Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por la interrupción de la Adoración Perpetua en un oratorio, por parte de la
fuerza pública, con el pretexto de la pandemia ocasionada por el coronavirus. Para
mayor información, consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
La
Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la
Eucaristía es un hecho tan grandioso, tan majestuoso, tan sublime, que debe ser
expresado, al menos mínimamente, cuando de liturgia se habla. Por ejemplo, no
se deben escatimar recursos, aun cuando la iglesia sea pobre, en recursos para
obtener elementos litúrgicos como por ejemplo un cáliz, que sean de material
noble, como el oro o la plata. Aun así, con todo lo que se pueda demostrar
visiblemente, con toda la majestuosidad terrenal posible, todo será incapaz de
demostrar el sublime misterio que encierra la Eucaristía.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
el Evangelio, María Magdalena realiza un gesto que, al menos desde el punto de
vista humano, intenta reflejar la majestuosidad de la Persona de Jesús, la Segunda
de la Santísima Trinidad, encarnada en una naturaleza humana. Según relata el Evangelio,
María Magdalena se acercó a Jesús “con un frasco de alabastro, con un perfume
muy caro, y lo derramó sobre su cabeza” (Mt 26, 7). Por esta razón, e imitando
a María Magdalena, es que la Iglesia rodea de perfume los sagrarios, por medio
de la profusión de flores, cuya fragancia imita el perfume de nardos derramado
por María Magdalena a los pies de Jesús.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
el cuidado de adornar y perfumar los sagrarios, nadie ha superado a los santos.
San Alfonso María de Ligorio cantaba así su alegría por las flores que rodean y
perfuman los sagrarios, al tiempo que se consumen enteramente por Jesús: “¡Flores,
felices vosotras, que noche y día junto a mi Jesús siempre estáis! Quedaos con
Él y nunca os vayáis mientras a vosotras no os deje la vida”[1].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Otra
anécdota nos refleja el cuidado que tienen las almas piadosas para con el
sagrario que alberga a Jesús. Cuando el Arzobispo de Turín quiso entrar un día
en la casa de la “Pequeña Casa de la Divina Providencia”, la encontró tan
limpia y con el altar y el sagrario tan adornados y perfumados por las flores, que
preguntó a San José Cottolengo: “¿Qué fiesta se celebra hoy?”. El santo le
respondió: “Hoy no hay ninguna fiesta especial que celebremos porque aquí, en
la Iglesia, siempre estamos de fiesta”[2], haciendo referencia a la Presencia
de Jesús en la Eucaristía.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Una
forma sencilla que tenemos para exteriorizar nuestro amor por Jesús Eucaristía,
es el de colocar flores, permanentemente, a los pies del sagrario y del altar. Este
gesto de llevar una flor para Jesús Eucaristía podrá constituir un gasto
semanal, pero el mismo se verá recompensado por Jesús “al céntuplo” y si es
hecho con amor, será devuelto con el Amor mismo de Dios. Al respecto, San
Agustín nos recuerda una costumbre piadosa de su tiempo: después de la Santa
Misa, los fieles se disputaban las flores del altar, las llevaban a casa y allí
las conservaban como reliquias, porque habían estado en el altar junto a Jesús,
presentes en su Divino Sacrificio[3]. Y Santa Francisca
Chantal, que llevaba siempre flores frescas a Jesús en el sagrario, apenas
comenzaban a marchitarse, las recogía y las llevaba a su celda, por la misma
razón: habían estado a los pies del Cordero de Dios. Aprendamos de los santos y
los imitemos, en cuanto nos sea posible.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico,
Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 126.
[2] Cfr. 126.
[3] Cfr. 127.
No hay comentarios:
Publicar un comentario