miércoles, 10 de diciembre de 2014

Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado para prepararnos para Navidad


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado como medio para prepararnos espiritualmente en este tiempo de Adviento que iniciamos y en reparación por quienes vivirán esta fiesta de Navidad de modo pagano y mundano, olvidando que la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena.

         Oración inicial: desde lo más profundo de nuestro abismo de indignidad y miseria, y por medio del Inmaculado Corazón de María, dirigimos a Jesús Eucaristía las oraciones que el Ángel de Portugal les enseñara a los Pastorcitos en Fátima: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto inicial: “Jesucristo, Señor de la historia”.

         Enunciación del Primer Misterio del Santo Rosario (Misterios a elegir)

Meditación

El Adviento significa “venida”, “llegada”; en Adviento, como Iglesia, nos preparamos espiritualmente a la espera de la Navidad, su Primera Venida, y nuestro estado espiritual entonces, como Iglesia, es como si el Mesías no hubiera venido, aunque sabemos que Jesús sí ha venido y que ha sufrido su Pasión, su Muerte y su Resurrección y que ya se encuentra en la gloria. Por eso, nos colocamos al lado de los profetas, que esperaban al Mesías, y junto con ellos, decimos: “Si rasgaras los cielos y descendieras!”. ¡Oh Mesías, oh Dios de Amor infinito, ven pronto, mira las oscuras sombras y la muerte que acecha este valle de lágrimas que es este nuestro mundo, sin tu Presencia! ¡Si rasgaras los cielos y descendieras, oh Dios de majestad infinita! Al contemplar tu Santa Faz, ¡cómo cambiaría nuestro dolor en gozo, nuestra tristeza en alegría infinita, nuestra angustia en paz, nuestro pesar en dicha inefable! ¡Ven, oh Mesías, Salvador y Redentor, ven a librarnos de la tiranía de nuestra concupiscencia, de la esclavitud de la carne, de las asechanzas del Príncipe de las tinieblas, de las trampas y seducciones del mundo, que con sus engaños, pretenden alejarnos de la Hermosura inexpresable de tu Ser Divino Trinitario! ¡Ven, oh Mesías, apura tu Llegada, Tú que prometiste por los profetas, que nacerías de una Madre Virgen, ven a nosotros, no tardes más, que esta vida es un erial sin tu Presencia! ¡Oh Mesías prometido, ven del cielo, en donde habitas, a alojarte en el cielo terreno, que es el seno de la Virgen Madre en donde habrás de encarnarte, para nacer y donarte al mundo como Pan de Vida eterna! ¡Oh Mesías, Salvador del mundo, rasga el cielo en el que habitas, desciende ya como suave rocío del alma y concédenos la alegría de tu Presencia entre nosotros! ¡Que la Virgen Madre te aloje en su seno purísimo y te dé a luz milagrosamente, como está profetizado, para que Tú ilumines las tinieblas de nuestro mundo y de nuestros corazones con la luz de tu Ser Divino Trinitario, para que, siendo iluminados por Ti, nos infundas tu Vida Divina, y con tu Vida Divina, tu Amor Eterno, porque Tú, oh Mesías, eres Dios y con tu Soplo divino nos infundes tu Vida y tu Amor! En Adviento, como Iglesia, desde las tinieblas de este mundo en el que vivimos, te decimos, con todas las fuerzas de lo que somos, nada más pecado: “¡Rasga los cielos y desciende! ¡Ven, oh Mesías! ¡Ven, Emmanuel, Dios con nosotros! ¡Ven a alojarte en el seno de la Virgen Madre, para nacer en Belén, Casa de Pan, para donarte como Pan Vivo bajado del cielo, para que en Navidad nos alimentemos con la substancia exquisita de este Pan, que es tu Amor, oh Dios, Tres veces Santo! ¡Ven, Señor Jesús, y no tardes más! Amén”.


Adoración en preparación para la Navidad 121214 1

         Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario

Meditación

Adviento significa “venida”, “llegada”, y en Adviento nos preparamos para la Navidad, colocándonos espiritualmente en la situación de los justos del Antiguo Testamento que, escudriñando las Escrituras, esperaban la Primera Venida del Mesías. Sin embargo, Adviento es también el tiempo litúrgico en el que la Iglesia se prepara espiritualmente para la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, la Parusía. Por eso, nos dirigimos a Nuestro Señor Jesucristo, que ya ha venido por Primera Vez, en la humildad de nuestra carne, naciendo como un Niño en el Portal de Belén, ocultando su gloria, la gloria que le pertenece desde la eternidad por ser Él el Hijo eterno del Padre, y que vendrá ahora en su Segunda Venida, con todo el esplendor de su majestad y gloria, “sobre las nubes del cielo”. Como cristianos, en Adviento, esperamos también esta Segunda Venida, en la que Nuestro Señor vendrá a juzgar al mundo, un mundo que se ha sumergido en las tinieblas más densas que jamás haya conocido la humanidad; un mundo dominado por el materialismo, el ateísmo, el relativismo y el hedonismo; un mundo apartado de Dios, un mundo construido por el hombre sin Dios, por el hombre que ha vuelto las espaldas a su Dios; un mundo en el que el hombre se ha colocado en el puesto de Dios y se adora a sí mismo, en lugar de adorar a Dios, y por eso es un mundo hecho a la medida del hombre, con leyes del hombre, para el hombre, por el hombre, pero que al no tener a Dios en su fundamento, se vuelven en su contra. Un mundo así no puede subsistir, porque sin Dios, el mundo no tiene paz ni amor, y esa es la razón por la cual, cuando el hombre cree que su mundo sin Dios es perfecto, es el momento en el que sucumbe en el caos, en la violencia, en el odio, en la guerra, en la muerte, en las matanzas despiadadas, en el aborto, en la eutanasia, en el suicidio, en los genocidios. Pero además, se levanta la siniestra sombra del Ángel caído, que aprovechando la ausencia de Dios en el mundo sin Dios construido por el hombre ateo, se posesiona de las almas para conducirlas al abismo de la eterna perdición. Al caos, la muerte y la confusión del mundo ateo, se le suma el horror de la presencia de las fuerzas del infierno, que se desencadenan sobre la humanidad con furia demoníaca, haciendo fácil presa de ella, arrebatando almas para conducirlas al infierno en un número nunca antes visto en la historia de la humanidad. Por eso, porque nuestro mundo se hunde en la más negra oscuridad y porque la humanidad sin Dios se encuentra dominada por el Dragón, la Serpiente Antigua, que por medio de la falsa religiosidad de la Nueva Era arrastra las almas al lago de fuego, clamamos por la Venida en la gloria del Señor Jesús, y le decimos: “¡Ven, Señor Jesús, ven a librarnos del mal! ¡Ven, poderoso Vencedor victorioso, que en el madero ensangrentado de la cruz venciste para siempre a las puertas del Infierno! ¡Ven, oh Jesús, Rey Victorioso! ¡Ven, Rey de cielos y tierra, Tú, Cordero de Dios, que con tu Sangre quitas los pecados del alma, infundes la filiación divina y soplas el Amor de Dios en los corazones! ¡Ven, oh Jesucristo, Dios Santo, Tres Veces Santo! ¡Ven a nuestras almas, ven a nuestras vidas, ven a nuestro mundo, ven con tu cruz victoriosa! ¡Ven, y no tardes más! ¡Tú eres el Rey de la gloria, que venciste al Dragón soberbio, a la Serpiente orgullosa, a la Bestia del abismo, con tu Santo Sacrificio de la cruz! ¡Ven, en las nubes del cielo, muestra tu gloria al mundo! ¡Acalla para siempre a los sectarios, a los siniestros miembros de perversas sectas que profanan tu Nombre y el de tu Madre! ¡Ven, oh glorioso Rey nuestro, Cristo Dios, Vencedor de las huestes infernales, y que la gloria de tu Nombre, Tres veces Santo, resplandezca por los siglos sin fin! ¡Ven, y que ante la gloria de tu majestad, se doblen las rodillas en el cielo, en la tierra y en el abismo! ¡Ven, y cura la ceguera del hombre sin Dios! ¡Ven, Dios del Amor, e infunde tu Amor en el corazón del hombre, vacío de Dios y de Amor! ¡Ven, Señor Jesús, en el esplendor de tu gloria y de tu majestad, ven y no tardes más! Amén”.  


Adoración en preparación para la Navidad 121214 2 

         Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario

Meditación

Adviento significa “venida”, “llegada”, y es por eso que en Adviento nos preparamos para la Navidad, colocándonos en un clima espiritual similar al de los justos del Antiguo Testamento, que esperaban la Primera Venida del Mesías; pero el Adviento es también la espera de la Segunda Venida en la gloria, y es por eso que esperamos al Mesías, Nuestro Señor Jesucristo, que habrá de venir en las nubes del cielo, como lo ha prometido, al final de los tiempos, para poner fin a la maldad del hombre y del Ángel caído, para juzgar a los hombres y para establecer su Reino de paz, de justicia y de amor. Sin embargo, hay todavía un tercer Adviento, y es el de nuestra vida: toda nuestra vida es un “Adviento” continuo, que comienza desde el instante mismo en el que nos bautizamos, porque por el bautismo recibimos la gracia santificante, la cual nos hace participar en la vida divina trinitaria y el culmen de esta participación en la vida divina se da con la Presencia de Jesucristo en el alma. Por lo tanto, el Adviento, es espera ansiosa de la Llegada a nuestras vidas de Aquél que es el Autor de la gracia, Cristo Dios, a nuestras almas, para que nuestras almas y nuestros corazones sean colmados con el Amor infinito que brota de su Sagrado Corazón traspasado. Toda nuestra vida es, entonces, un “Adviento” continuo, una tensión continua en la espera ansiosa por la Llegada del Señor a nuestras almas; una Llegada que será “de improviso”, porque “nadie sabe ni el día ni la hora” en que llegará el Hijo del hombre; una Llegada que será “como el rayo que surca el cielo de oriente a occidente; una Llegada que será imprevista como “el ladrón” que asalta la casa; una Llegada que será inesperada como el “amo que llega luego de la fiesta de bodas”, y al cual el siervo ha de esperarlo “vigilante, con la túnica ceñida, la lámpara encendida”, para servirlo cuando llegue. Toda nuestra vida es un Adviento continuo, porque toda nuestra vida estamos esperando la Llegada, la Venida de Nuestro Señor Jesucristo a nuestras almas, a nuestros corazones; toda nuestra vida es una tensión continua, a la espera dichosa del Encuentro cara a cara con el Amor de los amores, Cristo Jesús. Por eso, le decimos, desde lo más profundo de nuestros corazones, con toda la fuerza del alma y con todo el amor del que somos capaces: “¡Ven, oh Jesús, Amor de los amores! ¡Ven, oh Dios Encarnado! ¡Ven, Amor Divino humanado en Cristo Jesús! ¡Ven, Amor infinito encarnado en el seno virgen de María Santísima y donado al mundo como Pan de Vida eterna! ¡Ven a nuestras almas, no tardes más! ¡Ven, oh Mesías, Redentor nuestro! ¡Ven, que la noche se hace más y más oscura y las sombras vivientes se acercan y nos acechan! ¡Ven, no tardes más, y derrama la Sangre de tu Costado traspasado y con esa Sangre infúndenos tu Amor, el Espíritu Santo! ¡Ven, oh Dios del Amor, Jesús de Nazareth, apiádate de nuestra miseria! ¡Mira que sin Ti, somos nada más pecado! ¡Ven, Jesús, Hombre-Dios, Amor de Dios, derrama el Amor de tu Sagrado Corazón en nuestras almas, ven a nuestro encuentro, ilumina la oscuridad de nuestros días sin Ti, enciende nuestras almas en el Fuego de tu Amor, no esperes más y ven, ten misericordia de nosotros, perdona nuestros pecados, infúndenos tu Espíritu de Amor y condúcenos al Padre, en el Reino de los cielos; enjuga nuestras lágrimas, calma el dolor, serena la angustia de vivir sin tu Amor, alivia la tensión de la espera de tu Llegada, ven a nuestras almas, hazte Presente en nuestras vidas, no te hagas esperar más, que toda la humanidad conozca tu infinita Misericordia, para que poniendo toda su esperanza en ella, sea conducida por Ti, en el Amor, al seno del Padre, para vivir en la Bienaventuranza, por los siglos sin fin. Ven a nuestras almas y haz que finalice la espera de tu Llegada, haz que finalice el Adviento de nuestra vida, con tu Venida, oh Jesús, Dios Amor, te lo pedimos por tu Madre Amantísima, la Virgen María, Nuestra Madre. Amén.

         Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario

Meditación

        Si Adviento es “venida” y “llegada” del Redentor, ese Adviento se cumple en la Santa Misa, porque allí llega, por la Transubstanciación, el Redentor, al altar eucarístico, porque por las palabras pronunciadas por el sacerdote ministerial, las substancias del pan y del vino se convierten en la substancia del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Si Adviento es “venida” y “llegada” del Salvador, Cristo Jesús, la Santa Misa es la culminación del Adviento, porque por la consagración de las ofrendas del pan y del vino, llega al seno de la Iglesia, el altar eucarístico, el Salvador, Cristo Jesús, con el poder salvífico de la cruz. Por la consagración y la transubstanciación, se hace presente el Santo Sacrificio de la cruz, el mismo y único que se llevó a cabo hace dos mil años en Palestina, en el Monte Calvario; el mismo y único que permanece en los cielos, resplandeciente y glorioso por la eternidad; el mismo y único que, con su poder salvífico, se hace presente en el altar eucarístico, de modo incruento y sacramental, para que los hombres de todos los tiempos tengan acceso a la salvación conseguida por el Hombre-Dios. Si Adviento es “venida” y “llegada”, esa Venida y Llegada se cumplen cabalmente en la Eucaristía, porque en cada Misa, Jesús baja desde el cielo hasta el altar eucarístico, con su sacrificio en cruz, para hacer en el altar eucarístico lo mismo que hace en el Monte Calvario: así como entregó su Cuerpo y derramó su Sangre en la cruz, en el Monte Calvario, así en el Altar Eucarístico entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el cáliz, y de esa manera, se hace Presente en Persona, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, por la comunión eucarística, al corazón del que lo recibe con fe y con amor. Es por eso que, en la Santa Misa, decimos: “¡Ven, Señor Jesús, ven desde el cielo hasta el altar de la Eucaristía! ¡Ven, envía desde el cielo el Fuego Santo que abrase las ofrendas del altar y las convierta en tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu Divinidad! ¡Ven, oh Dios de majestad infinita, y envía desde el cielo al Espíritu Santo, y haz que el Espíritu de Amor, con su fuego santo, incendie las ofrendas sin vida del pan y del vino y las convierta en Ti mismo, oh Jesús, Cordero de Dios, para que luego nosotros podamos alimentarnos de tu Carne, la Carne del Cordero, asada en el Fuego del Amor Divino, embebida en el Amor de Dios, y así seamos encendidos en el Fuego de tu Amor! ¡Ven, oh Jesús, Verdadero Maná, Maná del cielo, Pan Vivo bajado del cielo, que contiene en sí todo deleite, toda hermosura, toda belleza, porque contiene todo el Amor de Dios, tu Sagrado Corazón Eucarístico! ¡Ven, oh Jesús, Pan celestial, Pan Eucarístico, sacia el hambre nuestra que tenemos del Maná del cielo!

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario

Meditación

Adviento es “venida” y “llegada” del Redentor a la vida y existencia de la Iglesia y de cada cristiano. Para preparar su Venida al alma, es necesario “allanar los caminos y enderezar las sendas”: debido que Aquel que viene es el Amor en Persona, quien lo recibe, debe recibirlo con amor, por lo tanto, debe allanar el camino, es decir, debe preparar su corazón para que, cuando el Mesías llegue, encuentre amor en su corazón. ¿Cómo es el corazón del hombre? El corazón del hombre, sin Dios, sin el Mesías, es como la gruta de Belén, antes del Nacimiento de Jesús. El Redentor nació en una gruta, en Belén, en una cueva que se utilizaba como refugio para animales. La gruta de Belén antes del Nacimiento es un símbolo del corazón humano: el corazón del hombre es como la gruta de Belén: en esta gruta se refugiaban los animales, el buey y el asno, bestias irracionales, figuras de las pasiones del hombre que escapan al control de la razón; la gruta era oscura y fría, símbolo de la oscuridad y frialdad del corazón humano, caído a causa del pecado original y por lo tanto sin Amor de Dios en él; al ser refugio de animales, estaba contaminada con las deposiciones de los mismos, producto de sus funciones fisiológicas, símbolos de las idolatrías y las supersticiones de todo tipo, que contaminan al corazón humano; pero también, la misma gruta de Belén, así como fue limpiada por la Virgen y fue iluminada por una fogata por San José, antes del alumbramiento, así también, el corazón humano, es limpiado por acción de la gracia santificante, por el Sacramento de la Penitencia y por el ejercicio de la castidad, que de esta manera, preparan el alumbramiento del Redentor, la Llegada del Niño de Belén, Nuestro Señor Jesucristo, por la Comunión Eucarística, quien al llegar al alma, ilumina al alma con la luz de su gloria, convirtiendo al alma en un Nuevo Pesebre de Belén. Como ejercicio que prepara para el amor, para recibir al Niño Dios, que es el Amor Encarnado, el alma, en Adviento, obra la misericordia en todas las formas que le sea posible, principalmente, con su prójimo más necesitado. De esta manera, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, vistiendo al desnudo, socorriendo al enfermo, consolando al triste, visitando al preso, en cada obra de misericordia, el cristiano dirá, sin decirlo con los labios, pero sí con las obras, desde lo más profundo de su corazón, anhelando que sea realidad, lo antes posible, para que esta vida terrena pase pronto y llegue la vida eterna: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 21, 22).



Adoración en preparación para la Navidad 3

         Meditación final

         Jesús, Dios del sagrario, Dios de la Eucaristía, debemos ya retirarnos; dejamos nuestros corazones en manos de Nuestra Madre del cielo, Nuestra Señora de la Eucaristía, para que Ella los estreche fuertemente contra su Inmaculado Corazón, ese Corazón que está inhabitado por el Amor de Dios, pero que también está circundado de espinas, que son nuestros pecados. Que Ella nos haga sentir, por un lado, el Amor de Dios, para que, a cada instante, en todo momento de nuestras vidas cotidianas, elevemos nuestros pensamientos y nuestro amor, en cualquier lugar en donde nos encontremos, para decirte que te amamos; por otro lado, que Ella nos estreche a su Corazón Inmaculado, para que nos haga sentir también la amargura y el dolor que Ella misma experimenta por las ofensas que recibes en el Santísimo Sacramento del Altar. Particularmente, queremos reparar por quienes, en esta Navidad, celebrarán una Navidad pagana; queremos reparar por quienes vivirán una Navidad de un modo mundano; queremos reparar por aquellos para quienes la Navidad será nada más que una ocasión para celebrar, por el misterio litúrgico de la Santa Misa, la llegada del Redentor, una ocasión para reunirse y festejar mundanamente. Por eso, Jesús, le pedimos a la Virgen que Ella estreche nuestros corazones a su Corazón Inmaculado, para que les haga sentir el dolor de las ofensas de los cristianos que así ultrajan esta fiesta navideña -porque la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena-, para que en cada actividad nuestra que hagamos, te amemos y te adoremos y así reparemos por quienes no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman, y esto hagamos por el tiempo que nos queda por vivir en esta vida terrena, para que continuemos amándote y adorándote, pero ya cara a cara, oh Cordero Santo de Dios, por toda la eternidad, en el Reino de los cielos, por los siglos sin fin. Amén.



Adoración en preparación para la Navidad 4

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto final: “Los cielos, la tierra y la Trinidad”.


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