Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el intento de incendio de la
Catedral de México por parte de feministas y por el ataque vandálico sufrido por
otras iglesias en el mismo país. Para mayores datos, consultar el siguiente
enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Afirma
un autor, hablando acerca de la fatuidad y vanidad de los bienes terrenos, que
quienes apetecen las honras y bienes de este mundo, “son como los muchachos que
siguen las mariposas, las cuales tienen un vuelo errático y así, al tratar de
atraparlas, no se fijan por dónde van y terminan cayendo en un pozo o
tropezando con alguna piedra”[1].
Del mismo modo sucede con los seres humanos que van en busca de honores y
bienes terrenos: como estos son erráticos, inevitablemente terminan dándose
golpes o cayendo desde el lugar en el que estos bienes, efímeramente, los
habían colocado.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Pero
incluso, dice este autor, si llegan a atrapar una mariposa, se maravillan por
algo que es casi nada, se alegran como si hubieran atrapado un gran tesoro. De
la misma manera hacen los que buscan las honras de este mundo; porque las
honras mundanas no tienen camino cierto y cuando están en poder de alguien, lo
están por muy poco tiempo –comparado el tiempo humano con la eternidad- y así
el contento que dan se esfuman prontamente, como se esfuma el humo con el
viento[2]. Y
con el agravante de que muchos, por alcanzar estos vanos y efímeros bienes y
honras mundanas, caen en pecados mortales en la mayoría de los casos.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Las
honras del mundo, después de alcanzadas, son tan peligrosas como cuando se
pretendían: pervierten el juicio, cambian las buenas costumbres, apartan de
Dios, y no se encuentra en ellas más que “vanidad de vanidades”. La pompa del
mundo y el favor popular es como el humo, que pronto se desvanece y ya nadie se
acuerda de ellos. San Juan Crisóstomo cita a un rey, el rey Seleuco, quien
decía que, si los hombres supieran qué era reinar, aunque hallasen la corona en
el suelo no la levantarían[3]. En
otras palabras, las honras mundanas implican el empeño de la vida –e incluso
perder la vida eterna- por algo que no vale más que el humo.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Las
bienaventuranzas no pueden estar ni en los gustos, ni en las riquezas, ni en
las honras, ni en nada que se le parezca, porque en ninguna de estas cosas está
la totalidad de todos los bienes, ni siquiera una parte de ellos. Las honras y
deleites van de la mano con las riquezas y éstas con los gustos, para dar algún
contento. Ahora bien, ni las riquezas, ni las honras, ni los bienes terrenos,
dan pleno contento al corazón humano, porque el corazón humano ha sido creado
para un bien eterno y ese bien eterno se llama “Dios”. Y como Dios no está en
estas cosas, no pueden estas cosas terrenas, dar contento al hombre.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
A
la bienaventuranza, por el contrario, la acompañan la rectitud de la voluntad y
la voluntad, iluminada por la gracia, es capaz de adquirir muchas y grandes
virtudes, que es en lo que consisten los verdaderos bienes[4].
San Bernardo dice: “Huid de Babilonia, huid y salvad vuestras almas. La castidad
peligra en los regalos, la humildad en las riquezas, la piedad en los negocios,
la verdad en las palabras demasiadas, la caridad en este mal mundo”. Huyamos entonces
de las vanas riquezas del mundo y vayamos en pos del bien más preciado de esta
vida, la gracia santificante de Nuestro Señor Jesucristo.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
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