Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por todos los que practican el ocultismo y toda forma de satanismo y de las
llamadas “ciencias ocultas”. Recordemos que esta práctica no tiene nada de
inocua ni inocente, pues implica siempre la ofensa directa a Dios Uno y Trino,
a su Mesías Cristo y a la Madre de Dios, por lo que su reparación es siempre
actual, urgente y necesaria.
Canto
inicial: “Tantum ergo, sacramentum”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación
En
el Cantar de los Cantares se celebra –afirma un autor- la belleza de un alma en
gracia[1]. Ahora bien, cuánta sea esta hermosura, no puede ser
ni siquiera imaginado ni tampoco siquiera ser pensado por la creatura, porque
si la belleza de un alma al estado natural, sin pecado, es algo
inimaginablemente más hermoso que la más grande hermosura de todos los cuerpos
juntos, ¿qué será esta misma alma, en su belleza, cuando esté adornada por la
hermosura de la gracia divina?
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Un autor, Blosio[2],
dice: “Es tan grande la belleza y la hermosura del alma racional, mientras no
estuviera afeada por las manchas del pecado, que si la pudieras ver claramente,
no sabrías dónde estás –si en el cielo o en la tierra, N. del R.-, de puro gozo
que tuvieras”. Es decir, quien contemplara a un alma sin pecado en su
hermosura, dada por la gracia, que le parecería más bien estar no en la tierra
sino en el cielo, en la gloria de Dios y le parecería estar venerando a una
imagen viviente de Dios.
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Afirma un autor[3]
que a Santa Catalina de Siena Dios le hizo el favor de poder ver un alma en
gracia y que cuando sólo pensaba en ella, quedaba suspendida y enajenada de los
sentidos, al meditar en cuán grande era la hermosura que daba la gracia. Por
esto la santa decía a su confesor: “¡Oh Padre, si vieras la belleza y hermosura
de un alma en gracia, no dudo sino que por una sola te pusieras a morir muchas
muertes!”. Ahora bien, si la hermosura de la gracia ajena –y de una sola-
merece que se den por ella mil vidas y más todavía, ¿cuánto más se debe dar una
vida por conservar la propia? ¡Y cuán lastimosa cosa es, que por no negarse un
gusto la pierdan los hombres y se conviertan así en monstruos infernales!
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Se narra que Santa Catalina
de Siena, cuando veía a algún predicador que se empeñaba en convertir a los
pecadores, besaba con devoción el suelo que habían pisado sus pies[4]. Cuando
le preguntaban la causa por la que hacía esto, contestaba que era porque Dios
le había dado a entender la hermosura de un alma en gracia y que por eso estaba
abrasada en deseos de que todas las almas del mundo resplandeciesen con esta
divina belleza y por esto también tenía por bienaventurados a los que se
ocupaban en sacar alma del pecado y restituirlas a la gracia.
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
San Juan Evangelista tuvo el privilegio de ver un ángel
de Dios[5],
es decir, uno de los ángeles fieles y por lo tanto revestido de la gracia y fue
tal el impacto que su hermosura le causó, que se postró ante sus pies y se
dispuso a adorarlo, cosa que habría hecho si el mismo ángel no se lo hubiera
impedido enérgicamente. Así y todo, pudo soportar tan celestial hermosura por
un especial auxilio del cielo. Entonces, si los ojos corporales no puede
soportar el ver la reflexión de la imagen del sol que reverbera de un espejo,
tampoco pueden las fuerzas naturales del entendimiento humano soportar la
hermosura y resplandor de la imagen de Dios, que reverbera en el que está en
gracia, como desde un cristalino espejo.
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 204.
[2] Spec., cap. 3.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 205.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 206.
[5] Ap. 6.
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