Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la misa negra programada para
el 15 de Agosto, día de la Asunción de María Santísima en la ciudad de
Oklahoma, EE.UU. Nos sumamos al pedido del Arzobispo Mons. Paul Coakley, quien
ha pedido reiteradamente que se suspenda dicho acto blasfemo y sacrílego.
Acerca de la misa negra, el Arzobispo de Oklahoma ha dicho lo siguiente: “Es un
grave sacrilegio y una blasfemia (…) Obviamente horrendo y ofensivo bajo todo
punto de vista”. Las informaciones respectivas acerca de este horrible
sacrilegio que intenta ser perpetrado por parte de sectas satánicas, se pueden
encontrar en las siguientes direcciones electrónicas: http://www.citizengo.org/es/pr/36180-paremos-misma-negra-oklahoma;
http://www.hispanidad.com/eeuu-miles-de-apoyos-para-detener-una-misa-negra-en-oklahoma.html
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar”.
Oración
de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
La
Misa es principalmente un Sacrificio, el mismo, único, idéntico e irrepetible Sacrificio
de la Cruz que, ofrecido en el altar bajo las especies del pan y del vino,
consagradas por separado por el sacerdote ministerial, expresa la naturaleza
eminentemente religiosa de la Iglesia, instituida por Cristo para aplicar a las
almas los méritos de su Pasión[1]. Y
aunque Jesucristo, el único y verdadero Sacerdote oferente y exclusiva Víctima
ofrecida, está actualmente glorioso y resucitado, la Misa no es un ágape celebrado
en memoria de la Resurrección. El signo de la liturgia eucarística responde, en
su contenido, a la realidad atemporal de una Muerte –la de Cristo en el
Calvario, el Viernes Santo- que trasciende todo dato empírico. Es verdad que la
Misa es banquete –es el Padre quien sirve para nosotros, sus hijos pródigos, un
banquete celestial, esto es, la Carne del Cordero de Dios, el Pan Vivo bajado
del cielo y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna-, pero es un banquete en tanto
y en cuanto ya sea el ministro como los fieles, se nutren de la Víctima
sacrificada, el Cordero de Dios, lo cual supone como realidad principal del
misterio eucarístico la inmolación de la Víctima, Cristo Jesús, el Cordero de
Dios “como degollado”, y esa es la razón por la cual la Misa es, según la fe,
Sacramento del Sacrificio y no de la Resurrección. La liturgia eucarística es
una liturgia sacrificial, y por lo mismo, se llama “sacrificio eucarístico”,
instituido por el mismo Señor Jesús en la Última Cena[2].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En la Santa Misa es Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, el
sacerdote principal, independientemente del ministro que celebra el rito y, aun
cuando lo celebre todos los días, el sacerdote ministerial multiplica el rito
litúrgico –es decir, el sacramento-, pero no el Sacrificio de la Cruz, que
permanece siempre único, perfecto, irrepetible. En el altar, dice San Ambrosio,
está siempre Cristo que se ofrece en sacrificio, aunque es visible solo a
través del ministro –el sacerdote ministerial- que lo representa y que habla en
su misma persona, en su nombre. Al comentar las palabras de San Pablo: “Cada
vez que comáis de este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor
hasta que Él vuelva” (1 Cor 11, 26), los Padres de la Iglesia reconocen, de
modo principal y directamente, no la celebración del Cristo resucitado, asunto
en la gloria del Padre, sino el Sacrificio del Cristo agonizante, inmerso en la
ignominia de la Cruz; reconocen, no un banquete que celebra las relaciones
humanas de amor fraterno, sino ante todo un supremo acto de culto en la
reparación debida a Dios Uno y Trino, ofendido por los pecados de los hombres. En
la Santa Misa, por lo tanto, al ofrecer el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, la Eucaristía, en acto de
adoración y reparación, se cumple la oración del Ángel de Portugal a los
Pastorcitos de Fátima: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”. Por la Santa Misa Jesús, Sacerdote,
Altar y Víctima, se ofrece en la Eucaristía así como se ofrece en el Calvario,
para adorar a Dios Trino y para reparar por los “ultrajes, sacrilegios e
indiferencias”, con los cuales los hombres ofenden continuamente la infinita
majestad divina.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Iglesia, como Esposa Mística del Cordero, está a los pies
de la Santa Cruz en el Calvario, adorando a su Esposo y Señor que da la vida y
derrama su Sangre por Ella; la misma Iglesia, en la persona de los bautizados,
está a los pies del altar eucarístico, adorando a su Señor Jesucristo, que
ofrece, como Sumo y Eterno Sacerdote, su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su
Divinidad, entregados en el Sumo Sacrificio del Altar, sacrificio que toma toda
su divina virtud del Santo Sacrificio del Calvario, para la salvación y
redención de los hijos de la Iglesia, los bautizados en la Iglesia Católica. Por
el ministerio de la Iglesia, por medio del sacerdote ministerial, Cristo Jesús
es Sacerdote y Sacrificio bajo las especies del pan y del vino. Jesús instituyó,
en la Última Cena, el sacerdocio ministerial y, en la Eucaristía, el rito
destinado a re-presentar en el tiempo y en el espacio, en los siglos venideros
y hasta el fin de los tiempos, el único y perfecto Sacrificio de la Cruz bajo
las especies sacramentales del pan y del vino, transubstanciados en su Cuerpo y
en su Sangre, instaurando así el culto de la Alianza Nueva y Eterna.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En la Santa Misa, Santo Sacrificio del Altar, es Jesucristo
el Único Sacerdote que se inmola, sin que haya ningún otro sacerdote, ninguna
otra víctima ofrecida y ninguna otra acción oblativa. Las únicas diferencias
entre el Sacrificio de la Cruz y el del altar consisten en la mediación del
ministro visible y en el hecho de que el dramatismo y el aspecto sensible de la
inmolación del Calvario está substituido por el símbolo que representa la
separación violenta de la Sangre del Cuerpo de la Víctima en la consagración
por separado del pan y del vino. En otras palabras, las diferencias entre el Santo
Sacrificio de la Cruz y el Santo Sacrificio del Altar consisten en que, en el
primero, el Sacerdote Único, Supremo y Eterno, Cristo Jesús, se ofrece como
Víctima en el altar de la cruz, sufriendo la efusión de Sangre de su Cuerpo
malherido, consumando así su sacrificio y oblación, mientras que en el Santo
Sacrificio del Altar, la Santa Misa, el sacerdote ministerial representa, visiblemente,
a Jesús Sacerdote, y en vez de percibirse visiblemente la separación del Cuerpo
y de la Sangre de Jesús, lo que indica sacrificio, este se significa por la
consagración separada del pan y del vino, que serán su Cuerpo y Sangre
respectivamente, separados en el altar por la consagración, porque están
separados primero en el Calvario por la crucifixión.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El Santo Sacrificio de la Cruz y el Santo Sacrificio del
Altar son numéricamente uno, es decir, no son dos sacrificios distintos, sino
uno solo y el mismo, y siendo así, el sacrificio del altar no agrega ni sustrae
nada al de la cruz, limitándose a aplicar los méritos infinitos del Sacrificio
del Calvario para vivos y muertos, revelando así su eficacia infinita. El Sacrificio
del Altar obtiene toda su virtud del Sacrificio de la Cruz, y el Sacrificio de
la Cruz despliega todo su poder salvífico a través del Sacrificio del Altar. La
Santa Misa, Santo Sacrificio del Altar, al actualizar y representar el único y
mismo Santo Sacrificio del Calvario, lo que hace es hacer presente el
Sacrificio en cruz del Viernes Santo, a todos los hombres de todo tiempo y
lugar, además de aplicarse sus méritos salvíficos a los difuntos, las Benditas
Almas del Purgatorio. Es por esto que la Misa no es una mera conmemoración del
Sacrificio de la Cruz, como si se limitara a una sola rememoración en el orden
simbólico y psicológico, pero sin hacer presente, por el misterio de la
liturgia, al Sacrificio del Calvario: se trata de una verdadera presencia, por
la liturgia eucarística y por la acción del Espíritu Santo, del Sacrificio del
Viernes Santo, que proporciona al Sacrificio del Altar toda su virtud divina y
todo su poder salvífico y hace posible que sea aplicado a vivos y difuntos. Nada
de esto sería posible, si la Santa Misa fuera sólo una conmemoración
psicológica, en el orden de la simple memoria humana, pero que no hace
presente, como sí lo hace, al Misterio de la Redención sacrificial del Cordero.
Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para
ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones
de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario