Inicio: ingresamos al Oratorio, hacemos genuflexión
delante de Jesús Sacramentado, el Cordero de Dios, Rey de reyes y Señor de señores. Hacemos
silencio, tanto exterior como interiormente, para poder escuchar a Jesús, que
desde la Eucaristía, hablará a nuestros corazones en esta Hora Santa. Pedimos la
asistencia al Inmaculado Corazón de María, para que nuestra oración se eleve
hasta el trono de la majestad de Dios como suave perfume de agradable
fragancia. Nos encomendamos también a San Miguel Arcángel y a nuestros ángeles
custodios, para que nuestras potencias intelectivas y volitivas y nuestros
sentidos externos e internos estén del todo orientados a la oración y al Querer
divinos. Ofrecemos esta oración en acción de gracias por el Sacramento del
Orden y en reparación por las ofensas y los sacrilegios cometidos contra este
sacramento.
Oración inicial:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.
Meditación
Jesús,
te damos gracias por el Sacramento del Orden, porque por él, prolongas,
perpetúas y actualizas, sobre el altar eucarístico, tu sacrificio redentor, el
sacrificio de la cruz, sacrificio por el cual entregaste tu Cuerpo y derramaste
tu Sangre, aplacando la ira divina, lavando y perdonando nuestros pecados,
infundiendo tu gracia santificante y abriéndonos las puertas del cielo, tu
Sagrado Corazón traspasado por la lanza del soldado romano. Jesús, gracias al
Sacramento del Orden, se perpetúa tu Santo Sacrificio de la Cruz, porque cada
vez que el sacerdote ministerial celebra la Santa Misa, se prolonga, se
perpetúa y se actualiza, sobre el altar eucarístico, el único Sacrificio del
Calvario, sacrificio que permanece oculto a nuestros sentidos corporales, pero que
es el mismo y único que se llevó a cabo hace veintiún siglos en el Gólgota y
que por el misterio litúrgico y gracias al Sacramento del Orden, se hace
presente, vivo y real, bajo nuestros ojos, para que dispongamos de todos los
frutos de la Redención que nos obtuviste con él, a nosotros, indignos pecadores
y siervos tuyos. Jesús, en acción de gracias por tan inmerecido don, el
Sacramento del Orden, nos postramos ante tu Presencia sacramental, y te
adoramos, te bendecimos, te alabamos, junto a la Iglesia triunfante, purgante y
militante que en estos momentos de adora, te bendice, te alaba y te da gracias,
en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio
para meditar.
Jesús, te damos gracias por el Sacramento del Orden, porque
por él, multiplicas tu Presencia sacramental, la Eucaristía, Presencia que es
Luz, Vida, Amor, Paz, Alegría, para las almas. Si no hubieran sacerdotes, no
habría Eucaristía y los sagrarios estarían vacíos y si los sagrarios estuvieran
vacíos, el mundo se encontraría inmerso en la más absoluta oscuridad, en la más
completa tiniebla, en la más siniestra y oscura noche jamás conocida por la
humanidad, porque lo que ilumina al mundo y a las almas no es el astro sol, ni
la luz eléctrica, ni la luz de las velas, sino Tú, oh Dios de majestad
infinita, porque Tú eres la Luz del mundo, Tú eres la Luz indefectible, Tú eres
la Luz Increada, Tú eres el Sol de justicia, la Lámpara de la Jerusalén
celestial, que iluminas con tu resplandor con una intensidad y con un brillo y
esplendor que supera infinitas veces al brillo y esplendor de infinitos soles
de infinitas galaxias. Si no hubiera sacerdocio ministerial no habrían misas y
si no habrían misas, no habrían eucaristías, y si no habrían eucaristías, el
mundo y las almas vivirían en la más oscura y tenebrosa tiniebla jamás vista,
en la más densa y siniestra noche viviente jamás experimentada por la
humanidad, porque el Infierno todo se abalanzaría sobre la humanidad
desprotegida y quedaría a su merced y el hombre, sin Dios, perecería en un
instante, sumergido en las profundidades del Averno para siempre, pero eso no
sucede por tu gran misericordia, porque Tú suscitas, de generación en
generación, sacerdotes según tu Corazón, para que perpetúen tu amorosa
Presencia eucarística, por medio de la Santa Misa, y por este don del
sacerdocio ministerial, que permite que Tú estés Presente en los tabernáculos
de todo el mundo, iluminando el mundo y las almas con la luz de tu Sagrado
Corazón Eucarístico, te damos gracias, te bendecimos, te adoramos y te
glorificamos, oh Jesús Eucaristía, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, te damos gracias por el Sacramento del Orden, porque
por él se abren para el hombre pecador las puertas del cielo, tus entrañas de
misericordia, tu Sagrado Corazón traspasado en la cruz, de donde brota tu Amor
inagotable, cada vez que el sacerdote absuelve, en tu Nombre, los pecados del
penitente, en el Sacramento de la Penitencia. Si no existiera el Sacramento del
Orden, los hombres morirían con sus pecados, y bajarían, luego de la muerte, al
abismo en donde no hay redención, porque nadie puede mantenerse en gracia y
nadie puede librarse del pecado original, con el cual nacemos y con el cual
vivimos y morimos, de no mediar tu gracia santificante. Pero es gracias a tu
infinita misericordia, que dispusiste, desde la eternidad, junto al Padre y al
Espíritu Santo, el remedio para nuestros males, y es así que estableciste para
tu Iglesia la existencia del sacerdocio ministerial, para que un hombre,
pecador, elegido por Ti desde la eternidad, para que fuera Tu representante,
perdonara los pecados de sus hermanos, administrando la gracia que Tú nos
conseguiste al precio de tu Sangre derramada en la cruz. Por este admirable don
de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, te bendecimos, te adoramos y te
glorificamos, oh Jesús Eucaristía, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, te damos gracias por el Sacerdocio ministerial,
porque gracias a él, los hombres recibimos el Sacramento de la Confirmación,
mediante el cual el alma no solo recibe los dones del Espíritu Santo, sino al
mismo Amor de Dios, a la Persona-Amor de la Trinidad, convirtiéndose así, con
su cuerpo y su alma en templo y sagrario del Amor Divino. Por el Sacramento de
la Confirmación, el cuerpo humano se convierte en templo del Espíritu Santo; el
corazón se convierte en altar y sagrario en donde se adora a la Eucaristía; por
la gracia santificante, el alma se ve de tal manera embellecida y
resplandeciente, que hasta los ángeles del cielo se asombran de su hermosura;
en su interior solo se escuchan cantos de alabanza y de adoración a Jesús
Eucaristía, que toma posesión del corazón del que se confirma, como su Rey y
Señor. Además, el alma se ve enriquecida por los siete dones del Espíritu Santo
–Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad, Temor de Dios-,
dones por los cuales el hijo adoptivo de Dios vive en el mundo pero sin ser del
mundo y puede juzgar y discernir acerca de las cosas terrenas, para que estas
no lo aparten de su meta final, que es el Reino de los cielos, y por estos
dones recibidos en la Confirmación, también es capaz de dar testimonio de la
divinidad de Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, hasta
dar la vida, y así ganar el Reino de los cielos. Por este don de tu Sagrado
Corazón, te damos gracias, te bendecimos, te adoramos y te glorificamos, oh
Jesús Eucaristía, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, te damos gracias por el Sacramento del Orden, porque por
él, son posibles todos los demás sacramentos -Bautismo, Unción de los enfermos,
Matrimonio, Orden Sagrado, administrado éste por el Obispo-, que son las fuentes
por donde mana, como manantial de agua cristalina, la gracia santificante, que
brota, inagotable, de tu Ser Divino trinitario. Sin el sacerdocio ministerial,
no existirían los sacramentos y sin los sacramentos, los hombres no accederían
a la gracia santificante, y sin la gracia santificante, los hombres moriríamos
de hambre y sed de Dios; viviríamos en la más completa oscuridad y moriríamos
en la más terrible de las agonías y nuestra muerte sería solo el comienzo de
penas y dolores sin fin. Pero gracias a que existe el Sacramento del Orden y por
lo tanto el sacerdocio ministerial, existen los sacramentos y con ellos la
gracia y con la gracia la participación a tu vida divina, que es para nosotros
lo más preciado en esta vida; tu gracia santificante vale más que el oro; tu
gracia santificante vale más que las piedras preciosas; una sola gracia, la más
pequeña de todas, tiene más valor que todo el oro del mundo, aún más, vale más que
todo el universo, y por vivir en gracia y no perderla, vale la pena perder la
vida antes que perder la gracia, y eso es lo que nos enseñan los santos de
todos los tiempos, ya que preferían morir antes de cometer un pecado mortal o
venial deliberado, tanto era el aprecio que tenían a la gracia santificante
proporcionada por los sacramentos, confeccionados por los sacerdotes
ministeriales, sacerdotes que participan de Ti, oh Sumo y Eterno Sacerdote,
Jesucristo, Pastor Eterno. Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos
gracias, te bendecimos, te adoramos y te glorificamos, oh Jesús Eucaristía, en
el tiempo y en la eternidad. Amén.
Silencio para meditar.
Meditación final
Jesús, Sumo Pastor, Pastor Bueno, Sacerdote Eterno, de quien
los sacerdotes ministeriales participan su sacerdocio y a quien los sacerdotes
representan en la tierra, te damos gracias por haber instituido el Sacramento
del Orden, porque por él cumples y haces realidad tu más hermosa promesa: “Yo
estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Por el Sacramento del Orden,
perpetúas tu Presencia sacramental en la Eucaristía, haciéndote Presente entre
nosotros real y substancialmente, con tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma y tu
Divinidad, donándote en la Eucaristía, para te recibamos con fe y amor en la
comunión, para que nuestros corazones sean como sagrarios vivientes, y quedándote
en todos los sagrarios del mundo, para acompañarnos en este destierro doloroso que
significa esta vida terrena, dulcificando nuestras penas con tu Presencia
eucarística, consolándonos desde la Eucaristía en nuestras aflicciones y
agobios (cfr. Mt 11, 28-30),
haciéndonos más livianas nuestras cruces, hasta que llegue el Día Final en el que,
por tu gran Misericordia, te contemplaremos cara a cara y, borrando las
lágrimas de nuestros ojos, nos harás pasar a la Casa de tu Padre, en donde nos
gozaremos de Tu Presencia y de la Presencia de María Santísima por los siglos
sin fin. Amén.
Oración final:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
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