Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por quienes no creen en la
Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la
Eucaristía. Un informe en relación a esta situación se encuentra en el
siguiente enlace:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de
los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Quien
se une por la gracia al Cuerpo y Sangre de Cristo, tiene una dignidad tan alta,
que supera a la de los mismos ángeles y esto no lo dice un doctor de la
Iglesia, sino el mismo Dios en Persona, cuando declara: “Yo dije: dioses sois”
(Jn 10, 34)[1]. En
efecto, quien se une al Cuerpo y la Sangre de Cristo, se ve no solo santificado
en cuerpo y alma, sino deificado en todo su ser y ésta es la razón de la
expresión de Nuestro Señor en el Evangelio.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Además
de Nuestro Señor en las Escrituras, también los santos dicen de quienes
comulgan en gracia que son dioses y cristos. Así, por ejemplo, San Jerónimo,
dice: “Los Apóstoles, no hombres, sino dioses se llaman. Porque como preguntase
Cristo: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”. Luego añadió: “Y
vosotros, ¿quién decís que soy?”. Como si dijera: “Los hombres, como hombres,
no piensan sino cosas humanas, pero vosotros, que sois dioses, “¿Quién pensáis
que soy?”[2]. Y
nosotros respondemos que es Dios Hijo encarnado, que continúa y prolonga su
Encarnación en la Eucaristía.
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Un santo, San Anselmo, advierte que este nombre de dioses,
no sólo compete a los Apóstoles y grandes santos, sino a todos los justos por
la gracia. Y así dice: “Atiende a esto, te lo ruego, y entiende que a ningún
justo excluyó Dios de esta deidad, cuando dijo: “Dioses sois, y todos los hijos
del Altísimo” [3]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca
seamos indignos de este nombre de dioses dado por el mismo Jesucristo!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Los
antiguos romanos, cuando querían significar que alguien tenía una gran majestad
y una dignidad por encima del común de los mortales, llamaban a éstos “César” o
“Augusto” y así señalaban que estos estaban signados por la fortuna y la
grandeza. Los egipcios, a su vez, llamaban Ptolomeos a quienes consideraban sus
reyes. Entre los cristianos, el nombre dado por Nuestro Señor es infinitamente
más grande, porque infinitamente más grande es su majestad y dignidad y es el
de “dioses”. ¡Qué gloria es que se llamen “dioses” los que están en gracia![4].
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Ahora bien, cuando los hombres encumbran a un contemporáneo
suyo, lo hacen dándole el nombre que indica su majestad y dignidad; sin
embargo, no siendo más que hombres, esta dignidad se termina, de modo abrupto,
con la muerte o con la pérdida, por algún motivo, de lo que mereció la
dignidad. El título de “dioses” no corresponde al de monarcas temporales y
terrenos, sino que se fundamenta en un rey omnipotente de cielo y tierra. Otra diferencia
es que los reyes de la tierra no tienen en sí las propiedades de quienes les
sucedieron en los imperios; sin embargo, los que están en gracia, se llaman con
derecho “dioses”, porque viven con el mismo Espíritu de Dios[5],
participan por la gracia de su divinidad, porque sus almas están unidas con
admirable vínculo, por la gracia, al Espíritu Santo y sus carnes, al Cuerpo de
Cristo, el Hombre-Dios. ¡Nuestra Señora
de la Eucaristía, presérvanos del pecado, para que nunca perdamos la unión por
la gracia con Nuestro Señor Jesucristo!
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e
intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Cantad a María, la Reina del
cielo”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 228.
[2] In Matth. 17.
[3] Lib. De similit., cap. 46.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 229.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 229.
No hay comentarios:
Publicar un comentario