Inicio: ingresamos en el Oratorio de Adoración
Eucarística, hacemos silencio tanto exterior como interiormente, acallando las
voces de nuestro pensamiento. Pedimos la asistencia de María Santísima, Maestra
de oración y de adoración, para que supla con la suya las deficiencias de la
nuestra. También acudimos al auxilio de San Miguel Arcángel y de nuestros
ángeles custodios, para que nos asistan en esta Hora Santa, para que lleven
nuestras oraciones al Corazón Inmaculado de María y, desde allí, sean llevadas
hasta el trono de la majestad divina en los cielos, el altar del Cordero de
Dios. Ofrecemos esta Hora Santa en reparación por aquellos que, con sus
olvidos, indiferencias, ingratitudes, asisten a espectáculos deportivos,
musicales, y de todo tipo y dejan de lado la Santa Misa dominical, despreciando
y ultrajando así el máximo don del Padre, Jesús en la Eucaristía. Por ellos y
por nosotros, por nuestros seres queridos y por todo el mundo, reparamos y
adoramos a Jesús Eucaristía.
Oración inicial:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto inicial: “Sagrado
Corazón, eterna alianza”.
Meditación
Jesús, Tú en la Eucaristía eres el Don del Padre, el Don del
Amor de su Corazón; en cada Santa Misa, Dios Padre nos ofrece, por el don
eucarístico aquello que más ama y todo lo que tiene, que eres Tú mismo; en la
Santa Misa, Dios Padre, movido por su Amor infinito, eterno, incomprensible e
inagotable, renueva el envío de su Hijo a la Cruz del altar, para que seamos
alimentados con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. En cada Santa Misa, la
Santísima Trinidad en pleno renueva y actualiza el Santo Sacrificio del
Calvario, sacrificio por el cual Cristo quita nuestros pecados y nos concede la
gracia santificante y el motor único y exclusivo que lleva a la Trinidad a
hacer este prodigio admirable, es solamente el Amor Divino. Y sin embargo, los
hombres responden con ingratitud, indiferencia, frialdad, dejando de lado la
Eucaristía dominical, reemplazándola por gustos y aficiones terrenas,
pasajeras, superfluas, inútiles para la vida eterna. Te pedimos perdón y
reparamos por los bautizados que, despreciando el don de Dios Padre, su Hijo
Jesús en la Eucaristía, no asisten a la Misa dominical para sí en cambio
asistir a conciertos, mítines políticos, espectáculos deportivos. Ten compasión
de estos hijos tuyos y concédeles la gracia de comprender que los ídolos del
mundo solo provocan vacío y hastío en el alma y que nada hay más importante en
la vida que Jesús en la Eucaristía. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, estás en la Eucaristía con tu Cuerpo glorioso y resucitado,
y desde allí llamas a todos, atrayéndolos con tu Amor, el mismo Amor que te
llevó a encarnarte, bajando desde el cielo, el seno eterno del Padre, a ese
cielo en la tierra que es seno virginal de María Santísima, para sufrir la
Pasión y así concedernos el perdón de los pecados y la filiación divina. Tú diste
tu vida por todos y cada uno de los hombres y así como en tu vida terrena
obraste toda clase de innumerables prodigios, entre los cuales la curación de
enfermos y la expulsión de demonios, así también hoy continúas obrando esos
mismos milagros, pero también, de la misma manera a como en el momento de la
Pasión te abandonaron quienes recibieron tus dones y gracias, así también hoy,
una inmensa multitud de bautizados te deja solo en el sagrario, abandonante y
reemplazándote por los ídolos del neo-paganismo imperante. Jesús, te pedimos
perdón y reparamos por el desamor, la ingratitud y la indiferencia de los
bautizados, entre los cuales nos contamos, porque nos dejamos arrastrar por los
vanos ídolos del mundo, en vez de asistir a la Santa Misa del Domingo para
recibir el don del Amor del Padre, Tú mismo en la Eucaristía. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, Dios del sagrario, Dios de la Eucaristía, Tú eres la
Palabra eterna del Padre; Tú eres el Verbo de Dios, la Sabiduría Divina
encarnada, que se entrega como Pan de Vida eterna en la Eucaristía para
conceder el Amor y la Vida divina a quien te recibe con fe y con amor; Tú eres
la Palabra de Amor que el Padre pronuncia sobre la humanidad y para que no
dudemos nunca del Amor del Padre por nosotros, te entregas en la Eucaristía con
tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, así como te entregaste en la Cruz el
Viernes Santo. Tú tienes palabras de vida eterna porque Tú eres la Palabra del
Padre que es Vida eterna en sí misma; Tú eres la Palabra que hace vibrar de
Amor divino a aquel que la escucha con fe, amor y santo temor de Dios. Tú,
Palabra de Dios encarnada, que prolongas tu encarnación en la Eucaristía,
enseñas a los hombres el camino de la salvación, el único posible, tu Cruz, y
para que te escuchemos a Ti, Palabra del Padre, es que diste tu vida en el
Santo Sacrificio del Calvario y renuevas y actualizas ese don en el Santo Sacrificio
del Altar. Pero a pesar de esto, los hombres, envueltos en el misterio de la
iniquidad, cierran sus oídos a Ti, Palabra del Padre, para escuchar la voz del
Príncipe de las tinieblas, voz que los seduce con la falsa creencia de que es
posible vivir sin Dios, sin su Palabra, sin su gracia y sin su Amor. Los hombres
de hoy no quieren escucharte, Palabra del Padre, pero prestan gustosos sus
oídos a la palabra de la Serpiente Antigua, repitiendo el pecado de Adán y Eva,
quienes cerraron sus oídos a la Voz del Padre para obedecer al Ángel caído,
perdiendo la gracia, la vida divina y el estado de felicidad en el que habían
sido creados. Hoy los hombres cometen el mismo pecado de Adán y Eva: cerrar sus
oídos a la Palabra de Dios y abrirlos a la voz falsa y mendaz del Príncipe de
las tinieblas, que los engaña haciéndoles creer que la vida es posible sin la
Eucaristía dominical. Te pedimos perdón y reparamos, oh Jesús, Palabra
eternamente pronunciada por el Padre, por quienes, seducidos por el mundo,
cometen el pecado mortal de abandonar la Santa Misa dominical, reemplazando la
Eucaristía por falsos y vanos atractivos mundanos. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, que en la Santa Misa dominical –como en toda Misa- obedeciendo
al sacerdote ministerial desciendes del cielo hasta esa porción del cielo en la
tierra que es el altar eucarístico, para entregar tu Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad, como don personal para cada uno de los hombres; Jesús, Tú que en la
Santa Misa y movido solo por el Amor infinito y eterno de tu Sagrado Corazón,
das cumplimiento a la Voluntad del Padre, que te entregues todo Tú mismo sin
reservas, con tu Ser trinitario y con tu Cuerpo glorificado en la Hostia
consagrada, para ser la delicia de quienes te comulguen con un corazón contrito
y humillado, te pedimos perdón y reparamos por aquellos hermanos nuestros que,
aturdidos y enceguecidos por las densas tinieblas del error y de la ignorancia,
te dejan solo en el altar, porque no acuden a recibir el don del Padre y te
dejan solo en el sagrario, porque no van a visitarte y hacerte compañía,
renovando así la amargura de tu Pasión, en la que fuiste abandonado por todos,
menos por tu Madre, y entre los primeros que te abandonaron fueron los
discípulos a quienes más amabas. Te pedimos perdón y reparamos por quienes no
toman conciencia de que sus almas mueren porque al no recibir la Eucaristía
dominical, se privan voluntariamente de la Vida divina que la Eucaristía nos
otorga, cometiendo así pecado mortal; te pedimos perdón y reparamos por quienes
ven en la Misa solo un pasatiempo piadoso, o una obligación fastidiosa, o un
rito vacío, o una costumbre religiosa en vías de extinción, pero en ningún caso
la ven como lo que es, la renovación incruenta de tu sacrifico en Cruz,
sacrificio por el cual nos das el Amor del Padre junto con la Sangre que brota
de tu Corazón traspasado. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, Tú eres, en la Eucaristía, la suprema felicidad que
hombre alguno pueda encontrar en esta vida y eres en la Eucaristía el anticipo
de la eterna felicidad; nada puede hacer verdaderamente feliz al hombre, sino
eres Tú en la Eucaristía, porque Tú en la Eucaristía eres Dios encarnado que
nos creó para que fuéramos felices conociéndote, amándote y sirviéndote, en
esta vida y en la otra; el corazón del hombre, creado por Ti y para Ti, no
puede ser verdaderamente feliz, ni en esta vida ni en la otra, sino es en Ti y
por Ti, Dios de la Eucaristía; nada puede hacer feliz al hombre sino eres Tú
mismo, porque el corazón del hombre es como un abismo que fue creado para ser
llenado con tu Amor y con tu Vida, y por este motivo, pretender ser felices con
bienes materiales es como pretender colmar un abismo con un puñado de arena;
Jesús, sólo Tú, Hombre-Dios, vivo y con tu Cuerpo glorioso y resucitado en la
Eucaristía, con tu Corazón ardiendo en las llamas del Amor Divino, eres la
única y suprema felicidad de hombres y ángeles, en la tierra, en el tiempo, y
en el cielo, en la eternidad, y por esto, la asistencia a la Santa Misa del
Domingo, en donde Tú te entregas sin reservas al alma que comulga, lejos de ser
un rito vacío o un pasatiempo piadoso, como impíamente la considera el mundo de
hoy, constituye ya, desde la tierra, el inicio de la eterna bienaventuranza, la
bienaventuranza proclamada por la Iglesia desde el Nuevo Monte de las Bienaventuranzas,
el altar eucarístico: “Bienaventurados los invitados al Banquete celestial;
bienaventurados –felices, dichosos, alegres- los invitados por Dios Padre a su
banquete nupcial, la Santa Misa; bienaventurados los que se alimentan con los
manjares servidos por Dios Padre: Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego
del Espíritu Santo; Pan Vivo bajado del cielo, y Vino de la Alianza Nueva y Eterna;
bienaventurados, alegres, dichosos, felices, quienes han sido invitados por el
Padre a sentarse a su Mesa Santa, la Santa Misa, porque degustan un manjar
exquisito, jamás probado entre los hombres, la Eucaristía, el Cuerpo glorioso y
resucitado, lleno de la Vida eterna y del Amor divino del Hombre-Dios
Jesucristo”. Ésta es la única y verdadera felicidad de hombres y ángeles, la
Santa Misa; es la Santa Misa la suprema felicidad del hombre, y no es suprema
felicidad el bienestar social y material, como muchos erróneamente piensan. Te pedimos
perdón y reparamos, oh Buen Jesús, por quienes te ultrajan en tu Presencia
eucarística, pretendiendo ser felices con los bienes caducos y falsos del
mundo. Concédeles, a ellos y también a nosotros, la gracia de la conversión,
que les permita apreciar a la Eucaristía como la única y suprema fuente de la
eterna felicidad. Amén.
Meditación final
Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos para continuar con
nuestras tareas cotidianas; nos vamos, pero dejamos en manos de tu Madre, como
humilde ofrenda, nuestros pobres corazones, contritos de dolor por el peso de
nuestras iniquidades pero deseosos a la vez de no cesar nuestra adoración, ni
de día ni de noche y para esto le pedimos a la Virgen, que día y noche te
adora, que una nuestra pobre adoración a la suya, para que unidos al Inmaculado
Corazón de María, en Ella y a través de Ella, estemos permanentemente en tu
Presencia, como anticipo de la visión beatífica que, por tu Misericordia,
esperamos gozar algún día en el cielo.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Los cielos, la tierra, y el mismo Señor
Dios”.
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