Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la destrucción
de una imagen de la Virgen en una procesión, seguida del asesinato de fieles
católicos en Burkina Faso, África. La información relativa a tan lamentable
hecho se encuentra en el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Tantum ergo, Sacramentum”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Cuando se produce una adopción entre los seres humanos, el
hombre no puede aportar más que el amor con el que amará a su hijo adoptivo,
del mismo modo a como ama a sus hijos biológicos. El hombre sólo puede dar ese
amor –que, siendo humano, también es limitado-, pero no puede darle su sangre,
ni su materia, ni su substancia; sin embargo, cuando Dios adopta, “da su
Espíritu mismo a quien prohija”[1]. Por
este motivo, la adopción divina es infinitamente más excelente que la adopción
humana. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía,
que siempre demos gracias por la adopción filial divina y que nuestras obras
sean dignas de tan grande honor!
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Si un hombre pudiera, pondría su misma alma[2] en
el hijo que engendra, puesto que lo ama; sin embargo, eso es imposible de hacer
entre los seres humanos. Lo máximo que el hombre da es algo de materia –los
cromosomas- con los cuales se compone el cuerpo, pero no puede dar su alma o
espíritu, porque eso es algo que supera su capacidad humana. Ahora bien, afirma
un autor, “lo que no puede la debilidad humana, lo puede la omnipotencia
divina: el hombre no puede traspasar su alma, pero Dios puede infundir su
Espíritu y así, a quien adopta por hijo, junto con su afecto y amor, le
comunica su Espíritu”[3]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
nuestras obras griten al mundo Abbá, Padre, y así proclamen que somos hijos
adoptivos de Dios Trino!
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Pero además de infundir su Espíritu –algo que el ser humano
no puede hacer, ni en quien engendra, ni en quien adopta-, Dios hace algo más
todavía y es convertir al alma en una nueva creatura, según sus palabras en el
Apocalipsis: “Yo hago nuevas todas las cosas”[4]. El
alma que es prohijada por Dios, es decir, el alma que es adoptada por Dios, es
convertida en nueva creatura, porque de simple creatura que era, es convertida
en hija adoptiva de Dios, al concederle Dios la misma filiación divina con la
cual Dios Hijo es Hijo de Dios desde la eternidad.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
A quien adopta, Dios lo convierte en un nuevo hombre, el
hombre nacido a la gracia[5],
el hombre que es distinto al hombre viejo, el hombre dominado por la
concupiscencia y el pecado: el nuevo hombre, nacido como hijo de Dios adoptivo
por la gracia, posee a esta, que le permite dominar su concupiscencia y no caer
en el pecado, para vivir así la vida de los hijos de Dios, los hijos de la luz.
El hombre que es adoptado por Dios es un nuevo ser, porque participa del Ser
divino y de la naturaleza divina: cuando adopta, Dios hace un nuevo hombre, un
hombre nacido a la vida de la gracia, que participa del ser y de la naturaleza
de Dios. Es decir, cuando el hombre engendra, no causa la forma de su hijo,
pero Dios, cuando adopta, causa la forma de la gracia, con la que adopta al
hombre como hijo suyo muy amado.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
La Escritura reconoce este modo excelente de ser engendrados
como hijos de Dios por la gracia, llamando a los hombres que reciben la gracia
de la filiación divina “nacidos de Dios y reengendrados” y a la gracia misma la
llama “simiente de Dios”[6].
Santiago[7]
significa todas estas excelencias de la gracia cuando dice que “Dios
voluntariamente nos engendró con la palabra de verdad para fuésemos algún
principio de su creatura”; es decir, la primicia y lo principal de sus
creaturas, o también, como dicen otros “Para que alcancemos el principado entre
las creaturas”. Esto es así –el alma hija de Dios es más excelente que el resto
de las creaturas- porque la adopción de Dios no es de sólo nombre; no es sólo
nominal; la adopción de Dios implica la creación de un nuevo ser, una nueva
forma, una nueva creatura, que renueva interiormente al hombre viejo, que hace
dejar atrás definitivamente al hombre viejo, para que nazca el hombre nuevo, el
hombre que vive con la vida de la gracia. La adopción de Dios no es para sólo
llamarnos “hijos”, sino para que lo seamos real y verdaderamente,
convirtiéndonos en nuevas creaturas y las más excelentes de todas.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo
por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 159.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 159-160.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 160.
[4] Ap 21, 5.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 160.
[6] 1 Jn 3, 9.
[7] Cap. 1.
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