Inicio: ofrecemos esta Hora
Santa y el rezo del Santo Rosario meditado como medio para prepararnos
espiritualmente en este tiempo de Adviento que iniciamos y en reparación por
quienes vivirán esta fiesta de Navidad de modo pagano y mundano, olvidando que la
verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena.
Oración inicial: desde lo más profundo de
nuestro abismo de indignidad y miseria, y por medio del Inmaculado Corazón de
María, dirigimos a Jesús Eucaristía las oraciones que el Ángel de Portugal les
enseñara a los Pastorcitos en Fátima: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto inicial: “Jesucristo,
Señor de la historia”.
Enunciación del Primer Misterio del Santo Rosario (Misterios
a elegir)
Meditación
El
Adviento significa “venida”, “llegada”; en Adviento, como Iglesia, nos preparamos
espiritualmente a la espera de la Navidad, su Primera Venida, y nuestro estado
espiritual entonces, como Iglesia, es como si el Mesías no hubiera venido,
aunque sabemos que Jesús sí ha venido y que ha sufrido su Pasión, su Muerte y
su Resurrección y que ya se encuentra en la gloria. Por eso, nos colocamos al
lado de los profetas, que esperaban al Mesías, y junto con ellos, decimos: “Si
rasgaras los cielos y descendieras!”. ¡Oh Mesías, oh Dios de Amor infinito, ven
pronto, mira las oscuras sombras y la muerte que acecha este valle de lágrimas
que es este nuestro mundo, sin tu Presencia! ¡Si rasgaras los cielos y descendieras,
oh Dios de majestad infinita! Al contemplar tu Santa Faz, ¡cómo cambiaría
nuestro dolor en gozo, nuestra tristeza en alegría infinita, nuestra angustia
en paz, nuestro pesar en dicha inefable! ¡Ven, oh Mesías, Salvador y Redentor,
ven a librarnos de la tiranía de nuestra concupiscencia, de la esclavitud de la
carne, de las asechanzas del Príncipe de las tinieblas, de las trampas y
seducciones del mundo, que con sus engaños, pretenden alejarnos de la Hermosura
inexpresable de tu Ser Divino Trinitario! ¡Ven, oh Mesías, apura tu Llegada, Tú
que prometiste por los profetas, que nacerías de una Madre Virgen, ven a
nosotros, no tardes más, que esta vida es un erial sin tu Presencia! ¡Oh Mesías
prometido, ven del cielo, en donde habitas, a alojarte en el cielo terreno, que
es el seno de la Virgen Madre en donde habrás de encarnarte, para nacer y
donarte al mundo como Pan de Vida eterna! ¡Oh Mesías, Salvador del mundo, rasga
el cielo en el que habitas, desciende ya como suave rocío del alma y concédenos
la alegría de tu Presencia entre nosotros! ¡Que la Virgen Madre te aloje en su
seno purísimo y te dé a luz milagrosamente, como está profetizado, para que Tú
ilumines las tinieblas de nuestro mundo y de nuestros corazones con la luz de
tu Ser Divino Trinitario, para que, siendo iluminados por Ti, nos infundas tu
Vida Divina, y con tu Vida Divina, tu Amor Eterno, porque Tú, oh Mesías, eres
Dios y con tu Soplo divino nos infundes tu Vida y tu Amor! En Adviento, como
Iglesia, desde las tinieblas de este mundo en el que vivimos, te decimos, con
todas las fuerzas de lo que somos, nada más pecado: “¡Rasga los cielos y
desciende! ¡Ven, oh Mesías! ¡Ven, Emmanuel, Dios con nosotros! ¡Ven a alojarte
en el seno de la Virgen Madre, para nacer en Belén, Casa de Pan, para donarte
como Pan Vivo bajado del cielo, para que en Navidad nos alimentemos con la
substancia exquisita de este Pan, que es tu Amor, oh Dios, Tres veces Santo!
¡Ven, Señor Jesús, y no tardes más! Amén”.
Adoración en preparación para la Navidad 121214 1
Adoración en preparación para la Navidad 121214 1
Silencio
para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Segundo Misterio del Santo Rosario
Meditación
Adviento
significa “venida”, “llegada”, y en Adviento nos preparamos para la Navidad, colocándonos
espiritualmente en la situación de los justos del Antiguo Testamento que,
escudriñando las Escrituras, esperaban la Primera Venida del Mesías. Sin
embargo, Adviento es también el tiempo litúrgico en el que la Iglesia se
prepara espiritualmente para la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor
Jesucristo, es decir, la Parusía. Por eso, nos dirigimos a Nuestro Señor
Jesucristo, que ya ha venido por Primera Vez, en la humildad de nuestra carne,
naciendo como un Niño en el Portal de Belén, ocultando su gloria, la gloria que
le pertenece desde la eternidad por ser Él el Hijo eterno del Padre, y que
vendrá ahora en su Segunda Venida, con todo el esplendor de su majestad y
gloria, “sobre las nubes del cielo”. Como cristianos, en Adviento, esperamos
también esta Segunda Venida, en la que Nuestro Señor vendrá a juzgar al mundo,
un mundo que se ha sumergido en las tinieblas más densas que jamás haya
conocido la humanidad; un mundo dominado por el materialismo, el ateísmo, el
relativismo y el hedonismo; un mundo apartado de Dios, un mundo construido por
el hombre sin Dios, por el hombre que ha vuelto las espaldas a su Dios; un
mundo en el que el hombre se ha colocado en el puesto de Dios y se adora a sí
mismo, en lugar de adorar a Dios, y por eso es un mundo hecho a la medida del
hombre, con leyes del hombre, para el hombre, por el hombre, pero que al no
tener a Dios en su fundamento, se vuelven en su contra. Un mundo así no puede
subsistir, porque sin Dios, el mundo no tiene paz ni amor, y esa es la razón
por la cual, cuando el hombre cree que su mundo sin Dios es perfecto, es el
momento en el que sucumbe en el caos, en la violencia, en el odio, en la
guerra, en la muerte, en las matanzas despiadadas, en el aborto, en la
eutanasia, en el suicidio, en los genocidios. Pero además, se levanta la
siniestra sombra del Ángel caído, que aprovechando la ausencia de Dios en el
mundo sin Dios construido por el hombre ateo, se posesiona de las almas para
conducirlas al abismo de la eterna perdición. Al caos, la muerte y la confusión
del mundo ateo, se le suma el horror de la presencia de las fuerzas del
infierno, que se desencadenan sobre la humanidad con furia demoníaca, haciendo
fácil presa de ella, arrebatando almas para conducirlas al infierno en un
número nunca antes visto en la historia de la humanidad. Por eso, porque
nuestro mundo se hunde en la más negra oscuridad y porque la humanidad sin Dios
se encuentra dominada por el Dragón, la Serpiente Antigua, que por medio de la
falsa religiosidad de la Nueva Era arrastra las almas al lago de fuego, clamamos
por la Venida en la gloria del Señor Jesús, y le decimos: “¡Ven, Señor Jesús,
ven a librarnos del mal! ¡Ven, poderoso Vencedor victorioso, que en el madero
ensangrentado de la cruz venciste para siempre a las puertas del Infierno!
¡Ven, oh Jesús, Rey Victorioso! ¡Ven, Rey de cielos y tierra, Tú, Cordero de
Dios, que con tu Sangre quitas los pecados del alma, infundes la filiación
divina y soplas el Amor de Dios en los corazones! ¡Ven, oh Jesucristo, Dios
Santo, Tres Veces Santo! ¡Ven a nuestras almas, ven a nuestras vidas, ven a
nuestro mundo, ven con tu cruz victoriosa! ¡Ven, y no tardes más! ¡Tú eres el
Rey de la gloria, que venciste al Dragón soberbio, a la Serpiente orgullosa, a
la Bestia del abismo, con tu Santo Sacrificio de la cruz! ¡Ven, en las nubes
del cielo, muestra tu gloria al mundo! ¡Acalla para siempre a los sectarios, a
los siniestros miembros de perversas sectas que profanan tu Nombre y el de tu
Madre! ¡Ven, oh glorioso Rey nuestro, Cristo Dios, Vencedor de las huestes
infernales, y que la gloria de tu Nombre, Tres veces Santo, resplandezca por
los siglos sin fin! ¡Ven, y que ante la gloria de tu majestad, se doblen las
rodillas en el cielo, en la tierra y en el abismo! ¡Ven, y cura la ceguera del
hombre sin Dios! ¡Ven, Dios del Amor, e infunde tu Amor en el corazón del
hombre, vacío de Dios y de Amor! ¡Ven, Señor Jesús, en el esplendor de tu
gloria y de tu majestad, ven y no tardes más! Amén”.
Adoración en preparación para la Navidad 121214 2
Silencio
para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Tercer Misterio del Santo Rosario
Meditación
Adviento
significa “venida”, “llegada”, y es por eso que en Adviento nos preparamos para
la Navidad, colocándonos en un clima espiritual similar al de los justos del
Antiguo Testamento, que esperaban la Primera Venida del Mesías; pero el
Adviento es también la espera de la Segunda Venida en la gloria, y es por eso
que esperamos al Mesías, Nuestro Señor Jesucristo, que habrá de venir en las
nubes del cielo, como lo ha prometido, al final de los tiempos, para poner fin
a la maldad del hombre y del Ángel caído, para juzgar a los hombres y para
establecer su Reino de paz, de justicia y de amor. Sin embargo, hay todavía un
tercer Adviento, y es el de nuestra vida: toda nuestra vida es un “Adviento”
continuo, que comienza desde el instante mismo en el que nos bautizamos, porque
por el bautismo recibimos la gracia santificante, la cual nos hace participar
en la vida divina trinitaria y el culmen de esta participación en la vida
divina se da con la Presencia de Jesucristo en el alma. Por lo tanto, el
Adviento, es espera ansiosa de la Llegada a nuestras vidas de Aquél que es el
Autor de la gracia, Cristo Dios, a nuestras almas, para que nuestras almas y
nuestros corazones sean colmados con el Amor infinito que brota de su Sagrado
Corazón traspasado. Toda nuestra vida es, entonces, un “Adviento” continuo, una
tensión continua en la espera ansiosa por la Llegada del Señor a nuestras
almas; una Llegada que será “de improviso”, porque “nadie sabe ni el día ni la
hora” en que llegará el Hijo del hombre; una Llegada que será “como el rayo que
surca el cielo de oriente a occidente; una Llegada que será imprevista como “el
ladrón” que asalta la casa; una Llegada que será inesperada como el “amo que
llega luego de la fiesta de bodas”, y al cual el siervo ha de esperarlo “vigilante,
con la túnica ceñida, la lámpara encendida”, para servirlo cuando llegue. Toda
nuestra vida es un Adviento continuo, porque toda nuestra vida estamos
esperando la Llegada, la Venida de Nuestro Señor Jesucristo a nuestras almas, a
nuestros corazones; toda nuestra vida es una tensión continua, a la espera
dichosa del Encuentro cara a cara con el Amor de los amores, Cristo Jesús. Por eso,
le decimos, desde lo más profundo de nuestros corazones, con toda la fuerza del
alma y con todo el amor del que somos capaces: “¡Ven, oh Jesús, Amor de los
amores! ¡Ven, oh Dios Encarnado! ¡Ven, Amor Divino humanado en Cristo Jesús!
¡Ven, Amor infinito encarnado en el seno virgen de María Santísima y donado al
mundo como Pan de Vida eterna! ¡Ven a nuestras almas, no tardes más! ¡Ven, oh
Mesías, Redentor nuestro! ¡Ven, que la noche se hace más y más oscura y las
sombras vivientes se acercan y nos acechan! ¡Ven, no tardes más, y derrama la
Sangre de tu Costado traspasado y con esa Sangre infúndenos tu Amor, el
Espíritu Santo! ¡Ven, oh Dios del Amor, Jesús de Nazareth, apiádate de nuestra
miseria! ¡Mira que sin Ti, somos nada más pecado! ¡Ven, Jesús, Hombre-Dios,
Amor de Dios, derrama el Amor de tu Sagrado Corazón en nuestras almas, ven a
nuestro encuentro, ilumina la oscuridad de nuestros días sin Ti, enciende
nuestras almas en el Fuego de tu Amor, no esperes más y ven, ten misericordia
de nosotros, perdona nuestros pecados, infúndenos tu Espíritu de Amor y
condúcenos al Padre, en el Reino de los cielos; enjuga nuestras lágrimas, calma
el dolor, serena la angustia de vivir sin tu Amor, alivia la tensión de la
espera de tu Llegada, ven a nuestras almas, hazte Presente en nuestras vidas,
no te hagas esperar más, que toda la humanidad conozca tu infinita
Misericordia, para que poniendo toda su esperanza en ella, sea conducida por
Ti, en el Amor, al seno del Padre, para vivir en la Bienaventuranza, por los
siglos sin fin. Ven a nuestras almas y haz que finalice la espera de tu
Llegada, haz que finalice el Adviento de nuestra vida, con tu Venida, oh Jesús,
Dios Amor, te lo pedimos por tu Madre Amantísima, la Virgen María, Nuestra
Madre. Amén.
Silencio
para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Cuarto Misterio del Santo Rosario
Meditación
Si Adviento es “venida”
y “llegada” del Redentor, ese Adviento se cumple en la Santa Misa, porque allí
llega, por la Transubstanciación, el Redentor, al altar eucarístico, porque por
las palabras pronunciadas por el sacerdote ministerial, las substancias del pan
y del vino se convierten en la substancia del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Si Adviento es “venida” y “llegada” del
Salvador, Cristo Jesús, la Santa Misa es la culminación del Adviento, porque
por la consagración de las ofrendas del pan y del vino, llega al seno de la
Iglesia, el altar eucarístico, el Salvador, Cristo Jesús, con el poder
salvífico de la cruz. Por la consagración y la transubstanciación, se hace
presente el Santo Sacrificio de la cruz, el mismo y único que se llevó a cabo
hace dos mil años en Palestina, en el Monte Calvario; el mismo y único que
permanece en los cielos, resplandeciente y glorioso por la eternidad; el mismo
y único que, con su poder salvífico, se hace presente en el altar eucarístico,
de modo incruento y sacramental, para que los hombres de todos los tiempos
tengan acceso a la salvación conseguida por el Hombre-Dios. Si Adviento es “venida”
y “llegada”, esa Venida y Llegada se cumplen cabalmente en la Eucaristía,
porque en cada Misa, Jesús baja desde el cielo hasta el altar eucarístico, con
su sacrificio en cruz, para hacer en el altar eucarístico lo mismo que hace en
el Monte Calvario: así como entregó su Cuerpo y derramó su Sangre en la cruz,
en el Monte Calvario, así en el Altar Eucarístico entrega su Cuerpo en la
Eucaristía y derrama su Sangre en el cáliz, y de esa manera, se hace Presente
en Persona, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, por la comunión
eucarística, al corazón del que lo recibe con fe y con amor. Es por eso que, en
la Santa Misa, decimos: “¡Ven, Señor Jesús, ven desde el cielo hasta el altar
de la Eucaristía! ¡Ven, envía desde el cielo el Fuego Santo que abrase las
ofrendas del altar y las convierta en tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu
Divinidad! ¡Ven, oh Dios de majestad infinita, y envía desde el cielo al
Espíritu Santo, y haz que el Espíritu de Amor, con su fuego santo, incendie las
ofrendas sin vida del pan y del vino y las convierta en Ti mismo, oh Jesús,
Cordero de Dios, para que luego nosotros podamos alimentarnos de tu Carne, la
Carne del Cordero, asada en el Fuego del Amor Divino, embebida en el Amor de
Dios, y así seamos encendidos en el Fuego de tu Amor! ¡Ven, oh Jesús, Verdadero
Maná, Maná del cielo, Pan Vivo bajado del cielo, que contiene en sí todo
deleite, toda hermosura, toda belleza, porque contiene todo el Amor de Dios, tu
Sagrado Corazón Eucarístico! ¡Ven, oh Jesús, Pan celestial, Pan Eucarístico,
sacia el hambre nuestra que tenemos del Maná del cielo!
Silencio
para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación
del Quinto Misterio del Santo Rosario
Meditación
Adviento
es “venida” y “llegada” del Redentor a la vida y existencia de la Iglesia y de
cada cristiano. Para preparar su Venida al alma, es necesario “allanar los
caminos y enderezar las sendas”: debido que Aquel que viene es el Amor en
Persona, quien lo recibe, debe recibirlo con amor, por lo tanto, debe allanar
el camino, es decir, debe preparar su corazón para que, cuando el Mesías
llegue, encuentre amor en su corazón. ¿Cómo es el corazón del hombre? El
corazón del hombre, sin Dios, sin el Mesías, es como la gruta de Belén, antes
del Nacimiento de Jesús. El Redentor nació en una gruta, en Belén, en una cueva
que se utilizaba como refugio para animales. La gruta de Belén antes del Nacimiento es un símbolo del
corazón humano: el corazón del hombre es como la gruta de Belén: en esta gruta
se refugiaban los animales, el buey y el asno, bestias irracionales, figuras de
las pasiones del hombre que escapan al control de la razón; la gruta era oscura
y fría, símbolo de la oscuridad y frialdad del corazón humano, caído a causa
del pecado original y por lo tanto sin Amor de Dios en él; al ser refugio de
animales, estaba contaminada con las deposiciones de los mismos, producto de
sus funciones fisiológicas, símbolos de las idolatrías y las supersticiones de
todo tipo, que contaminan al corazón humano; pero también, la misma gruta de
Belén, así como fue limpiada por la Virgen y fue iluminada por una fogata por
San José, antes del alumbramiento, así también, el corazón humano, es limpiado
por acción de la gracia santificante, por el Sacramento de la Penitencia y por
el ejercicio de la castidad, que de esta manera, preparan el alumbramiento del
Redentor, la Llegada del Niño de Belén, Nuestro Señor Jesucristo, por la
Comunión Eucarística, quien al llegar al alma, ilumina al alma con la luz de su
gloria, convirtiendo al alma en un Nuevo Pesebre de Belén. Como ejercicio que
prepara para el amor, para recibir al Niño Dios, que es el Amor Encarnado, el
alma, en Adviento, obra la misericordia en todas las formas que le sea posible,
principalmente, con su prójimo más necesitado. De esta manera, dando de comer
al hambriento, de beber al sediento, vistiendo al desnudo, socorriendo al
enfermo, consolando al triste, visitando al preso, en cada obra de
misericordia, el cristiano dirá, sin decirlo con los labios, pero sí con las
obras, desde lo más profundo de su corazón, anhelando que sea realidad, lo
antes posible, para que esta vida terrena pase pronto y llegue la vida eterna: “¡Ven,
Señor Jesús!” (Ap 21, 22).
Adoración en preparación para la Navidad 3
Meditación final
Jesús, Dios del sagrario, Dios de
la Eucaristía, debemos ya retirarnos; dejamos nuestros corazones en manos de
Nuestra Madre del cielo, Nuestra Señora de la Eucaristía, para que Ella los
estreche fuertemente contra su Inmaculado Corazón, ese Corazón que está
inhabitado por el Amor de Dios, pero que también está circundado de espinas,
que son nuestros pecados. Que Ella nos haga sentir, por un lado, el Amor de
Dios, para que, a cada instante, en todo momento de nuestras vidas cotidianas,
elevemos nuestros pensamientos y nuestro amor, en cualquier lugar en donde nos
encontremos, para decirte que te amamos; por otro lado, que Ella nos estreche a
su Corazón Inmaculado, para que nos haga sentir también la amargura y el dolor
que Ella misma experimenta por las ofensas que recibes en el Santísimo
Sacramento del Altar. Particularmente, queremos reparar por quienes, en esta
Navidad, celebrarán una Navidad pagana; queremos reparar por quienes vivirán
una Navidad de un modo mundano; queremos reparar por aquellos para quienes la
Navidad será nada más que una ocasión para celebrar, por el misterio litúrgico
de la Santa Misa, la llegada del Redentor, una ocasión para reunirse y festejar
mundanamente. Por eso, Jesús, le pedimos a la Virgen que Ella estreche nuestros
corazones a su Corazón Inmaculado, para que les haga sentir el dolor de las
ofensas de los cristianos que así ultrajan esta fiesta navideña -porque la
verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena-, para que en cada
actividad nuestra que hagamos, te amemos y te adoremos y así reparemos por
quienes no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman, y esto hagamos por el
tiempo que nos queda por vivir en esta vida terrena, para que continuemos
amándote y adorándote, pero ya cara a cara, oh Cordero Santo de Dios, por toda
la eternidad, en el Reino de los cielos, por los siglos sin fin. Amén.
Adoración en preparación para la Navidad 4
Oración final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Los
cielos, la tierra y la Trinidad”.
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