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Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por
el sacrilegio eucarístico que significa dar la Sagrada Eucaristía envuelta en
un saco plástico, con la excusa de evitar el contagio frente a la actual
pandemia del coronavirus. Para mayor información, consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Recibir la Sagrada Eucaristía es un acto sobrenatural y por
lo tanto, celestial y sublime, que debe estar precedido y acompañado no sólo
por la piedad, el fervor y el amor -todas cualidades del espíritu-, sino
también por la decencia, la pulcritud y la modestia exteriores. Aunque la
Comunión sacramental se asemeja externamente a la alimentación ordinaria -en efecto,
visto sin la fe, parece que la persona sólo está ingiriendo un poco de pan-, se
trata de un acto eminentemente espiritual, por el cual el alma hace ingresar al
corazón a Dios Hijo en Persona, presente real, verdadera y substancialmente en
la Eucaristía.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por esta razón, los santos han recomendado siempre, con el
ejemplo y con la palabra, una compostura que roza en lo angélico en cuanto a
comulgar se trata[1].
Así, por ejemplo, antes de comulgar, utilizaban sacramentales como el agua
bendita, signándose previamente y haciendo una genuflexión piadosa, como signo
externo de la adoración interna llevada a cabo en el corazón. De esta manera, acompañaban
con la predisposición del cuerpo, la recepción del Dios de la Eucaristía, Jesús
Sacramentado, uniéndose al mismo tiempo con los ángeles y santos que adoran a Cristo
Eucaristía, el Cordero de Dios, noche y día, sin descanso.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Los santos siempre se han caracterizado por su amor a la
Eucaristía; de hecho, es imposible concebir un santo si no tiene amor a Jesús
Eucaristía. Este amor nace de la participación a la gracia, en el corazón y por
esto mismo, es eminentemente sobrenatural, espiritual e interior, pero no por esto
se debe descuidar la compostura exterior. Cuando San Francisco de Sales veía a
alguien entrar en la Iglesia, signarse, hacer la genuflexión y rezar ante el sagrario,
decía: “Lo mismo hacen los ángeles y los santos en el Cielo”[2].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Una vez, un príncipe de la corte de Escocia dijo a un amigo
suyo: “Si quieres ver cómo rezan los ángeles en el Cielo, ve a la Iglesia y
mira a la reina Margarita cómo reza con sus hijos ante el altar”. El Beato Luis
Guanella les recordaba, a los que comulgaban con prisa y sin devoción, lo
siguiente: “La Iglesia no puede convertirse en un pasillo, ni en un patio, ni
en una calle, ni en una plaza”[3]. A su vez, San Vicente de
Paúl recomendaba no hacer ante el Santísimo ciertas genuflexiones de “marionetas”,
que es lo que hacen muchos cuando, ante el Santísimo, en vez de hacer la
genuflexión completa, con la rodilla tocando el suelo, se limitan a hacer una
brevísima genuflexión incompleta, que más asemeja a un tropiezo en la calle que
a una verdadera genuflexión.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Una anécdota de San Felipe Neri -del tiempo en el que se
usaban sombreros- nos sirve para reflexionar acerca de la compostura,
reverencia y adoración que debemos tener para cuando nos encontramos ante Jesús
Eucaristía: un día, el santo detuvo repentinamente a un fiel que pasaba de
prisa ante la Iglesia y le preguntó: “¡Señor! ¿qué es ese clavo que está ahí en
vuestro sombrero?”. El fiel se quitó el sombrero, lo miró y no encontró ningún
clavo. Entonces San Felipe Neri le dijo: “Perdón, me pareció haber visto un
clavo que estaba clavando el sombrero a vuestra cabeza, porque no os habéis
descubierto al pasar por delante de la Iglesia”. El fiel comprendió lo que el
santo le quería decir y desde entonces no dejó de descubrirse al pasar por
delante de la Iglesia[4]. Si esto es así, que no se
diga de nosotros, entonces, que tenemos clavos en las rodillas, que nos impidan
arrodillarnos ante Jesús Eucaristía.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús,
Amor Eucarístico; Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 124.
[2] Cfr. ibidem, 125.
[3] Cfr. ibidem, 125.
[4] Cfr. ibidem, 125.
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