Inicio: ofrecemos
esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en honor al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María.
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo
Sacramento del Altar”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a
elección).
Primer
Misterio.
Meditación.
Sagrado
Corazón, al contemplarte, vemos cómo te rodea y estrecha fuertemente una corona
de gruesas y filosas espinas, que te provoca acerbos dolores en todo momento,
porque cuando las paredes del corazón se dilatan, para recibir la sangre, las
agudas y filosas espinas se hunden en el músculo, provocando agudos y punzantes
dolores, y cuando las paredes del corazón se contraen, para expulsar la sangre,
las espinas laceran el corazón, provocando nuevos e inenarrables dolores.
Sagrado Corazón de Jesús, cuánto dolor experimentas, cuánto dolor te cuesta
darnos tu Amor, porque si a cada latido quieres derramar sobre nosotros la
Sangre de tu Corazón y con ella, tu Amor, en cada latido experimentas el dolor
que te causamos con nuestros pecados, materializados en las espinas que te
perforan y laceran. ¡Oh Sagrado Corazón
de Jesús, que lates en la Eucaristía con la fuerza del Divino Amor, concédenos
la gracia de aliviar tus dolores llevando una vida de santidad!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Sagrado
Corazón, al contemplarte, vemos cómo el fuego te envuelve todo e impregna cada
fibra, cada célula, cada átomo: es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo;
es Fuego que es Amor, es Amor que es Fuego divino; es Fuego que arde pero no
solo no provoca dolor, sino que es causa de gozo, alegría, amor y paz, porque
el fuego que te envuelve es Dios, que es Fuego y es Amor; es Dios, que es Amor
que hace arder al alma en el Fuego de la Divina Caridad. Es Fuego de Amor que
Tú comunicas por la Comunión Eucarística; es el Fuego de Amor que convierte los
corazones de los hombres, oscuros, duros y fríos como el carbón, en brasas
luminosas y ardientes, que arden con el Fuego del Divino Amor y que, convertidos
en llameantes flamas, todo lo incendian a su paso, con este Divino Fuego, el
Fuego de la Caridad, el Fuego del Amor de Dios. Es con este fuego, que arde en
tu Corazón, con el que quieres incendiar el mundo, en el Amor de Dios: “He
venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo quisiera ya verlo ardiendo!” (Lc 12, 49). ¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, envuelto en las llamas de la Divina
Caridad, haz que nuestros corazones sean como la hierba seca, para que ardan en
el Fuego del Amor de Dios, al contacto con las llamas de tu Corazón que late en
la Eucaristía!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Sagrado
Corazón, al contemplarte, vemos cómo la Santa Cruz está plantada en la base misma
de tu Corazón. La Cruz es el verdadero y único Árbol de la Vida, porque quien
la abraza, recibe de Ti, oh Buen Jesús, la vida divina, la vida eterna que eres
Tú mismo, Hijo de Dios Encarnado. Quien se abraza a la Cruz, recibe la gracia
de morir al hombre viejo, para nacer al hombre nuevo, el hombre que vive la
vida de la gracia, la vida nueva de los hijos de Dios. Así como los israelitas,
en el desierto, al ver la serpiente de bronce, eran curados de las mordeduras
venenosas de las serpientes, así también, el cristiano que eleve sus ojos y te
contemple a Ti en la Cruz, recibe la gracia de la conversión y la curación del
veneno de la soberbia y de la rebelión contra Dios inoculados por la Serpiente
Antigua, el Demonio. La Cruz es el Árbol de la Vida, y está en la base de tu
Sagrado Corazón para indicarnos que si queremos alcanzar el Fruto bendito de
este Árbol, tu Sagrado Corazón, la única manera posible de hacerlo es subiendo
al Árbol de la Cruz, y el que sube al Árbol de la Cruz, lo único que debe hacer
para alcanzar este Fruto bendito que es tu Sagrado Corazón, es elevar sus manos
hacia tu Costado traspasado, en donde se encuentra vivo, glorioso, y latiendo
con la fuerza del Divino Amor, tu Sagrado Corazón. ¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, haz que experimentemos siempre un
ardiente apetito por el Fruto del Árbol de la Cruz, tu Sagrado Corazón, y danos
tu gracia para que seamos capaces de cargar nuestra propia cruz y seguirte por
el Camino del Calvario, el Via Crucis!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Sagrado
Corazón de Jesús, al contemplarte, vemos cómo de tu herida, provocada por la
lanza del soldado romano, brotan, incontenibles, la Sangre y el Agua que portan
consigo mismos al Amor de Dios, siendo así vehículos de la Divina Misericordia:
la Sangre, que santifica las almas; el Agua, que las justifica. La Sangre y el
Agua que brotan de tu Corazón traspasado, oh Jesús, simbolizan, al tiempo que
lo contienen, al Amor de Dios, el Espíritu Santo que, derramado sobre las
almas, no sólo lava los pecados, sino que les concede la gracia de la divina filiación,
gracia por la cual el alma es elevada de simple creatura a hija adoptiva de
Dios. Arrodillados ante Ti, bajo la cruz, te suplicamos, oh Buen Jesús, que
todo el contenido de tu Sagrado Corazón, la Sangre y el Agua, caigan sobre
nuestras almas, para que se vean libres de toda malicia y de todo pecado y para
que se enciendan en el Fuego del Divio Amor. Por esta Sangre y Agua, el
contenido de tu Corazón traspasado, oh Jesús, se derrama sobre las almas la
Divina Misericordia y es gracias a tu Sagrado Corazón que infinidad de santos
han llegado al Reino de los cielos, santificándose con el contenido
preciosísimo de tu Corazón. Oh Jesús, que desde la Eucaristía nos iluminas con
la luz esplendorosa de tu Ser divino trinitario, luz que, al mismo tiempo que
nos ilumina, nos vivifica con la vida misma de la Trinidad. ¡Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús,
ilumina nuestras tinieblas, acude en nuestro auxilio, enciende nuestros
corazones en el Fuego del Divino Amor!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al
contemplar tu Inmaculado Corazón, oh María Santísima, vemos que también, al
igual que sucede con el Sagrado Corazón de Jesús, tu Purísimo Corazón se
encuentra también rodeado y ceñido con una corona de gruesas espinas: esas
espinas son la materialización de nuestros pecados, que convirtiéndose en duras
y filosas espinas, laceran tu Corazón Lleno de gracia. Esas espinas son el
rechazo al Amor del Sagrado Corazón; esas espinas son las comuniones realizadas
con indiferencia, con frialdad, con el corazón lleno de amores mundanos,
profanos, llenos de pasiones impuras, esas espinas son las comuniones hechas en
pecado mortal; esas espinas son las comuniones recibidas con ausencia de Amor
de Dios al prójimo en el corazón. Y tú sufres, oh Madre nuestra del cielo, al compartir
los dolores de tu Hijo en su Pasión, porque aunque no padeciste en tu cuerpo
los flagelos, los golpes, las espinas, sí padeciste sus dolores en tu
bienaventurado espíritu. Y al participar de su Pasión y al ofrecer, de pie al
lado de la cruz, a tu Hijo al Padre por nuestra salvación, te conviertes, oh
Madre de los Dolores, en Corredentora de los hombres. Y de la misma manera a
como, al pie de la cruz, ofreciste a tu Hijo al Padre por nuestra salvación,
para así aplacar la Justicia Divina y abrirnos para nosotros las Puertas del
cielo, el Corazón traspasado de tu Hijo, así también continúas ofreciendo a tu
Hijo cada vez, en la Santa Misa, por medio de la Iglesia, por el sacerdote
ministerial, para adorar a la Santísima Trinidad, para aplacar la Justicia
Divina, y para impetrar clemencia y gracias para nosotros. Al contemplar tu Corazón
Inmaculado, oh María Santísima, vemos también que, al igual que el Sagrado Corazón
de Jesús, tu Corazón Purísimo está envuelto en el fuego: es el Fuego con el
cual quieres incendiar nuestros corazones, secos como la hierba de otoño, el
Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo. ¡Oh
María Santísima, Nuestra Señora de los Dolores, enséñanos a ofrecernos en la
Santa Misa como hostias vivas, santas y puras, en ti y por ti y unidos al
sacrificio de Jesús en la cruz, al Padre, para la salvación del mundo! Amén.
Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo
por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y
para ganar las indulgencias del Santo Rosario.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Los cielos, la tierra”.
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