La columna de anarquistas que atacó la Iglesia de la Preciosa Sangre en Chile
el pasado mes de Mayo de 2017.
Inicio: ofrecemos esta Hora
Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por el atentado cometido por
una turba anarquista contra la Iglesia de la Preciosa Sangre en Chile. La
información relativa a tan lamentable acto se encuentran en el siguiente
enlace: https://www.aciprensa.com/noticias/video-turba-anarquista-lanza-bombas-molotov-a-iglesia-de-la-preciosa-sangre-en-chile-90182/
Por
esta razón, centraremos la meditación del Santo Rosario en la Preciosísima
Sangre de Nuestro Redentor, ofreciéndola por la conversión propia y la de
quienes profanaron la Iglesia.
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración
de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
Los hombres
veneramos, bendecimos, alabamos, glorificamos y adoramos la Preciosísima Sangre
del Cordero de Dios, Cristo Jesús, vertida desde el inicio por nuestra
salvación. Siendo el Niño pequeño y recién nacido, María Santísima llevó al
fruto bendito de sus entrañas para que fuera circuncidado, según la costumbre
hebrea. Y el Verbo de Dios encarnado, si bien desde el instante mismo de la
Encarnación inició su Pasión, sufriendo por los pecados de los hombres, fue en
la circuncisión en donde experimentó el dolor físico y en donde vertió las
primeras gotas de su adorabilísima Sangre, la Sangre que habría de lavar la
mancha de nuestros pecados. En este caso particular, la Sangre del Cordero
vertida en la circuncisión, estaba destinada a actuar como prevención para el
primer pecado mortal entre niños y jóvenes de todas las razas, de todo tiempo y
lugar. Al ofrecer esta Sangre bendita del Niño Dios derramada en la
circuncisión y el dolor agudo que soportó, pedimos por la pureza corporal de
niños y jóvenes, para que sus cuerpos sean siempre, aquello en que los
convirtió el bautismo sacramental, esto es, templo de Dios y morada del Espíritu
Santo. Que la Sangre del Niño Dios vertida en la circuncisión los preserve de
todo pensamiento, deseo y obra contra la impureza, que en nuestros días se
derrama, como inmundo torrente brotado del Averno y a través de los medios de
comunicación, sobre niños y jóvenes, buscando corromper sus mentes, corazones y
cuerpos. Que la Sangre Preciosísima del Cordero no solo los preserve a niños y
jóvenes del primer pecado mortal, sino que los guarde puros e inmaculados, en
cuerpo y alma, hasta el feliz día del encuentro con el Señor, cara a cara, en
el Reino de los cielos.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En la Última Cena, el Jueves Santo, y “luego de cantar los
salmos” del ’hallél con los cuales se da gracias a Dios por la liberación del
pueblo de la esclavitud y se pide su ayuda ante las dificultades y amenazas
siempre nuevas del presente[1]. Jesús
se dirige con sus discípulos al Huerto de los Olivos (cfr. Mc 14, 26). Jesús sabe que es inminente su destino de muerte y se
encamina al Huerto para orar por los suyos –por nosotros, porque en su eterno
presente estábamos los hombres de todos los tiempos-, que “quedan en el mundo”
(cfr. Jn 17, 9). Allí, en el Huerto,
en cuanto Dios Hijo, Jesús ve delante de sus ojos la inmensidad de la malicia
de los pecados de los hombres, pecados los cuales Él habría de lavar con su
Sangre. En cuanto Hombre, Jesús sufre una “angustia de muerte” tan profunda e
intensa, que lo lleva a agonizar y a sudar sangre. Es tanto el dolor que le
causan los pecados de los hombres de todos los tiempos, y es tan intensa la
angustia y la tristeza que experimenta al tener delante suyo “el misterio de
iniquidad”, misterio por el cual el hombre desprecia la filiación divina y el
suave yugo de Jesús, la Santa Cruz, para someterse voluntario a la tiranía del
Príncipe de las tinieblas, que Jesús suda Sangre y en tal cantidad, que desde
la cabeza a los pies queda ya todo entero cubierto por esta Sangre
Preciosísima, aun antes de ser herida su piel bendita por los látigos de los
verdugos. Si Jesús no fuera el Hombre-Dios; si Jesús en cuanto Hombre, con su
naturaleza humana, no estuviera unido hipostáticamente a la Persona Segunda de
la Trinidad, Dios Hijo; si Dios Hijo no sostuviera a la Humanidad santísima de
Jesús, el Hijo de María Virgen habría muerto ya en el Huerto de los Olivos,
ante la vista del horror y espanto que es la malicia que brota del corazón
humano inficionado por el pecado original, malicia que se transmuta y
materializa en infinidad de pecados, unos más horrendos que otros. En el Huerto
de los Olivos, Jesús tiene ante sí todos los pecados de todos los hombres de
todos los tiempos, incluidos los pecados de desamor, frialdad e indiferencia de
aquellos a quienes ama con amor de predilección, los consagrados y los
bautizados en la Iglesia Católica, pecados que son los que más dolor, angustia
y tristeza mortal le producen. Es tanto el dolor, la angustia, el estrés y la
tristeza que le produce la vista del horror del corazón humano sin Dios,
manifestado en la crueldad sin límites del hombre contra el hombre, que los
capilares del Cuerpo sacratísimo de Jesús se rompen en la superficie de la piel
y así la Sangre comienza a brotar desde los poros de sus glándulas sudoríparas,
uniendo su Sangre al sudor y bañando la tierra del Huerto, que desde entonces
es sagrada. La Sangre derramada en el sudor de Sangre del Huerto de los Olivos,
es derramada por el Cordero de Dios como consecuencia del dolor indecible de su
Sagrado Corazón ante la vista de la enormidad de nuestros pecados y al
comprobar también que muchos, muchísimos hombres, se condenarían en el infierno
a pesar de su sacrificio, al despreciar su sacrificio en cruz y al pisotear,
con la malicia de sus corazones, su Sangre Preciosísima.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Poncio Pilato ordena que Jesús sea flagelado, aun cuando no
encuentra delito en Él. es una muestra de la iniquidad en la que la justicia
humana cae cuando, queriendo congraciarse con los poderosos, no duda en
condenar a los más débiles, aun si estos son inocentes. Jesús sí es Inocente,
porque es el Cordero Inmaculado, el Dios Tres veces Santo que, por ser Dios, no
solo no tiene ni la más mínima traza de mal, sino que es la Bondad, el Amor y
la Misericordia en sí mismos. Y si parece débil, es porque, por un milagro de
su omnipotencia, no permite que la gloria que posee desde la eternidad -por ser
Dios Hijo, la ha recibido del Padre desde siempre-, se vislumbre a través de su
Humanidad Santísima, tal como sucedió en el Tabor y en la Epifanía, por breves
instantes. Si Jesús permitía que su gloria fuera manifiesta, no habría podido
sufrir la Pasión, pues el cuerpo glorioso no puede sufrir y esa es la razón por
la cual aparece como débil, cuando en realidad es Dios todopoderoso. Y es este
Dios todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, del universo visible e
invisible; el Dios que es la Inocencia en sí misma y la Pureza Inmaculada en sí
misma, el que ocupa nuestro lugar, el que recibe, en los latigazos descargados
por los soldados romanos, el castigo que nosotros, “nada más pecado”, merecemos
por nuestras iniquidades. Es Jesús, Dios omnipotente, el que se coloca entre
nosotros y la Santa Ira de la Justicia Divina, irritada al extremo de lo
indecible por los pecados que nacen de nuestro corazón, según la sentencia de
Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas”
(cfr. Mt 15, 19). El Hombre-Dios se
interpone entre nosotros y la Ira de Dios, recibiendo en su Cuerpo Sacratísimo
y Purísimo el castigo que merecemos por nuestras maldades, lavando con su
Sangre Preciosísima, que brota a borbotones, los pecados cometidos con el
cuerpo. De modo particular, la Sangre que brota a causa de la flagelación, es en
expiación por los pecados de la carne, los pecados que son los que más almas
llevan al Infierno, según la revelación de la Madre de Dios en Fátima.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El
Rey de los cielos, que en el cielo ostenta la corona de gloria eterna, recibida
por el Padre desde toda siglos sin fin, es coronado por los soldados romanos
con una corona de gruesas, filosas y duras espinas, que laceran y desgarran el
cuero cabelludo de Jesús, haciendo brotar de ríos de Sangre Preciosísima que caen
de su Cabeza, así como los torrentes de la cima de la montaña, bañando su
Rostro Santísimo, cubriendo sus ojos, su nariz, sus pómulos, su boca, sus
labios, sus oídos. Pero no son los soldados romanos solamente quienes coronan a
Nuestro Señor: somos todos nosotros, con nuestros pecados, principalmente los
pecados que nacen de nuestra mente, inclinada siempre a pensar y juzgar mal
acerca del prójimo, inclinada a pensar y a decidir sobre el mal antes que el
bien. Pero esta Sangre Preciosísima no solo lava nuestros pecados, sino que nos
concede la gracia para pensar, amar y obrar al modo divino: la Sangre que cubre
sus ojos, es para que veamos el mundo como lo ve Él desde la Cruz, con sus
propios ojos bañados en sangre, y no con nuestra propia concupiscencia; la
Sangre que cubre su nariz, es para que, quitado el hedor del pecado, seamos
perfumados con “el bueno olor de Cristo”, esto es, la gracia santificante; la
Sangre que cae sobre sus pómulos, es para que, quitada la sensualidad corporal,
cuidemos los sentidos para conservar el cuerpo, que es “templo del Espíritu
Santo”, siempre resplandeciente por la gracia; la Sangre que cae sobre su boca
es para que nunca salga de nuestros labios palabra vana, inútil o maligna, sino
solo palabras de consuelo y misericordia para con nuestro prójimo, y de
alabanza y adoración para con nuestro Dios; la Sangre que cubre sus oídos es
para que no solo no prestemos oídos a la voz sibilante de la serpiente, sino
para que escuchemos siempre y en todo momento la dulce Palabra que sale de la
boca de Dios, los labios de Jesús. Por último, la Sangre que brota de su Cabeza
coronada de espinas, espinas que son la
materialización de nuestros pecados de pensamientos y baña su Sagrada
Faz, para que nosotros no solo no tengamos malos pensamientos, sino para que
tengamos pensamientos santos y puros, como Él los tiene en la coronación de espinas.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Antes
de morir en la Cruz por nuestra salvación, Jesús entrega su espíritu en manos
de su Padre celestial: “Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (Lc 23, 46). En su dolorosísima agonía de
tres horas, colgado del madero, que ha quedado empapado con su Sangre
Preciosísima, Jesús ha expiado por todos los pecados de todos los hombres de
todos los tiempos. Ha entregado su Vida, ha derramado su Sangre, nos ha donado
su Madre Santísima como Madre Nuestra. Luego de morir, parece que al
Hombre-Dios ya no le queda nada por donarnos, porque todo lo que tenía nos lo
ha dado. Y sin embargo, aun después de muerto, el Cordero Inmaculado tiene
todavía más para darnos, y es su Sangre y Agua, que brotan de su Corazón al ser
este traspasado por la lanza del soldado romano. Ante nuestra malicia, que le
quita la vida en la Cruz –porque son nuestros pecados los que lo crucifican-,
el Hombre-Dios responde con Amor y Misericordia sin límites, no solo en vida,
sino incluso después de muerto, al derramar, como un océano sin límites, su
Divina Misericordia, por medio de la Sangre y el Agua de su Corazón traspasado.
La Sangre y el Agua que brotan de su Corazón abierto por la lanza, que porta el
Espíritu Santo y derrama un océano infinito de misericordia sobre los hombres,
es la respuesta de Amor de un Dios que es Amor infinito, ante la agresión
deicida del hombre sin Dios, que lo crucifica y lo asesina en una cruz. Y esta
respuesta de Amor se renueva, sin cesar, cada vez, en la Santa Misa, renovación
incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del Calvario.
Un
Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo
Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y
Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Benedicto XVI, Audiencia
General, Sala Pablo VI, Miércoles 1 de febrero de 2012; cfr. https://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2012/documents/hf_ben-xvi_aud_20120201.html
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