Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por el gravísimo ultraje
cometido por el Ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, en vísperas
del Corpus Christi. La información relativa a tan penoso hecho –se representó a
Nuestro Señor yacente, realizado con un pastel, del cual se sirvieron los
invitados- se encuentra en el siguiente enlace:
No encontramos diferencia alguna en
este tipo de sacrilegio, con el cometido por los marxistas en la Guerra Civil
Española.
Canto
inicial: “Alabado
sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración
inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios
e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del
rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
El hecho de que Jesús sea una Persona divina y no humana y
por lo tanto que su nombre apropiado sea el de Hombre-Dios, está definido en la
Iglesia por medio de la doctrina de la unión hipostática, manifestada
solemnemente en el Concilio de Calcedonia: “Hay un solo y mismo Señor Cristo
Señor, Hijo Unigénito en dos naturalezas, no confundidas, inmutables,
indivisibles, inseparables, que concurren en una sola Persona y subsistencia,
no repartido o divido en dos personas”[1].
Cristo tiene una sola Persona, la Segunda de la Santísima Trinidad, el Logos o
Verbo Eterno del Padre, en dos naturalezas y no dos personas o una persona con
una única naturaleza. Entonces, Jesús no es “el hijo del carpintero”, “el hijo
de María”, “uno de nosotros, que creció con nosotros en el pueblo”: es el Hijo
de Dios, el Logos y Verbo Eterno del Padre, encarnado en el seno virgen de
María por obra del Espíritu Santo. Y si esta es la Verdad de Jesucristo,
entonces la Eucaristía, prolongación de la Encarnación del Verbo, no es un pan
bendecido, ni un recuerdo de la Presencia del Señor, ni una presencia
co-substancial que comparte la presencia en la Eucaristía el Cuerpo y la Sangre
con las substancias del pan y del vino: la Eucaristía es Jesús, el Logos eterno
del Padre, Presente verdadera, real y substancialmente en la Eucaristía, por lo
que adorar la Eucaristía es adorar al Hijo de Dios y estar ante la Eucaristía
es estar ante el Cordero de Dios, el mismo que es la “Lámpara de la Jerusalén
celestial” y ante el cual se postran en adoración ángeles y santos por toda la
eternidad.
Silencio para meditar.
Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación
Si la naturaleza es la esencia de una cosa y si la persona
es la subsistencia de un ser dotado de razón o intelecto[2],
entonces Jesús sí es y verdaderamente puede recibir el nombre de Hombre-Dios,
porque en virtud de la Encarnación en el seno purísimo de María, por obra del
Espíritu Santo, Jesús de Nazareth, Logos eterno del Padre, engendrado antes que
todos los siglos, posee dos naturalezas: una naturaleza humana, creada en el
momento mismo de la Encarnación y unida a su Persona divina de manera personal
o hipostática, y una naturaleza divina, Increada, recibida por participación
del Acto de Ser divino trinitario del Padre desde toda la eternidad. Esto es
sumamente importante para la doctrina eucarística, porque si Cristo es Dios,
entonces la Eucaristía es Dios, porque la Eucaristía es la prolongación de la
Encarnación, ocurrida en el seno purísimo de María, en el seno purísimo de la
Iglesia, el altar eucarístico. Tanto la Encarnación, como la prolongación de la
Encarnación que es la Eucaristía, son obra del Espíritu Santo, porque la misma
Persona divina que se encarnó en el seno de María Virgen, es la misma Persona
divina que prolonga su encarnación en el seno de la Iglesia Virgen, el altar
eucarístico. Si adoramos a Cristo Dios porque es Dios oculto en una naturaleza
humana, pero no por eso menos Presente en su Persona divina, entonces adoremos
la Eucaristía, porque la Eucaristía es Dios oculto en apariencia de pan, pero
por estar oculto, no está por eso menos Presente en su Persona divina, con su
Acto de Ser divino, en el Santísimo Sacramento del altar.
Silencio para meditar.
Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación
La unión entre las naturalezas humana y divina en Cristo
Jesús no es ni accidental ni substancial, sino personal, es decir, en la
Persona[3] y
puesto que la Persona divina de Jesucristo es la Segunda de la Trinidad, se
puede decir, con toda verdad, que las naturalezas humana y divina de Cristo
están unidas a Dios, son de Dios y son Dios. La naturaleza humana se diviniza
en esta unión personal, mientras que la naturaleza divina permanece sin
confusión ni fusión. En Jesús de Nazareth, la Segunda Persona posee por derecho
la naturaleza divina, mientras que asume por libre querer a la naturaleza
humana y es de esta manera como a Jesús le compete, por derecho propio, el
nombre de “Hombre-Dios”. Así vemos cómo sus contemporáneos no podían saber, por
la sola apariencia exterior, que Jesús era Dios y el saberlo sólo era posible
si el Espíritu Santo en Persona se lo revelaba –como sucede con Juan el
Bautista- o si no, mediante los milagros hechos por Jesús, milagros que
demostraban su divinidad, como Jesús lo dice: “Si no me creéis, creed al menos
por mis obras (milagros)” (Jn 14,
11). Lo mismo que se dice de Jesús de Nazareth, debe decirse de la Eucaristía:
si alguien no cree que la Eucaristía es Dios en Persona –la Segunda de la
Trinidad-, al menos créalo por los milagros que la Eucaristía realiza, milagros
que sólo pueden ser hechos por Dios.
Silencio para meditar.
Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación
La realidad de Jesucristo es una sola: es la Segunda Persona
de la Santísima Trinidad, a la cual está unida personalmente la naturaleza
humana y la cual posee la naturaleza divina por participación del Padre. Estas
dos naturalezas no están ni confundidas ni mezcladas, sino que son distintas
entre sí”. Porque es la Persona Segunda de la Trinidad a la cual la naturaleza
humana se le une personalmente, es que las acciones que se atribuyen a Jesús de
Nazareth –caminar, hablar, sonreír, hacer milagros, expulsar demonios, etc.-
son acciones que se atribuyen a Dios Hijo encarnado. Es decir, a Jesús “se le atribuyen,
indistintamente, acciones divinas y humanas y el motivo es que en Él hay una
sola hipóstasis de la naturaleza humana y divina y por lo tanto una sola
Persona –la Segunda de la Trinidad- subsistente en dos naturalezas”[4].
Por esta razón, nunca puede decirse que Jesús no haya hecho milagros con el
poder de Dios, pero ni siquiera tampoco que el poder de Dios estaba en Él de un
modo mucho más manifiesto que en otro hombre, porque Él no era un hombre santo,
ni siquiera el más santo entre todos los hombres santos, sino que era el
Hombre-Dios, Dios Hijo en Persona, que actuaba a través de una naturaleza
humana unida a Él. Lo mismo que se dice de Jesús de Nazareth, que hay en Él una
Persona divina y dos naturalezas, la humana y la divina, se dice de la Eucaristía
y es por esa razón por la cual los católicos adoramos la Eucaristía.
Silencio para meditar.
Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación
La
última perfección y actuación de una cosa no es ni la forma, ni la esencia, ni
la substancia, sino el acto de ser –actus essendi-: una forma, una substancia,
una cosa, una naturaleza, pueden ser completas pero sin embargo permanecer
irrealizadas, hasta que no sobreviene el actus essendi. El ipsum esse es el
acto último, y es participable por toda cosa, pero él mismo no participa a
nada, por lo cual, si hay alguna cosa que el mismo ser subsistente en sí mismo,
afirmamos que no participa de ninguna cosa. Y esto le compete solo a Dios, por
lo tanto, le compete a Jesús de Nazareth, que es Dios Hijo encarnado. Quiere
decir que en Jesús su acto de ser es el Acto de Ser divino trinitario y no el
acto de ser de una persona humana, porque un acto de ser humano participa del
Acto de Ser divino trinitario. El acto de ser es garante no solo de una
existencia de una cosa, sino también de su unidad, por eso en Jesús las dos
naturalezas, que permanecen distintas y sin confusión, son una sola cosa, sin
mezclarse, en la Persona divina. Este mismo Jesús, que es Dios Hijo en Persona,
se encuentra, con su Ser divino y con sus dos naturalezas, la humana
glorificada y la divina glorificadora, en la Sagrada Eucaristía y es la razón
por la cual, quien consume el Cuerpo de Cristo sacramentado, recibe de Él la
vida eterna.
Un
Padre Nuestro, Tres Ave Marías y un Gloria, pidiendo por la salud e intenciones
de los Santos Padre Benedicto y Francisco y también por las Almas del
Purgatorio y la conversión de los pecadores.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios
e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Q. disp. de unione Verbi incarnati a. 1; en Battista Mondini, La
Cristologia di San Tommaso d’Aquino, Urbaniana University Press, Roma 1997,
105.
[2] Cfr. Mondini, ibidem.
[3] Cfr. Mondini, ibidem, 106.
[4] S. C. Gent. IV, 39.
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