Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la blasfemia que implica el
invento de pun “padrenuestro” feminista, abortista y pro-ideología de género,
con el cual se ofende gravemente a Dios Nuestro Señor. El texto de la blasfema
oración se encuentra en el siguiente enlace:
Canto inicial: “Adoro Te devote,
latens Deitas”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el
Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Acerca de lo que sea la justificación que por la gracia
obtiene el cristiano, dice así el Concilio Tridentino[1]: “Que
es una traslación de aquel estado, en el que el hombre nace hijo del primer
Adán, al estado de gracia y de adopción de hijos de Dios por el segundo Adán
Jesucristo, Salvador nuestro”. Es decir, el Magisterio de la Iglesia nos afirma
esta maravillosa verdad: por medio de la gracia, nuestras almas, de hijas del
primer Adán, el que cometió el pecado original, se convierten, por el segundo
Adán Jesucristo, en hijas adoptiva de Dios y por lo tanto, en herederas del Reino
de Dios. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, que seamos siempre conscientes del gran don que significa la gracia
de la filiación divina recibida en el bautismo, para que siempre demos gracias
a Dios por habernos adoptados como hijos suyos muy amados!
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
El estado en el que el alma –toda alma- que nace en este mundo
es estado de esclavitud, porque todos somos descendientes del primer Adán, el
que junto con Eva cometió el pecado original, instigado por la Serpiente
Antigua y destinando así a toda la humanidad, perdida la gracia, a la eterna
condenación[2].
El estado en el que queda el alma cuando recibe la gracia, es un estado
diametralmente opuesto, por cuanto no solo le es quitado el pecado original
sino que se le concede la gracia de la filiación adoptiva, por la cual el
hombre es adoptado como hijo de Dios y convertido en heredero del Reino. Se trata
de un estado de libertad, de vida divina, de vida nueva, la vida de los hijos
de Dios. Es decir, por la gracia, el hombre pasa de una suma desdicha a la suma
dicha, gozo y alegría divina[3].
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Imaginemos, dice un autor[4], a
un hombre condenado a morir, al que le fuera perdonado el castigo y se viera
libre de él, cuán contento estaría y cuánto más lo estaría si se viera, apenas
perdonado su castigo, convertido en hijo de un poderoso rey y heredero de su
reino. Pues bien, esto es lo que sucede espiritualmente con los que, estando en
pecado, reciben la gracia de la absolución de sus pecados y juntamente la
gracia que los convierte en hijos adoptivos de Dios: de estar condenados a ser
esclavos de Lucifer para siempre, pasan a la libertad de los hijos de Dios. Es
decir, los que antes eran nada, sino solo esclavos y miserables, ahora por la
gracia se convierten en hijos de Dios y herederos suyos, de modo real y no
metafóricamente[5].
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Si ser siervo de un gran señor es para un hombre desposeído
una gran dicha, cuánta mayor es la dicha del cristiano, que pasa de ser esclavo
de las pasiones y el pecado y desposeído de todo bien, a ser hijo de Dios con
derecho a sucesión, es decir, con derecho a las posesiones celestiales de este
Dios tan magnífico. No hay mayor bien para el hombre que recibir la gracia,
pues con esta deja de ser un esclavo y un desposeído, para ser en Cristo hijo
de Dios y heredero del Reino, teniendo el alma en gracia derecho a los bienes
de Dios que, entre otras cosas, comprende las inimaginables dulzuras y alegrías
del Reino celestial[6].
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Dice
San Cipriano[7]:
“Nunca admirará las obras de los hombres quien se conociere que es hijo de
Dios. Abátese a sí mismo de la cumbre de su generosidad quien después de Dios
puede admirar otra cosa”. Es decir, no hay cosa más grande para admirar y dar
gracias que la gracia de ser hijo de Dios adoptivo. Los hijos de Dios,
convertidos en tales por la gracia, no lo son sólo de nombre, sino propiamente
hablando, porque han recibido la gracia de la filiación divina, con la cual el
Hijo de Dios es Dios Hijo desde toda la eternidad. Con relación a las otras
creaturas, que no tienen la gracia, sólo de modo impropio y general se pueden
decir que tienen a Dios por Padre, pero no lo son realmente, porque no tienen
la gracia de la divina filiación: Dios es Padre sólo de los justos, es decir,
sólo de los que poseen la gracia santificante, pues sólo estos pueden ser
llamados con toda propiedad “hijos de Dios adoptivos”[8]. Esto,
como dice un autor, es digno de toda consideración y de acción de gracias a
Dios Uno y Trino, por tener tanta misericordia con nosotros, para que “no sólo
nos llamemos hijos de Dios, sino para que lo seamos realmente”[9],
por la gracia.
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Plegaria a
Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Sess. 6, cap. 4.
[2] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 150.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 150.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 150.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 150.
[6] Cfr. Nieremberg, o. c., 150.
[7] Lib. De Spectaculis.
[8] Cfr. Nieremberg, ibidem, 150.
[9] Cfr. 1 Jn 3.
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