Inicio: en nuestros días ha surgido un
movimiento que se llama “Apostasía voluntaria”, un movimiento por el cual se
anima a los católicos a renunciar al preciosísimo don recibido de lo alto, el
bautismo sacramental que nos convirtió en hijos de Dios. Los postulados falsos
sobre los que asientan los reclamos para apostatar se encuentran en el
siguiente enlace: https://www.apostasia.com.ar/
Como creemos que muchas de estas personas no conocen lo que es la adopción
filial, ofrecemos esta meditación, la Hora Santa y el rezo del Santo Rosario centrándonos
en la gracia inmensa que significa el ser adoptados por Dios como sus hijos por
medio del bautismo sacramental.
Canto inicial: “Cristianos venid,
cristianos, llegad”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Al
adoptarnos como hijos por medio del bautismo sacramental, Dios lo hace de modo
libre y voluntario[1],
es decir, elige a quién va a adoptar como hijo y esa es la razón por la cual
fuimos bautizados en la Iglesia Católica. En otras palabras, nuestra condición
de hijos adoptivos de Dios no se debe a la buena voluntad de nuestros padres,
sino a la buena voluntad y al amor misericordioso de Dios, que no encontrando
en nosotros sino solamente pecado y miseria, lo mismo nos eligió para
adoptarnos como hijos suyos y ser herederos de su Reino. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que siempre nos postremos ante Jesús
Eucaristía en acción de gracias por el don del bautismo sacramental!
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
En nuestra adopción como hijos de Dios, nosotros no teníamos
ningún mérito para merecer semejante distinción y sin embargo Dios nos eligió y
nos concedió el don de ser hijos muy amados suyos por el bautismo[2]. Y
al hacerlo, lo hizo libremente y también a gran precio, porque la gracia
santificante que recibimos en el sacramento del bautismo y que nos convirtió en
hijos adoptivos de Dios, fue obtenida al precio altísimo de la Sangre del Hijo
de Dios derramada en la Cruz. Gran cosa es el bautismo, que nos demuestra el
infinito amor que Dios nos tiene, por dos vías: porque nos elige libremente,
sin que tengamos nosotros méritos algunos de nuestra parte, por un lado y por
otro, porque la gracia con la que nos convierte en hijos suyos y herederos de
su Reino, es una gracia obtenida al precio de la entrega de la Vida de su Hijo
Unigénito en el Santo Sacrificio de la Cruz.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
También en los derechos que adquirimos, cuando somos
adoptados por Dios mediante el bautismo sacramental, se muestra la excelencia
de la adopción divina por encima de la humana. En efecto, en la adopción
humana, el hijo adoptado sólo tiene derecho a los bienes de fortuna y externos
de su padre adoptivo; no tiene derecho sobre su persona ni a los bienes
intrínsecos de su padre ni a su naturaleza: pero en cambio, los hijos adoptivos
de Dios, nacidos a la vida de la gracia por el bautismo sacramental, tienen
derecho “a los mismos bienes naturales y más íntimos de Dios, esto es, a su
misma bienaventuranza, que es a la posesión de Dios mismo”[3].
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Cuando Dios prohija no es por defecto de hijo natural, como
sucede con la adopción humana, en la que los padres, por lo general, acuden a
la adopción, por la imposibilidad de engendrar hijos biológicos propios[4]. En
la adopción divina la misma es totalmente voluntaria y libre, en el sentido de que
Dios no tiene “falta de Hijo natural, ni su Hijo natural tiene falta de bondad”
–como suele suceder entre los hijos de los hombres-, ni tampoco dejó de dar
gusto a su Padre, ni al Padre le falta el Amor de su Hijo como para que lo
busque entre los hombres, puesto que en su Hijo Unigénito Dios se complace más que
en todo lo creado. Es decir, Dios adopta, a pesar de tener a su Hijo Unigénito
y el Amor infinito e Increado que Éste le da, que es el Amor de Dios, el Espíritu
Santo, y adopta movido no por necesidad alguna, sino por su gran liberalidad y
misericordia; libremente quiere elegir a los hombres, desprovistos de todo
mérito, por hijos suyos y esto no por falta de bondad de su Hijo natural, sino
para que todos participáramos de la Bondad Increada de su Hijo muy amado,
engendrado en su seno desde la eternidad.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Dios
adopta a muchos –muchísimos- hombres por medio del bautismo sacramental, para
así poder complacerse más en su Hijo Unigénito, al tener, en los hombres
adoptados, imágenes vivientes de su Hijo, al convertirlos la gracia en otros
tantos cristos en los cuales derramar su Amor, el Espíritu Santo. En la
adopción humana, por el contrario, el hombre que adopta hijos no puede darles
su espíritu; en la adopción divina, al ser más excelente, Dios elige a sus
hijos y les concede el espíritu de hijos, no de cualquier manera, sino “el
mismo Espíritu del Hijo natural de Dios”[5],
es decir, nos concede, con el bautismo sacramental, la misma filiación divina
con la cual el Hijo de Dios es Dios Hijo desde la eternidad. Esto es lo que
significó el Apóstol Santiago cuando dijo que “voluntariamente nos engendró con
la palabra de verdad”, esto es, “por medio y con el Espíritu de su Hijo natural”[6],
que es el “Verbo Eterno y Palabra de Verdad del Padre, resplandor de su gloria
y figura de su substancia”.
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 165.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 164.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 165.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 165.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 166.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 166.
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