
Inicio: ofrecemos esa Hora Santa y el rezo
del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación de una iglesia
parroquial en Irlanda del Norte. El informe acerca de este lamentable hecho se
encuentra en el siguiente enlace:
Canto inicial: “Alabado sea el
Santísimo Sacramento del altar”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Si se mira el alma sólo por su naturaleza, sale a la luz que
ella es, por sí misma, algo excelente: por ser racional, está por encima de
toda otra creatura –a excepción de los ángeles- pero sobre todo su excelencia
le viene por ser imagen de Dios[1].
Es excelente además por estar vivificando a todo el cuerpo y por el hecho de
ser espiritual, intelectual, inmortal e indivisible. Sin embargo, si no tiene
consigo a la vida de Dios, que se le otorga por participación por la gracia, se
puede decir que el alma, aun con todas sus excelencias, está muerta,
precisamente, porque no tiene en sí, según su naturaleza, la vida y el Espíritu
de Dios[2].
Ahora bien, si el alma por sí misma es una cosa excelente, por los motivos
citados, ¿qué decir de ella cuando posea consigo la gracia, que la hace
partícipe de la vida divina? ¿Acaso no se convierte en algo más excelente que los
ángeles mismos?
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Afirma un autor[3] que
si hubiera una estatua de un gobernante virtuoso, siendo aún esta estatua una
cosa inerte, se tendría como delito de laesae
Majestatis (lesa majestad) el atentar contra dicha imagen. Si a esta
estatua, así inerte, se le transfundiesen el espíritu y el alma del gobernante
virtuoso, para así darle vida, ¿no se le debería rendir los mismos honores que
al gobernante o príncipe virtuoso? Pues bien, lo mismo sucede con el alma, que
es por sí misma estimabilísima sobre todas las demás cosas del mundo visible,
sólo por ser imagen y estatua de Dios, aunque inánime, sin su vida y su
Espíritu. Análogamente a la estatua del ejemplo reciente, si por la gracia se
infunde el Espíritu de Dios en el alma, obteniendo así esta la vida divina, ¿no
se le debería tener un aprecio y una estimación altísimas, debida cuenta que es
ahora imagen viviente de Dios, que vive con la vida de Dios por la gracia?
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Por esta razón, el hombre que se deja llevar por los
sentidos, vive engañado, pues se equivoca en dónde radica la verdadera belleza:
la verdadera belleza no están ni en el cuerpo ni en las cosas ni en lo que los
sentidos nos muestran, sino en el alma y, sobre todo, en el alma en gracia,
porque el alma en gracia vive no con su vida, sino con la vida de Dios, que es
la Belleza Increada en sí misma. Con toda razón se puede decir que no hay
ningún bien allí donde se propone la muerte del alma, que es lo que sucede con
el engaño de los sentidos y de la concupiscencia[4].
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
De entre todas las cosas, no hay nada que desee más el
cuerpo que el alma; el alma es lo que más estima el cuerpo y por el alma
trabaja y no se da descanso, porque por el alma recibe la vida; todo el trabajo
del cuerpo es para sustentar el alma y conservarla, para así seguir recibiendo
de ella la vida[5].
De igual manera hace el alma con respecto a la gracia, porque por la gracia
recibe la vida de Dios; el alma no estima nada que no sea la gracia y no desea
nada que no sea la gracia; por la gracia, trabaja el alma y en todo se preocupa
por sustentarla y acrecentarla cada día más. Si el alma pierde la gracia, queda
el alma muerta, porque queda sin la vida de Dios, de ahí que no haya otra cosa
más preciosa para el alma que la gracia santificante.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Si el alma deja pasar la oportunidad de hacer algún bien,
con esto pierde el aumento de la gracia y con eso pierde más que si ganara el
mundo entero. Por eso dice Nuestro Señor: “¿Qué aprovechará al hombre, aunque
ganase todo el mundo, si pierde su alma?”[6]. Perder
el alma es perder la gracia y se la pierde o al menos no se acrecienta cuando
se deja pasar una oportunidad de hacer alguna obra buena, por respeto mundano o
por pereza y comodidad mundana[7]. El
alma estima la gracia más que a sí misma, porque por la gracia recibe a Dios y
su vida divina y de Él recibe ser, vida y movimiento divino. Al respecto, San
Bernardo dijo: “Mucho te tengo que amar, Señor, pues por Ti soy, vivo y conozco”.
Es decir, no dice el santo que es, vive y conoce por el alma, que da vida al
cuerpo, sino por la gracia, que da vida divina al alma. Y Santo Tomás, haciendo
hablar al alma, dice: “Muy amada del cuerpo soy, porque recibe de mí estas
cosas; y así, Señor, más vehementemente te tengo de amar, pues las recibo mucho
mejores de Ti”. Para apreciar más la gracia, mire el alma –afirma un autor- “qué
es el cuerpo sin el ser humano, vida y movimiento que ella le da; y tenga
horror de lo que será ella misma sin el ser divino, vida y movimiento que le da
Dios”[8]. Entonces,
así como deseamos que nuestro cuerpo no quede sin vida, la que le da el alma,
mucho más debemos desear que el alma quede sin la vida de Dios que le da la
gracia.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 144.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 144.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 145.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 145.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 145.
[6] Mt 16, 26.
[7] Cfr. Nieremberg, o. c., 145.
[8] Cfr. Nieremberg, o. c., 145.
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