Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por una horrorosa, repugnante y blasfema exposición de “obras de arte” que ofenden
a la Inmaculada Concepción de María, titulada “Maculadas sin remedio”, la cual
fue expuesta en diversas ciudades de España desde inicios de 2019. Por sentido
de decencia no exponemos las imágenes, profundamente ofensivas no sólo al
sentimiento religioso, sino a la mismísima Madre de Dios en persona. El informe
relativo a la lamentable exposición se encuentra en el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Cuando
se comparan la adopción divina con la adopción humana, la divina excede con
mucho en excelencia a la humana[1]. Por
un lado, se dice que Dios prohija –adopta como hijos- de forma voluntaria, es decir,
eligiendo a quien prohija o adopta. En la adopción humana también se elige,
pero supone por un lado que el adoptado tenga méritos para recibir tal favor;
en cambio, en la adopción divina, en vez de exigir méritos, los da, y el primer
mérito, es el honor de ser hijos adoptivos de un Dios de tan inmensa majestad[2]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
nuestras vidas reflejen, en obras de santidad, el agradecimiento que expresamos
a Dios por habernos elegido para ser hijos suyos, siendo nosotros tan indignos!
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Otra
diferencia es que la adopción humana no hace digno al adoptado, sino que lo
supone; en la adopción divina no lo supone, sino que lo hace digno, porque no
hay nada más digno para el hombre que el recibir la adopción filial divina[3].
Es decir, la adopción humana supone méritos, mientras que la divina los da, aun
cuando en el hombre no halle Dios méritos dignos de recibir tan grande favor. En
efecto, no hay nada en el hombre que lo haga digno de que Dios ponga en él su
corazón, su gracia y su espíritu; por el contrario, Dios halla en nuestros corazones
humanos pecado, miseria e indignidad[4] y
sin embargo, nos adopta de igual manera, concediéndonos la gracia que nos quita
el pecado y nos da la divina filiación. Por parte del hombre no hay mérito, ni
obra buena que merezca la divina adopción y sin embargo, Dios lo elige al
hombre para adoptarlo y lo adopta. Es la buena voluntad de Dios la que hace que
esclavos del demonio se conviertan, por la gracia, en hijos adoptivos del
Altísimo.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Dice
un Doctor[5] de
la Iglesia: “Nos levantó, de enemigos indignos que éramos, indignos de todo
bien y benevolencia y condenados a eternos tormentos; nos levantó, no a un
estado como quiera, no a la felicidad de la naturaleza angélica, sino a un
supremo y divino estado, para que fuésemos hijos de Dios, hijos del Rey eterno,
herederos de Dios y herederos juntamente con Cristo, partícipes de su gloria y
de todos sus bienes divinos, por lo cual esperamos tanto bien, tanto gozo,
tanta gloria, cuanta ni los ojos vieron, ni los oídos oyeron, ni el corazón
humano lo puede pensar”. ¡Nuestra Señora
de la Eucaristía, ayúdanos para que siempre estemos agradecidos a Dios por
habernos convertidos en hijos suyos adoptivos por el bautismo!
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
¡Cuánto
debemos dar gracias a Dios, postrándonos ante su Presencia Eucarística, que no
encontrando en nosotros mérito alguno, quiso sin embargo adornarnos con su
gracia santificante y convertirnos en hijos suyos y herederos de su Reino! Esto,
dice un autor[6],
es tan notable, que si un hombre hiciera todas las buenas obras que son
posibles, e hiciera todas las penitencias imaginables y padeciera todos los
tormentos del mundo, y lo hiciera por muchos años, hasta que el mundo termine,
no habría hecho nada digno de recibir la gracia de la adopción filial divina,
ni encontraría Dios nada de agradable para hacerlo heredero suyo. Esto nos
lleva a considerar cuán grande es la magnificencia, la bondad, el amor y la
misericordia divinas, que siendo nosotros tan indigentes en obras buenas y
teniendo sólo pecado, miseria e indignidad por nosotros mismos, nos eligió para
ser sus hijos por el bautismo y realmente lo somos.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Cuando
Dios adopta a un alma por hija suya, es tan grande la dignidad que le comunica,
que con esta gracia le concede también la herencia del Reino y el acceso a la
eterna bienaventuranza, tanto es lo que se gana por esta adopción[7]. El
hecho de ser hijo adoptivo suyo, hace que Dios considere, incluso un
pensamiento santo de uno de sus más pequeños hijos, como digno de heredar el
Reino de los cielos. Es decir, afirma un autor, que si un hombre, hijo de Dios,
tiene un solo pensamiento santo, Dios no tiene con qué pagarle sino con Él
mismo, con entregarse a ser poseído eternamente en el cielo. ¡Cuán maravillosa
es la adopción filial, que de ser esclavo del demonio, del pecado y de las
pasiones, el alma se ve elevada a la altura inconmensurable y a la dignidad
inigualable de ser hermana de Cristo, hija de Dios y heredera del Reino eterno
de los cielos! ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, queremos unirnos a las alabanzas de tu Inmaculado Corazón, para dar
gracias a Dios Trino, en el tiempo y en la eternidad, por habernos elegido para
ser hijos suyos por el bautismo sacramental!
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 163.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 163.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 163.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 164.
[5] Lessius, lib. 11, De Perfect. Div., cap. 11.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 164.
[7] Cfr. Nieremberg, ibidem, 164.
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