Inicio: ofrecemos esta Hora
Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la burla sacrílega
cometida contra Nuestro Señor Jesucristo en ocasión de un festejo regional en
el País Vasco. La información relativa a tan lamentable hecho se encuentra en
el siguiente enlace:
La blasfema exposición no solo
atenta contra los sentimientos religiosos más profundos de los fieles sino, lo
que es mucho más grave aún, constituye un gravísimo atentado contra la majestad
de Dios Trino. De ahí la necesidad imperiosa de la reparación. Rezaremos pidiendo
la conversión propia y de seres queridos, la de quienes cometieron este
sacrilegio, y la del mundo entero.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y
te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
En la Oración Colecta de la Fiesta de la Exaltación de la
Cruz pedimos a Dios que a quienes “en la tierra hemos reconocido el Misterio”
de la Cruz, nos conceda alcanzar “en el cielo el premio de su Redención”[1]. La
Cruz es el Divino Libro, cuyo conocimiento en la tierra le corresponde el
premio eterno en el Reino de los cielos. Quien estudia en este verdadero y
único Libro de la Vida, Jesús crucificado, y toma lecciones de la Divina Maestra,
la Virgen de los Dolores, adquiere un conocimiento y una sabiduría divina de
tal grado, que le capacita para superar todas las tribulaciones de la vida
terrena, además de alcanzar el gozo eterno en el Reino celestial. En la Santa
Cruz, Aquel que cuelga del madero, no es un hombre más entre tantos; no es ni
siquiera un hombre sabio, ni el más sabio y santo entre los sabios y santos: el
que cuelga del madero es Dios, es Cristo Dios, y por eso, quien se une a la
Cruz, quien postrado ante la Cruz se abraza a ella, se postra ante Dios y se
une a Dios y Dios, con el Espíritu Santo que brota con la Sangre de su Corazón
traspasado, lo une a Él, en una íntima comunión de vida y amor. Si el cielo es
la posesión de Dios, entonces la Santa Cruz es el cielo en la tierra, porque es
la posesión de Dios, para el pobre hombre pecador y mortal, en anticipo de la
posesión que espera, por la Misericordia Divina, por la contemplación de la
Trinidad y el Cordero en los cielos.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Los hombres se esfuerzan por adquirir conocimientos
terrenos, puesto que el conocimiento, en el decir de muchos, es igual a poder,
prestigio, posición o estatus social. Muchos dejan la vida por estos
conocimientos mundanos, porque anhelan lo que estos conocimientos dan, que es
la gloria de los hombres. Sin embargo, pocos, muy pocos, son los que anhelan la
Sabiduría de la Cruz, la única sabiduría que nos concede algo infinitamente más
grande que poder, prestigio o estatus, y es la vida eterna. Sólo la Cruz es el
verdadero y único camino al cielo, pues en la Cruz está Jesús, Camino, Verdad y
Vida. Cristo es el Portador de la Cruz, es el que murió en la Cruz y es el que venció
en la Cruz, porque si bien, visto con los solos ojos humanos, y sin la Fe
católica, la Cruz parece el más completo fracaso –Cristo muere abandonado de
sus amigos, con la sola compañía de su Madre, en medio de grandes dolores y con
la aparente victoria de sus enemigos terrenales y preternaturales, los ángeles
caídos-, sin embargo la Cruz es el más completo triunfo de Dios, porque en la
Cruz, Cristo vence, de una vez y para siempre, a los tres grandes enemigos de
la humanidad, el Demonio, el Pecado y la Muerte, además de concedernos el
perdón divino y la filiación divina, con el don de su Sangre Preciosísima derramada en la Pasión y en el
Monte Calvario. Jesucristo es el Triunfador de la Cruz[2]. La
Cruz, de instrumento de ignominia y tortura se convierte, en Cristo y por
Cristo, en glorioso y victorioso signo del más completo y absoluto triunfo de
Dios sobre los enemigos del hombre, porque el que triunfa en ella es el Rey de
reyes y Señor de señores, Cristo Jesús, el Hombre-Dios. La Cruz, por estar
impregnada por la Sacrosanta Sangre del Cordero, es signo de triunfo divino y
de realeza celestial y es signo del Triunfo final del Señor que, consumado en
el Calvario, será visible a todos los ángeles y santos en el Día del Juicio
Final: “Cuando el Señor venga a juzgar, aparecerá en el cielo esta señal de la
Cruz”[3]. ¡Oh María Santísima, Nuestra Señora de los
Dolores, oh Maestra Incomparable que enseñas la sabiduría de la Cruz a quienes
se postran en adoración ante la Santa Cruz de tu Hijo Jesús, iluminados por ti,
haz que aprendamos la única Sabiduría necesaria, la única Sabiduría que conduce
al Cielo, la Sabiduría de la Cruz!
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Cruz es “locura para los que se pierden” (cfr. 1 Cor 1, 18), pero a los ojos de los hijos de Dios, iluminados por
la luz del Espíritu Santo, la Cruz es poder de salvación, porque en la Cruz se
manifiesta “el poder de Dios”, que cambia la muerte del hombre por vida divina,
el pecado por gracia, la dominación de la Serpiente Antigua sobre la humanidad
en libertad de la esclavitud de los ángeles caídos; en la Cruz, Cristo Dios
cambia la Justa Ira de Dios sobre el hombre, en puerta abierta de la
Misericordia Divina, que se derrama sobre las almas como un océano infinito
desde su Corazón traspasado; en la Cruz, Cristo Dios vuelve al hombre, creatura
débil, en hijo suyo que vence al Demonio, al Pecado y a la Muerte, cuando se el
hombre se une a su sacrificio en Cruz; en la Cruz, Cristo es la maravillosa
conjunción de la Sabiduría infinita y del Amor misericordioso y eterno de Dios.
En la Cruz, Cristo Dios cambia el dolor del hombre caído en pecado, en alegría
celestial al saberse por Dios perdonado; en la Cruz, Cristo Dios cambia la
derrota del hombre en victoria del Hombre-Dios; por su muerte en Cruz, Cristo
Dios cambia el signo de lo que era oprobio, ignominia y humillación, en gloria
celestial manifestada en sus gloriosas heridas y en su Preciosísima Sangre; en
la Cruz, Cristo Dios manifiesta, a través de su Cuerpo Santísimo martirizado,
cubierto de golpes, de heridas abiertas y de su Sangre, la majestad, la gloria
divina, la santidad divina. En la Cruz, Cristo Dios cambia la desesperación del
hombre sin Dios en alegre y festiva esperanza del hombre que, postrado a los
pies del Cordero Inmolado, se llena de gozo al haber encontrado en Cristo
crucificado, no solo el sentido de su existencia terrena, sino el Camino que lo
conduce al cielo, la Verdad sobre Dios Uno y Trino y su Mesías, el Verbo de
Dios encarnado que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, y la Vida divina,
la misma vida de Dios Trino, que le es comunicada por la Sangre Preciosísima
del Cordero, por la salvación de los hombres derramada. ¡Salve, oh Cruz Santa, tú eres el Único Camino a Dios Trinidad; tú eres
la Única Verdad de Dios; tú eres la Vida divina que, recibida en germen por la
gracia, esperamos vivirla en plenitud en la gloria del cielo!
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Cruz es signo de contradicción, porque El que cuelga de la Cruz, es Él mismo
signo de contradicción, tal como lo profetizó el anciano Simeón: “Puesto está
para caída y levantamiento de muchos en Israel y para blanco de contradicción;
y una espada atravesará tu alma, para que se descubran los pensamientos de
muchos corazones” (Lc 2, 34ss). Jesús
crucificado –Jesús en todo su misterio pascual- es signo de contradicción: en
torno a su Persona divina –Él es el Verbo de Dios encarnado en la naturaleza
humana de Jesús de Nazareth- se dividen los espíritus; frente a Él, se hacen
manifiestos los pensamientos más íntimos y ocultos que, de otra forma, el
hombre mantiene escondidos y encubiertos. Frente a Jesús crucificado, es imperioso
tomar una decisión, o por Él o contra Él: “El que no está conmigo, está contra
Mí” (Mt 12, 30). ¿Cómo saber si
estamos con Jesús, o contra Jesús? ¿Cómo saber si cargamos la Cruz, en pos de
Jesús, o por el contrario, la dejamos de lado y seguimos por otro camino, que
no conduce a Dios? La manera de saberlo, es meditando acerca de sus palabras: “Yo
he venido para dar testimonio de la Verdad” (Jn 18, 37). Jesús es la Verdad, la Única, Suprema y Absoluta Verdad
acerca de Dios, y si Él no nos lo hubiera revelado, jamás podríamos saber Quién
es Dios en su esencia; no habríamos podido saber que en Él hay Tres Personas
divinas, iguales en majestad, poder y honor, que no hay tres dioses, sino Uno
solo, Dios Uno y Trino; si Jesús no nos hubiera revelado la Verdad acerca de
Dios, no podríamos haber sabido que Él es la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad, encarnada en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth, que prolonga
su Encarnación en la Eucaristía, y que “ha venido para destruir las obras del
Diablo” (cfr. 1 Jn 3, 8). Si permanecemos
en la Verdad, entonces permanecemos en Cristo y Cristo crucificado. Si negamos
la Verdad, negamos al Hombre-Dios Jesucristo, negamos su Encarnación y Pasión
salvadora, negamos su Presencia substancial en la Eucaristía y nos hacemos
súbditos del “Padre de la mentira”, el Demonio (cfr. Jn 8, 44). El que es de Dios, se postra ante Cristo crucificado,
ante el Jesús Eucarístico, “lo ama y lo adora en su infinita majestad, y
permanece en la Verdad y la Verdad permanece en él” (cfr. 1 Jn 3, 24; cfr. Jn 14,
23).
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús
es la Verdad divina, eterna, encarnada, que murió en la Cruz por la verdad[4]:
por la verdad de Dios y por la verdad del hombre: Jesús murió en la Cruz por la
verdad de Dios, porque fue Él quien nos reveló el Amor de Dios en su misterio
pascual, y fue Él quien, desde la Cruz, nos donó el Espíritu Santo, el Divino
Amor, con la Sangre que brotó de su Corazón traspasado, y es Él quien, junto
con el Padre, nos insufla el Espíritu Santo, el Amor de Dios, en cada comunión
eucarística –el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo-, convirtiendo cada
comunión en un pequeño Pentecostés, en un Pentecostés nuevo, personal, Don de
dones inimaginable para el alma. Jesús es la Verdad que muere en la Cruz por la
verdad el hombre: el hombre no está en esta vida para “pasarla bien”; tampoco
para “prosperar”, ni para vivir en el placer: el hombre, nos dice Jesús desde
la Cruz, está en esta vida para decidirse por Dios o contra Dios, y puesto que
ese Dios está en la Cruz, quien se decide por Dios, se decide por la Cruz; el
hombre está en esta vida para evitar la eterna condenación en el Infierno, y
como Cristo Dios venció en la Cruz al Infierno, quien se aferra a la Cruz y se
deja bañar por la Sangre del Cordero degollado, por esa Sangre Preciosísima,
vence al Infierno y salva su alma; el hombre, nos dice Jesús desde la Cruz,
está en esta vida para recibirlo a Él, que es la Luz Increada, que nos da la
gracia de ser hijos adoptivos por el Bautismo sacramental, y como Dios nos
adopta a través de la Virgen María, Madre de los hijos de Dios, quien se postra
ante la Cruz, con fe, con amor y piedad, recibe la gracia de la filiación
divina y el amor materno de la Virgen, comenzando así a vivir una vida nueva,
la vida de los hijos de la Luz Increada, la vida de los hijos adoptivos de Dios
Uno y Trino.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
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