jueves, 10 de abril de 2014

Hora Santa en acción de gracias por la Santa Misa

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias por la Santa Misa. La Santa Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz y por lo tanto su valor es infinito e inapreciable. Una sola Misa tiene más valor que todo el Universo visible e invisible. Una sola gota del cáliz tiene más valor que todo el Universo visible e invisible, porque se trata de la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios. No nos alcanzará no solo esta vida, sino toda la eternidad, para comprender el valor y penetrar siquiera una infinitésima parte del misterio de la Santa Misa con la cual fuimos redimidos. Nos postramos exteriormente, pero sobre todo nos humillamos y nos postramos interiormente, ante la Presencia sacramental de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Pedimos la asistencia de María Santísima, Maestra y Guía de los Adoradores Eucarísticos, para que nos enseñe y nos ayude a aquietar nuestro pensamiento, nuestra memoria, nuestra voluntad, nuestros sentidos externos, a fin de que todo nuestro ser se disponga en estado de oración para entrar en diálogo de amor con Jesús, el Dios de la Eucaristía.

         Canto de entrada: “Panis Angelicus”.

         Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María Santísima, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Meditación

         Jesús, te damos gracias por la Santa Misa, porque por ella, nosotros, seres limitados y mortales que vivimos en el tiempo, accedemos al Sacrosanto Sacrificio del Calvario, porque la Santa Misa es la representación, prolongación y actualización, por el misterio insondable del Espíritu, de tu sacrificio redentor en la cruz. En la Santa Misa no vemos tus heridas, ni percibimos el olor a sangre, ni escuchamos el golpear del martillo sobre los clavos que fijan cruelmente tus manos y tus pies al leño de la cruz; en la Santa Misa no percibimos, por los sentidos, la cruel y dolorosa realidad del Calvario, pero por un misterio insondable e incomprensible, esa misma realidad está presente, viva y actual, con sus frutos de redención, en el altar, en nuestro "hoy y ahora", para quienes asistimos a la Santa Misa, por la acción del Espíritu Santo. Por la acción prodigiosa del Espíritu Santo que sobrevuela sobre el altar eucarístico, el mismo y único sacrificio de la cruz, llevado a cabo hace veintiún siglos, se hace presente en nuestros días, mientras que los que hemos nacido en el siglo veintiuno, nos hacemos misteriosamente co-presentes al santo sacrificio del Calvario, por medio del santo sacramento del altar, para recibir con toda plenitud la totalidad de sus frutos redentores. El Espíritu Santo actualiza para nosotros el Santo Sacrificio del Calvario bajo las especies sacramentales, para que nosotros, que vivimos y existimos a veintiún siglos de distancia, seamos co-presentes y co-espectadores, por la fe y por el misterio de la liturgia eucarística, al Sacrificio Redentor del Monte Calvario. Por este don de tu infinita Misericordia, te bendecimos y te adoramos y te damos gracias, oh Jesús, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.




         Te damos gracias, Jesús, por la Santa Misa, porque por ella, podemos alimentarnos con un manjar exquisito, un manjar celestial, un manjar super-substancial, un manjar de ángeles, un manjar preparado especialmente para nosotros por el Padre celestial. La Santa Misa es el Banquete del Reino, es la Mesa Santa, a la que están invitados los hijos pródigos del Padre del cielo, los hijos que se habían extraviado y que han sido encontrados; los hijos que son la alegría del Padre; la Santa Misa es el Banquete y la Fiesta escatológica, la Fiesta de los Últimos Tiempos, la Fiesta celestial organizada por el Padre para celebrar que sus hijos, que se habían extraviado en los oscuros valles de la muerte y estaban a merced del siniestro Dragón del infierno, han sido rescatados sanos y salvos por el Buen Pastor, que con su cayado, el Leño ensangrentado de la Cruz, ha dado muerte al Lobo infernal y ha vencido para siempre a la Muerte y al Pecado y ha cargado sobre sus hombros a toda la humanidad llevándola, como Rey victorioso, a los cielos. Es para festejar este triunfo magnífico de su Hijo en la cruz, que asombra a cielos y tierra,  que el Padre organiza el Banquete escatológico, la Santa Misa, para expresar su alegría que no tiene fin, porque sus hijos, los hombres, han sido rescatados. Y es así que es el mismo Padre quien sirve la Mesa Santa y sirve para sus hijos un manjar exquisito: la Carne de Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo; Pan de Vida eterna, y Vino de la Alianza Nueva y Eterna, servido en el cáliz del altar eucarístico. Por habernos invitado a nosotros, hijos pródigos e indignos, a tan inmerecido Banquete celestial, te damos gracias, te bendecimos y te adoramos, oh Jesús Eucaristía, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, te damos gracias por la Santa Misa, porque por ella tenemos acceso al Verdadero Maná, el Maná caído del cielo, la Eucaristía. Nosotros, que viajamos por el desierto de la vida, peregrinando hacia la Jerusalén celestial, desfallecemos de hambre y de sed, porque hemos salido de Egipto, el mundo, y ya no nos alimentamos de “carne y cebolla”, como lo hacía el Pueblo Elegido en la esclavitud, es decir, las vanidades del mundo, porque hemos sido liberados por tu gracia santificante, pero en este peregrinar hacia Ti, Morada Santa, necesitamos alimentarnos para no desfallecer y ese alimento nos lo proporciona nuestro Padre del cielo y es la Eucaristía, el Verdadero Pan del cielo, tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad. “El que coma de este Pan vivirá para siempre” (Jn 6, 50), dijiste en el Evangelio, Jesús, y nosotros, por tu gran Amor, nos alimentamos de este Pan y recibimos en cada Eucaristía tu Vida eterna, incoada, la misma Vida eterna que luego será desplegada en nuestras almas y cuerpos inundándonos de gloria divina, de alegría, de amor, de dicha, de paz, de felicidad, incontenibles, inenarrables, inagotables, imposibles siquiera de ser imaginados y todo esto por eternidades de eternidades, y todo gracias a tu Sacrificio en cruz. Y todas estas alegrías inconmensurables, todas estas dichas inabarcables, todas estas felicidades que nos esperan por eternidades sin fin, las recibimos, todas juntas, en cada Eucaristía, en cada simple comunión eucarística, porque todas estas alegrías están contenidas en tu Sagrado Corazón Eucarístico, y todas las quieres derramar en nuestras almas, de ser posibles, todas juntas y de una sola vez, con el solo propósito de hacernos felices. Pero, oh Buen Jesús, somos nosotros, pobres ciegos a tu Amor, los que ponemos barreras infranqueables y muros de contención a tu Amor, el Amor que quieres derramar en cada comunión eucarística, y es así que te ves obligado, la inmensa mayoría de las veces, a retirarte apesadumbrado, con las llamas de tu Amor que abrasan tu Sagrado Corazón, porque nuestros fríos e indiferentes corazones nada quieren saber de coloquios de amor contigo. Virgen María, Madre amantísima, Tú que sí sabes de coloquios de amor con Jesús, enséñanos a amar a tu Hijo Jesús en la Eucaristía y haz que nuestro corazón sea como la hierba seca, de modo que al comulgar, combustione y arda al instante, al contacto con las llamas de Amor del Sagrado Corazón. Amén.


Hora Santa y rezo del Rosario meditado en acción de gracias por la Santa Misa

         Silencio para meditar.

         Jesús, te damos gracias por la Santa Misa, porque por ella podemos beber, en nuestro peregrinar hacia la Jerusalén celestial por el desierto del mundo, un agua cristalina y fresca que brota milagrosamente de una Roca hendida por el golpe de la lanza, tu Sagrado Corazón traspasado: así como el Pueblo Elegido bebió agua cristalina y fresca en su peregrinar hacia la Tierra Prometida cuando Moisés golpeó con su bastón sobre la roca y comenzó a brotar agua milagrosamente (cfr. Núm 20, 1-13; 21 4-9), así nosotros, en la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, bebemos de tu Costado traspasado, de donde brota Sangre y Agua, la gracia santificante que sacia nuestra sed de Dios por medio de los sacramentos. En la Santa Misa se renueva, de modo incruento, bajo las especies sacramentales, el Santo Sacrificio del Calvario, en el cual tu Sagrado Corazón fue traspasado dejando escapar, como un torrente inagotable de misericordia, la Sangre y el Agua que nos comunican la gracia santificante en los sacramentos. Por esta Sangre y Agua que sacia nuestra sed de Dios, que brota de tu Sagrado Corazón traspasado, y al cual podemos acceder por el don de la Santa Misa, te damos gracias, oh Jesús, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, te damos gracias por la Santa Misa, porque por ella se renueva el Santo Sacrificio de la cruz, que nos protege de nuestro enemigo mortal, la Serpiente Antigua, Satán, que nos acecha en nuestro peregrinar por el desierto de la vida hacia la Jerusalén celestial, para inyectarnos el veneno mortal de la soberbia y hacernos caer en pecado mortal, porque quiere que compartamos su destino de eterna condenación. Así como el Pueblo Elegido, en su caminar hacia la Tierra Prometida, fue acechado y atacado por innumerables serpientes venenosas, símbolo y figura de los demonios, así también nosotros somos acechado y atacados por los demonios, los ángeles caídos, que buscan nuestra eterna perdición, pero de igual manera, así como ellos tuvieron el auxilio divino, que consistió en que Moisés fabricó una serpiente de bronce y la elevó en lo alto para que todo aquel que la viera quedara curado milagrosamente de la mordedura de las serpientes venenosas, así también nosotros tenemos una ayuda celestial, sobrenatural, que consiste en la contemplación del Hijo del hombre, Jesús crucificado, elevado en lo alto del Monte Calvario, porque todo el que lo contempla, recibe la gracia de la conversión del corazón, y esto sucede también en la Santa Misa, en la ostentación eucarística, cuando se contempla la Eucaristía, porque en el misterio de la liturgia se renueva el Santo Sacrificio de la cruz, de modo que asistiendo a Misa se asiste al Calvario y contemplando la Eucaristía se contempla, en el misterio de la liturgia, el misterio de la cruz. Esta es la razón por la cual, cuando el Nuevo Pueblo de Dios, que peregrina por el desierto de la historia y de la vida hacia la Jerusalén celestial y sufre las acechanzas de la Serpiente Antigua, al contemplar y adorar la Eucaristía elevada sobre el Nuevo Monte Calvario, el Altar Eucarístico, recibe la gracia de la curación del alma, la gracia de la conversión y así llegar a la Morada Santa, el seno del Padre Eterno. Por esto, oh Buen Jesús, que es un don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, te bendecimos, te alabamos y te adoramos, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Meditación final

         Jesús, debemos ya retirarnos. Hemos ofrecido esta Hora Santa en acción de gracias por la Santa Misa. Hacemos el propósito de aprovechar cada Santa Misa como si fuera la última, sabiendo que Tú cuentas los pasos que damos para ir a Misa, como si fueran los pasos dados para ir al cielo, porque ir a Misa es ir al Calvario y el Calvario es la Puerta al cielo. Te pedimos, Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que hagas que tu Madre Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, dirija siempre nuestros pasos en dirección a la Santa Misa, el Calvario, la Puerta al cielo, amén.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María Santísima, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


         Canción final: “Tiembla la tierra y llora”.

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