viernes, 30 de agosto de 2019

Hora Santa en reparación por quienes no creen en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía 140819



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por quienes no creen en la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Un informe en relación a esta situación se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

Quien se une por la gracia al Cuerpo y Sangre de Cristo, tiene una dignidad tan alta, que supera a la de los mismos ángeles y esto no lo dice un doctor de la Iglesia, sino el mismo Dios en Persona, cuando declara: “Yo dije: dioses sois” (Jn 10, 34)[1]. En efecto, quien se une al Cuerpo y la Sangre de Cristo, se ve no solo santificado en cuerpo y alma, sino deificado en todo su ser y ésta es la razón de la expresión de Nuestro Señor en el Evangelio.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

Además de Nuestro Señor en las Escrituras, también los santos dicen de quienes comulgan en gracia que son dioses y cristos. Así, por ejemplo, San Jerónimo, dice: “Los Apóstoles, no hombres, sino dioses se llaman. Porque como preguntase Cristo: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”. Luego añadió: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”. Como si dijera: “Los hombres, como hombres, no piensan sino cosas humanas, pero vosotros, que sois dioses, “¿Quién pensáis que soy?”[2]. Y nosotros respondemos que es Dios Hijo encarnado, que continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

         Un santo, San Anselmo, advierte que este nombre de dioses, no sólo compete a los Apóstoles y grandes santos, sino a todos los justos por la gracia. Y así dice: “Atiende a esto, te lo ruego, y entiende que a ningún justo excluyó Dios de esta deidad, cuando dijo: “Dioses sois, y todos los hijos del Altísimo” [3]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca seamos indignos de este nombre de dioses dado por el mismo Jesucristo!

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

Los antiguos romanos, cuando querían significar que alguien tenía una gran majestad y una dignidad por encima del común de los mortales, llamaban a éstos “César” o “Augusto” y así señalaban que estos estaban signados por la fortuna y la grandeza. Los egipcios, a su vez, llamaban Ptolomeos a quienes consideraban sus reyes. Entre los cristianos, el nombre dado por Nuestro Señor es infinitamente más grande, porque infinitamente más grande es su majestad y dignidad y es el de “dioses”. ¡Qué gloria es que se llamen “dioses” los que están en gracia![4].

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.   

Quinto Misterio.

Meditación

         Ahora bien, cuando los hombres encumbran a un contemporáneo suyo, lo hacen dándole el nombre que indica su majestad y dignidad; sin embargo, no siendo más que hombres, esta dignidad se termina, de modo abrupto, con la muerte o con la pérdida, por algún motivo, de lo que mereció la dignidad. El título de “dioses” no corresponde al de monarcas temporales y terrenos, sino que se fundamenta en un rey omnipotente de cielo y tierra. Otra diferencia es que los reyes de la tierra no tienen en sí las propiedades de quienes les sucedieron en los imperios; sin embargo, los que están en gracia, se llaman con derecho “dioses”, porque viven con el mismo Espíritu de Dios[5], participan por la gracia de su divinidad, porque sus almas están unidas con admirable vínculo, por la gracia, al Espíritu Santo y sus carnes, al Cuerpo de Cristo, el Hombre-Dios. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, presérvanos del pecado, para que nunca perdamos la unión por la gracia con Nuestro Señor Jesucristo!

         Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “Cantad a María, la Reina del cielo”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 228.
[2] In Matth. 17.
[3] Lib. De similit., cap. 46.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 229.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 229.

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