Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la blasfemia
cometida contra Nuestra Señora de Lourdes en la Gruta de Lourdes, en Francia,
el día 02 de Septiembre de 2018. La increíble ofensa consistió en una
exhibición obscena por parte de una “artista” delante de la mismísima imagen de
la Virgen de Lourdes, en el lugar de las apariciones a Santa Bernardita. La información
acerca del lamentable episodio se puede encontrar en el siguiente enlace:
Pediremos por la conversión de quienes cometieron esta
ofensa a la Virgen, como así también por la conversión propia, la de nuestros
seres queridos y la del mundo entero.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).
Primer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
A
diferencia de las madres terrenas, cuya maternidad es incompatible con su
virginidad, la Madre del Redentor permanece una virgen consagrada a Dios en su
maternidad así como en la totalidad de su vida[1].
En efecto, en virtud de la excelsitud de la perfección única de su virginidad y
de la condición de santidad única –excede más que el cielo a la tierra, en
santidad, tanto a los ángeles como a los santos- de su ser inmaculado, María
Santísima no solo debe ser llamada “Virgen”, sino “La Virgen”. Había sido
llamada así en anticipación por parte del profeta Isaías, al hablar de la madre
del Emanuel –el Emanuel” nacerá de una virgen- y luego en el Credo de los
Apóstoles, en donde la Virgen es colocada junto al Espíritu Santo como uno de
los principios del nacimiento humano del Hombre-Dios Jesucristo. Ambos textos
definen el objetivo y el más alto grado de santidad de María en todo su ser,
santidad que es la base de su virginidad. En efecto, la Virgen es Virgen porque
es santa y es santa porque está inhabitada por el Espíritu Santo desde su
Inmaculada Concepción. Y esto a su vez es la base de su Maternidad divina: la
Virgen es Madre de Dios porque no solo ha sido preservada del pecado original,
sino que el Espíritu de Dios la plenifica y esto desde la raíz misma de su acto
de ser. ¡Oh Virgen Santísima, María
Inmaculada, haz que te imite aunque sea lejanamente, en tu plenitud de gracia,
viviendo en estado de gracia, para que tu Hijo Jesucristo pueda nacer en mi
corazón!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Como
Portadora de Dios y como instrumento del Espíritu Santo, la Virgen es tomada en
posesión por Dios y es la Elegida como Vaso espiritual y como Esposa espiritual
de Dios unida a Él por místicas nupcias, por lo que le pertenece a Él
solamente, completamente y sin reserva alguna. La Virgen es tal porque
permanece tal, es decir, permanece Virgen, sin que este estado se altere por
eternidad de eternidades. La Virgen es Virgen Perpetua, virgo perpetua. La perfección de la virginidad comprende tres
partes: integridad y pureza de cuerpo; la virtud de la virginidad o la
inclinación permanente a la virginidad, o también virginidad mental; y por
último, la virginidad del corazón, es decir, posesión de ausencia absoluta de
toda moción y sensación carnal. Por la primera parte de la virginidad, María no
conoció varón terreno en esta vida y por esta razón, su matrimonio fue
solamente legal, en el sentido de que su trato esponsal entre ellos se reducía
al amor de hermanos. Por la segunda parte de la virginidad, la Virgen jamás
adhirió a ningún error, por pequeño que sea, manteniéndose siempre fiel a la
Verdad Absoluta, la Sabiduría encarnada, Cristo Jesús. Por la tercera parte de
la virginidad, la Virgen no sólo jamás cometió ni siquiera la más ligera
inclinación y jamás tuvo ni la más ligerísima moción sensual, sino que su
Corazón permaneció Puro e Inmaculado, inhabitado por el Amor de Dios, el
Espíritu Santo, de modo que sólo amó a Dios y sólo a Dios y todo lo que no era
Dios lo amó por Él y en Él. ¡Oh Virgen
Santísima, que la pureza de la gracia nos conceda vivir en la castidad del
cuerpo y en la pureza de la fe!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Los
que niegan la virginidad perpetua de María –María es Virgen antes, durante y después
del parto y lo seguirá siendo por la eternidad-, son los que conjuntamente
niegan la divinidad de Cristo. Aun cuando se sostuviera una virginidad de
espíritu con una virginidad “parcial” perdida en el parto, eso es menoscabar la
divinidad de Jesucristo y la dignidad de la Madre de Dios. Quien cede a esta
tentación racionalista, rebaja el misterio del Hombre-Dios y de su Madre
Santísima al estrecho nivel de la razón humana, que no puede llegar, por sí
misma, a comprender la infinita majestad y potencia divinas, que ha elegido a
la Virgen para que sea su Madre, permaneciendo Virgen por la eternidad al mismo
tiempo. Quien cede a esta tentación racionalista, menoscaba también a la
Iglesia, Esposa de Cristo, y al misterio eucarístico, que por sí mismo reclama
una pureza inmaculada para el nacimiento del Hijo de Dios de una Madre sin
mancha, y reclama una Iglesia igualmente Pura e Inmaculada para la perpetuación
del misterio de la Encarnación en la Eucaristía por medio de la
transubstanciación. ¡Oh Virgen Santísima,
intercede por nosotros para que la luz de tu Hijo Jesús ilumine siempre
nuestras mentes, de manera que seamos capaces de contemplar el misterio
sobrenatural de la Encarnación del Verbo en tus entrañas purísimas y nunca
caigamos en la oscuridad del racionalismo!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
perfección absoluta de la virginidad corporal de María Santísima se define
como: Virgen antes del parto, durante el parto y después del parto. Este orden
nos muestra que, a diferencia de las otras madres, cuya integridad corporal se
pierde obviamente en el nacimiento, la integridad de María fue milagrosamente
preservada en el Nacimiento de su Hijo y supone y refleja la concepción
virginal de Jesús, es decir, también milagrosamente concebido por obra del
Espíritu Santo y sin intervención de varón alguno. Al excluir la concepción al
modo humano, se garantiza la continuación perpetua de su integridad, es decir,
que María continúa siendo virgen por toda la eternidad. ¡Oh Virgen Santísima, perpetuamente Virgen, eternamente Madre de Dios,
alabada sea tu pureza inmaculada, ensalzada sea tu maternidad divina por los
siglos sin fin!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
virginidad de María se corresponde con su maternidad divina, es decir, en la
concepción virginal y milagrosa de Cristo por parte del Espíritu Santo y no por
obra humana. Por esto mismo, María Santísima no tuvo otros hijos fuera de Jesús
y si nosotros somos hijos de la Virgen, lo somos porque la Virgen nos adoptó
espiritualmente al pie de la cruz, en la persona de Juan. Negar la condición de
la virginidad perpetua de María es, para los Padres de la Iglesia, una “irracional
blasfemia”[2],
de la cual debemos, como hijos de María que somos, apartarnos como quien se
aparta de la peste. En la Escritura, la virginidad perpetua de María está
prefigurada en la “Puerta cerrada” de la que habla el profeta Ezequiel: “Esta
Puerta estará cerrada. No será abierta y ningún hombre pasará a través de ella,
porque el Señor Dios de Israel ha entrado por ella”[3]. Y
Dios ha entrado en Ella, en la Virgen, dicen también los Padres de la Iglesia,
y ha salido de Ella, dejándola intacta y siempre Virgen, porque ha entrado y ha
salido así como el rayo de sol atraviesa el cristal y lo deja intacto antes,
durante y después de pasar a su través. No podía la Madre de Dios perder su
virginidad, ni aun después del parto milagroso, porque no correspondía a la
altísima dignidad de su maternidad divina a la que había sido elevada por Dios
Trino. ¡Oh Virgen Santísima, que eres
Virgen antes del parto, durante el parto y después del parto, haz que
proclamemos esta divina verdad hasta el último suspiro de nuestras vidas!
Meditación final.
Bajo
distintos puntos de vista, María fue, es y será siempre Virgen. No perderá
jamás su virginidad, por los siglos sin fin. Según Santo Tomás[4],
la Virgen es Virgen –y lo seguirá siendo por toda la eternidad- por la relación
establecida entre Ella y cuatro personas: es y será Virgen eternamente por
Cristo, el Hijo de María, quien debe ser y es el Unigénito del Padre; la Virgen
es y será eternamente Virgen por el Espíritu Santo porque la Virgen, siendo su
Divina Esposa, debe permanecer por los siglos sin fin, como Templo exclusivo
del Espíritu Santo; la Virgen es y será eternamente Virgen por Ella misma,
porque sería culpable de la mayor ingratitud si perdiera su virginidad; la
Virgen es y será eternamente Virgen por San José, el esposo humano y meramente
legal de María Santísima, porque éste último, Santo Varón entre los santos
varones, se volvería culpable de un gran pecado de temeridad, si hubiera
llegado a profanar el templo del Espíritu Santo. Por último, parafraseando a
Santo Tomás, podemos agregar que la Virgen es y será Virgen por la Iglesia,
porque Ella es Madre de la Iglesia y en
Ella se cumplen, de modo anticipado, los misterios que luego se
prolongan y perpetúan en la Iglesia: así como la Virgen concibió y dio a luz
virginalmente a su Hijo Jesús, así la Iglesia, por el poder del Espíritu Santo,
concibe y da a luz virginalmente a Jesús en el seno de la Iglesia, el altar
eucarístico y así como la Virgen sigue siendo Virgen por siempre, así la
Iglesia, hasta el fin, será siendo la Esposa Virgen e Inmaculada del Cordero, a
través de la cual viene a nuestro mundo Jesús Eucaristía. Por todos estos
motivos, Nuestra Madre del Cielo, la Madre de Dios y Madre Nuestra, fue, es y
seguirá siendo Virgen por los siglos sin fin.
Canto
final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
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