Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la profanación
del Santísimo Sacramento en Chile a manos de una horda de manifestantes
socialistas. Para mayor información acerca del lamentable hecho, consultar el
siguiente enlace:
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Se puede decir, con toda razón, que el hombre que está en
gracia, aun cuando no posea bienes materiales, es el hombre más dichoso del
mundo[1]. Esto
es así en la realidad y no en el mero deseo, porque el hombre en gracia posee,
más que la totalidad de las virtudes naturales –lo cual es en sí una gran dicha
y un gran bien-, la totalidad de las virtudes sobrenaturales que con la gracia
y la caridad le vienen infusas.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Quien lucha por adquirir una virtud natural –supongamos, la
paciencia-, debe luchar primero, por erradicar el vicio que le es opuesto –en
este caso, la ira- y luego, debe convertir su corazón, de lobo que era, en corazón de cordero. Ahora
bien, esto no lo consigue el alma de un día para el otro y, como dijimos, no lo
hace sin gran esfuerzo. Sin embargo, con la gracia no sucede así, porque las
virtudes que con ella vienen infusa se dan al alma libre y graciosamente[2],
sin más esfuerzo que el de acudir al confesionario y confesar todos sus
pecados, por ejemplo.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Afirma un autor que para darnos una idea de cómo es la
liberalidad con la que se dan las virtudes con la gracia, imaginemos el
siguiente ejemplo: el de un jornalero que todo el día, desde la mañana a la
noche estuviese trabajando y sudando y luego se queda sin jornal y sin paga;
luego imaginemos otro que al primer paso que da, aun antes de empezar a haber
trabajado, se encuentra con un tesoro de gran valor y mucha riqueza. Éste último
es el alma que recibe la gracia, porque le dan literalmente todo el tesoro de
las virtudes infusas con la gracia que le es concedida[3].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Cuando el hombre pierde la gracia, se puede decir que lo
pierde todo, aun cuando materialmente no pierda nada, porque pierde cuanto con
la gracia ganó. Además de perder la gracia, pierde las hermosas virtudes que
con ella se le habían dado y aquella alma que estaba cubierta de piedras
preciosas, queda desnuda y despojada de toda riqueza. Ése es el miserable
estado del que peca y es de ésta alma en pecado de la cual habla el libro de
las Lamentaciones: “¿Cómo se ha oscurecido el oro, cómo se ha mudado aquel
excelentísimo y vivo color y se han desperdiciado las piedras del Santuario por
las calles y las plazas? Los hijos esclavizados de Sión, que estaban vestidos de
oro finísimo, ¿cómo es que ahora disputan por vasos de barro? Los que fueron
criados en grana y púrpura, han abrazado el estiércol”[4].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
El alma que peca se reduce a un estado lamentable, aun
cuando exteriormente parezca no sucederle nada y la razón es que ha perdido la
gracia y con ella la hermosura de las virtudes divinas que le había sido
concedida. Sostiene un autor que “quien se atreve a pecar pierde la gracia y
con ella la hermosura divina de la caridad y de las demás virtudes
sobrenaturales, con las cuales el alma se había vuelto más preciosa que el oro,
haciéndose ahora más vil que el lodo, enfangándose en el más denso cieno. El alma
que resplandecía con la participación en la divinidad, ahora se convierte en
tizón humeante, negro como el carbón. El que estaba armado con la fortaleza
infusa, con la justicia sobrenatural, ahora está desnudo y flaco, con la piel
en los huesos, con la palidez mortecina de la muerte del alma, sin fuerzas, sin
aliento y despojado de todas las virtudes morales y sobrenaturales que antes la
fortalecían y adornaban”[5]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca
perdamos la gracia a causa del pecado y que siempre seamos gratos a Dios con
las virtudes que con la gracia nos concede!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 281.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 281.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 282.
[4] Cfr. Lam 4, 1ss; Ez 22, 18.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 282.
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