Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la decapitación de una imagen
de la Virgen a manos de un vándalo anti-cristiano. Acerca del lamentable hecho,
ocurrido en Canadá, se pueden obtener mayores datos en el siguiente enlace:
https://religionlavozlibre.blogspot.com/2020/09/atrapen-al-criminal-esta-es-su-cara.html
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Así como a Dios le agradan las almas que aprovechan la
gracia santificante, conquistada al precio altísimo de la Vida del Cordero
entregada en sacrificio en la Cruz, así también Dios desaprueba a las almas que
rechazan la gracia. Esto queda de manifiesto por lo que dicen las Escrituras,
que dichas almas son abandonadas a su propia concupiscencia, quedando llenas de
pecado, de maldad y de engaño[1].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Con
respecto a lo que le sucede a las almas que desaprovechan o desprecian la
gracia santificante, dice así un autor: “Es para estremecernos lo que dice el
Apóstol (Rom 1, 18) que pasó con
aquellos que no quisieron aprovecharse del conocimiento de Dios, siendo por lo
tanto entregados por el mismo Dios a sus sentimientos errados y reprobados, a
las concupiscencias de su corazón, a toda inmundicia, quedando llenos de toda
maldad”[2].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
No
es gratuito, para el alma, rechazar la gracia y esto lo podemos constatar en
numerosos puntos del Evangelio; entre ellos, está la parábola de los talentos:
allí se puede ver cómo el servidor “malo y perezoso”, que no hizo fructificar
su talento –desaprovechó la gracia-, es condenado por su señor, es decir, es el
alma que elige el pecado en vez de la gracia y es reprobada por Nuestro Señor
Jesucristo. El talento significa la gracia, esto es, los auxilios divinos y los
santos pensamientos que nos concede Dios, pero si estos no se ponen por obra,
el alma sufre en consecuencia una severa reprimenda, que incluso puede costarle
la vida eterna.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
misma lección podemos hallarla en la parábola de las vírgenes necias y las
prudentes: a las necias –las almas que rechazaron la gracia- se les niega la
entrada en el salón de bodas, es decir, en el Reino de los cielos y esto porque
–según un autor- “a las lámparas, que son las ilustraciones divinas –la gracia-,
no echaron aceite, que es el ejercicio de buenas obras”[3].
En otras palabras, las vírgenes necias son las almas que, por acedia, por
soberbia o por algún otro pecado, no supieron o más bien no quisieron
aprovechar la gracia y murieron en ese estado, con lo que permanecerán para
siempre excluidas del Reino de Dios. Por esta razón es que afirmamos que no es
gratuito rechazar la gracia que la Trinidad nos concede por intermedio del
Cordero de Dios, Cristo Jesús.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Otro
autor sostiene lo siguiente: “Muchas veces acontece que por justo juicio de
Dios, en aquel que despreció o repugnó a la gracia, usando mal de los dones de
Dios y de los talentos del Sumo Padre de familias, cuando estaba en su primera
edad y convenía obrar, que después no haya recurso para tener aquella gracia”[4]. Y
sin la gracia de Dios, todo es perdición, pecado e infierno[5]. Por
eso mismo, no nos descuidemos en lograr la gracia –por ejemplo, a través del
Sacramento de la Penitencia- si no la tenemos, o en aumentarla –por ejemplo, a
través de la Comunión Eucarística- si ya la tenemos, pero guardémonos siempre
de rechazarla, de manera tal que elijamos la muerte terrena antes que perder la
gracia, porque el que pierde la gracia pierde la vida eterna.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Los cielos, la tierra y el mismo Señor Dios”.
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