jueves, 3 de abril de 2014

Hora Santa en acción de gracias por el Santo Sacrificio de la Cruz


         Inicio: ingresamos al oratorio. Hacemos silencio, exterior e interiormente; nos encontramos ante el Cordero de Dios, el Rey de reyes, el Rey de cielos y tierra, que reina majestuoso desde la Eucaristía, desde su trono en la custodia. Jesús en la Eucaristía nos habla en el silencio, en lo más profundo de nuestro ser, de ahí la necesidad del más profundo silencio interior y exterior, para poder escuchar su voz. Pedimos la asistencia maternal de María Santísima y de nuestros ángeles custodios para que nuestra humilde oración se eleve hasta el trono del Cordero en los cielos. Ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias por el Santo Sacrificio de la Cruz.

         Oración inicial: Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo. Te pido perdón, por los que no creen, no esperan, no Te adoran, ni Te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de vuestro muy amado Hijo y Señor Nuestro Jesucristo, Presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto inicial: “Sagrado Corazón, en Vos confío”.

         Meditación

         Te damos gracias, Jesús, porque por el Santo Sacrificio de la Cruz, derrotaste a nuestro Enemigo Mortal, Satanás, el Príncipe de las Tinieblas, el Seductor, el Príncipe de la Mentira, el que engañó a Nuestros Padres, haciéndonos perder el Paraíso y condenándonos al destierro. Te damos gracias, Jesús, porque por el Santo Sacrificio de la Cruz, Tú, el Hombre-Dios, te ofreciste como carnada, y así la Bestia del Infierno, atraída por el señuelo de la debilidad aparente de tu Humanidad, pretendiendo dar muerte al Hombre-Dios, fue vencida para siempre en el Árbol de la Cruz y es por eso que ahora y para siempre la humanidad te agradece y te ensalza por siglos sin fin, porque al precio de tu Preciosísima Sangre la libraste del Dragón infernal. Jesús, te agradecemos, te adoramos, te bendecimos, y en acción de gracias y de adoración, te ofrecemos tu mismo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, porque por tu Sacrificio en Cruz, las puertas del Infierno jamás triunfarán sobre tu Iglesia y aún más, el poder divino que fluye de la Santa Cruz es tan inmensamente poderoso, que se hace sentir con toda su magnífica potencia, hasta en el más último resquicio del más recóndito rincón del Infierno, de modo que la Bestia infernal, Satanás, aúlla enloquecido de terror ante la vista de la Santa Cruz, y esa es la razón por la cual los santos, unidos a la Santa Cruz, nunca tuvieron nada que temer, mientras que el que se aparta de la Cruz, se une al mismo Infierno. Jesús, te damos gracias, porque por tu Santo Sacrificio de la Cruz, derrotaste al Enemigo de la humanidad, la Bestia del Infierno, Satanás y lo venciste para siempre, por eso decimos: “Que la Cruz sea siempre mi Luz”. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, te damos gracias por el Santo Sacrificio de la Cruz, porque por él no solo nos vimos libres de la muerte, sino que tuvimos acceso a la Fuente de la Vida eterna, tu Costado traspasado, tu Sagrado Corazón, el Manantial de Gracia inagotable que vivifica al alma con la vida misma de la Trinidad. Por tu Santo Sacrificio y Muerte en Cruz, nuestra muerte ya no es muerte, sino paso a la vida eterna, porque nuestra muerte ha sido muerta en tu muerte y muriendo nuestra muerte en tu muerte, hemos recibido tu vida, que es vida eterna, muriendo en Ti, vivimos y ya no volvemos a morir nunca más. Por eso, Jesús, morir en Ti es vivir, porque al morir Tú en la Cruz, diste muerte a nuestra muerte, al infundir tu vida en nuestra muerte, haciéndonos vivir en un admirable intercambio: muriendo Tú en la Cruz, nos dabas vida eterna, para que nosotros, muriendo a la vida terrena y de pecado, viviéramos la vida nueva de la gracia y de la gloria, la vida de resucitados, en tu compañía, para siempre, en los cielos. Jesús, Tú has muerto en la Cruz, para descender con Tu Alma gloriosa al Reino del Hades y rescatar a los justos que esperaban al Redentor para poder ir al cielo, pero también has muerto en la Cruz para conducir a toda la humanidad al cielo, porque solo Tú eres nuestra Pascua, nuestro “paso” de este mundo al cielo, porque nadie más que Tú eres el Camino que conduce al Padre; nadie más que Tú conoce al Padre y solo va al Padre aquel a quien Tú lo conduces por el camino de la cruz. Jesús, te adoramos y te damos gracias, porque al morir en el Santo Sacrificio de la Cruz, venciste a la muerte, nos abriste la Fuente de la Vida eterna, tu Sagrado Corazón traspasado, y nos abriste los brazos en la Cruz para llevarnos al Padre Eterno. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, te damos gracias porque por tu Santo Sacrificio de la Cruz, destruiste el pecado. Tú eres el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo: antes de subir a la cruz, tomaste sobre tus espaldas los pecados de todos los hombres de todos los tiempos, de manera que cuando tu Preciosísima Sangre comenzó a correr sobre tu Cuerpo Santísimo, debido a la multitud de heridas, flagelos, latigazos, puntapiés y golpes de todo tipo que se abatían sobre ti en la Pasión, esos pecados fueron lavados y destruidos para siempre, para siempre, de manera tal que los hombres quedaron limpios e inmaculados gracias a Ti, a tu sacrificio, a tus heridas abiertas, a tus golpes, a tus dolores, a tu Sangre Preciosísima, a tus lágrimas, y a también a los dolores y lágrimas de tu Madre y, finalmente, a tu Muerte. Los hombres quedamos limpios e inmaculados gracias a tus heridas abiertas; gracias a tu Sangre derramada; gracias a tus dolores desgarradores; gracias a tus humillaciones infinitas; gracias a las lágrimas de tu Madre; gracias a las penas sin fin de tu Sacratísimo Corazón, participadas y compartidas hasta la última gota por el Inmaculado Corazón de María; y por todo esto, oh Cordero bendito de Dios, por haber destruido nuestros pecados al altísimo precio de tu Sangre y de tus lágrimas, y de las lágrimas y el dolor del Inmaculado Corazón de María, nosotros nos postramos en acción de gracias, con el corazón contrito y humillado, reconociendo nuestra nada y nuestra miseria, y te ofrecemos tu mismo Sacratísimo Corazón Eucarístico y el Corazón Inmaculado de María en acción de gracias, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Te damos gracias, Jesús, porque por el Santo Sacrificio de la Cruz, nos concedes la gracia de ofrecer al Dios Verdadero, el Dios por quien se vive, Dios Uno y Trino, la Santísima Trinidad, el Sacrificio Perfectísimo, el Sacrificio agradabilísimo, el Sacrificio de suave perfume, el Único Sacrificio verdaderamente digno de su majestad infinita, el Cordero “como degollado”, el Cordero de los cielos, el Cordero Inmaculado y Santo, el Cordero ante el cual los Ángeles no osan levantar la mirada, tanta es su majestad y potestad. Te damos gracias, oh Jesús, porque por tu Santo Sacrificio en la Cruz, nosotros, pobres seres humanos, limitados e imperfectos, que vivimos en el tiempo, poseemos un don de valor incalculable, con el cual podemos homenajear, agasajar y adorar a la majestad infinita de la Santísima Trinidad, de la manera como tal divinidad se merece, porque nada digno hay en los cielos y en la tierra que pueda agradar a la Santísima Trinidad, sino el Santo Sacrificio de la Cruz -y la Virgen de los Dolores que está al pie de la Cruz-, y puesto que decidiste ofrecer el Sacrificio de la Cruz para salvarnos y pusiste a nuestra disposición sus santos frutos, nosotros lo ofrecemos en adoración a la Santísima Trinidad, ofreciéndole tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, y por ello te adoramos y te damos gracias, oh buen Jesús, y te bendecimos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Te bendecimos y te adoramos, Jesús, porque por el Santo Sacrificio de la Cruz, podemos alimentar el espíritu por la Adoración Eucarística, porque por la transubstanciación operada en la consagración eucarística por el sacerdote ministerial, Tú te quedas entre nosotros en la Sagrada Eucaristía, y así podemos nosotros venir a adorarte en la Eucaristía, a hacerte compañía, a contarte nuestras penas y nuestras alegrías, a adorarte en silencio, a preguntarte cómo es el cielo y la eternidad que nos espera, a pedirte nuestra conversión y la de nuestros seres queridos, a pedirte que nos salves de la eterna condenación, a suplicarte que nos salves, a hablarte como a un amigo, como a un hermano, como a un padre, a confesarte nuestros miedos, nuestros fracasos y nuestros triunfos, nuestros temores y nuestras esperanzas, y nuestros deseos de compartir el cielo para siempre en Tu compañía, en compañía de tu Madre, de tus santos, de tus ángeles, y de nuestros seres queridos que ya han partido y que esperamos que, por tu infinita Misericordia, estén ya contigo. Te bendecimos, Jesús, porque gracias al Santo Sacrificio de la Cruz, podemos alimentar nuestras almas con tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad, al renovarse este Santo Sacrificio cada vez, incruentamente, en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa. Cada vez que el sacerdote ministerial pronuncia las palabras de la consagración, sobre el altar eucarístico se produce el milagro de los milagros, la obra más prodigiosa que puedan contemplar cielos y tierra: el Padre y el Hijo espiran, por intermedio del sacerdote ministerial, el Espíritu Santo, sobre las especies eucarísticas, obrando la conversión de estas en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hombre-Dios Jesucristo, de modo que sobre el altar ya no hay más substancia de pan y vino, sino la substancia humana glorificada de Jesús de Nazareth, unida a la Persona Divina del Verbo de Dios, es decir, la Humanidad glorificada, Cuerpo y Alma glorificados y resucitados de Jesús de Nazareth, unidos hipostáticamente, personalmente, al Verbo de Dios, el Hijo Eterno de Dios Padre, ocultos bajo aquello que a los sentidos corporales parece ser pan pero ya no es más pan, sino la Eucaristía, el Pan de Vida Eterna, el Pan Transubstanciado por las palabras de la consagración. Por todo esto, oh buen Jesús, te bendecimos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Meditación final

         Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos para cumplir con nuestros deberes de estado, pero deseamos permanecer en tu Presencia. Para ello, confiamos nuestros corazones a María Santísima, Guardiana del Sagrario, y le pedimos que los custodie y los estreche contra su Inmaculado Corazón, y que no permita que amores mundanos y profanos los aparten del propósito que hacemos de mantenernos en tu Amor. Bendito, alabado y adorado seas, oh Jesús, Cordero de Dios, por tu Divina Misericordia, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Oración final:Dios mío, yo creo, espero, Te adoro y Te amo. Te pido perdón, por los que no creen, no esperan, no Te adoran, ni Te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de vuestro muy amado Hijo y Señor Nuestro Jesucristo, Presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canción final: “Tiembla la tierra y llora”.


1 comentario:

  1. Es licito y hasta que grado fotografiar la Santa Eucaristia o la Adoracion al Santisimo y luego subir estas fotos a redes sociales? Hay alguna normativa para esto?

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