldades”
(cfr. Jn 15, 15ss). Pero “Dios es
Amor” (cfr. 1 Jn 4, 8) y quiere
comunicarle su Amor al hombre, y como Él es Amor que se comunica, que se
auto-dona a sí mismo, quiere que el hombre le responda de la misma manera, con
amor, y eso es lo que está expresado en los Mandamientos. De hecho, el Primer
Mandamiento -el más importante de todos, porque el que cumple ese Mandamiento
cumple toda la ley- manda amar con un triple amor: a Dios, al prójimo y a uno
mismo. Y luego, cuando ese Dios se encarne en Jesucristo, en la Persona del
Hijo, dará un “nuevo mandamiento”, que también consiste en amar: “los unos a
los otros, como Él nos ha amado” (cfr. Jn
13, 34), es decir, hasta la cruz, y por eso están incluidos, en primer lugar,
los enemigos, porque Él nos amó siendo nosotros sus enemigos. Entonces, Dios,
que es Amor, ama al hombre, y lo declara en los Mandamientos: quiere que el
hombre lo ame, pero porque Él lo amó primero, desde la eternidad. Dios no
quiere otra cosa del hombre que amarlo y ser amado a su vez por el hombre. Pero
Dios no se contenta con una simple declaración de amor: porque ama al hombre, más,
mucho más que simplemente declararle su Amor, Dios quiere unir, fusionar, su
Corazón, sede de su Amor Divino –el Corazón único del Padre y del Hijo- con el
corazón del hombre, para derramar en el hombre todo su Amor.
Dios
quiere dar al hombre su Amor; con esta premisa, hay que establecer las
diferencias con las que se dona el amor entre los hombres. Entre los seres
humanos, aun cuando se trate del amor más puro, como el amor materno, el amor
esponsal, el amor fraterno, el amor espiritual, hay un límite a la
“transferencia del don del amor”, si podemos llamar así al proceso del
enamoramiento y del don del amor mutuo entre los humanos. El don del Amor
Divino se lleva a cabo de una manera análoga a como se da entre los humanos,
pero de un modo inconcebiblemente superior.
Para
entenderlo un poco más, pensemos en el amor materno, en el amor de una madre
por su hijo recién nacido (y en el amor recíproco del hijo a la madre). La madre
que ama a su hijo recién nacido, desea “trasfundir su propia vida –y su propio
amor- y fundirla en la vida de su hijo y lo manifiesta mediante el beso”[14]
que la madre da al hijo; recíprocamente, el hijo, que recibió la vida de su
madre, desea hacer lo mismo –trasfundir su vida y su amor a la madre-, y para
ello, lo expresa del modo más puro y delicado, el beso que el recién nacido le
da a la madre. No hay otra cosa que desee más el corazón materno que infundir,
por así decirlo, nuevamente la vida en el fruto de su seno, su hijo, y esto lo
expresa hace por medio del beso maternal[15].
Como
dice un autor, “en este acto –el beso materno y el beso del hijo- se verifica
la deseada unidad de vida y amor de la manera más perfecta y real, con el
transfundirse el aliento de vida y la llama de amor que flamea en el corazón,
de un corazón a otro, de un alma a otra alma. En el encuentro y fusión de su
aliento de vida y amor –la espiración o suspiro del corazón-, se encuentran y
se funden los corazones y las almas formando una misma vida, un solo corazón,
un solo espíritu. Entre los esposos que se aman, el simple soplo –suspiro,
espiración- por el cual los amantes, lejos aún el uno del otro, manifiestan su
amor, ahora se transforma –en el beso- en completa entrega viva; y la entrega,
mediante la cual aun personas distantes pueden pertenecerse, se transforma en
compenetración viva, recíproca”[16].
Continúa
este autor: “El aliento del corazón, o suspiro de amor, si se lo concibe como
hálito de vida, por cuanto mediante el mismo se comunica y se expresa en el
beso la unidad de vida y amor anhelada por el amor, es más que un simple “soplo
de amor”, y se convierte en análogon
para la tercera Persona de la divinidad”[17],
porque el aliento del Corazón de Dios, el soplo de amor, se constituye, en
Dios, en una Persona, la Persona-Amor de la Trinidad, el Espíritu Santo. Es
este “soplo de Amor Divino”, que es la Tercera Persona, lo que Dios nos
comunica por Jesús. Es decir, en el hombre, el suspiro de amor o hálito del
corazón, por el cual una persona quiere comunicar su vida y fundirla a la otra
–madre a hijo, esposo a esposa-, con todo el amor que esto exprese, no puede
verificarse en la realidad, por cuanto el aliento del corazón no constituye a
una nueva persona; en cambio, en Dios, el aliento de amor o suspiro de amor,
que surge del corazón único de Dios –corazón del Padre y del Hijo- sí
constituye a una Persona, la Tercera Persona de la Trinidad, y es esta Persona
–cuyo nombre, por eso, es “espiración”, “prenda”, “don” y “beso”-, la Persona-Amor
de la Trinidad, la que es comunicada por el Padre y el Hijo. En otras palabras,
mientras los hombres no pueden formar una persona por más intenso que sea su
amor, para donar al otro su más perfecto amor, y así su corazón humano sólo
“espira un soplo de amor”, sin constituir persona, en Dios, en cambio, el
“soplo de Amor” del Corazón único del Padre y del Hijo, constituye una Persona,
la Tercera, el Espíritu Santo, en el que se expresa y contiene todo el Divino
Amor que el Padre experimenta por el Hijo y el Hijo por el Padre, y es ésta
Tercera Persona la que se nos comunica por el Hijo.
En
efecto, a diferencia de los amantes de la tierra –los esposos que se aman entre
sí; una madre que ama a su hijo, el amor entre hermanos-, que no pueden “transfundir”
su amor y mucho menos a sí mismos, al amado, aun cuando lo desearan hacerlo,
Dios sí puede hacerlo: Dios se dona todo entero, todo sí mismo, todo su Ser
divino trinitario, toda su esencia divina, toda su divina substancia y todo su
Amor, al hombre, sin reservarse nada para sí. Es por eso que busca, en el
hombre, la reciprocidad en el don de amor que ha hecho al hombre. La novedad en
el amor entre Dios y el hombre, entonces, es que Dios, por amor, se dona todo a
sí mismo, sin reservas: su Ser trinitario, su esencia, su substancia, que es
Amor: “Dios es un piélago de substancia infinita”, dice Santo Tomás de Aquino. Es
decir, Dios, cuando ama –y ama al hombre, con amor de predilección, por encima
de todas sus creaturas, al punto de encarnarse en una naturaleza humana-, como
muestra de este amor, se dona todo a sí mismo, sin dejarse nada para sí. Dice
Jesús a Sor Faustina: “Debes saber, hija mía, que me es agradable el ardor de tu corazón (es decir, el “ardor” o
“amor” del corazón: a Jesús le agrada el amor del corazón de Santa Faustina) y
cómo tú deseas ardientemente unirte a Mí en
la santa comunión, así también Yo
deseo donarme entero a ti (lo dice el mismo Jesús: en la comunión, Él se
nos dona “todo entero”, sin reservas, por eso es que “exige” de nosotros, esa
reciprocidad en el amor) y en recompensa de tu celo, descansa junto a Mi
Corazón”. Pero a pesar de esta donación, en su totalidad, del Amor trinitario, el
hombre no responde recíprocamente: caído en el pecado original, el hombre busca
otros amores, relegando a Dios y dejándolo de lado, reemplazándolo por otros
amores. El corazón del hombre está endurecido como una piedra, y de su interior
sólo salen cosas malas; en ese estado, es imposible que pueda corresponder al
Don del Amor Divino. Pero aún antes de la caída original, antes de que el
hombre quede en el estado actual, que es el estado del pecado original, ya el
hombre, creado en gracia y en amistad con Dios, prefiere, en el inicio del
“misterio de iniquidad”, escuchar a la voz de la Serpiente Antigua, que le
ofrece al hombre el espejismo de felicidad que consiste en el amor egoísta de
sí, antes que escuchar la Voz de Dios, que por Amor le pedía que permaneciera
en su amistad, y es así como se produce la caída original: porque el hombre,
antes que responder al Divino Amor, donándose a sí mismo en reciprocidad
prefiere, a expensas de la Serpiente, replegarse en el amor egoísta de sí
mismo; prefiere adorarse y amarse a sí mismo, cayendo en la tentación
luciferina de “ser como dioses”. Pero la única manera en la que el hombre pueda
ser “como Dios”, es participando de su gracia y, por la gracia, unirse al
Corazón del Redentor, que es el Corazón del Padre, Corazón único de Dios Trino,
inhabitado por el Espíritu del Amor Divino, el Espíritu Santo. Sólo así el
hombre se vuelve capaz de responder al Amor de Dios, uniéndose a Dios-Amor por
la gracia. Al no hacerlo, su corazón, hecho para amar, se endurece ante la
falta de amor, se vuelve frío y oscuro como un sepulcro y se vuelve refractario
al don del Amor de Dios. El corazón endurecido, vuelto como una piedra como
consecuencia del pecado original, sólo alberga oscuridad, ya que en él no
habita la luz de Dios, luz que es Vida y Amor divinos, porque brota del Corazón
de Dios.
Es
por esto que, para lograr su objetivo, Dios debe Él mismo renovar al corazón
del hombre, convirtiéndolo, de corazón de piedra, duro, frío, oscuro, en
corazón de carne, un corazón que se vuelve similar al Corazón del Hombre-Dios y
que, por lo tanto, se vuelve capaz de ser inhabitado por el Espíritu Santo: “Yo
os purificaré. Yo os daré un corazón nuevo, pondré en vosotros un espíritu
nuevo: quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de
carne” (Ez 36, 25ss). Dios se decide
a cambiar al corazón humano, a convertirlo, de piedra, en carne, para que sea
similar a su Corazón Encarnado y pueda así ser inflamado con el mismo Fuego de
Amor Divino que envuelve al Sagrado Corazón. El Corazón de Dios encarnado, un
corazón de carne, no puede fusionarse con un corazón de piedra; el corazón del
hombre debe volverse de carne, para poder fusionarse con el Corazón de Dios
encarnado; sólo así, se fusionarán uno y otro corazón, por medio de las llamas
del Divino Amor, que inhabitan al Sagrado Corazón de Jesús. Esta fusión
sobreviene en la comunión eucarística, en donde el Sagrado Corazón, con el
Espíritu Santo que lo inhabita, está en Persona y no en figura.
¿Hasta
qué grado llega la donación de sí mismo, de este Dios-Amor? Ya lo dijimos
anteriormente: el Dios-Amor se dona todo a sí mismo, sin reservas. Pero para
darnos una mejor idea de esta donación divina, recordemos una de las
apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María de Alacquoque,
en la que Jesús le pide el corazón a Santa Margarita, lo introduce en su pecho,
“horno ardiente de caridad”, en donde Santa Margarita lo ve desaparecer como si
fuera un átomo en una inmensa caldera de fuego, para devolvérselo, al mismo
corazón de Santa Margarita, “en forma de llamas de fuego”. Es decir, el Sagrado
Corazón, lo que hace con Santa Margarita, es incendiar al corazón con las
llamas del Espíritu Santo –por eso dice Santa Margarita que se lo devuelve “con
forma de llama”- y convertirlo en una copia del suyo –porque es, como el suyo,
un corazón de carne, envuelto por las llamas del Divino Amor-. Hasta ahí, lo
que hace Jesús con Santa Margarita y su corazón y todos los autores de
espiritualidad coinciden en afirmar el altísimo grado de espiritualidad mística
de la santa.
Sin
embargo, con nosotros, en la comunión eucarística, hace algo infinitamente más
grandioso, algo infinitamente más maravilloso, algo infinitamente más hermoso,
que el don que le hace a Santa Margarita: a la santa, sólo le transformó su
corazón, un corazón de carne, en una copia semejante a su Sagrado Corazón, esto
es, un corazón envuelto en las llamas del Divino Amor. Jesús le hizo este don,
pero el corazón de Santa Margarita seguía siendo su corazón, y el de Jesús, el
de Jesús. En la comunión eucarística, Jesús, mucho más que convertir nuestros
corazones de piedra en corazones de carne, para que sean inhabitados por el
Espíritu Santo y así se conviertan en una imagen viviente del Sagrado Corazón
–lo cual es un don grandísimo-, nos da su propio Sagrado Corazón, el Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, inhabitado por la Persona Tercera de la Trinidad,
el Espíritu Santo. Debemos repetirlo nuevamente: en la comunión eucarística,
nos da su propio Corazón, el Sagrado Corazón; nos da su Corazón de Hombre-Dios,
lleno del Espíritu Santo, lleno del Amor Divino, lleno de la Divina
Misericordia, para que dispongamos de Él como lo que es, un don personal,
individual, hecho a cada uno de nosotros, cuando lo recibimos en la Eucaristía.
Lo
que recibimos en la Eucaristía es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que
derrama sobre nuestras almas al Divino Amor y a la Divina Misericordia, y es
esto lo que Jesús le dice a Sor Faustina: “A través de ti, como a través de
esta Hostia, los rayos de la misericordia pasarán al mundo”[18].
Los rayos de misericordia de Jesús brotaron de su Corazón traspasado, y en la
Hostia está ese mismo Corazón traspasado, del cual salen los rayos de la Divina
Misericordia: “A través de ti, como a través de esta Hostia, los rayos de la
misericordia pasarán al mundo”. “Como a través de esta Hostia”: de cada Hostia
brotan los rayos de misericordia, como brotaron del Corazón de Jesús, cuando
fue traspasado por la lanza, porque la Hostia es el mismo Corazón de Jesús,
oculto en apariencia de pan.
Y
nos lo da, arriesgándose a lo que eso significa: a que lo recibamos, como lo
recibimos habitualmente, con indiferencia, con frialdad, pensando en otras
cosas, sin amor, o amando otras cosas que no sean Él; peor aún, hay quienes lo
reciben con la lengua con la cual acaban de denostar a su prójimo, imagen
viviente de Dios Encarnado; hay quienes lo reciben, en vez de con amor, con
rencores, con odios, con bajezas y vilezas de todo tipo. Es decir, los hombres,
en vez de responder al don que de sí mismo hace el Sagrado Corazón Eucarístico
de Jesús en cada Eucaristía, con amor y con la entrega total de nuestro ser en
cada comunión eucarística, lo recibimos, en el mejor de los casos, como si
fuera un pancito bendecido, a ser consumido con apuro, para que la Misa
finalice lo antes posible y podamos dedicarnos a nuestros asuntos. A esta
recepción nuestra al Sagrado Corazón Eucarístico en la comunión -indiferente,
fría, e incluso hasta con malicia-, es a lo que se refiere Jesús cuando le dice
a Sor Faustina Kowalska: “Muchas veces tengo que retirarme de un corazón, sin
poder dejar ninguno de mis dones, porque están distraídos”. “Oh cuanto me duele
que muy rara vez las almas se unan a Mí en la Santa Comunión. Espero a las
almas y ellas son indiferentes a Mí. Las amo con tanta ternura y sinceridad, y
ellas desconfían de Mí. Deseo colmarlas de gracias y ellas no quieren
aceptarlas. Mi Corazón está lleno de Amor y Misericordia”[19].
Finalizamos
esta meditación con un texto de San Agustín, en donde se nos dice que, a los
cristianos, es connatural el ser atraídos por Cristo, “Pan del cielo”. Además
de esta expresión y de este concepto, en este escrito, San Agustín habla del
“corazón amante”, que es el que se deja atraer libremente por el Pan del cielo,
que es Jesús; es decir, utiliza la expresión “corazón”, en el mismo sentido en
el que la hemos utilizado nosotros anteriormente, como un centro espiritual
interior, fuente de vida y de amor que, en este caso, se deja atraer
libremente, por el centro de Vida y de Amor eternos que es el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús.
Dice
así San Agustín: “Nadie puede venir a mí, si no es atraído por el Padre. No
vayas a creer que eres atraído contra tu voluntad; el alma es atraída también
por el amor. Ni debemos temer el reproche que, en razón de estas palabras
evangélicas de la Escritura, pudieran hacernos algunos hombres, los cuales,
fijándose sólo en la materialidad de las palabras, están muy ajenos al
verdadero sentido de las cosas divinas. En efecto, tal vez nos dirán: “¿Cómo
puedo creer libremente si soy atraído?” Y yo les respondo: “Me parece poco
decir que somos atraídos libremente; hay que decir que somos atraídos incluso
con placer”.
San Agustín nos dice que “ser
atraídos por Dios” –que está en la Eucaristía-, no es contrario a la voluntad,
porque “el alma, dice el santo doctor- es atraída por el amor”. Y si alguien es
atraído por el amor, entonces es atraído libremente y con placer, porque el
alma se dirige libremente, para buscar al Amor de Dios, fuente de su placer.
Este Amor de Dios, que concede al alma la plenitud de su placer y la atrae
libremente, se encuentra todo, en su plenitud, en la Eucaristía. Es esto lo que
dice el santo en este otro párrafo:
“¿Qué
significa ser atraídos con placer? Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que
pide tu corazón. Existe un apetito en el alma al que este pan del cielo
le sabe dulcísimo. Por otra parte, si el poeta pudo decir: “Cada cual va
en pos de su apetito”, no por necesidad, sino por placer, no por obligación,
sino por gusto, ¿no podremos decir nosotros, con mayor razón, que el hombre se
siente atraído por Cristo, si sabemos que el deleite del hombre es la verdad,
la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo?”.
Aquí, usa la expresión “pan del
cielo dulcísimo” para referirse a aquello que, lleno del Amor de Dios, atrae al
alma libremente y con placer, y este “Pan del cielo, dulcísimo”, no es otra
cosa que el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
“Cada cual va en pos de su
apetito”: el hombre tiene un apetito de Dios impreso en el alma, de manera tal
que, desde que es creado, desde que es concebido, desde que nace, el hombre
tiene “hambre de Dios”, y este hambre se satisface plenamente con el Pan
Eucarístico, el Verdadero Maná bajado del cielo. Por eso, para el cristiano,
“ser atraídos” por la Eucaristía, no es algo contrario a él, sino que en la
Eucaristía encuentra la plena satisfacción de sus deseos de Amor, Paz, Alegría,
Vida, Justicia, Sabiduría.
Continúa
San Agustín: “¿Acaso tendrán los sentidos sus deleites y dejará de tenerlos el
alma? Si el alma no tuviera sus deleites, ¿cómo podría decirse: Los humanos se
acogen a la sombra de tus alas; se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a
beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva y tu luz
nos hace ver la luz?”.
Por medio de una pregunta retórica,
San Agustín nos enseña que el alma tiene sentidos y que, al igual que el
cuerpo, que tiene sentidos que se deleitan con lo bello, bueno y verdadero, así
el alma, con sus sentidos, se deleita en Dios, que es a quien hace referencia
el salmo: “Los humanos se acogen a la sombra de tus alas; se nutren de lo
sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias, porque en ti
está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz”. El alma encuentra sus
delicias en Dios, pero como ese Dios se ha encarnado, muerto y resucitado y nos
ofrece su Corazón glorioso en la Eucaristía, es en la Eucaristía en donde los
sentidos del alma encuentran su deleite, porque allí el Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús se dona sin reservas, con toda la riqueza de su Ser
trinitario divino y con todo su Amor divino.
“Preséntame
un corazón amante y comprenderá lo que digo. Preséntame un corazón inflamado en
deseos, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose solo y desterrado en
este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la patria eterna,
preséntame un tal corazón y asentirá en lo que digo. Si, por el contrario,
hablo a un corazón frío, éste nada sabe, nada comprende de lo que estoy
diciendo”.
Usa la expresión “corazón amante”,
un “corazón inflamado en deseos”, un “corazón hambriento”, que se sienta
“desterrado y solo en este mundo”, que “esté sediento y suspire por las fuentes
de la patria eterna”: es el corazón del cristiano, tomado en el mismo sentido
en el que nos hemos expresado, como centro interior, fuente de vida y de amor,
que busca, a su vez, la Vida y el Amor divinos, que se encuentran en la
Eucaristía.
Y ahora ejemplifica, con ejemplos
tomados de la vida cotidiana, para hacernos ver que el alma del cristiano es
atraída de modo connatural por Cristo, cuyo Sagrado Corazón está en la
Eucaristía. Entonces, es connatural para el cristiano, sentirse atraído por la
Eucaristía:
“Muestra
una rama verde a una oveja y verás cómo atraes a la oveja; enséñale nueces a un
niño y verás cómo lo atraes también y viene corriendo hacia el lugar a donde es
atraído; es atraído por el amor, es atraído sin que se violente su cuerpo, es
atraído por aquello que desea. Si, pues, estos objetos, que no son más que
deleites y aficiones terrenas, atraen, por su simple contemplación, a los que
tales cosas aman, porque es cierto que “cada cual va en pos de su apetito”, ¿no
va a atraernos Cristo revelado por el Padre? ¿Qué otra cosa desea nuestra alma
con más vehemencia que la verdad? ¿De qué otra cosa el hombre está más
hambriento? Y ¿para que desea tener sano el paladar de la inteligencia sino
para descubrir y juzgar lo que es verdadero, para comer y beber la sabiduría,
la justicia, la verdad y la eternidad?”.
Por último, San Agustín cita las
Bienaventuranzas, en donde se llama “dichoso” a quien tiene “hambre y sed de
ser justos”, porque serán saciados en el cielo. Pero luego dice,
implícitamente, haciendo hablar a Dios, que ya aquí, en la tierra, da a los
cristianos “lo que aman”, “lo que desean”, y es el Pan Eucarístico, el Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, al cual luego contemplarán en el cielo:
“Dichosos,
por tanto, dice, los que tienen hambre y sed de ser justos -entiende, aquí en
la tierra-, porque -allí, en el cielo- ellos quedarán saciados. Les doy ya lo
que aman, les doy ya lo que desean; después verán aquello en lo que creyeron
aun sin haberlo visto; comerán y se saciarán de aquellos bienes de los que
estuvieron hambrientos y sedientos. ¿Dónde? En la resurrección de los muertos,
porque yo los resucitaré en el último día”[20].
Pero
hay otra Bienaventuranza, proclamada por la Iglesia, desde el altar
eucarístico, y es la Bienaventuranza de los que son “invitados a la Cena del
Señor”: “Felices –dichosos, bienaventurados, benditos- los invitados a la Cena
del Señor”[21],
dice la Iglesia, por boca del sacerdote ministerial, luego de la consagración
eucarística. Son dichosos, felices, bienaventurados, los que son invitados a
alimentarse de la Eucaristía.
Habiendo
considerado todas estas cosas, nos preguntamos: ¿qué otra cosa puede desear el
cristiano, sino la Eucaristía y sólo la Eucaristía?
Meditación
3. “Los milagros eucarísticos que muestran al Sagrado Corazón en la
Eucaristía”.
En
estos tres milagros eucarísticos en los que meditaremos –están dispuestos según
su orden cronológico de aparición-, la Eucaristía se convierte en músculo
cardíaco y en sangre humana. Dios hace estos signos visibles para expresar la
realidad invisible y hace estos signos no en cualquier lugar, sino en el altar
eucarístico, que es el punto central de la Iglesia; lo que nos quiere decir
Dios, con estos signos visibles, sin palabras audibles, es lo siguiente: la
Eucaristía es el Corazón de la Iglesia. Es decir, si en el lugar más importante
de la Iglesia, el altar eucarístico –y también el sagrario- se aparece un
Corazón, en donde tendría que estar la Hostia, entonces este Corazón es el
Corazón de Jesús, y el Corazón de Jesús, la Eucaristía, es el Corazón de la
Iglesia, es su centro espiritual, fuente de vida y de amor divinos.
Este milagro eucarístico se origina
también, como el Bolsena, en la duda de un sacerdote acerca de la Presencia
real de Jesucristo en la Eucaristía. Luego de la consagración, en la que se
pronuncian las palabras que hacen posible la transubstanciación, la Hostia
consagrada se convirtió en un trozo de músculo cardíaco, en tanto que, en el
cáliz, el Vino consagrado se convirtió en sangre fresca, que se coaguló en
cinco coágulos de diferentes tamaños. Siglos después, se comprobaría, por medio
de análisis químicos y científicos, de laboratorio, que el músculo era músculo
perteneciente al ventrículo y que la sangre era sangre humana, del tipo
predominante en Palestina. Así, el cielo confirmaba, con este grandioso
milagro, la realidad de la Eucaristía, la de ser el Corazón de la Iglesia,
porque es el Corazón de Jesús, que se dona en su totalidad, con todo su Amor.
Éste es el relato del milagro eucarístico de Lanciano: “La
pequeña ciudad de Lanciano se encuentra a 4 kilómetros de Pescara Bari
(Italia), que bordea el Adriático. En el siglo VIII, un monje basiliano,
después de haber realizado la doble consagración del pan y del vino, comenzó a
dudar de la presencia real del Cuerpo y de la Sangre del Salvador en la hostia
y en el cáliz. Fue entonces cuando se realizó el milagro delante de los ojos
del sacerdote; la hostia se tornó un pedazo de carne viva; en el cáliz el vino
consagrado en sangre viva, coagulándose en cinco piedrecitas irregulares de
forma y tamaño diferentes.
Esta
carne y esta sangre milagrosa se han conservado, y durante el paso de los
siglos, fueron realizadas diversas investigaciones eclesiásticas.
Verificación
del milagro.
Quisieron
en la década de 1970, verificar la autenticidad del milagro, aprovechándose del
adelanto de la ciencia y de los medios que se disponía. El análisis científico
de aquellas reliquias, que datan de trece siglos, fue confiado a un grupo de
expertos. Con todo rigor, los profesores Odoardo Linoli, catedrático de
Anatomía, Histología Patológica, Química y Microscopia clínica, y Ruggero
Bertelli, de la Universidad de Siena efectuaron los análisis de laboratorio. He
aquí los resultados:
La
carne es verdaderamente carne. La sangre es verdaderamente sangre. Ambos son
sangre y carne humanas. La carne y la sangre son del mismo grupo sanguíneo
(AB). La carne y la sangre pertenecen a una persona VIVA.
El
diagrama de esta sangre corresponde al de una sangre humana que fue extraída de
un cuerpo humano ese mismo día. La carne está constituida por un tejido
muscular del corazón (miocardio). La conservación de estas reliquias dejadas en
estado natural durante siglos y expuestas a la acción de agentes físicos, atmosféricos
y biológicos, es un fenómeno extraordinario.
Uno
queda estupefacto ante tales conclusiones, que manifiestan de manera evidente y
precisa la autenticidad de este milagro
eucarístico.
Otro
detalle inexplicable: pesando las piedrecitas de sangre coaguladas, y todas son
de tamaño diferente, cada una de éstas tiene exactamente el mismo peso que las
cinco piedrecitas juntas.
Conclusiones.
¡Cuántas conclusiones, cuántas ideas y profundizaciones sobre los designios de
Dios podemos sacar del milagro de Lanciano!
1.
Precisamente cuando los soberbios afirman: "La ciencia enterró la
religión, la Iglesia y la oración, que son cosas superadas. Nada de esto es
importante". Para éstos el milagro de Lanciano es una respuesta
categórica. Es justo la ciencia, con sus recursos actuales que vienen a probar
la autenticidad del milagro. ¡Y qué milagro!
2.
Realmente un milagro destinado a nuestro tiempo de incredulidad. Pues, como
dice San Pablo, los milagros no están hechos para aquellos que creen, sino para
los que no creen. Precisamente en este tiempo, cuando un cierto número de
cristianos duda de la Presencia Real, admitiendo solo una Presencia espiritual
de Cristo en el alma del que comulga, la ciencia la comprueba con una evidencia
de un milagro que dura ya más de trece siglos.
3.
La iglesia de Lanciano, donde se produjo el milagro, está dedicada a San
Longinos, el soldado que traspasó el Corazón de Cristo con la lanza, en la
cruz. ¿Coincidencia?
4.
La constatación científica por los expertos de que se trata de carne y sangre
de una persona viva, viviente en la actualidad, pues esta sangre es la misma
que hubiese sido retirada en el mismo día, de una persona viva.
5.
Por lo tanto es la misma carne viva, no carne de un cadáver, sino una carne
animada y gloriosa, que recibimos en la Eucaristía, para que podamos vivir la
vida de Cristo.
6.
Un hecho impresionante: la carne que está allí es carne del corazón. No es un
músculo cualquiera, pero del músculo que propulsiona la sangre y, en
consecuencia, la vida.
7.
Las proteínas contenidas en la sangre están normalmente repartidas en una
relación de porcentaje idéntica al del esquema proteico de la sangre fresca
normal”[23].
Para
nosotros, cincuenta años, medio siglo, es prácticamente una vida. Trece siglos
nos parecen una eternidad y es tal vez con esta sensación ya de eternidad que
"sentimos" el milagro de Lanciano, donde Dios permitió la
comprobación por la ciencia de los hombres de sus palabras omnipotentes: ESTO
ES MI CUERPO, ESTE ES EL CALIZ DE MI SANGRE, DEL NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO.
La
siguiente información se encuentra en la monografía del Profesor Linoli,
docente de anatomía e histologia patológica y citogénetica, publicada después
de la última investigación científica de la Carne y de la Sangre milagrosa en
1970 y revisada en el año 1991.
Información
aportada por la Cardióloga Italiana Marina De Cesare, quien participó en la
investigación del milagro.
Después
de varias investigaciones, hoy el Milagro Eucarístico se conserva en la Iglesia
de San Francisco, en un precioso relicario de plata.
En
particular, la Carne tiene una forma redondeada, con un diámetro de entre 55 y
60 mm., de un color entre amarillo oscuro y marrón. La lámina de tejido se
presenta sutilizada y ampliamente lacerada en la parte central, debido a su
retiro hacia el borde externo, donde se encuentra levantada en pliegues. Es
evidente que se trata de un órgano con cavidad, visto en sección trasversal, histológicamente
reconocido como corazón. La parte inferior, más espesa, puede ser identificada
como ventrículo izquierdo; la parte superior, más delgada como es habitual,
puede ser identificada como el ventrículo derecho. A lo largo de los siglos, la
Carne milagrosa ha sido objeto de manipulaciones reiteradas que han llevado a
la pérdida de partes centrales como la pared interventricular, de la cual sólo
han quedado rastros en la base, entre los dos ventrículos. Además, la única
cavidad actual fue perdiendo agua, con la consiguiente momificación y reducción
de dimensiones.
La
Sangre del Milagro Eucarístico, contenida dentro de un antiguo cáliz de vidrio,
se presenta bajo el aspecto de 5 fragmentos del peso total de 15.18 gramos, de
color amarillo-marrón y de consistencia uniformemente dura.
El
estudio realizado en los años 1970-1971 fue dirigido a:
1)
averiguar la estructura histológica del tejido considerado Carne;
2)
definir si la sustancia considerada Carne responde a las características de
ésta;
3)
establecer a qué especie histológica pertenecen la Carne y la Sangre;
4)
precisar en los dos tejidos el grupo sanguíneo;
5)
indagar sobre los compuestos proteicos y minerales de la Sangre.
1)
Estudio Histológico de la antigua Carne de Lanciano
Los
pequeños fragmentos extraídos del tejido momificado han sido sometidos a
estudios histológicos según métodos clásicos de investigación: coloraciones
sobre secciones miotómicas (Mallory, Van Gieson, método de Ignesti,
impregnación con plata según Gomori, entre otros) y sucesivo examen en el
microscopio electrónico.
El
tejido aparece compuesto de fibrocélulas ( = células que componen el tejido
muscular) orientadas en sentido longitudinal, oblicuo y trasversal. Las mismas
fibrocélulas ponen en evidencia, con mayores agrandamientos, una estructura
fibrilar longitudinal, que lleva al reconocimiento de tejido muscular estriado.
Las fibras aparecen organizadas en uniones sincítícas, o sea a través de
bifurcaciones y recíprocas uniones en los extremos.
Las
características antes descriptas conllevan al diagnóstico de tejido miocárdico.
De hecho, la orientación de las fibrocélulas y la agregación sincitíca se
encuentran sólo en el músculo cardíaco : el corazón, durante la contracción,
realiza movimientos complejos de torción, contracciones desde abajo hacia
arriba y desde el exterior hacia el interior de la cavidad ventricular. El
trabajo resultante tiene como finalidad la expulsión de la sangre desde la
cavidad ventricular hacia las grandes arterias. Los músculos esqueléticos no necesitan
de tan compleja organización, ya que están constituídos de fibrocélulas
dispuestas según la misma orientación. En los fragmentos histológicos se han
evidenciado también otras estructuras, típicas del corazón: un lóbulo de tejido
adiposo, ramificaciones nerviosas que pertecen a un nervio vago (que regula la
frequencia de la pulsación cardíaca) y finalmente estructuras endocardíacas
(tejido que reviste internamente el corazón y sus válvulas), ausentes en otros
tejidos musculares. Finalmente se evidenciaron estructuras vasculares de tipo
arterioso y venoso normales, que no presentan alteraciones estructurales, que
más bien pertenecen a un individuo sano y joven.
Es
necesario también precisar que no se relevaron sustancias momificantes, las
cuales eran empleadas para conservar los tejidos.
Conclusión:
el tejido de la antigua Carne de Lanciano partenece a un Corazón. Un Corazón
sano.
2)
Examen microscópico y microquímico de la antigua Sangre de Lanciano.
Sobre
secciones en el micrótomo no aparecen elementos celulares. Los estudios
microquímicos han arrojado resultados contrastantes comparando la muestra en
examen y sangre humana disecada.
3)
Búsqueda cromotográfica de la hemoglobina en la antigua Sangre.
La
prueba realizada tanto en la muestra en cuestión como en otras muestras de
referencia, demostró la real naturaleza hematosa de la antigua Sangre de
Lanciano.
Dicha
prueba tiene plena validez para el reconocimiento de la sangre aún en el caso
de materiales danados a lo largo del tiempo, que pueden presentar resultados
contrastantes con respecto a los exámenes anteriormente mencionados.
4)
Definición inmunológica de la especie a la que pertenecen la antigua Sangre y
la antigua Carne de Lanciano.
Los
tejidos en examen han sido analizados con sueros antiproteína humana, sueros de
conejo y sueros de buey.
Conclusión:
las pruebas de precipitación han demostrado que la Sangre y la Carne del
Milagro Eucaristico de Lanciano pertenecen a la especie humana.
5)
Determinación del grupo sanguineo en la antigua Sangre y en la antigua Carne de
Lanciano.
Las
pruebas empleadas para la determinación del grupo sanguíneo (ABO) han
manifestado que tanto la Sangre como la Carne de Lanciano pertecen al grupo AB.
6)
Análisis electroforético de las proteinas de la antigua Sangre de Lanciano.
La
composición porcentual de las proteínas en el líquido en examen repite los
valores conocidos para el suero de sangre humana normal:
albúmina
= 61% ;
globulinas
alfa-1 = 2,38% ;
globulinas
alfa-2 = 7,14% ;
globulinas
beta = 7,14% ;
gamma
= 21,42%.
La
relación albúmina-globulina resulta ser del 1,62% siendo el valor normal de
entre 1,13 y 1,73.
Las
proteínas fraccionadas de la muestra en examen presentan entonces una curva
electroforética parecida a la sangre fresca normal (un suero de sangre no se
puede utilizar con fines electroforéticos después de los 2-4 días de
refrigerado).
7)
Determinación de los minerales (calcio, cloruros, fósforo, magnesio, potasio,
sodio) en la antigua Sangre de Lanciano.
Con
respecto a las muestras de sangre humana normal disecada, el porcentaje de
minerales resultaron alteradas por el contacto con la pared de vidrio del
contenedor y por la exposición al polvo de mampostería rico en sales de calcio.
Consideraciones
finales
Los
resultados de la investigación efectuada sobre fragmentos de la Antigua Sangre
y de la antigua Carne que se conoce tradicionalmente con el nombre de Milagro
Eucarístico de Lanciano (siglo VIII), se resumen en los siguientes puntos:
-
La Sangre es efectivamente tal;
-
La Carne pertenece al miocardio;
-
La Carne y la Sangre pertenecen a la especie humana;
-
El grupo sanguíneo identificado tanto en la Sangre como en la Carne es de tipo
AB,
-
El examen electroforético de las proteínas de la Sangre se acerca al examen en
el suero fresco.
El
diagnóstico histológico de miocardio hace que sea poco aceptable la hipótesis
de un “falso”. De hecho sólo una mano experta en disección anatómica hubiese
podido obtener del corazón (órgano cavo) de cadáver una rebanada uniforme y
continua, considerando que las primeras disecciones anatómicas sobre el hombre
fueron posteriores al 1300.
Además
las perforaciones por clavos presentes en el contorno, llevan a deducir que el
fragmento de corazón aparecido en el altar de la iglesia de Lanciano estuviese
en estado vivo y entonces tendiese, por “rigor mortis” , a retraerse
concéntricamente cuestión a la que se opusieron los monjes basilianos, clavando
en una tablilla de madera la sección de corazón. En tal modo, el hecho de
retraerse centrífugamente ha lacerado el tejido en su parte central, como ya se
ha dicho.
Un
fragmento de miocardio y de coágulos hemáticos, dejados en el estado natural
durante siglos y además expuestos a la acción de los agentes físicos
atmosféricos, ambientales y parasitarios, llegaron a nosotros así,
inexplicablemente inalterados aún después de más de un milenio, para someterse
a las investigaciones científicas de las que sólo hoy, después de siglos de
historia, disponemos.
En este milagro eucarístico
-sucedido en Bolsena, Italia, en el año 1264 y que es el que dio origen a la
fiesta de Corpus Christi en la Iglesia universal-, la Hostia se convirtió,
luego de haber sido pronunciadas las palabras de la consagración, en músculo
cardíaco, pero no un músculo cardíaco sin vida, sino vivo, y tan vivo, que
sangraba abundantemente, tal como si, en una cirugía torácica, un cirujano
tuviera en sus manos al corazón del hombre que está operando. La Hostia se convirtió
en músculo cardíaco en su totalidad, pero no en el sector de la Hostia que
estaban en contacto con los dedos del sacerdote consagrante, y esto, para
demostrar que la Hostia que consagraba el sacerdote, era la misma Hostia que se
convertía en músculo cardíaco. El sacerdote estaba tocando el Corazón de Jesús
y lo ofrecía al Padre, en expiación por nuestros pecados; lo que hizo el
milagro, fue volver visible y sensible, una realidad sobrenatural, invisible e
insensible, pero no por eso, menos real y sobrenatural. La sangre que brotaba
del corazón, se virtió en el cáliz y en tal cantidad, que desbordó el cáliz,
manchó el corporal y cayó al pavimento, dejando manchadas las baldosas, una de
las cuales, se conserva, hasta la actualidad, como reliquia. La Sangre era la
Sangre del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que brotaba como de una fuente
inagotable, para vertirse en el cáliz y así purificar nuestras almas. El
milagro nos dice, sin palabras, que lo que el sacerdote ostenta luego de la
consagración, es el Sagrado Corazón de Jesús, que derrama su Sangre en el
cáliz, para nuestra salvación. Vemos, con este admirable milagro, que la
Eucaristía es el Corazón de la Iglesia, porque es el Corazón de Jesús.
Éste
es el relato del milagro eucarístico de Bolsena: “Un sacerdote de Praga,
encontrándose de viaje por Italia, celebró la Misa en la Basílica de Bolsena.
En el momento de la consagración sucedió un Prodigio: la Hostia se transformó
en carne. Este Milagro sostuvo la fe del sacerdote que dudaba de la presencia
real de Cristo en la Eucaristía. Las Sagradas Especies fueron inmediatamente
inspeccionadas por el Papa Urbano IV y por Santo Tomás de Aquino. El Pontífice
decidió extender a toda la Iglesia Universal la fiesta del Corpus Domini “para que este excelso y venerable Sacramento fuese
para todos un peculiar e insigne memorial del extraordinario amor de Dios por
nosotros”. Las modernas investigaciones históricas confirman los más antiguos
testimonios acerca del Milagro sucedido en el verano de 1264. Un sacerdote de
Bohemia, Pedro de Praga, se dirigió a Italia con el fin de obtener una
audiencia con el Papa Urbano IV, quien durante el verano se había trasladado a
Orvieto, junto con sus cardenales y numerosos teólogos, entre ellos Santo Tomás
de Aquino. Pedro de Praga, luego de haber sido recibido por el Papa, emprendió
el camino de regreso hacia Bohemia, pero en el camino se detuvo en Bolsena,
donde celebró la Misa en la iglesia de Santa Cristina. En el momento de la
consagración, mientras el sacerdote pronunciaba las palabras que permiten la
transubstanciación, sucedió el milagro, descrito así en una placa de mármol:
“De pronto, aquella Hostia apareció visiblemente como verdadera carne de la
cual se derramaba roja sangre excepto aquella fracción, que la tenía entre sus
dedos, lo cual no se crea sucediese sin misterio alguno, puesto que era para
que fuese claro a todos que aquella era verdaderamente la Hostia que estaba en
las manos del mismo sacerdote celebrante cuando fue elevada sobre el cáliz”.
Gracias a este milagro, el Señor fortificó la fe de Pedro de Praga, sacerdote
de grandísima piedad y moral, pero que lamentablemente dudaba de la real
presencia de Cristo velado en las Especies, es decir, en las apariencias
sensibles del pan y del vino. La noticia del Milagro se difundió
inmediatamente, y tanto el Papa como Santo Tomás de Aquino pudieron verificar
el milagro. Luego de un atento examen, Urbano IV no sólo aprobó su
autenticidad, sino también decidió que el Santísimo Cuerpo del Señor fuese
adorado a través de una fiesta particular y exclusiva. Es así que decidió
extender la fiesta del Corpus Domini,
hasta ese momento únicamente fiesta de la diócesis de Liegi, a toda la Iglesia
Universal. El Papa encargó a Santo Tomás la creación de la liturgia que
acompañaría la Bula Transiturus de hoc
mundo ad Patrem. En ella, se exponen las razones de la importancia de la
Eucaristía, es decir, la presencia real de Cristo en la Hostia”.
En este milagro eucarístico, se
repite el prodigio: la Hostia consagrada se convierte en músculo cardíaco. La
particularidad es que, además de haber sido respaldado por el actual Papa
Francisco -en ese entonces, Cardenal Jorge Mario Bergoglio-, puesto que envió
el prodigio para ser investigado de forma científica y luego dio su aprobación
como verdadero, el milagro, ocurrido en el siglo XXI, consiste esencialmente en
el mismo milagro ocurrido en los siglos VIII (Lanciano) y XII
(Bolsena-Orvieto): la Eucaristía se convierte en músculo cardíaco vivo, lo cual
confirma lo que nos enseña la Iglesia: la Eucaristía es el Corazón de la
Iglesia. En este caso, se agrega la información científica de que se trata de
un músculo cardíaco vivo, de una persona que está sufriendo intensamente. Las
particularidades del milagro son fascinantes, sobre todo el hecho de que las
fibras musculares enviadas al exterior, para ser analizadas por un científico
de renombre, eran fibras musculares vivas, para cuya existencia se hacía imposible
toda explicación humana, desde el momento en que pertenecían a un corazón
–surgido de un pan- y a un corazón de una persona ¡viva! El asombroso milagro
nos confirma una vez más: la Eucaristía es el Corazón de la Iglesia.
Éste
es el relato del milagro de Buenos Aires: “Una hostia se transforma en un
pedazo de corazón vivo.
En
1996 se produjo el llamado “Milagro Eucarístico de Buenos Aires”, donde una
hostia se transformó en carne y sangre. Informado el cardenal Bergoglio,
Arzobispo de Buenos Aires, ordenó tomar fotos y una intensa investigación de
laboratorio y por el Dr. Castañón, cuyo testimonio se puede ver en el video.
Es
de destacar que desde principios de mayo de 2015 la página de la Parroquia de
Buenos Aires donde se produjo el Milagro Eucarístico fue hackeada por
musulmanes, puedes ver aquí la información.
Los
estudios mostraron que era una parte del ventrículo izquierdo del músculo del
corazón, de una persona de aproximadamente 30 años, sangre grupo AB y que había
sufrido mucho al morir, con seguridad maltratado y golpeado. Los científicos
que hicieron el estudio no sabían que era una hostia, se lo dijeron luego de
los análisis y quedaron asombrados, pues tiene glóbulos rojos, glóbulos
blancos, y células palpitando y latiendo, al clavarle una jeringa salía sangre.
LOS
ANTECEDENTES
Previo
al suceso de 1996 hubo en la Parroquia de Santa María del barrio de Almagro de
Buenos Aires antecedentes; esto es lo que dice oficialmente la parroquia Santa
María:
Mayo
1992
Después
de la Misa del viernes 1 de mayo, al hacer la reserva del Santísimo Sacramento, el ministro de la
Eucaristía encontró dos trozos de Hostia
sobre el corporal del Sagrario.
Consultado el sacerdote, le indicó que los colocara en un recipiente con agua en el Sagrario (una de
las formas habituales para esperar que
se disuelvan y luego poder purificar).
En
los días siguientes, algunos sacerdotes miraban
para ver si ya se habían disuelto, sin observar cambios. Siete días más tarde, el viernes 8 de mayo,
encontraron que las formas tenían un color rojizo, con apariencia de sangre.
El
domingo siguiente, 10 de mayo, durante
las dos Misas vespertinas, se observaron
unas gotitas de sangre en las patenas
con las que los sacerdotes distribuían
la Comunión.
Julio
1994
El
domingo 24, durante la Misa con niños,
cuando el ministro de la Eucaristía
retiraba el copón del Sagrario, al
destaparlo, vio una gota de sangre que
corría por la pared interna del mismo.
Agosto
1996
En
la Misa de las Fiestas Patronales de la
Asunción de la Santísima Virgen,
nuevamente se tuvo que poner una Hostia en un recipiente con agua para
su disolución.
Unos
días más tarde, el 26, una ministra de Eucaristía, al hacer la reserva del Santísimo Sacramento, encontró que la
forma se había vuelto carne.
UNA
HOSTIA CONSAGRADA SE CONVIERTE EN CARNE Y SANGRE
A
las siete de la tarde el 18 de agosto de 1996, el P. Alejandro Pezet decía la
santa misa en la iglesia católica en la Iglesia Santa María del Barrio de
Almagro, de Buenos Aires. Cuando estaba terminando la distribución de la
Sagrada Comunión, una mujer se acercó para decirle que había encontrado una
hostia descartada en un candelabro en la parte posterior de la iglesia.
Al
ir al lugar indicado, el P. Alejandro vio la hostia profanada. Puesto que él
era incapaz de consumirla, la colocó en un recipiente con agua y lo guardó en
el sagrario de la capilla del Santísimo Sacramento.
El
lunes, 26 de agosto, al abrirse el sagrario, vieron con asombro que la hostia
se había convertido en una sustancia sanguinolenta. El párroco informó al
cardenal Jorge Bergoglio, quien dio instrucciones para que la hostia fuera
fotografiada de manera profesional.
Las
fotos fueron tomadas el 6 de septiembre. Muestran claramente que la hostia, que
se había convertido en un trozo de carne ensangrentada, había aumentado
considerablemente de tamaño.
ANÁLISIS CLÍNICOS
Por
varios años la Hostia se mantuvo en el tabernáculo, y todo el asunto en un
secreto estricto. Dado que la hostia no sufrió descomposición visible, el
cardenal Bergoglio decidió hacerla analizar científicamente.
Una
muestra del tejido fue enviada a un laboratorio en Buenos Aires. El laboratorio
reportó el hallazgo de células humanas rojas y blancas de sangre y de tejido de
un corazón humano.
El
laboratorio informó además de que la muestra de tejido parecía estar aún con
vida, ya que las células se movían o latían como lo harían en un corazón humano
vivo.
VIAJA EL DR. CASTAÑÓN
Tres
años más tarde, en 1999, el Dr. Ricardo Castañón Gómez fue contactado para
realizar algunas pruebas adicionales.
El
5 de octubre de 1999, en presencia de representantes del Cardenal Bergoglio, el
Dr. Castañón tomó una muestra del fragmento ensangrentado y lo envió a Nueva
York para su análisis. Puesto que él no deseaba perjudicar el estudio, a
propósito no informó al equipo de científicos de su procedencia.
El
laboratorio informó de que la muestra recibida era de tejido muscular de
corazón humano vivo.
ANÁLISIS
DE UN CARDIÓLOGO FAMOSO
Cinco
años más tarde, en 2004, el Dr. Gómez se contactó con el Dr. Frederick Zugibe y
le pidió evaluar una muestra de prueba, una vez más sin decirle nada acerca de
la muestra o de su origen.
El
Dr. Frederic Zugibe, un cardiólogo reconocido y patólogo forense, determinó que
la sustancia analizada era de carne y sangre que contiene el ADN humano.
Zugibe
declaró que:
“El
material analizado es un fragmento del músculo del corazón que se encuentra en
la pared del ventrículo izquierdo, cerca de las válvulas. Este músculo es
responsable de la contracción del corazón. Hay que tener en cuenta que el
ventrículo cardíaco izquierdo bombea sangre a todas las partes del cuerpo. El
músculo cardíaco está en una condición inflamatoria y contiene un gran número
de células blancas de la sangre. Esto indica que el corazón estaba vivo en el
momento en que se tomó la muestra. Mi argumento es que el corazón estaba vivo,
ya que las células blancas de la sangre mueren fuera de un organismo vivo. Él
requiere de un organismo vivo para mantenerlo. Por lo tanto, su presencia
indica que el corazón estaba vivo cuando se tomó la muestra. Lo que es más,
estas células blancas de la sangre habían penetrado el tejido, lo que indica,
además, que el corazón había estado bajo estrés severo, como si el propietario
hubiera sido severamente golpeado en el pecho”.
SORPRESA
DEL CARDIÓLOGO AL SABER LA PROCEDENCIA DEL TEJIDO
Dos
australianos, el periodista Mike Willesee y el abogado Ron Tesoriero, fueron
testigos de estas pruebas. Sabiendo de donde la muestra había venido, estaban
estupefactos por el testimonio del Dr. Zugibe.
Mike
Willesee preguntó al científico cuánto tiempo las células blancas de la sangre
se habrían mantenido con vida si hubieran venido de un pedazo de tejido humano,
que se hubiera mantenido en el agua. Ellas habrían dejado de existir en
cuestión de minutos, respondió el Dr. Zugibe.
El
periodista le dijo entonces al médico que la fuente de la muestra había sido en
un principio dejada en agua corriente durante un mes y luego por otros tres
años en un recipiente con agua destilada, y sólo entonces había sido tomada la
muestra para el análisis.
Dr.
Zugibe dijo que no había manera de explicar científicamente este hecho. Sólo
entonces Mike Willesee informó al Dr. Zugiba que la muestra analizada provino
de una Hostia consagrada (pan blanco, sin levadura) que se había vuelto
misteriosamente en carne humana con sangre.
Sorprendido
por esta información, el Dr. Zugibe respondió:
“Cómo
y por qué una hostia consagrada puede cambiar su carácter y convertirse en
carne viva y sangre humana seguirá siendo un misterio inexplicable para la
ciencia, un misterio totalmente fuera de mi competencia“.
Meditación
4. “Nuestra Señora de la Eucaristía, Madre del Sagrado Corazón Eucarístico y
Maestra de Adoradores”.
La
Virgen, al concebir en su seno al Hijo de Dios encarnado y al darlo a luz
milagrosamente, es la Madre de Dios, porque da a luz, en el tiempo y en la
historia humana, a la Persona divina del Hijo de Dios, como toda mujer que da a
luz una persona se llama “madre”, la Virgen es Virgen y Madre de Dios.
Por
el mismo motivo, la Virgen es “Nuestra Señora de la Eucaristía”, porque
engendró y dio a luz milagrosamente en Belén, “Casa de Pan”, a Jesús, el Pan de
Vida eterna, el Verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía.
También
la Virgen es la Madre del Corazón Eucarístico de Jesús, porque al concebirlo,
lo tuvo en su seno en gestación durante nueve meses, aportando de sus
nutrientes y de su substancia materna, como hace toda madre con su hijo en gestación,
y así contribuyó para que se formara el Sagrado Corazón de Jesús, que por
donarse en la Eucaristía, es el Sagrado Corazón Eucarístico.
Por
último, debido a que la Virgen fue concebida en gracia y sin mancha de pecado
original, desde que fue concebida, amó y adoró siempre a Dios, y continuó
adorándolo en la Encarnación, en la Gestación, en su Nacimiento y durante toda
su vida, hasta la muerte de cruz en el Calvario, y continúa amándolo y
adorándolo en la eternidad, en el Reino de los cielos. Por este motivo, la
Virgen, la Madre de Dios, la Madre del Sagrado Corazón Eucarístico, es “Madre y
Maestra de los Adoradores Eucarísticos”, porque nadie como Ella amó y adoró a
su Hijo Jesús, desde su Encarnación, hasta la eternidad. Quien quiera aprender
a adorar al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, tiene que acudir a la Madre y
Maestra de los Adoradores Eucarísticos, Nuestra Señora de la Eucaristía.
Para
finalizar, una meditación acerca de la vocación de Santa Teresita de Lisieux:
“En el Corazón de la Iglesia, yo seré el Amor”.
Santa Teresita se
preguntaba cuál sería su misión en la Iglesia, y cuando la encontró, dijo: “En
el corazón de la Iglesia, yo seré el amor”. Es decir: “Mi misión dentro de la
Iglesia es ser el amor en el corazón de la Iglesia, porque sin el amor, sin la
caridad, de nada valen las obras” ¿Qué quiso decir Santa Teresita del Niño
Jesús? ¿Cómo puede un ser humano meterse en el corazón de la Iglesia y ser
transformado en el amor?
Santa
Teresita no hablaba en un sentido figurado; no se refería a una simple imagen
de la misión que hubiera querido desempeñar al interno de la Iglesia; no
hablaba del amor en un sentido puramente sensible y superficial.
Santa
Teresita se refería al amor substancial de Dios, el Espíritu Santo, al amor divino-humano
de Cristo, a su unión personal con el Cristo Eucarístico, y a la transformación
de su alma, como producto de su unión con Jesús en la Eucaristía. Había
descubierto, iluminada por el Espíritu Santo, cuál era el corazón de la
Iglesia: la Eucaristía.
El
alma puede ser realmente -y no en sentido figurado- el amor en el corazón de la
Iglesia, porque el sacramento substancial de la Eucaristía es el corazón de la
Iglesia[26][1].
Porque la Eucaristía, que es Cristo resucitado, es a la Iglesia lo que el corazón
es en el ser humano, es que el alma, consumiéndola, puede ser transformada por
la potente acción del Espíritu de Cristo, Alma de su alma, porque puede por
este Espíritu ser asimilada a Cristo y ser transformada en su Cuerpo Místico y
siendo el Cuerpo de Cristo puede ser inhabitada por el mismo Espíritu de
Cristo, el Espíritu del Amor divino. El Espíritu de Dios, Presente en el
Corazón Eucarístico de Cristo, transforma el alma en el Cuerpo de Cristo y
luego la anima y la vivifica con su vida divina.
Unida
a Cristo Eucarístico, Corazón de la Iglesia, el alma es transformada por Cristo
en Él mismo, es hecha parte real de su Cuerpo Místico, y como parte de su
Cuerpo, es vivificada por el Espíritu que vivifica y anima a Cristo, el
Espíritu Santo, Espíritu que es substancialmente Amor divino, eterno e
infinito.
“En
el corazón de la Iglesia, en la Eucaristía, unida, asimilada y transformada mi
alma en el Cristo Eucarístico por la inhabitación de su Espíritu de Amor, yo
seré el amor de Dios que se derrama por intermedio mío sobre la humanidad”.
Cada
uno de nosotros puede hacer suyas las palabras de Santa Teresita: “En el
corazón de la Iglesia, yo seré el amor”, porque en la comunión eucarística
tenemos acceso al Sagrado Corazón de Jesús, que late con el Amor de Dios y que
derrama en cada comunión ese Espíritu sobre nuestras almas para transformarlas
en el Amor de Dios.
En
la comunión eucarística el Sagrado Corazón de Jesús derrama el Espíritu Santo
en el alma, transformándola en el Amor de Dios, y es así cómo un alma puede
ser, en el corazón de la Iglesia, el amor de Dios.
“En el corazón de la Iglesia yo
seré el Amor”. La frase expresa el momento culminante del itinerario de Santa
Teresita de Lisieux, en la búsqueda acerca de su misión en la Iglesia.
Lejos
de reflejar un estado sentimentalista, como muchos equivocadamente pueden
llegar a interpretar, la frase expresa la más alta cumbre de experiencia
mística de Santa Teresita, puesto que no se refiere a un estado anímico ni a un
sentimiento, sino a una profunda identificación con el Ser trinitario, que es
Amor en Acto Puro. El deseo de “ser el Amor” en “el corazón de la Iglesia”, es
entonces la expresión, en una simplísima frase, de un estado de unión
espiritual con la divinidad, alcanzable solo por las grandes almas místicas. Y,
visto que Santa Teresita es santa, y además doctora de la Iglesia, es patente
que puso por obra su descubrimiento espiritual, el “ser el Amor en el corazón
de la Iglesia”, descubrimiento que la condujo a las más altas cumbres de la
sabiduría y de la santidad.
¿De
qué manera pudo Santa Teresita hacer realidad lo que expresó en tan simple y
profunda frase? La pregunta no es inútil, puesto que la santidad está al
alcance de toda alma, ya que el único límite que puede frenar el ascenso a la
santidad, en un alma, está puesto por ella misma. Es decir, la pregunta es
importante, porque toda alma puede alcanzar las mismas cumbres de santidad de
Santa Teresita, y aún más.
Para
contestar a la pregunta de cómo pudo Santa Teresita hacer realidad su descubrimiento,
es necesario analizar con un poco de detenimiento su frase: “En el corazón de
la Iglesia yo seré el Amor”. “En el corazón de la Iglesia”: ¿cuál es el corazón
de la Iglesia? El corazón de la Iglesia es la Eucaristía, porque si el corazón
es la sede del amor del hombre, la Eucaristía es la sede del Amor de Dios, ya
que ahí late el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas
del Amor divino. ¿Y de qué manera se puede “ser el Amor”? Uniéndose a ese
Corazón Eucarístico de manera tal de quedar absorbidos por la fuerza de su
Amor; uniéndose al Corazón Eucarístico, de manera tal de ser abrasados por las
llamas del Amor divino, hasta ser una sola cosa con Él, así como el hierro,
inicialmente opaco, duro y frío, se ablanda y se vuelve luminoso y brillante
cuando es abrasado por el fuego. De esta manera, el alma se identifica a tal
punto con el Amor de Dios, que pasa a ser una sola cosa con Él.
Entonces,
comulgando la Eucaristía como lo hacía Santa Teresita, se puede “ser el Amor en
el corazón de la Iglesia”.
[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1954,
631.
[2] Cfr. X. LEÓN-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica, voz
“corazón”, 189ss.
[3] Cfr. Dufour, idem, ibidem.
[4] Cfr. Scheeben, Los misterios, 200.
[5] Cfr. Scheeben, Los misterios, 101.
[6] Cfr. Scheeben, Los misterios, 418; 558.
[7] Cfr. ibídem.
[8] Cfr. ibidem, 553.
[9] Cfr. ibidem, 553ss.
[10] Cfr. ibidem, 556.
[11] Cfr. ibidem, 199.
[12] Cfr. ibidem, 555.
[13] Cfr. ibidem, 503.
[14] Cfr. Scheeben, Los misterios, 107.
[15] Cfr. Scheeben, Los misterios, 107.
[16] Cfr. ibidem.
[17] Cfr. ibidem.
[18] Diario, 441
[19] Diario, 1447
[20] De los Tratados de san Agustín,
obispo, sobre el evangelio de san Juan; Tratado
26, 4-6: CCL 36, 261-263.
[21] Cfr. Misal Romano.
[22]
http://webcatolicodejavier.org/lanciano.html
[23] Cfr. Sol de Fátima, nº. 83, Mayo
Junio 1982, Revista Roma de Buenos
Aires, nº. 28, Septiembre de 1978,
Legionario de Colombia nº. 5.
[24]
http://www.therealpresence.org/eucharst/mir/spanish_pdf/Bolsena-spanish.pdf
[25]
http://forosdelavirgen.org/77743/el-papa-francisco-fue-protagonista-de-uno-de-los-mayores-milagros-eucaristicos-de-la-historia-14-04-22/
[26] Cfr. Matthias Josef Scheeben, Los misterios del cristianismo,
Ediciones Herder, Barcelona 1964, 613.
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