jueves, 19 de septiembre de 2013

La tarea del Adorador


          Todo cargo en la Iglesia implica el ejercicio de una actividad determinada. Nosotros tenemos un cargo, una ocupación, y es la de ser "Adoradores". ¿Cuál es la función del adorador? ¿Cómo debe desempeñarse el adorador para cumplir bien su cometido?
          Para saberlo, es conveniente reflexionar acerca de lo que es la Eucaristía y por eso nos preguntamos: ¿qué queremos decir cuando decimos "Eucaristía"? Todos sabemos la respuesta: es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, oculto bajo la apariencia de pan. Pero para graficar e ilustrar esto que sabemos por el Catecismo y la Fe, podemos hacer este ejercicio, y es el recordar al Sagrado Corazón de Jesús, porque ese Corazón de Jesús, que está en una imagen, en nuestra imaginación, está en la realidad, vivo y palpitante, en la Eucaristía, y por eso a la Eucaristía le podemos decir: "Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús".
           En la Eucaristía, el Sagrado Corazón de Jesús está tal como se le apareció a Santa Margarita María de Alacquoque: envuelto en llamas, con una corona de espinas que lo rodea, con una cruz en su base, con la herida abierta, que deja escapar su Sangre por ella. Al venir a adorar, debemos por lo tanto ver, con la luz de la fe, más allá de lo que aparece a nuestros ojos, una apariencia de pan, para ver al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que late de Amor por todos y cada uno de nosotros.
          En la Eucaristía, el Sagrado Corazón de Jesús está envuelto en llamas, y como el Espíritu Santo, el Amor de Dios, aparece en la Escritura como "fuego", como en Pentecostés, las llamas que envuelven al Sagrado Corazón indican que el Corazón de Jesús arde en el Amor divino. Las llamas que envuelven al Sagrado Corazón son las llamas del Amor de Dios, que hacen presión por salir del Sagrado Corazón y envolver a aquel que se le acerque; es el fuego del cual Jesús dijo en el Evangelio: "He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo quisiera verlo ya ardiendo!". El Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús arde en el fuego del Amor divino, y quiere comunicarnos de esas Llamas que lo consumen, y por eso es que, como adoradores, debemos pedir que nuestros corazones, que de ordinario son duros, fríos, negros, como una roca o piedra dura, se conviertan en corazones de hierba seca, porque el pasto o la hierba, cuanto más secos están, cuando los alcanza aunque sea una pequeñísima llama, arden en un instante ante el contacto con el fuego. Santa Teresa de Ávila compara al Amor de Dios con un brasero encendido y por eso debemos pedir que nuestro corazón sea como el carbón, para que al contacto con las llamas del Sagrado Corazón, quede incandescente hasta el punto de identificarse con el mismo Fuego divino. Entonces debemos pedir esta gracia: "Oh Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Amor divino, haz que mi pobre corazón, duro y frío, sea como la hierba seca, para que la más pequeñísima chispa que salte desde ese Horno ardiente de caridad que eres Tú, lo encienda en el más ardiente amor a Ti. Amén".
          El Sagrado Corazón está rodeado de espinas, y así también está el Sagrado Corazón Eucarístico, rodeado de gruesas espinas que le forman una dolorosa corona. Estas espinas representan nuestros pecados, cualesquiera que estos sean, desde los más pequeños hasta los más graves. Al observar la imagen del Sagrado Corazón, detengámonos por lo tanto en la corona de espinas que lo rodea estrechamente, y lo contemplemos así en la Eucaristía, pero cuando lo contemplemos en la Eucaristía, nos daremos cuenta de que el Sagrado Corazón no está estático e inmóvil, como en la imagen de yeso o en la pintura, sino que se mueve con poderosos latidos, porque está vivo y glorioso, con la vida y la gloria de Dios. El Sagrado Corazón late al ritmo del Amor divino y su latido es un latido poderoso y potente, porque es el Amor de Dios el que le da vida. Como todo corazón humano, el Corazón del Hombre-Dios -Corazón que está indisolublemente unido al Corazón de Dios Uno y Trino-, se expande en el movimiento diastólico -la fase de relleno de sangre en los ventrículos- y se contrae en el movimiento sistólico -la fase de expulsión de sangre-, y esto de modo continuo, potente y enérgico porque, como hemos dicho, está animado por el Espíritu Santo, y porque está animado por el Espíritu Santo, que es el Amor de Dios, en cada movimiento de contracción y relajación, dice: "Amor, almas", "Amor, almas" (era esto lo que escuchaba el Apóstol Juan cuando reclinó su cabeza en el pecho de Jesús en la Última Cena). En cada latido, el Sagrado Corazón dice de parte de Dios: "Amor, almas, quiero almas, para incendiarlas con el Fuego de mi Amor". Pero el Sagrado Corazón está rodeado de espinas, y de gruesas espinas, las cuales, debido al movimiento continuo del Corazón, le provocan dolores en las dos fases del latido cardíaco: le provocan dolor cuando el Sagrado Corazón se expande en la diástole, porque se incrustan con violencia en el tejido muscular cardíaco; le provocan dolor cuando el Sagrado Corazón se contrae en la sístole, porque el movimiento de retracción del músculo cardíaco hace que la espina se desinserte parcialmente, provocando desgarros y dolores inenarrables en cada movimiento. Entonces, si de parte de Dios el Sagrado Corazón, a cada latido, dice: "Amor, almas", nuestra respuesta es: "Pecado, malicia". Puesto que estas espinas representan y están causadas por nuestros pecados, nuestra oración al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús podría quedar así: "Oh Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que en cada latido nos dices "Amor, almas", permíteme quitarte al menos una de las espinas que te provocan punzantes y lancinantes dolores, para que con ella punce yo mi corazón y el de mis seres queridos, para que salgan de ellos todo lo que no te pertenece, así como sale la pus de un absceso. Danos la gracia de evitar el pecado, de aborrecerlo hasta el punto de preferir la muerte antes de cometer un pecado, sea venial o mortal. Amén".
          El Sagrado Corazón tiene una Cruz en su base; esa Cruz nos indica que es imposible amar a Dios sino es a través de la Cruz; esa Cruz nos indica que si queremos recibir el Fuego del Amor divino que envuelve al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, debemos cargar nuestra cruz de todos los días, para seguirlo e imitarlo en su mansedumbre y humildad, para dar muerte al hombre viejo -con su impaciencia, enojo, ira, pereza, codicia, concupiscencia-, de modo que nazca el hombre nuevo, regenerado por la gracia santificante. La Cruz del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús nos dice que no podemos alcanzarlo sino es por la Cruz, porque la Cruz es la escalera para acceder al Corazón de Jesús. La Cruz es la escalera que nos conduce al cielo, en donde está el Sagrado Corazón, pero como el cielo está muy alto, no podemos alcanzarlo si no es subiendo por esa escalera al cielo que es la Cruz de Jesús. La Cruz representa, de parte de los hombres, la respuesta del corazón en pecado al Amor de Dios: Dios envía a su Hijo, que es el Amor y la Misericordia en sí mismos, a la tierra, para donarlo a los hombres como muestra de su Amor infinito, pero nosotros los hombres respondemos a este don del Amor divino con la malicia del pecado, y es así como crucificamos al Amor, Amor que por nosotros cuelga de la Cruz. Pero Dios no responde con infinita justicia, como podría hacerlo, frente al deicidio cometido por nuestras manos: responde con más Amor, si cabe todavía, no sólo perdonándonos el haber dado muerte a su Hijo en la Cruz, sino que nos concede, con la Sangre de Jesús, infundiéndonos su Espíritu y concediéndonos el ser hijos adoptivos suyos. La contemplación de la Cruz del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús debe llevarnos a esta oración: "Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, dame la gracia de llevar cada día la cruz, para que crucificado yo contigo, pueda morir al hombre viejo para que nazca el hombre nuevo, el hijo adoptivo de Dios, y así ser un reflejo de tu mismo Amor y tu misma Misericordia, amándote a Ti por sobre todas las cosas, y al prójimo como a mí mismo. Amén".
          Por último, el Sagrado Corazón tiene la herida sangrante, por la cual fluye, a cada latido, su Preciosísima Sangre, Sangre que al caer sobre el soldado Longinos, luego de que éste traspasar su costado, le concedió la gracia de la contrición perfecta y la conversión del corazón, cayendo de rodillas ante Jesús en la Cruz, confesando que Jesús era el Hijo de Dios: "Verdaderamente, éste era el Hijo de Dios" (Mc 15, 38-39). Esta Sangre preciosísima, que así cayó sobre Longinos, fue la que el Pueblo Elegido pidió también que cayera sobre sí, pero como confirmación de su deseo de ver crucificado a Jesús: "¡Caiga su Sangre sobre nosotros!" (Mt 27, 25). Al igual que Longinos, cuyo corazón fue santificado al contacto con la Sangre del Cordero que cayó sobre él luego de atravesar su costado con la lanza, también nosotros debemos pedir que esa Sangre caiga sobre nuestros corazones, para que queden purificados de todo pecado y de toda malicia, para que queden más brillantes que el sol, por efecto de la gracia y del Amor del Cordero de Dios, contenidos en la Sangre de su Sacratísimo Corazón; también, al igual que el Pueblo Elegido, debemos pedir que la Sangre que brota continuamente de la herida sangrante del Sagrado Corazón, "caiga sobre nosotros", pero no en el sentido sacrílego con el que pronunció esta frase el Pueblo Elegido, sino con el deseo de quedar purificados y santificados por la Sangre del Cordero, que como Fuego abrasador y arrasador penetre en lo más profundo de nuestro ser, quemando toda escoria de malicia y de pecado, dejándonos puros y brillantes, como puros y brillantes son los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María. Al contemplar entonces la herida abierta del Sagrado Corazón, podemos rezar así: "Oh Sagrado Corazón traspasado de Jesús, de cuya herida abierta mana, abundante, la Vida eterna, como de su fuente inagotable, haz que tu Preciosísima Sangre, que contiene en sí al Amor de Dios, caiga sobre nosotros y nuestros seres queridos, para que seamos purificados del mal y seamos capaces de amarte a Ti, nuestro Dios, con toda la fuerza del Amor divino. Amén".
          Al venir a cumplir con nuestro cargo de adoradores, contemplemos entonces al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

          

1 comentario:

  1. Humildemente, creo que la tarea del Adorador Eucarístico es que el Santísimo Sacramento "cale" en nosotros de tal forma que llevemos ese amor al hermano.

    La Eucaristía es el epicentro de toda la Creación.

    Por ejemplo una frase de la Adoración Nocturna es: Somos Adoradores de Noche y apóstoles de día. Así sea, Amén.

    ResponderEliminar