sábado, 18 de marzo de 2023

Hora Santa en reparación por declaraciones heréticas de prelados alemanes en relación a la Eucaristía 180323

 



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por las lamentables y heréticas conclusiones elaboradas por el “Sínodo Alemán”, el cual, con honrosas excepciones, se aleja irremediablemente de la comunión de fe con la Santa Iglesia Católica. Recordamos a los jerarcas alemanes y a cualquiera que esté de acuerdo con sus ideas heréticas, lo enseñado dogmáticamente por el Concilio de Trento y que es válido hasta el Día del Juicio Final: “Si alguno niega que por la remisión completa y perfecta de los pecados se pida, al penitente, como casi materia del sacramento de la penitencia, estos tres actos: la contrición, la confesión y la satisfacción… sea anatema” (Denz. 1704).

Canto de entrada: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

La Sagrada Eucaristía, es decir, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada por amor a todos y cada uno de nosotros, es lo más valioso que posee la Iglesia Católica, en este mundo y en la vida eterna. Nada hay más valioso, glorioso, sublime, majestuoso, digno de ser amado y de dar la vida por ella, que la Sagrada Eucaristía.

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación.

Son los santos de todos los tiempos los que nos enseñan el amor a la Eucaristía: cuando Santa Margarita María Alacquoque abandonó el mundo para consagrarse a Dios en el convento, hizo un voto privado y lo firmó con su sangre: “Todo por la Eucaristía; nada para mí”. Es inútil tratar de describir el amor abrasador de la Santa por la Eucaristía. Cuando no podía recibir la Sagrada Comunión, se deshacía en ardientes expresiones de amor tales como estas: “Deseo tanto recibir la Sagrada Comunión que, si tuviera que caminar descalza por un sendero de fuego a fin de obtenerla, lo haría con indecible gozo”[1]. Aprendamos, aunque sea mínimamente, de los santos, su inmenso amor por la Sagrada Eucaristía.

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación.

Santa Catalina de Siena decía frecuentemente a su confesor: “Padre, tengo hambre; por el amor de Dios, déle a esta alma su alimento, su Señor en la Eucaristía”. Y otra de sus confidencias: “Cuando no puedo recibir a mi Señor, voy a la Iglesia y ahí volteo a verlo y lo veo de nuevo… y esto me sacia”. La santa nos enseña a hacer lo que se llama la “Comunión espiritual”, la cual es igualmente de válida que la Comunión sacramental, cuando no hay posibilidades de realizarla a esta última.

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación.

Santa Bernardita Soubirous, durante su larga y penosa enfermedad, expresó una vez la felicidad que sentía en sus horas de insomnio porque no podía unirse a Jesús en el Santísimo Sacramento y señalando una pequeña Custodia dorada que tenía en frente sobre una cortinita en torno a su lecho, decía: “Verla me da el deseo y también la forma de inmolarme, cuando advierto mejor el aislamiento y el sufrimiento”. Esto se llama “ejercicio del corazón”[2] y sucede cuando Jesús nos invita, con el Amor de su Sagrado Corazón, a acompañarlo en su dolor y en su soledad del Calvario.

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación.

Afirma un autor que “la voluntad debe ejercitarse, traduciendo a la vida cotidiana las lecciones divinas de la Eucaristía”[3] y, agregamos nosotros, transmitiendo el Amor inefable que del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús recibimos cada vez que comulgamos. En efecto, ¿de qué serviría descubrir el valor infinito de la Eucaristía (con la meditación), para tratar de amarla (con la Santa Comunión), si luego no nos aplicamos a vivirla? Es decir, ¿de qué sirve tomar conciencia del valor de la Eucaristía y comulgar, si luego no trasladamos, a nuestros prójimos, el Amor del Sagrado Corazón recibido en la Eucaristía?

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré, y la contemplaré”.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo por las intenciones del Santo Padre Francisco.

 

 



[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Ediciones del Alcázar, Buenos Aires 2005, 20.

[2] Cfr. Manelli, ibidem, 20.

[3] Cfr. Manelli, ibidem, 20.

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