Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la burla blasfema contra
Nuestro Señor Jesucristo llevada a cabo en los carnavales de Río de Janeiro,
Brasil. Para mayor información, consultar el siguiente enlace:
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y
te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).
Meditación.
Es muy importante, para el alma cristiana, conservar la
gracia y no interrumpirla con pecado mortal: si esto sucediere, es para llorar
con lágrimas de sangre. Esto puede suceder en almas presuntuosas que, estando
en gracia, se largan a pecar, pensando: “¡Dios me perdonará porque pronto me
confesaré!”. Pero, ¿se puede estar seguro de esto? ¿Llegaremos con vida para
confesarnos a tiempo? No debemos olvidar que Dios es misericordioso, pero también
es justo y muchos están en el Infierno por haber pensado y obrado de esta
manera, es decir, por despreciar el estado de gracia y largarse temerariamente
a pecar sin más[1].
Debemos mucho de cuidarnos de tentar a nuestro Dios.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Puede suceder que alguien piense que perder la gracia por un
día o una semana no es asunto para preocuparse, puesto que piensan que no es mucho
lo que se pierde[2].
Quien así piensa, debería pensarlo dos veces, pues aunque se confiese y se
salve, cuando se pierde la gracia, es mucho, muchísimo, lo que se pierde,
porque desde que uno peca hasta que se confiesa, en las obras que hace no
merece gloria alguna y esto sí es un pérdida inmensa.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si alguien está en gracia, merecería la gloria por todas las
obras buenas y cuando no está en gracia, no la merece, ni con la Misa que oye,
ni con las limosnas que da, ni con la paciencia que tiene, ni con el ayuno que
observa. Y la gloria que había de merecer por estas obras queda perdida
eternamente. Pero no por esto ha de dejar de obrar bien y hacer todo el bien
que pueda, porque si bien el pecador no puede merecer con sus obras la gloria,
merecerá perdón congruamente y se dispone para que Dios se apiade de él, lo
cual es un gran bien[3].
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
No se puede decir que no ha perdido nada quien por un mes y
aun por menos, ha perdido la gracia, aunque después se la restituyan. Porque al
cabo de un mes, cuando la vuelva a recibir, se hallará con mucho menos derecho
a la gloria que se hallara si hubiera perseverado en gracia, porque un solo átomo
de gracia vale más que todo el universo. Por esta razón es que no cuenta decir:
“Me confesaré, no importa que peque ahora”[4].
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La creatura que está en gracia y temerariamente peca, porque
piensa que luego se confesará, es desagradecida con su Creador, con su Dios y
Señor, porque sí importa que Dios no sea ofendido; sí importa que el alma no
sea esclava de Satanás; sí importa el hecho de que el alma pierde mucho y que hasta
lo puede perder todo[5].
Si Dios no lo remedia con su brazo omnipotente y misericordioso, el alma que
peca temerariamente corre el riesgo de perderlo todo, no sólo en esta vida,
sino ante todo, corre el riesgo de perder la vida eterna.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 340.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 340.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 340.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 341.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 341.
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