Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo
Rosario meditado en reparación por una increíble blasfemia, presentada como “obra
de arte”, en Canarias, España. Para mayores detalles acerca de este vergonzoso
y profano hecho, consultar el siguiente enlace:
Canto de entrada: “Postrado a vuestros pies
humildemente”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
La Santa Misa se llama “Eucaristía”, que significa “acción
de gracias”, debido a la alegría que produce en el alma y en el corazón la
contemplación[1]
de esa obra tan grandiosa, majestuosa y de belleza y gloria sin igual que es el
Santo Sacrificio del Calvario, renovado incruenta y sacramentalmente en el
altar eucarístico.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Se podrían haber aplicado muchos otros nombres, pero
los Padres de la Iglesia prefirieron el de “Eucaristía”, por ser el que mejor
expresaba el don del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo en la Hostia consagrada, confeccionada en el altar eucarístico. San
Justino escribe, hacia el año 150, su primera apología, en la que el santo
observa que Jesucristo nos ha donado “el pan de la Eucaristía como memorial de
su Pasión para que nosotros al mismo tiempo demos gracias a Dios por haber
creado el mundo y lo que contiene, que nos ha liberado del mal del pecado, nos
ha redimido de la prisión de los Principados y Potestades, por medio de Aquel
-Jesucristo- que voluntariamente se sometió al sufrimiento”[2].
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Para San Ireneo, la institución de la Eucaristía nos
ha sido donada para que “los discípulos de Cristo no sean estériles e ingratos”.
A su vez, Orígenes se apoya en la Eucaristía para probar que precisamente -los
cristianos- no somos ingratos, porque por ella damos gracias a Dios: “El signo
de nuestra gratitud hacia Dios es el pan al que nosotros llamamos “Eucaristía”.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Con respecto a la acción de gracias por excelencia, la
Sagrada Eucaristía, escribe San Clemente de Alejandría: “El sacrificio de la Iglesia
consiste en la oración que elevan las almas santas, como el incienso, y que
contienen en ellas, con la ofrenda, una actitud de total donación a Dios”[3]. Podríamos
decir entonces que, si en la Eucaristía Jesús se nos dona en su Ser divino, en
su Persona y naturaleza divinas y en su humanidad santísima y esto lo hace en
su totalidad, sin reservas y por puro amor, entonces nuestra respuesta hacia
Él, con todas nuestras imperfecciones que poseemos, no puede ser otra que
también la total donación de nuestro ser y de nuestras personas, con todo lo
que somos y tenemos.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
El “Gloria” que se recita o canta en la Santa Misa
dominical, no es solo el texto recitado o cantado solemnemente en la Misa:
forma parte, en la Iglesia naciente, de un tesoro de himnos y de cantos sobre
el modelo de los Salmos, los cuales recuerdan en algo al Magníficat de la
Virgen y a los cánticos de Zacarías y del anciano Simeón. Se puede observar que
los términos y vocablos están tomados de los textos de San Pablo y de San Juan
y este origen los hace todavía más preciosos[4]. Son,
sin dudas, las razones que explican que se haya introducido esta admirable “doxología”
en la Santa Misa. Por esta razón, al cantar el Gloria, no lo hagamos nunca de
forma mecánica, sino desde lo más profundo de nuestro ser y con todo el amor
del que seamos capaces, para dar gracias a Dios por su infinita gloria,
manifestada en Nuestro Señor Jesucristo.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré, y la
contemplaré”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
[1] Cfr. Francois Charmot, La Messe, source de sainteté,
Editorial Spes, París 1959, 35.
[2] Cfr. ibidem, 35.
[3] Stormata, 7, 7.
[4] Cfr. Charmot, ibidem, 36.
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