Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el daño, muchas veces
irreparable, que ocasionan las sectas destructivas, en personas y familias
enteras.
Canto
inicial: “Adorote devote, latens Deitas”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
¿Qué habrían dicho y experimentado los justos y santos del
Antiguo Testamento, si Dios se les hubiera aparecido en persona –mejor dicho,
en su Trinidad de Personas? Con toda seguridad, habrían exultado de gozo, se
habrían postrado ante Dios Trino y hubieran incluso muerto, literalmente
hablando, de dicha y felicidad. Ahora bien, ¿qué sucede con nosotros, los
cristianos del siglo XXI, para quienes si bien Dios no se nos aparece
visiblemente, sí en cambio se nos aparece, en la Persona del Hijo, invisible,
oculto en la Eucaristía? ¿No deberíamos acaso también nosotros postrarnos ante
la Eucaristía y exultar de gozo y alegría por tan grande e inmerecido don?
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Uno de los deleites del hombre es el comer, ya que el comer –moderadamente-
es algo necesario para conservar la vida y por eso trae dicha el comer, porque
comiendo, conservamos la vida. El pecado en el comer está en la gula, es decir,
en el comer manjares excesivamente costosos, o bien en comer demasiado o comer
sin necesidad. Esta necesidad de alimentar el cuerpo, se presenta también con
el alma, pues el alma también necesita ser alimentada. Ahora bien, existe un
manjar, una comida exquisita, de origen celestial, que es un don de Dios para
el alma y este manjar es la Carne del Cordero de Dios, el Pan de Vida eterna y
el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de Jesús derramada en la cruz.
Si alimentamos nuestro cuerpo y muchas veces nos deleitamos con manjares
terrenos, con mucha mayor razón debemos alimentar nuestra alma, con el manjar
celestial, la Sagrada Eucaristía.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Dios Uno y Trino tiene tanto amor de caridad para con
nosotros, sus hijos adoptivos, que nos da en alimento nada menos que a la
Segunda Persona de la Trinidad, en la comunión eucarística y esto no solo una
vez, sino millones de veces[1],
todos los días, todo el día, a lo largo y ancho del mundo, en cada lugar en el
que se celebra la Santa Misa. ¿No deberíamos prorrumpir en exclamaciones de
asombro y de gratitud y corresponder con amor a tanto amor demostrado por Dios
para con nuestras pobres y míseras almas? Si Dios se decide a donarse todo Sí
mismo en cada Eucaristía, decidámonos, de una vez por todas, a ser de Dios y
sólo de Dios única y exclusivamente. En una sola Eucaristía, Dios se nos
entrega todo Él mismo, en una sola comunión, por eso es que debemos preguntarnos
la razón por la cual demoramos esta entrega de todo nuestro ser, sin reserva
alguna, también en cada comunión eucarística. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que ya no seamos más de nosotros
mismos, sino que seamos de Dios Trino, única, total y eternamente!
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
La
única Iglesia en el mundo que tiene el poder de convertir el pan y el vino en
el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, es la Santa Iglesia
Católica, por medio de sus sacerdotes ministeriales. Y esto sucede, millones de
veces a lo largo y ancho del mundo, todos los días, a pesar de la falta de
santidad de muchos de estos sacerdotes ministeriales. Aun si estos sacerdotes
no son santos y cometen muchos pecados[2],
no por eso deja la Santa Iglesia de proporcionarnos el alimento celestial, el
Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía. Debemos rezar mucho por los
sacerdotes ministeriales y dar gracias a Dios por su entrega, pues por ellos
viene a nosotros el Verdadero Maná bajado del cielo, el Pan de Vida eterna, la
Sagrada Eucaristía.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Los seres humanos tributan honra y gloria a quienes, de
entre los seres humanos, están encumbrados en altos puestos de poder. Ahora bien,
ni el más poderoso de todos los hombres, tiene el poder de hacer lo que hace un
simple sacerdote rural, esto es, convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la
Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Si tributamos honor y gloria a los hombres
que tienen poder –poder que, de todas maneras, viene de lo alto, según lo
revela Nuestro Señor a Poncio Pilato: “No tendrías poder sobre Mí si no te
hubiera sido dado de lo alto”-, entonces tributemos respeto y honor a quienes,
por orden de Dios y siguiendo sus palabras y a pesar de sus pecados y defectos
personales –los hay de todo tipo, incluso herejes, adúlteros, blasfemos y
cismáticos-, convierten todos los días las substancias del pan y del vino en el
Cuerpo y la Sangre del Señor. A pesar de la indignidad de muchos de sus
sacerdotes, Dios no los desestima; antes bien, se sirve de ellos para alimentar
a sus hijos adoptivos muy amados, los bautizados en la Iglesia Católica y esto
es un motivo más para dar gracias y hacer actos de amor y de adoración ante
Jesús Sacramentado.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo
por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “El Ángel vino de los cielos”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 177.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 178.
No hay comentarios:
Publicar un comentario