Inicio: iniciamos esta Hora Santa y rezo del Rosario meditado en honor a la Santa Misa y en reparación por la misa negra satánica a celebrarse en Oklahoma, EE.UU., el próximo 21 de septiembre de 2014, y también en reparación por todos los "ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales son ofendidos los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María".
Nos unimos así a los actos de reparación de la Iglesia de Oklahoma y en otras partes del mundo, que deseen reparar este horrendo crimen contra Nuestro Señor Jesucristo, Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. Una Misa Negra no es expresión de "libertad religiosa", sino un atentado directo contra una confesión religiosa, en este caso, contra la Iglesia Católica. Proponemos esta Hora Santa con el rezo del Rosario meditado en reparación por tan cruel y sacrílego acto; pediremos también por la conversión de nuestros prójimos, aquellos que están decididos a llevar a cabo este incalificable evento, para que Nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de María Santísima, Medianera de todas las gracias, les conceda la gracia de la contrición del corazón, e invitamos a todos los bautizados a esta Hora Santa, en horario que les sea conveniente.
Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo, te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismos es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Enunciación
del Primer Misterio (a elegir) del Santo Rosario (…)
Meditación
La Santa Misa es la obra de la Santísima
Trinidad que supera en grandiosidad y majestuosidad a todas las obras grandiosas y majestuosas de esta misma augustísima Trinidad; la Santa Misa es la renovación incruenta, sacramental, del
Santo Sacrificio del Calvario y por eso su nombre principal es el de Santo
Sacrificio del Altar; en la Santa Misa, el Hombre-Dios Jesucristo realiza su
oblación, de modo actual, sobre el altar eucarístico, cada vez que se pronuncian
las palabras de la consagración, al producirse la transubstanciación del pan y
del vino en su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, de manera tal que las
substancias del pan y del vino dejan de ser tales, para pasar a ser la substancia del
Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Este milagro, el de la transubstanciación, trae a nuestro "hoy", a nuestra existencia, al Rey de los cielos, para que nosotros, como Iglesia Peregrina, lo adoremos en el altar eucarístico, uniéndonos así a la adoración que le tributa la Iglesia Triunfante en los cielos, y por este motivo, la obra de la Santa Misa supera a la obra de la Creación del Universo visible e invisible y ninguna obra se le puede comparar, y es tan grande admirable, que si Dios Trino quisiera hacer una obra más grande y hermosa que la Santa Misa, empleando a fondo toda su Divina Sabiduría y todo su Infinito Amor, no lo podría hacer, y todo esta obra maravillosa, fruto de su Amor Eterno por nosotros, nos lo entrega en cada comunión eucarística, para nuestro gozo y alegría, sin ningún mérito de nuestra parte, solo por pura gratuidad y Amor de parte suya. Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos
gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción de gracias, te ofrecemos a Ti
mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con todos los actos
de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo tiempo, te pedimos perdón y
reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que, cegados por Satanás,
realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos, oh Jesús, por tu
infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado
Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible
pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a
nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día
gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria
Enunciación del Segundo Misterio
del Santo Rosario (…)
Meditación
La
Santa Misa es memorial de la Pasión, porque actualiza, por medio de la acción
sacramental y del misterio litúrgico, la Pasión, Muerte y Resurrección de
Nuestro Señor Jesucristo, de manera tal que quienes asistimos a la Santa Misa,
asistimos a la renovación incruenta y sacramental del único sacrificio en cruz
de Nuestro Señor, realizado hace dos mil años en el Calvario. Por la Santa
Misa, memorial de la Pasión, la Iglesia “hace memoria” del Sacrificio de Cristo,
pero no se trata de un mero recuerdo psicológico; tampoco se trata de la
repetición de un hecho histórico; se trata de un hecho infinitamente más
grandioso, que supera cuanto la mente humana y angélica pueden siquiera
elaborar; por la Santa Misa, la Iglesia, Esposa Mística del Cordero de Dios,
hace “Memoria Litúrgica” del sacrificio en cruz del Salvador, lo cual quiere
decir que, por medio del Espíritu Santo, que actúa por medio de las palabras y
los gestos del sacerdote que preside la asamblea litúrgica, en nombre de Cristo
(in persona Christi) y a través de la
liturgia eucarística, se actualiza todo el misterio pascual salvífico de Jesús,
el Hombre-Dios, haciendo misteriosamente presente y actual el sacrificio de la
cruz sobre el altar eucarístico, para que los hombres de todos los tiempos,
tengamos acceso a los frutos de la Redención obtenidos por Jesucristo, y así seamos capaces de acceder a la Fuente de la Misericordia Divina, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos
gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción de gracias, te ofrecemos a Ti
mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con todos los actos
de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo tiempo, te pedimos perdón y
reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que, cegados por Satanás,
realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos, oh Jesús, por tu
infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado
Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible
pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a
nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día
gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías,
Gloria.
Enunciación del Tercer Misterio
del Santo Rosario (…)
Meditación
La
Santa Misa es el mismo y único Santo Sacrificio de la Cruz, en el que oficia el
mismo y Único Sacerdote, que es a la vez, la misma y Única Víctima, Cristo
Jesús; sólo cambia el modo, puesto que en el Calvario, el sacrificio fue
cruento, con derramamiento de su Preciosísima Sangre, el Viernes Santo,
mientras que en la Misa, el sacrificio es incruento, y su Preciosísima Sangre
es recogida en el cáliz, quedando oculta bajo la apariencia de vino, luego de
las palabras de la consagración, que realizan la transubstanciación. Por su
estado glorioso, Cristo ya no muere más, pero por la Transubstanciación del pan
en el Cuerpo y del vino en la Sangre, se tiene tanto a su Cuerpo como a su
Sangre, y así las especies eucarísticas simbolizan la separación cruenta del
Cuerpo y de la Sangre. Así, la conmemoración de su muerte, que realmente
sucedió en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, ya
que por medio de las señales diversas se significa y se señala a Jesucristo en
estado de Víctima. Entonces, puesto que son el mismo y único sacrificio, tanto en
el Santo Sacrificio de la Cruz, como en el Santo Sacrificio de la Misa, los
fines son los mismos: la glorificación de la Santísima Trinidad, la Acción de
Gracias, la expiación y propiciación y la impetración. Por la Santa Misa –como por
la Cruz- glorificamos a la Santísima Trinidad por medio de Jesucristo, el
Hombre-Dios, quien glorificó a Dios Trino desde el primerísimo instante de su
Encarnación, porque al unirse el Verbo de Dios con la humanidad creada de Jesús
de Nazareth en el seno de virginal de María Santísima –humanidad creada en ese
mismo instante de la concepción, puesto que no hubo relación marital, desde el momento
en que María fue Virgen antes, durante y después del parto-, la divinidad del
Verbo y el Espíritu Santo, procedente del Verbo y del Padre, ungieron a la
Humanidad Santísima del Verbo –que en ese momento tenía solo el tamaño de una
pequeña célula, el cigoto-, glorificándolo, aunque por un milagro de la Divina
Providencia, los efectos visibles y sensibles de la glorificación quedaron
ocultos, a fin de que Jesús pudiera sufrir la Pasión. La glorificación de la
Trinidad es, entonces, el fin principal de la Encarnación, Pasión, Muerte en
Cruz y Resurrección de Jesús, y es también el fin principal de la Santa Misa. Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos
gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción de gracias, te ofrecemos a Ti
mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con todos los actos
de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo tiempo, te pedimos perdón y
reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que, cegados por Satanás,
realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos, oh Jesús, por tu
infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado
Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible
pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a
nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día
gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías,
Gloria.
Enunciación del Cuarto Misterio
del Santo Rosario (…)
Meditación
La
Santa Misa es la suprema acción de gracias que la Iglesia tributa a la
Santísima Trinidad y lo hace por intermedio del sacrificio de Jesucristo; por
medio del sacrificio de Jesús en la cruz, damos gracias a Dios Uno y Trino por
ser Él quien es: Dios Tres veces Santo, Dios de infinita majestad, Dios de infinita
bondad, Dios de misericordia inagotable e incomprensible. Aún si Dios no
hubiera hecho nada por nosotros, merecería que le diéramos gracias por ser Él
quien es, Dios de majestad y santidad inefables, pero que Dios no haga nada por
nosotros es un imposible, porque Dios no solo es nuestro Creador, sino que es
además nuestro Salvador y nuestro Santificador, y por todo eso, merece nuestra
alabanza, nuestra adoración y nuestra eterna acción de gracias. Pero debido a
que somos demasiado imperfectos y debido a que además somos, como dicen los
santos, “nada más pecado”, todo lo que podamos hacer y decir, por nosotros mismos,
es igual a nada, de modo que, al momento de dar gracias, aun los más justos
entre los hombres, se encuentran con las manos vacías, por eso es que la Única
que puede ofrecer una Acción de Gracias digna de Dios Uno y Trino y acorde a su
majestad y santidad, es la Santa Iglesia Católica, y esta Acción de Gracias que
ofrece la Iglesia es el sacrificio de Jesús por medio de la Santa Misa, la
Eucaristía (cfr. CIC 360), porque en ese sacrificio Jesucristo, Sumo y Eterno
Sacerdote, se ofrece a sí mismo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y con
el Amor de su Sagrado Corazón, como Víctima Purísima, Santa, Inmaculada, en el
Altar que es su propia Humanidad Sacratísima, inhabitada por la Divinidad, en
reparación por los ultrajes, sacrilegios y ofensas, con los cuales Dios Uno y
Trino es horriblemente ultrajado por los hombres ingratos; sólo en el
sacrificio de Cristo en la cruz, renovado y actualizado sacramentalmente y de
modo incruento en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, encuentra Dios
Uno y Trino adecuada reparación y satisfacción por los sacrilegios, ofensas e
ingratitudes que le tributa la humanidad, y sólo por este sacrificio puede la
humanidad ofrecer a la Santísima Trinidad una acción de gracias digna de su infinita
majestad, porque Cristo Jesús une a su Persona –que es la Segunda de la
Santísima Trinidad, unida hipostáticamente a la naturaleza humana de Jesús de
Nazareth- a todos los fieles, y los asocia a su alabanza e intercesión, y así
el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser
aceptado con Él (CIC 1361). Por este don
de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción
de gracias, te ofrecemos a Ti mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón
de María, con todos los actos de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo
tiempo, te pedimos perdón y reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que,
cegados por Satanás, realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos,
oh Jesús, por tu infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado
Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible
pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a
nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día
gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías,
Gloria.
Enunciación del Quinto Misterio
del Santo Rosario (…)
Meditación
Otros
fines de la Santa Misa son la expiación y propiciación: por la Santa Misa
podemos expiar nuestros pecados y dar una propiciación satisfactoria por las
culpas del género humano, porque es Cristo, el Hombre-Dios, la Víctima Inocente,
quien lo hace por nosotros, porque siendo Él Puro e Inmaculado, cargó sobre sus
espaldas todos nuestros pecados, interponiéndose entre nosotros y la Justicia
Divina, y permitiendo, voluntariamente, que todo el peso de la Justicia y de la
ira divina cayesen sobre Él, para quitarnos nuestros pecados, para borrar la
malicia de nuestros corazones, para aplacar a la Justicia Divina, justamente
encendida por nuestras iniquidades, y para concedernos el don de la filiación
divina. Como dice el profeta Isaías, Jesús fue “triturado por nuestras culpas”
(53, 5), “molido por nuestras iniquidades”, quedando tan desfigurado por los
golpes, al punto de no parecer un hombre, sino “un gusano” (Sal 22, 6), y de causar tanta impresión
por sus heridas, que era como alguien “ante quien se da vuelta el rostro”; Él
es “la Vid verdadera” (Jn 15, 1-8) que
fue exprimida en la vendimia de la Pasión, para extraer de Él la bebida de
salvación, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero “como
degollado” (Ap 5, 6). Sólo Él, el
Cordero sin mancha, podía cargar sobre sus espaldas la inmensidad de la malicia
de los corazones humanos, para borrarlos con su Sangre Purísima y Preciosísima,
pero esto sucedería una vez que su Sangre brotara a borbotones cuando
comenzaran a caer sobre Él, como una tormenta impiadosa, los latigazos de sus
verdugos. Sólo Él, Cristo Jesús, el Dios gigante y victorioso, podía dar una
satisfacción adecuada a Dios Trino por la inmensidad de las culpas del género
humano y por eso Él se ofreció ante el Padre para inmolarse en la Cruz como “propiciación
por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo”
(1 Jn 2, 2). Y es este mismo
sacrificio en Cruz, el que se renueva en el altar eucarístico todos los días,
en la Santa Misa, por nuestra Redención, para que también nosotros nos veamos
libres de nuestros pecados y seamos recibidos en el Reino de los cielos. Y esto
no sólo para nosotros, los que estamos en esta vida mortal, sino también., como
rezamos en la Santa Misa, y como dice el Misal Romano, “para todos aquellos que
descansan en Cristo, los que nos han precedido por el signo de la fe y duermen
ya el sueño de la paz”, “porque lo mismo vivos que muertos, no nos separamos
del único Cristo”. Por este don de tu
Sagrado Corazón, te damos gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción de
gracias, te ofrecemos a Ti mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de
María, con todos los actos de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo
tiempo, te pedimos perdón y reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que,
cegados por Satanás, realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos,
oh Jesús, por tu infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado
Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible
pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a
nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día
gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.
Silencio para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías,
Gloria.
Meditación final
El
último fin de la Santa Misa es el de la impetración, y cuando vemos en el
diccionario qué significa “impetración”, vemos que significa “acción y efecto
de solicitar algo con empeño e insistencia” y que “impetrar” es decir, es “el
pedir algo con vehemencia y ahínco”. ¿Qué es lo que “solicitamos con empeño e
insistencia” en la Santa Misa? ¿Qué es lo que solicitamos “con empeño e
insistencia”? Y si algo imposible de conseguir, ¿quién lo solicita por
nosotros? Para saberlo, debemos recordar que nuestros primeros padres, Adán y
Eva, tentados por la Serpiente Antigua, perdieron el estado de gracia en el que
habían sido creados, y prefirieron escuchar la voz seductora del Príncipe de
las tinieblas, antes que la Voz de la Sabiduría y del Amor divinos, que los llamaba
a obedecer y a no comer del Árbol del Bien y del Mal; de esa manera,
sucumbieron a la tentación y el hombre, tentado por el Príncipe de las
tinieblas, consintió a la tentación y perdió la amistad con Dios y así,
voluntariamente, se vio privado de la gracia. Pero el mismo Dios fue quien
dispuso que aquel que venció en un árbol, fuera en un Árbol vencido, y así el
Demonio fue vencido, de una vez y para siempre, en el Árbol victorioso de la
Cruz, porque desde la Cruz, adonde Jesús subió voluntariamente, Cristo ofreció “oraciones
y súplicas con poderosos clamores y lágrimas y fue escuchado por su reverencial
temor” (cfr. Heb 5, 7) y ese ruego
desde la cruz se renueva cada vez que se celebra la Santa Misa, en los altares eucarísticos,
para que todos recibamos la gracia santificante y “seamos colmados de toda
clase de gracias y bendiciones” (cfr. Misal Romano). Entonces, si de la Cruz
emana la fuerza salvadora de Cristo Jesús, y esta Cruz fue elevada hace veinte
siglos, por la Santa Misa, el Sacrificio Eucarístico, esa fuerza salvadora se
nos aplica en nuestro “hoy”, en nuestro “aquí y ahora”, para la remisión de
nuestros pecados cotidianos. Esto es así porque el Sacrificio de la Cruz de
Jesús es infinitamente perfecto, al haber sido realizado no por un simple
hombre, sino por el Hombre-Dios Jesucristo, y como el Acto de Ser de su Persona
Divina, que es la Segunda de la Santísima Trinidad, es Eterno, su obrar
trasciende todo tiempo y lugar, y es por eso que su oblación, la oblación de la
Cruz, si bien fue realizada hace veintiún siglos, nos alcanza a nosotros,
hombres que vivimos en el siglo XXI, pero para que podamos establecer un
contacto vital con este Sacrificio de la Cruz y con sus méritos infinitos que
de él se derivan, es decir, para que podamos lavarnos en la Sangre del Cordero,
es necesario que entremos en contacto con la Sangre del Cordero, y para ello es
que se renueva el Santo Sacrificio de la Cruz, actualizándose y haciéndose
presente, por medio del misterio de la liturgia, por medio del Santo Sacrificio
del Altar. Así, la Santa Misa, Santo Sacrificio del Altar, continúa “desde la
salida del sol hasta el ocaso” (Malaq
1, 11), renueva y actualiza, por el misterio litúrgico eucarístico, de modo
incruento y sin derramamiento de sangre, para ponernos en contacto con él, el
Santo Sacrificio de la Cruz, para que, al igual que la Santísima Virgen y Juan
el Apóstol, que estuvieron a los pies de Jesús crucificado, también nosotros
entremos en contacto con la Sangre del Cordero de Dios. De esa manera,
uniéndonos por la Santa Misa al Sacrificio en Cruz de Cristo, y lavándonos con
su Sangre, podemos decir con San Pablo: “Estoy crucificado con Cristo, y ya no
vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal
2, 19-20). Por este don de tu Sagrado
Corazón, te damos gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción de gracias,
te ofrecemos a Ti mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con
todos los actos de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo tiempo, te
pedimos perdón y reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que, cegados
por Satanás, realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos, oh
Jesús, por tu infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado
Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible
pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a
nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día
gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo, te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismos es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
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