Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por una profanación eucarística
ocurrida en una iglesia en Trieste, Italia, el pasado abril de 2019. En el
momento de la comunión, un hombre toma la comunión en la mano y, en vez de
comulgar, se la lleva consigo, diciendo cosas irreverentes en relación al
Cuerpo de Cristo –como por ejemplo: “¿Y esto, qué parte es del Cuerpo de
Cristo?”- y burlándose de la Sagrada Eucaristía –el hombre dice: “¿Cómo puede
una papa frita ser el Cuerpo de Cristo?”-. El video, realizado por el mismo
hombre que comete el sacrilegio, finaliza en ese momento, por lo que no sabemos
el destino ulterior que le dio este hombre a la Sagrada Forma. La información
relativa a tan penoso incidente se encuentra en el siguiente enlace:
A su vez, el vídeo en el que se
observa el trato sacrílego que este hombre da a la Eucaristía, se encuentra en
el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección).
Primer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si un relicario, que guarda las reliquias de un santo, se
considera como algo sagrado, ¿acaso no es más sagrado y no tiene más valor el
alma del justo que, por la gracia, se ha convertido en morada de la Trinidad y
su cuerpo en templo del Espíritu Santo? Si las reliquias de los santos se
guardan y tratan con gran reverencia y un relicario no es más que un objeto en
donde están los huesos de cuerpos muertos, aunque de hombres santos[1] y
si a este relicario por este motivo, se lo considera algo sagrado, ¿no deberían
tenerse como relicarios vivientes de la Divinidad las almas de los justos que,
por la gracia santificante, se ven convertidas en morada de las Tres Divinas
Personas? ¡Qué grande estima debemos tener entonces a los santos de Dios por la
compañía que reciben, en virtud de la gracia santificante, de las Tres Divinas
Personas!
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Si el alma se conociera a sí misma en su condición de
sagrario viviente de la Trinidad, ¡en cuánta estima se tendría! ¡Se sentiría
como lo que es, inexplicablemente grande en su dignidad y majestad, por la
compañía de las Tres Divinas Personas! Una tal alma, sería un alma santa en
vida, sería el Paraíso del Creador, el tálamo de Dios esplendidísimo, el
Tabernáculo viviente de la Santísima Trinidad; sería más hermosa que el sol,
pues alberga en sí a Aquel que es el Sol de justicia, que resplandece con una
luz viva, más refulgente que miles de millones de soles juntos. Sería un trono
altísimo de la Divinidad, un cielo viviente en la tierra, más grande que los
cielos, pues encierra en sí no a una, sino a las Tres Divinas Personas[2]. Sería
un alma santa, relicario de Dios vivo, altar sacrosanto de Dios Trino y mansión
deseada por Dios. Sería hija de Dios Padre, hermana de Dios Hijo, esposa de
Dios Espíritu Santo, templo y morada de Dios Uno y Trino.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
De esto podemos deducir cuán grande sea el don de la gracia
y cuán inmensa la dignidad y la caridad por la gracia infundida al alma, por
los efectos admirables y excelentísimos que causa, pues se convierte en imagen
sobrenatural del Amor Increado, esto es, el Espíritu Santo[3].
Si el alma conociera cuán grande es la nobleza, para la creatura racional, de
tener participación en la naturaleza divina y ser templo santo de su Creador,
Redentor y Santificador. Sin embargo, por desgracia, hay muchos –tal vez,
demasiados- quienes esto no comprenden, no lo entienden y por lo tanto, no lo
aprecian. Y estos tales, dejando de lado la gracia santificante que tan
magnífica dignidad les confiere, se hacen iguales en todo, por los vicios
espirituales y carnales a los que se entregan, a un jumento, a una bestia
irracional. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, concédenos huir de la vanidad, de
la vileza y de la maldad que consiste en despreciar la admirabilísima gracia
santificante, para tener sólo la compañía de Dios Uno y Trino!
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El alma que está en gracia, por la compañía que por ella le
viene de las Tres Divinas Personas, alcanza una dignidad y una majestad
superior a las de las más altas jerarquías angélicas. En efecto, una tal alma
adquiere una hermosura superior a todas las cosas hermosas creadas; se convierte
en el tesoro del Espíritu Santo; en palacio de la majestad increada; en sagrario viviente de la
Divinidad en medio del mundo. Una tal alma, en gracia, se convierte en la
delicia de Dios Trino y en tal grado, que las Tres Divinas Personas vienen a
hacer morada en su corazón, así como los pájaros del cielo hacen morada en la
semilla de mostaza devenida en árbol inmenso, figura del alma que por la gracia
crece hasta alcanzar la estatura de Cristo. Si una tal alma se conociese así,
se amaría a sí misma, tal como lo pide el Primer Mandamiento –amar a Dios, al
prójimo y a sí mismo-, solo por el hecho de ser morada de la Trinidad y no
permitiría que nada en el mundo le arrebatase tal dicha.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por lo tanto, quien está en estado de gracia, debe estimarse
a sí mismo y esto no por amor egoísta, sino por verse convertido en tabernáculo
viviente del Dios Tres veces Santo. Quien así se aprecia, no debe por lo tanto
pensar, desear ni hacer nada que sea indigno de su nueva condición[4],
dada por la gracia santificante. Además, debe tratar a quienes también están en
gracia, como compañeros de Dios y en Dios Uno y Trino, buscando sólo su honra y
su gloria, amando, reverenciando y sirviendo a la Divina y Omnipotente Majestad
que se dignó venir a inhabitar en el alma en gracia. Y si las Tres Divinas
Personas vienen a nosotros, entonces salgamos nosotros a su encuentro. Al respecto,
dice San Agustín[5]:
“Padre, Hijo y Espíritu Santo vienen a nosotros cuando venimos a ellos. Vienen ayudando,
venimos obedeciendo; vienen alumbrando, venimos conociendo; vienen llenando,
venimos recibiendo; para que su vista no sea en nosotros por defuera, sino
interior y su mansión sea en nosotros, no de paso, sino eterna”. Como dice un
autor[6],
puesto que las Divinas Personas vienen a nuestro encuentro por la gracia,
salgamos a su encuentro: ni las ahuyentemos, con las malas obras y malos
pensamientos, ni huyamos, sino que, puesto que vienen a nosotros, a las Divinas
Personas vayamos. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, ven con nosotros y precédenos tú en este nuestro encuentro con las
Tres Divinas Personas!
Un Padre Nuestro, Tres Ave Marías y Gloria para ganar
las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo también por la salud e intenciones
de los Santos Padres Benedicto y Francisco y por las benditas almas del
Purgatorio.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 133.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 133.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 132.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 134.
[5] Tract. 76 in Joan.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 134.
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