Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación de la Santa Misa
ocurrida en una iglesia austríaca, por obra de un sacerdote, el cual ingresó en
el templo parroquial encabezando un baile sacrílego. Para mayores datos,
consultar el siguiente enlace:
https://tirol.orf.at/stories/3098047/
Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
La fe verdaderamente católica, la fe que nos enseña que
Jesucristo no es un hombre santo, ni un profeta, sino Dios Tres veces Santo, el
Hijo Eterno del Padre, encarnado en una naturaleza humana, la naturaleza humana
de Jesús de Nazareth, esa fe, que es verdaderamente católica, nos ayuda al
mismo tiempo a hacer aprecio de la gracia santificante[1],
porque nos hace comprender que la gracia, que se nos comunica ordinariamente a
través de los sacramentos, nos hace partícipes de la Vida divina de la
Santísima Trinidad.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Es la fe verdaderamente católica, la que nos enseña que
Cristo es Dios, la que nos hace apreciar la gracia en su justa medida: nos hace
apreciar la Sangre Preciosísima del Salvador, derramada por nuestra salvación
en el Calvario; nos hace dimensionar la gravedad inimaginable del pecado –sobre
todo el pecado mortal-, que puede arrojar al alma al Abismo del Infierno, en
donde se pierde toda esperanza, en donde no hay Redención, en donde el tiempo
de la Misericordia ha finalizado para dar paso al tiempo de la Ira y de la
Justicia Divina, para siempre, para siempre.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Es la fe verdaderamente católica, la que nos enseña que sólo
por la Muerte de Jesucristo en la Cruz se perdonan nuestros pecados, se nos
abren las puertas del Cielo y se nos concede la filiación divina, la que nos
hace apreciar la pena infinita que el pecado mortal del impenitente merece; sólo
esta fe nos hace obrar con amor a Dios y con temor del Día del Juicio Final,
sabiendo la suerte de eterna condena que espera a quienes mueren en abierta
rebelión contra Dios y su Mesías, que es la Misericordia Divina encarnada.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Es la fe verdaderamente católica, la que nos enseña que Jesucristo,
que es Dios y que murió en la Cruz y resucitó está, vivo y glorioso, con su Cuerpo
resucitado, en el Santísimo Sacramento del altar, la Sagrada Eucaristía; sólo
esta fe, nos lleva a amar con todo el ser a Dios Uno y Trino, por ser Él quien
Es, la Bondad Increada, el Amor Eterno y la Misericordia Divina; nos lleva a
amar a Dios Trinidad por estar en Él todas las perfecciones, todas las
virtudes, todos los atributos, en grado supremo y perfectísimo, infinito y
eterno[2];
es esta fe la que nos lleva a desear imitar a Dios Encarnado, Nuestro Señor
Jesucristo, recibiendo las gracias necesarias para hacerlo, de manos de la Madre de Dios, María Santísima.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Si no hay una fe verdaderamente católica, que nos enseñe que
Cristo es Dios y está Presente en Persona en la Eucaristía y que para ganar el
Cielo debemos obrar la misericordia para con el prójimo, en su lugar se coloca
una fe muerta, vacía de obras, carente de amor, incapaz de mover a la voluntad
al Divino Amor y al intelecto a la Divina Sabiduría y así el hombre transcurre
sus días en la tierra sin saber que está destinado, no a la tierra, sino al
Reino de los cielos, al seno del Eterno Padre. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que tu Hijo encienda en nosotros la
llama de la verdadera fe, para que por ella obremos la misericordia y por la
gracia seamos salvados!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
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